La pelea
Domingo, 5
Era de esperar: Franti, al ser expulsado por el Director, quiso vengarse y esperó a Stardi en una esquina a la salida de la escuela, cuando acostumbra a pasar por allí todos los días con su hermana, a la que acompaña desde su colegio, sito en la calle Dora Grossa. Todo lo presenció mi hermana Silvia al salir de su sección, y llegó a casa muy asustada.
He aquí lo sucedido: Franti, que llevaba puesta su lujosa gorra de hule, aplastada y caída sobre una oreja, fue de puntillas hasta alcanzar a Stardi, y para provocarlo dio un estirón a la trenza de su hermana, pero tan fuerte que casi la hizo caer al suelo. La niña lanzó un grito y su hermano volvió la cara. Franti, que es mucho más alto y fuerte que él, pensaba: «O se aguanta o lo muelo a golpes». Pero Stardi no lo pensó dos veces. A pesar de lo pequeñajo y débil que es, se arrojó de un salto sobre el chulo grandullón y le propinó muchos puñetazos; sin embargo, no le podía y recibió más golpes de los que dio.
A aquella hora sólo pasaban por la calle niñas y nadie podía separarlos. Franti lo tiró al suelo; pero Stardi se puso enseguida en pie y volvió a plantarle cara, aunque sin poder evitar que el otro lo zarandease y lo golpeara como a una puerta. Al cabo de unos momentos, le arrancó media oreja, le amorató un ojo y le rompió las narices, por las que le salía sangre abundante. Mas no por eso cejó Stardi, que decía:
—Tú me matarás, pero me las has de pagar.
Franti no cesaba de dar a su contrario puntapiés y puñetazos. Una mujer gritó desde la ventana:
—¡Bravo por el pequeño!
Otras decían:
—Ese chico defiende a su hermana. ¡Animo, valiente!
Y a Franti le gritaban:
—¡Te haces el chulo porque eres mayor que él! ¡Cobarde!
El muy granuja echó la zancadilla a Stardi y éste cayó debajo de él:
—¡Ríndete! —le dijo Franti.
Stardi le replicó:
—¡No!
Logró escabullirse de su enemigo y se puso de nuevo en pie; Franti le agarró entonces por la cintura y, con un esfuerzo furioso, lo tiró al empedrado y le puso una rodilla sobre el pecho.
—¡El muy infame tiene una navaja! —gritó un hombre, que acudió corriendo para desarmar a Franti. Pero Stardi fuera de sí ya le había sujetado el brazo con ambas manos y, dándole un fuerte mordisco en el puño, le obligó a dejar caer la navajita, empezando a sangrarle la mano.
Entretanto habían acudido otros, que separaron y levantaron a los contendientes. Franti desapareció como perrito con el rabo entre piernas, y Stardi quedó dueño del campo, con la cara arañada y un ojo hinchado, es cierto, pero con aire de triunfo junto a su hermanita, que lloraba. Unas chicas recogieron los libros y cuadernos esparcidos por el suelo.
—¡El pequeño —decían— es un valiente que ha salido en defensa de su hermana!
Stardi, sin embargo, pensaba más en su cartera que en la victoria, y enseguida se puso a comprobar si le faltaba algo y si sus enseres escolares habían sufrido desperfectos. Limpió los libros con la manga, guardó la pluma, lo puso todo en orden y, con la seriedad habitual en él, dijo a su hermanita:
—Vamos de prisa, que tengo que resolver un problema de cuatro operaciones.