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Paras de escribir.

Hay una luz fuera, bajo la lluvia.

Las ramas siguen dando golpes en el cristal.

Sueltas el bolígrafo.

Tienes delante siete sobres gruesos.

Las ramas dan golpes en el dolor.

Cierras los sobres.

Es martes, 7 de junio de 1983.

Las ramas dan golpes en el dolor.

D-2.

Abres la puerta del baño. Entras y te paras delante del lavabo. Tienes los ojos cerrados. Abres los grifos. Te quitas las vendas. Te quedas delante del lavabo. Tienes los ojos cerrados. Te lavas las heridas. Te secas. Sigues delante del lavabo. Abres los ojos. Te miras en el espejo.

Escrito con pintalabios:

Todo el mundo lo sabe.

Sales de Wakefield por última vez, con la radio encendida: El patólogo que examinó al señor Roach comunicó ayer a los responsables de la investigación que la víctima se autolesionó y se metió la pistola en la boca. Admitió, sin embargo, que no podía estar seguro al cien por cien. Los responsables de la investigación también han sabido que el señor Roach aseguraba que oía voces desde hacía algún tiempo. Colin Roach, de veintiún años, murió a raíz de diversas heridas de bala, en la entrada de la comisaría de Stoke Newington el pasado mes de enero…

Pasas por delante del Calder por última vez, con la radio encendida: El señor Neil Kinnock señaló ayer que era una lástima que tanta gente hubiera tenido que dejarse las tripas en Goose Green para demostrar la fuerza de la señora Thatcher. Entre tanto, las encuestas siguen vaticinando una abrumadora victoria conservadora, mientras la Alianza y los laboristas se disputan el segundo puesto a mucha distancia…

Entras en Fitzwilliam.

Por última vez.

Fitzwilliam de los cojones.

Newstead View.

La calle tranquila:

Ni padres, ni hijos.

Los hombres no están.

Aparcas en la puerta del número 69.

De lo que queda del número 69.

Las ventanas y las puertas están tapiadas.

Las paredes cubiertas de marcas de hollín.

Muebles y ropa amontonados y quemados en el jardín.

Hay siglas pintadas con spray en los tablones: LUFC, UDA, NF, RIP.[10]

Hay palabras:

Pervertido, Pervertido, Pervertido, Pervertido.

Arrancas y conduces despacio hasta el número 54: Hay un taxi aparcado en la puerta, esperando.

La señora Myshkin y su hermana están saliendo por el jardín. Llevan gabardinas y pañuelos en la cabeza. Cada una carga con dos maletas.

Bajas del coche.

La señora Myshkin se para.

—¿Adónde va? —preguntas.

Mira calle arriba, hacia el número 69.

—¿Ha visto lo que han hecho? —dice.

Asientes.

—¿Cuándo?

—Hace dos noches. Una turba incendió la casa.

—Terrible —dice su hermana.

—¿Adónde van? —repites.

—A Leeds, quizá-dice la señora Myshkin.

Te acercas y les coges las maletas.

—¿Quizá? —preguntas.

—Necesito estar cerca de Michael. Hoy voy a Liverpool.

—Lo vi ayer —dices.

—Lo sé. Gracias.

—¿Ha hablado con el hospital hoy?

—Sí —dice—. De momento hablo a diario.

Llevas las maletas al maletero del taxi. Das un golpe en el maletero.

El taxista lo abre.

Guardas las maletas.

—Gracias —dicen la señora Myshkin y su hermana.

—Esperen un momento —dices.

Asienten.

Vas al coche y coges dos sobres. Vuelves y le entregas los dos sobres a la señora Myshkin.

—¿Qué es esto? —pregunta.

—Uno es para usted y para Michael. El otro es para la señora Ashworth.

—¿Quiere que se lo dé?

—Si no le importa.

—Pero no sé cuándo volveré a…

—Seguro que la ve antes que yo.

La señora Myshkin te mira.

Sus ojos se llenan de lágrimas.

Los tuyos también.

—Gracias —dice—. Por todo.

—No he hecho nada.

La señora Myshkin se acerca, se pone de puntillas y te da un beso en la mejilla.

—Claro que sí —dice—. Claro que sí.

Niegas con la cabeza.

Te coge de la mano y la aprieta con fuerza.

—Me enteré de lo que le hicieron —dice.

Vuelves a negar con la cabeza.

—No fue por Michael.

Vuelve a apretarte la mano antes de soltarla y acercarse a su hermana.

Suben al taxi y cierran las puertas. Te dicen adiós con la mano.

