En convalecencia
Jueves, 20
¿Quién iba a decirme, cuando regresaba con mi padre de tan grata excursión, que por espacio de diez días no podría ver el campo ni el cielo? He estado muy malo, en peligro de muerte. He oído sollozar a mi madre y he visto a mi padre muy pálido, mirándome fijamente, a mi hermana Silvia y a mi hermanito, hablando en voz muy baja, y al médico de las gafas, que no se apartaba de mi lado y me decía cosas que no entendía. He estado a punto de despedirme de todos para siempre.
¡Pobre mamá! Pasé tres o cuatro días por lo menos de los que no recuerdo nada en absoluto, como si hubiese estado en medio de un sueño embrollado y oscuro. Me parece haber visto junto a mi cama a mi buena maestra de la primera superior, esforzándose por reprimir la tos con el pañuelito, para no molestarme; recuerdo muy confusamente a mi maestro, que se inclinó para besarme y me pinchó un poco la cara con la barba. Vi pasar, como en medio de espesa niebla, la rubia cabeza de Crossi, los dorados rizos de Derossi, el calabrés vestido de negro, y a Garrone, que me trajo una naranja mandarina con un verde ramito de hojas, y que se marchó enseguida porque su madre estaba enferma.
Después me desperté como de un sueño muy largo, y comprendí que estaba mejor viendo sonreír a mi madre y oyendo canturrear a Silvia. ¡Qué sueño más triste ha sido! Luego empecé a mejorar día a día.
Vino el albañilito, que me hizo reír por primera vez, después de tanto tiempo poniéndome su acostumbrado hocico de liebre. ¡Qué bien le sale ahora que se le ha alargado un poco la cara por la enfermedad! Han venido Coretti y Garoffi, éste con el fin de regalarme dos participaciones de su nueva rifa para «una navaja con cinco sorpresas», que compró a un vendedor ambulante en la calle Bertola. Ayer, por último, mientras dormía vino Precossi, poniendo la mejilla debajo de mi mano, pero sin despertarme, y como venía de la herrería, con la cara ennegrecida por el carbón, me dejó tiznada la manga, cosa que me ha gustado ver al despertarme.
¡Qué verdes se han puesto los árboles en estos pocos días! ¡Y qué envidia me dan los chicos que van a la escuela con sus libros, cuando mi padre me asoma a la ventana! Pero también empezaré a ir yo otra vez pronto. Estoy impaciente por volver a ver a mis compañeros, mi banco, el jardín, las calles de costumbre, saber todo lo que me ha sucedido estos días, coger de nuevo mis libros y cuadernos, que me parece no los haya tocado en un año.
¡Qué delgada y pálida está mi pobre mamá! ¡Qué expresión de cansancio tiene mi padre! ¿Y qué decir de mis compañeros, que vinieron a verme, y caminaban de puntillas y me besaban en la frente? Me da pena pensar que un día tendremos que separarnos. Tal vez continúe los estudios con Derossi y algún otro, pero ¿y los demás? Una vez terminados los estudios primarios, ya no volveremos a vernos; ya no vendrán a visitarme cuando esté enfermo. Me tendré que separar definitivamente de Garrone, de Precossi, de Coretti, de tantos buenos y queridos compañeros.