El primero de clase
Viernes, 25
Garrone capta el cariño de todos, y Derossi, la admiración. Ha obtenido el primer premio y, con toda seguridad, será también el primero de la clase este año, pues nadie puede competir con él; todos reconocen su superioridad en todas las asignaturas.
Es el primero en Aritmética, en Gramática, en Redacción, en Dibujo… Todo lo comprende al vuelo, tiene una memoria prodigiosa, en todo sobresale sin esfuerzo; parece que el estudio es un juego para él. El maestro le dijo ayer:
—Has recibido grandes dones de Dios; procura únicamente no malgastarlos.
Es también, además, alto, guapo, de pelo rubio y rizado, muy ágil, capaz de saltar por encima de un banco sin apoyar más que una mano sobre él; y ya sabe esgrima. Tiene doce años; es hijo de un comerciante; va siempre vestido de azul, con botones dorados; es vivaracho, alegre, amable con todos, ayuda a los que puede en el examen y nadie se atreve a desairarlo o decirle una palabra malsonante.
Solamente le miran de reojo Nobis y Franti, y a Votini le salta la envidia por los ojos; pero él no parece darse cuenta. Todos le sonríen y le dan la mano o le cogen cariñosamente el brazo cuando pasa a recoger, con su acostumbrada afabilidad, los trabajos que hemos hecho. Regala periódicos ilustrados, dibujos, cuanto a él le regalan en su casa; para el calabrés ha hecho un pequeño mapa de Calabria; todo lo da sonriendo, sin pretensiones, a lo gran señor, y sin hacer distinciones. Resulta imposible no envidiarlo y no sentirse inferior a él en todo.
Ah, yo también lo envidio, como Votini, y alguna vez experimento cierta amargura y siento una especie de inquina hacia él cuando apenas logro hacer los deberes en casa y pienso que Derossi los habrá terminado con muy poco esfuerzo. Pero luego, al volver a clase, viéndole tan sencillo, sonriente y afable; oyéndole contestar con tanta seguridad a las preguntas del maestro, arrojo de mi pecho todo rencor, y me avergüenzo de haber dado cabida a tales sentimientos. Entonces quisiera estar siempre a su lado y seguir todos los estudios con él. Su presencia, su voz, su camaradería me infunden valor, ganas de trabajar, alegría y placer.
El maestro le ha dado a copiar el cuento mensual que leerá mañana: El pequeño vigía lombardo. Lo estaba copiando esta mañana, y estaba conmovido por el hecho heroico que se relata; se le veía el rostro encendido, los ojos húmedos y la boca temblorosa. Yo le observaba admirando sus hermosas cualidades, y con mucho gusto le habría dicho en su cara con toda franqueza: «Derossi, ¡me aventajas en todo! ¡Te respeto y admiro!».