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Una fina llovizna de verano cae sobre los arriates de flores vacíos que hay debajo de mi ventana.

El médico vuelve a examinarme los ojos con una linterna. Me pone tres inyecciones. La enfermera me limpia las heridas y se ocupa de mis vendas. El médico sonríe y me da la mano. La enfermera asiente y me besa en la mejilla. Salen para que me vista.

Ha dejado de llover y el sol brilla en algún lugar detrás de las nubes.

Salgo de la cama y me pongo un abrigo militar que pesa mucho. Me ajusto la correa y me subo el cuello. Echo a andar por el pasillo hasta la sala de día. Recorro la alfombra con una esvástica en alto, en la mano. Los demás enfermos están postrados a mis pies con sus batas puestas…

Un sol fugitivo se reflejaba en sus lágrimas.

He estado muy lejos; Me despido de todos.

Muy lejos de ella y de sus brazos; El reloj del hospital da la una.

La semana del odio.

Esto es el norte.

Donde hacen lo que quieren.

Wellington Street, Leeds.

Bajo del autobús. Entro en los lavabos de la estación de autobuses. Me quito la gorra y el abrigo. Me quito las vendas. Me miro en el espejo. Inclino la cabeza y vuelvo a mirarme en el espejo.

Está oscureciendo.

Saco unas tijeras y me corto el pelo. Sacudo la cabeza. El lavabo se llena de pelos. Abro los grifos. Saco una navaja. Mezclo agua y jabón en la mano. Me lo extiendo por la cabeza. Cojo la navaja y me afeito la nuca. Me afeito la cara. Me afeito la cabeza. Me miro en el espejo.

Está oscureciendo y…

Tengo visiones de seises y sietes, de esvásticas y crucifijos grandes, negros y blancos, salpicados de sangre en un búnker subterráneo, en el piso de arriba de un bar, en la pared de un motel, en una habitación de la planta séptima de un hotel.

En la pared de unos lavabos.

Está oscureciendo y estoy confundido.

Vuelvo a ponerme la gorra y el abrigo militar. Saco brillo a mi mejor insignia: UK Decay.

Busco una cabina de teléfono. Entro y cierro la puerta. Descuelgo y marco su número. Ella no contesta: Nunca coge el teléfono, ella nunca coge el teléfono; es así…

Es una guerra de nervios.

Tengo hambre. Entro en una cafetería. Una chica encantadora me pregunta qué quiero. Me prepara una taza de té y una tostada caliente. Le pago. Sonríe. Me llevo el té y la tostada a una mesa. Me siento y la observo mientras trabaja. Disfruto de mi té y mi tostada. Le doy las gracias. Cojo mi cartera y me voy.

Voy por Wellington Street hasta City Square.

Oigo voces desde las furgonetas.

Paso por delante de dos leones de piedra y llego a la estación de Leeds.

Hay carteles en las paredes.

Sigo por Boar Lane y paso por la puerta del Hotel Griffin.

Hay fantasmas en todas las esquina.

Sigo por Vicar Lane y Call Lane.

En las ventanas y en las puertas.

Cruzo el mercado y entro en la estación de autobuses de Millgarth.

Una gárgola acecha con sus alas negras;

Me vigila con las garras tan afiladas como borrosos son los recuerdos.

Ya es de noche y estoy confundido; Espero un autobús para ir a Fitzwilliam.

Una sombra en la pared.

Llega el autobús. Subo. Me siento en las escaleras.

El asiento trasero es duro.

Enciendo cerillas. Fumo. Leo en los asientos: Blancos de Thornhill; Jeff es maricón; LUFC; Barry 4 Clare.

Enciendo cerillas. Recuerdo caras. Me acuerdo de ella.

Pienso en ella a todas horas.

Enciendo cerillas.

¿Le gustaré? ¿Me querrá? ¿Me dejará entrar? ¿Me dejará quedarme?

¿Se acordará de mí? ¿Me odiará? ¿Querrá verme muerto, como quiere la gente?

Las tiro al suelo.

Esos putos cabrones nos tratan de gilipollas.

Enciendo otra cerilla.

¿Por qué una persona cae bien y otra no?

¿Por qué a una la quieren y a otra no?

Me quemo los dedos. Tiro la cerilla.

A él le mienten pero a ella no.

Para él un beso y para mí un bofetón.

Cierro los ojos.

Está oscureciendo.

Quiero abrirlos, pero no puedo.

Tengo los pantalones en los tobillos. Tus manos en mi polla. Tu polla en mi boca. Te corres en mi cara. Me pegas. Me violas. Me das la pasta. Me dices que no diga ni mu. Que si abro la boca matarás a mi madre…

Me bajo en la siguiente parada.

Tengo nueve años.

1, 2, 3, 4, 5, 6, 7…

Los niños buenos van al cielo.

Cruzo la calle. Atajo por el cementerio. Salgo a otra calle…

Mi calle, nuestra calle: Newstead View.

Aquí empezó todo:

Fitzwilliam, 1967.

No hay cielo.

Vuelvo a mirar el reloj. Es la una en punto.

La semana del odio.

Voy por la calle.

Nuestra calle.

Llego a la casa.

Nuestra casa.

Abro la cancela. Cruzo el jardín.

Todo está oscuro y estoy confundido.

Llamo al timbre y espero.

Una sombra en la pared, en el silencio de su noche.

Oigo pasos. Veo a un niño detrás del cristal.

Pienso en ella a todas horas.

Espero.

He estado muy lejos, muy lejos de sus brazos; Ya estoy en casa.

He vuelto de debajo de la tierra.