Primavera
Sábado, 1
¡Primero de abril! ¡Todavía nos quedan tres meses de curso! Esta mañana ha sido una de las más bellas del año.
En la escuela estaba contento porque Coretti me había propuesto que pasado mañana fuésemos a presenciar la entrada del Rey juntamente con su padre, que lo conoce personalmente, y también por haberme prometido mi madre llevarme ese mismo día a visitar la guardería de la avenida de Valdocco. También estaba contento porque el albañilito va mejorando, y porque el maestro dijera ayer tarde a mi padre cuando le preguntó por mí:
—Va mucho mejor.
Hemos tenido un tiempo realmente primaveral. Desde las ventanas de la clase se veía el cielo azul, los árboles del jardín llenos de brotes nuevos, las ventanas de las casas abiertas de par en par, con los cajones y las macetas cubiertos de verdor.
El maestro no se reía, porque nunca se ríe, pero estaba de buen humor, y casi no se le advertía la arruga recta que casi siempre tiene en la frente. Hasta bromeaba al explicar en la pizarra un problema. Se notaba que encontraba placer respirando el aire del jardín que entraba por las ventanas, con fresco olor a tierra y hojas, que hacía pensar en los paseos por el campo.
Mientras explicaba, se oían los golpes de un herrero sobre el yunque, y en la casa de enfrente, a una mujer que cantaba para dormir a su nene; a lo lejos, en el cuartel de Cernaia, tocaban las trompetas.
Todos estábamos contentos, incluso Stardi.
A cierto punto el herrero de la calle inmediata empezó a dar golpes más fuertes; la mujer a cantar más alto. El maestro cesó de explicar y prestó atención. Luego dijo lentamente, mirando por la ventana:
—El cielo nos sonríe; una madre canta, un hombre honrado trabaja; los chicos estudian; ¡qué cosas más estupendas!
Cuando salimos de clase, pudimos comprobar que también estaban los demás alegres; marchaban en fila marcando fuertemente el paso y canturreando, como en vísperas de unas vacaciones de cuatro días; las maestras bromeaban; la de la pluma roja saltaba detrás de sus alumnitos como una colegiala; los padres de los chicos hablaban entre sí riéndose, y la madre de Crossi, la verdulera, llevaba en las cestas tantos ramilletes de violetas, que llenaban de perfume el gran zaguán de la escuela.
Nunca me había sentido tan contento como al ver esta mañana a mi madre esperándome en la calle. Y se lo dije yendo a su encuentro:
—Estoy contento. ¿Por qué estoy tan contento esta mañana?
Y mi madre me contestó sonriendo que era por la primavera y la conciencia tranquila.