19
Los viejos tiempos.
Bien entrada la noche oscura.
5.º día:
Una de la madrugada.
Miércoles, 16 de julio de 1969:
Yorkshire.
Leeds.
Comisaría de Brotherton House:
En el sótano.
Sala 4, siempre la sala 4:
George Marsh, de cuarenta y tres años, con la camisa y los pantalones grises del detenido.
George Marsh, muy erguido en su silla, al otro lado de la mesa.
George Marsh, capataz de las obras de Construcciones Foster enfrente de Brunt Street 13, en Castleford.
La casa de Jeanette Garland, en Brunt Street 13.
Jeanette Garland, de ocho años, desaparecida desde el sábado, 12 de julio de 1969.
—¿Por milésima vez, George, qué cojones hiciste el sábado? —le pregunto a George Marsh.
Y por milésima vez contesta:
—Nada.
Los viejos tiempos.
Bien entrada la larga noche oscura.
5.º día:
Tres de la madrugada.
Miércoles, 16 de julio de 1969:
Yorkshire.
Leeds.
Comisaría de Brotherton House:
En el sótano.
Sala 4, siempre la sala 4:
Abrimos la puerta y entramos:
Bill Molloy y yo.
Molloy con un mechón gris en el pelo negro y denso; yo con mis gafas de cristales gruesos y montura negra.
El Tejón y el Búho.
Y él:
George Marsh, de cuarenta y tres años, con la camisa y los pantalones grises del detenido.
George Marsh, muy erguido en su silla, al otro lado de la mesa.
George Marsh, capataz de las obras de Construcciones Foster enfrente de Brunt Street 13, en Castleford.
La casa de Jeanette Garland, en Brunt Street 13.
Jeanette Garland, de ocho años, desaparecida desde el sábado, 12 de julio de 1969.
—Las manos extendidas encima de la mesa —le digo.
George Marsh extiende las manos encima de la mesa.
Me siento en diagonal. Saco unas esposas del bolsillo de la cazadora y se las doy a Bill.
Bill se pone a dar vueltas por la habitación y juega con las esposas. Se sienta enfrente de Marsh. Se pone las esposas en los nudillos.
Silencio.
La sala 4 en silencio, el sótano en silencio.
La comisaría en silencio, la avenida Headrow en silencio.
Leeds dormido, Yorkshire dormido.
Bill se levanta de un salto, con las esposas en los nudillos, y se las clava a Marsh en la mano derecha.
Marsh grita.
Grita.
Aunque no mucho, bastante poco.
—Vuelve a poner las manos en la mesa —le ordeno.
Marsh vuelve a poner las manos en la mesa.
—Extendidas.
Las extiende.
—¡Qué mala pinta! —dice Bill.
—Tendría que verlas un médico —digo.
Le sonreímos los dos.
Marsh no sonríe, sólo mira al frente.
Me levanto y voy a la puerta. Abro la puerta y salgo al pasillo.
Vuelvo con una manta.
Se la pongo a George Marsh encima de los hombros:
—Vamos allá, amigo.
Vuelvo a sentarme. Saco un paquete de Everest del bolsillo de la cazadora y le ofrezco un cigarrillo a Bill.
Bill saca un mechero. Me da fuego y enciende el suyo.
Le echamos el humo a Marsh en la cara.
Tiene las manos extendidas encima de la mesa.
Bill se inclina sobre la mesa y acerca el cigarrillo a la mano derecha de Marsh. Le da vueltas con los dedos.
Marsh no parpadea. Calla.
La sala 4 en silencio. Marsh en silencio.
La comisaría en silencio, la avenida Headrow en silencio.
Bill se inclina y agarra a Marsh de la mano derecha. Sujeta con fuerza la mano derecha de Marsh y le apaga el cigarrillo en la mano.
Marsh grita.
Grita.
Aunque no mucho, bastante poco.
—Las manos extendidas encima de la mesa —le ordeno.
Marsh extiende las manos encima de la mesa.
Apesta a piel chamuscada.
De George.
—¿Otro? —le pregunto a Bill.
—No me importaría —dice. Saca otro Everest del paquete. Lo enciende y mira fijamente a Marsh. Se inclina sobre la mesa y acerca el cigarrillo a la mano de Marsh.
Marsh mira al frente…
En silencio:
La sala 4 en silencio. Marsh en silencio.
La comisaría en silencio, la avenida Headrow en silencio.
Bill y yo nos levantamos.
—Levántate —le ordeno.
Marsh se levanta.
