Envidia
Miércoles, 25
El que ha hecho mejor la composición sobre la Patria ha sido Derossi. ¡Y Votini, que creía seguro el primer premio! Yo quería mucho a Votini, aunque es algo vanidoso y presumido; pero me disgusta ahora que estoy con él en el banco ver cómo envidia a Derossi. Y estudia para competir con él; pero no puede en manera alguna, porque el otro le da cien vueltas en todas las asignaturas, y a Votini se le ponen los dientes largos. También siente envidia de Carlos Nobis; pero éste tiene tanto orgullo, que la misma soberbia no le deja descubrir. Votini, por el contrario, se traiciona, se queja de las notas en su casa y dice que el maestro comete injusticias; y cuando Derossi responde a las preguntas tan pronto y tan bien como siempre, él pone la cara hosca, baja la cabeza, finge no oír y se esfuerza por reír, pero con la risa del conejo. Y como todos lo saben, en cuanto el maestro alaba a Derossi todos se vuelven a mirar a Votini que traga veneno, y el albañilito le hace la mueca de hocico de liebre. Esta mañana, por ejemplo, lo ha demostrado. El maestro entró en la escuela y anunció el resultado de los exámenes: —Derossi: diez y la primera medalla.
—Votini estornudó. El maestro le miró, porque la cosa estaba bien clara.
—Votini —le dijo—, no dejes que se apodere de ti la serpiente de la envidia: es una serpiente que roe el cerebro y corrompe el corazón.
Todos le miraron, menos Derossi. Votini quiso responder y no pudo; quedó como petrificado y con el semblante pálido. Después, mientras el maestro daba la lección, se puso a escribir, en gruesos caracteres, en una hoja: «Yo no tengo envidia de los que ganan la primera medalla por enchufe y con injusticia». Este papel quería mandárselo a Derossi. Pero entretanto observé que los que estaban junto a Derossi tramaban algo entre sí y se hablaban al oído, y uno hacía con el cortaplumas una medalla de papel, sobre la cual habían dibujado una serpiente negra. Votini no advirtió nada. El maestro salió por breves momentos. Enseguida, los que estaban junto a Derossi se levantaron para salir del banco y presentar solemnemente la medalla de papel a Votini. Toda la clase se preparaba para presenciar una escena desagradable. Votini estaba temblando. Derossi gritó:
—¡Dádmela!
—Sí, es mejor —respondieron los demás—; tú eres el que debe llevársela.
Derossi recogió la medalla y la hizo mil pedazos. En aquel momento volvió el maestro y se reanudó la clase. Yo no quitaba ojo a Votini, que estaba rojo de vergüenza. Tomó el papel despacito, como si lo hiciese distraídamente, lo hizo mil dobleces a escondidas, se lo puso en la boca, lo mascó un poco y después lo echó debajo del banco. Al salir de la escuela y pasar por delante de Derossi, Votini, que estaba un poco confuso, dejó caer el arrugado papel. Derossi, siempre noble, lo recogió y se lo puso en la cartera, ayudándole a abrocharse el cinturón. Votini no se atrevió a levantar la cabeza.