Te quedas parado en Newstead View.

Entre bolsas de plástico y cagadas de perro.

Les dices adiós con la mano y las ves alejarse.

Tu sangre seca en el poste de la cancela.

Aparcas en la puerta de otra casa con las ventanas tapiadas, en otra calle de otra zona de Fitzwilliam.

Bajas del coche y subes por la acera. Lees las siglas: LUFC; UDA, NF, RIP.

Lees las palabras:

LEEDS, LEEDS, LEEDS, LEEDS.

Te quedas mirando la esvástica y la soga que han pintado encima de la puerta.

Das media vuelta. Te asomas al costado de la casa para ver dónde termina el jardín trasero.

Avanzas despacio por el costado de la casa. Doblas la esquina y te paras.

Observas el jardín y ves el cobertizo.

El cobertizo con tus trenes y tus vías; El cobertizo.

Donde creíste ver a tu padre; El cobertizo.

Echaste a andar hacia la puerta; El cobertizo.

Abriste la puerta; El cobertizo.

Viste la sangre; El cobertizo.

Viste a tu padre.

La puerta está dando golpes, sacudida por el viento y la lluvia.

Tu madre con la boca abierta, retorcida, entre aullidos y alaridos;

Das media vuelta.

«¿Por qué?».

Abres los ojos.

Miras por encima de la valla rota. Ves otra casa vacía al lado.

Recuerdas a la familia que vivía allí hace mucho tiempo.

Dos niños, la madre y el padre.

«Un hombre muy simpático».

El padre.

«Tan bueno con los niños».

El padre.

George Marsh.

Obsesionado, conduces.

Con los guantes chorreando y flaca como un palo.

Obesionado.

Señala en silencio.

Aparcas en la puerta de una casa pequeña y blanca con un jardín pequeño y verde, en el que no hay nada.

Maple Well Drive 16, Netherton.

Llamas a la puerta de cristal. Te entra una arcada de agua salada. Escupes.

Una mujer regordeta, con permanente y pelo gris abre la puerta.

Te limpias la boca:

—¿Señora Marsh?

Niega con la cabeza.

—No —dice.

—Perdone. Creía que…

—Los Marsh vivían aquí —dice—. Hace años.

—¿No sabrá adónde fueron?

Vuelve a negar con la cabeza.

—¿No se marcharon a escondidas? —dice.

—¿A escondidas?

—Hace casi diez años. El banco se quedó con la casa.

—¿Se evaporaron? —preguntas.

—De la noche a la mañana.

—Creo recordar que tenían una parcela…

Niega con la cabeza:

—Un terreno ahí detrás, pero no…

—¿No venía con la casa?

—No —se ríe.

—¿De quién es?

—¿El terreno?

Asientes.

—No lo sé. Puede que de Coal Board.

—Gracias —dices.

Asiente.

Das media vuelta y vuelves por el jardín.

—Perdone —dice—. ¿Quién es usted?

—Soy abogado. John Piggott.

—Espero que no haya ningún problema con la casa.

—No. Eran amigos de mis padres; sólo es eso.

La cancela que da a los terrenos detrás de la casa no se abre.

Saltas el muro de piedra. Subes por el camino de los tractores, embarrado, hasta la hilera de cobertizos oscuros que está al final de la cuesta.

El cielo está muy cargado, a punto de romper a llover a cántaros otra vez.

A mitad de camino te vuelves a mirar por encima del hombro. Ves la casa pequeña y blanca con su jardín pequeño y verde junto a las demás casas pequeñas y blancas con sus jardines pequeños y verdes.

Ves a la mujer regordeta con permanente y pelo gris en la ventana de la cocina.

Sacas el pañuelo y te secas la cara.

El aliento te huele a mierda.

Vuelves a escupir y sigues andando.

Llegas a la hilera de cobertizos.

Te asomas a mirar entre las grietas de la madera y los huecos de los ladrillos: Ves semilleros y periódicos amarillentos, tiestos y ejemplares antiguos del Radio Times.

Sólo semilleros y tiestos hasta que llegas al último cobertizo: El que tiene la ventana tapiada con ladrillos. La puerta negra con un candado.

Llamas a la puerta.

No contestan.

Das golpes con el candado.

Nada.

Coges medio ladrillo y revientas el candado.

Abres la puerta.

Abres la puerta y ves las fotos en la pared.

Fotos que ya has visto antes en otra pared: Jeanette Garland, Susan Ridyard, Clare Kemplay y…

Una foto nueva, recortada de un periódico sucio.

Hazel.

Sabes dónde está.