—La vista al frente.
Marsh mira al frente, sin ninguna expresión.
—No te muevas.
Bill y yo apartamos a un lado la mesa y las tres sillas. Abro la puerta y salimos al pasillo. Cierro la puerta y observo a Marsh por la cerradura. Está de pie, en el centro de la habitación. No se mueve y mira al frente, sin ninguna expresión.
—Es duro de pelar —digo.
—¿Dónde está Dickie? —pregunta Bill.
—Está aquí.
—¿Lo tiene todo preparado?
Digo que sí con la cabeza.
—Pues que venga.
Echo a andar por el pasillo.
Dick Alderman ya está esperando en una de las celdas del fondo.
—Estamos listos —digo.
Asiente.
Echamos a andar por el pasillo. Alderman lo lleva debajo de una manta.
—Buenos días —dice Bill, saludando a Alderman con la cabeza.
—Buenos días —contesta Alderman con voz pastosa. Le apesta el aliento a alcohol.
—¿Estás preparado, Richard?
Alderman dice que sí con la cabeza.
—¿Has desayunado un par de lingotazos para infundirte valor?
Alderman intenta apartar la cabeza.
Bill lo agarra del pescuezo.
—No la cagues, Richard —dice.
Alderman asiente. Bill le da una palmadita en la cara. Alderman sonríe. Bill sonríe.
—¿Listos? —pregunto.
Asienten los dos. Alderman deja la caja en el suelo, por ahora, en el pasillo. Bill le da un paquete envuelto en papel marrón.
Abro la puerta y entramos.
En la sala 4, siempre la sala 4:
George Marsh, de cuarenta y tres años, con la camisa y los pantalones grises del detenido.
George Marsh, capataz de las obras de Construcciones Foster enfrente de Brunt Street 13, en Castleford.
La casa de Jeanette Garland, en Brunt Street 13.
Jeanette Garland, de ocho años, desaparecida desde el sábado, 12 de julio de 1969.
Me quedo en la puerta. Bill y Alderman vuelven a poner la mesa y las sillas en el centro.
Bill coloca una silla detrás de Marsh.
—Siéntate —le ordena.
Marsh se sienta enfrente de Dick Alderman.
Bill coge la manta del suelo y se la pone a Marsh encima de los hombros.
Alderman enciende un cigarrillo.
—Pon las manos extendidas encima de la mesa —dice.
Marsh extiende las manos encima de la mesa.
Bill está dando vueltas por la habitación, por detrás de Marsh.
Alderman deja el paquete marrón encima de la mesa y lo desenvuelve. Es una pistola. La deja en la mesa, entre George Marsh y él.
Sonríe a Marsh.
Marsh mira al frente, sin ninguna expresión.
Bill para de dar vueltas y se detiene detrás de Marsh.
—La vista al frente —le ordena Alderman.
Marsh sigue mirando al frente y al silencio.
Al silencio mortal:
La sala 4 muerta, el sótano muerto.
Alderman se levanta de un salto y sujeta a Marsh de las muñecas.
Bill coge la manta, se la echa a Marsh por encima de la cabeza y la retuerce.
Marsh cae de la silla hacia delante.
Alderman lo sujeta de las muñecas.
Bill sigue retorciendo la manta que le cubre la cabeza.
Marsh está arrodillado.
Alderman lo suelta.
Marsh da media vuelta y choca contra la pared: CRAC…
Resuena en la sala, en el sótano.
Bill le quita la manta, lo agarra del pelo y lo levanta contra la pared.
—Date la vuelta. La vista al frente.
Marsh da media vuelta.
Alderman tiene la pistola en la mano derecha.
Bill tiene un puñado de balas en la mano. Las lanza al aire y las recoge.
Alderman se vuelve hacia la puerta.
—¿Podemos pegarle un tiro? —me pregunta.
—¡Mátalo! —digo.
Alderman sostiene la pistola con las dos manos, extiende los brazos y apunta a la cabeza de Marsh.
Marsh mira fijamente a los ojos de Alderman.
Alderman da un paso al frente. El cañón roza la frente de Marsh. Alderman aprieta el gatillo.
CLIC.
No pasa nada.
—Mierda —dice Alderman.
Se aleja y toquetea la pistola.
Marsh sigue mirando al frente.
—Ya está —dice Alderman—. Esta vez no fallará.
Vuelve a apuntar.
Marsh lo mira fijamente.
Alderman aprieta el gatillo.
BANG…
Marsh cae al suelo.
Creo que está muerto.
