Los padres de los muchachos
Lunes, 6
Esta mañana acudió a la puerta de la escuela el corpulento padre de Stardi a esperarlo, por temor que se encontrara otra vez a Franti; pero dicen que éste no volverá, porque lo van a meter en un reformatorio.
Además del padre de Stardi había otros muchos. Entre ellos, el revendedor de leña, el padre de Coretti, puro retrato de su hijo, desenvuelto, alegre, con sus bigotes terminados en punta y un lacito de dos colores en el ojal de la solapa izquierda.
Ya conozco a casi todos los padres de los escolares a fuerza de verlos por allí.
Hay una abuela encorvada, con toca blanca, que aunque llueva, nieve o esté tronando, acude indefectiblemente cuatro veces al día para acompañar y esperar a su nietecillo, un chiquito de primero superior; le quita la capita que luego, a la salida, le vuelve a poner, le arregla la corbata, le sacude el polvo, lo atusa y le guarda los cuadernos. Bien se conoce que no tiene otro en quien pensar y que no hay para ella en el mundo nada más hermoso. También veo con frecuencia al capitán de Artillería, padre de Robetti, el de las muletas, que libró a un niño de ser atropellado; y como quiera que todos los compañeros de su hijo tienen para él un gesto o palabra cariñosa al pasar por su lado, él les devuelve el saludo o corresponde a sus muestras de cariño, sin olvidarse de nadie; a todos hace una inclinación de cabeza, y cuanto más pobres son y peor vestidos van, con tanto mayor atención les da las gracias.
A veces ocurren cosas desagradables. Un señor, que no acudía desde hace un mes por habérsele muerto un hijo y mandaba a la criada por el otro, al volver ayer por primera vez, cuando vio de nuevo la clase y a los compañeros de su difunto pequeño, se apartó a un rincón y se le saltaron las lágrimas, que él procuró ocultar llevándose ambas manos a la cara. El Director lo cogió de un brazo y lo acompañó a su despacho.
Hay padres y madres que conocen por su nombre a todos los compañeros de sus hijos, y chicas de la escuela contigua y alumnos del Instituto de enseñanza media que acuden a esperar a sus hermanitos. Acostumbra a venir un caballero de edad avanzada, un antiguo coronel, quien no tiene inconveniente en agacharse para recoger del suelo un cuaderno o una pluma que se le haya caído a algún chico.
Tampoco faltan señoras bien vestidas que hablan con otras mujeres de pañuelos a la cabeza y la cesta al brazo de las cosas de la escuela, y dicen, por ejemplo:
—¡El problema de hoy era muy difícil!
—La lección de Gramática de esta mañana no parecía tener fin.
Y cuando se enferma alguno, todas lo saben, y se alegran cuando recobra la salud. Precisamente había esta mañana ocho o diez señoras y trabajadoras que rodeaban a la madre de Crossi, la verdulera, preguntándole por el estado de un niño de la clase de mi hermanito, vecino de ella, que se encuentra en peligro de muerte. Parece que la escuela haga a todos iguales y amigos.