Marsh abre los ojos y mira desde el suelo. Ve el humo que sale de la mano de Alderman. Ve los residuos negros que salen del cañón. Los ve flotar y caer al suelo…
Nos ve reírnos a todos.
George Marsh sonríe.
Bill lo levanta del suelo y lo pone de pie contra la pared. Retrocede dos pasos. Avanza un paso. Le da una patada en los huevos.
George Marsh vuelve a caer al suelo.
—Levántate.
Marsh se levanta.
—De puntillas —dice Bill.
Bill avanza un paso y vuelve a darle una patada en los huevos.
Marsh cae al suelo otra vez.
Alderman se acerca y le da una patada en el pecho. Le da una patada en el estómago. Le esposa las manos en la espalda. Le empuja la cara contra el suelo.
—¿Te gustan las ratas, George?
Marsh lo mira.
—¿Te gustan las ratas?
Marsh no contesta.
Abro la puerta.
Bill sale al pasillo y vuelve a la sala. Lleva la caja debajo de la manta. Se acerca a Marsh, que sigue tirado en el suelo. Deja la caja al lado de la cara de Marsh.
Alderman lo agarra del pelo y le levanta la cabeza.
Bill tira de la manta:
—Tres, dos, uno…
Es una rata gorda. Una rata húmeda. Una rata que mira fijamente a Marsh entre los barrotes de la jaula.
Bill inclina la jaula.
La rata se desliza hacia los barrotes, muy cerca de Marsh.
—¡A por él! ¡A por él! —grita Bill.
La rata está asustada. Empieza a bufar. Se agarra a los barrotes. Le clava las uñas a Marsh en la cara.
—Está muerta de hambre —dice Bill.
Alderman empuja la cara de Marsh contra la jaula.
Bill le da un puntapié a la jaula y la rata vuelve a acercarse a los barrotes.
La cola y la piel rozan la cara de Marsh
—Dale la vuelta, dale la vuelta —dice Alderman.
—Ábrela —digo.
Bill da la vuelta a la jaula. La puerta queda mirando hacia arriba. Bill la abre.
La rata está en un rincón, mirando la puerta abierta. Alderman empuja la cara de Marsh contra la puerta abierta de la jaula.
Marsh, con unos ojos enormes, trata de soltarse.
La rata gruñe. La rata se caga. La rata mira a Marsh.
Alderman le empuja la cara un poco más contra la puerta abierta de la jaula.
Marsh se retuerce. Dice algo.
Doy la señal con la cabeza.
Alderman vuelve a agarrarlo del pelo.
—¿Qué? ¿Qué has dicho? —pregunta.
Marsh lo mira y sonríe.
Alderman vuelve a empujarle la cara contra la jaula y grita:
—¿Qué le has hecho? ¿Qué coño le has hecho?
Marsh dice algo.
Vuelvo a asentir con la cabeza.
Alderman vuelve a tirarle del pelo.
—¿Qué has dicho?
Marsh lo mira.
—No he hecho nada. No sé nada. No tengo nada que decir.
—¿De verdad? —dice Bill. Mete la mano en la jaula y coge a la rata de la cola. La balancea y la estampa contra la pared…
¡ZAS!
La sangre salpica a Marsh y Alderman.
—¡Joder! —protesta Alderman.
Bill tira la rata muerta dentro de la jaula. Se agacha, se limpia las manos en la cara de March, en su camisa gris de detenido, y vuelve a preguntarle:
—¿De verdad?
George Marsh se lleva una mano a la cara, se restriega las mejillas, la lengua y los labios con la sangre de la rata y dice:
—John Dawson.
—¿Qué pasa con él? —pregunta Bill.
Marsh se chupa los labios y contesta:
—Él sabe lo que hice. Sabe lo que sé. Él os lo dirá.
Bill mira a Marsh.
Marsh parpadea.
Bill se levanta y le da una patada en las costillas con todas sus fuerzas.
George Marsh se retuerce, se sujeta el costado, tose…
Se ríe.
—Limpiadlo todo. A él y la sala —digo.
Bill y yo salimos al pasillo.
—Ha sido él —digo—. Ha sido ese cabrón.
Bill mueve la cabeza y mira su reloj.
Yo miro el mío.
Está a punto de amanecer.
6.º día.
Pero no hay luz.
No hay luz en el sótano.
Allí sólo hay noche:
Una noche interminable y oscura.
Noches interminables y oscuras, pasado…
Pasado y futuro.
Futuros y pasados:
Tiempos antiguos aún por venir.