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Respira sangre, escupe a ciegas y corre con todas sus fuerzas.

Allí está otra vez: su coche.

Joder.

Se acerca a menos de dos metros y BJ vuelve a huir.

Puerta, viento y lluvia.

Su voz:

—¡BJ!

Salta la valla del descampado, tropieza y cae al suelo al otro lado, sangrando, llorando y rezando sigue dando tumbos hasta los columpios, cruza la verja a duras penas, sale a los huertos, va dejando un reguero de sangre entre las hortalizas y salta la tapia de la calle de viviendas adosadas, gira a la derecha en la calle siguiente, luego a la izquierda y otra vez a la derecha donde están los ligustros.

La espesura.

Un minuto más tarde BJ va andando por el arcén de una carretera muy transitada, con la esperanza de que alguien pare y lo saque de allí…

De la Alemania nazi.

Sigue adelante entre luces amarillas que se acercan como estrellas y luces rojas que se alejan como heridas, practicando alemán mentalmente y pensando en la manera de cruzar al otro lado, donde sólo hay fábricas; hogueras encendidas y humo que asciende, cuervos que picotean los huesos blancos de los bebés y sus madres que gritan:

«Maleficio, maleficio, maleficio, maleficio, maleficio…

Maleficio, maleficio, maleficio, maleficio, maleficio…

«Maleficio, maleficio, maleficio, maleficio, maleficio».

Piensa que al menos allí encontrará un sitio donde esconderse.

Un sitio donde esconderse.

Y entonces para un coche.

Su coche.

Para y baja la ventanilla.

—Vas a coger una pulmonía, Barry.

—Por favor —dice BJ—. Ayúdame.

Se levanta el ala del sombrero negro. Mira el cielo negro de la tarde y la lluvia negra.

—¿Te arrepientes?

BJ asiente.

—¿Te arrepientes de todo lo que has hecho?

BJ mira a la izquierda, a la derecha, a la izquierda, a la derecha.

—Me arrepiento —dice.

El hombre abre la puerta trasera.

BJ sube al coche húmedo y frío y ve un maletín negro en el asiento.

El coche arranca.

—Agacha la cabeza —dice el hombre.

BJ obedece.

Cuando salen a la autopista, BJ se asoma:

—¿Adónde vamos? —pregunta.

—A la iglesia.

Es 1980.

Me encontró escondido…

En la iglesia de Cristo Abandonado, en el apartamento 6 del segundo piso de la casa 6 de Portland Square, en la antigua y maldita ciudad fantasma de Leodis, BJ está perdido otra vez; muerto de sueño y borracho en una cama doble, perdido en otra habitación; ha vuelto a afeitarse la cabeza y a sacar brillo a sus botas de cordones para volver a ser el Hijo Nórdico. El Ángel Negro está a su lado, en la cama, con la ropa arrugada y las alas quemadas; es Hierofante, el Padre del Miedo, y susurra entre lágrimas sus cánticos de muerte: Sabía que no era feliz…

—E. conoció a Michael y Carol Williams en su casa de Ossett en diciembre de 1974, cuando lo invitaron a dar una charla sobre la Iglesia católica apostólica. Comulgamos con pan y Ribena sin aguar. Al día siguiente, durante los rezos, Michael habló en lenguas por primera vez. Los tres lloramos al ver que recibía el don del Espíritu Santo. Es un don hermoso, pero es aterrador.

Estaba hecho un lío…

—Y de pronto se oyó un estruendo en el cielo, como una ráfaga de viento muy fuerte que entró en la casa de Towngate donde nos encontrábamos. Y vimos aparecer unas lenguas de fuego que se posaron sobre Michael. Entonces se llenó del Espíritu Santo y empezó a hablar en lenguas por obra y gracia del Espíritu.

Confundido a más no poder…

—En enero de 1975 Michael vino a verme un día, sin avisar. Dijo que había visto al diablo, y que el diablo le había ordenado que se matara en su coche. Luego me besó en los labios. No fue un beso cristiano y nos separamos bruscamente, asqueados.

Sentado en un rincón, temblando de miedo…

—Al día siguiente Michael se acercó a sus vecinos en la calle. Les dijo que el fin del mundo estaba cerca. Vino a la iglesia y me dijo que el diablo lo había seducido. E. Recitó una oración de absolución, la Llegada del Espíritu Santo. Estaba muy cansado y se fue a casa antes de que cayera la noche. Tenía miedo de la oscuridad.

Me sentía atrapado…

—El viernes, 24 de enero, Michael le dijo a Carol que se deshiciera de todos los crucifijos y los libros religiosos de la casa, y Carol obedeció. Cuando llegó la hora de acostarse, Michael dejó la radio encendida. Tenía miedo del silencio de la noche.

Me desnudo y me meto en la cama…

—El sábado E. decidió dar a Michael y a Carol un descanso de sus preocupaciones. Pensó que les vendría bien un paseo al aire libre por Yorkshire Dales. Cuando E. cogió la carretera de Wharfedale, Carol se sintió muy aliviada, hasta que Michael soltó un alarido desgarrador, como si vociferara todas sus oraciones con un grito muy agudo, cargado de blasfemias y maldiciones contenidas. «Necesita ayuda urgentemente», dijo Carol.

Los movimientos en su cama…

—E. decidió volver a la iglesia. A las siete y media de la tarde, Michael empezó a comportarse de un modo irracional, violento y escandaloso. Cogió a mi gato y lo lanzó por la ventana. Le servimos un plato de comida, para que se tranquilizara y pensara en otra cosa, pero lo tiró al suelo. Mi opinión era que una fuerza maligna muy poderosa emanaba de Michael, que estábamos sin duda ante un caso de posesión diabólica. Carol, por su parte, estaba convencida de que su exmarido, Jack, tenía relaciones con un grupo satánico y que había entregado a Michael al diablo. La violencia física y verbal de Michael, que amenazaba con matar a alguien, y el hecho de que invocara el poder de la luna, me convencieron de que había que practicar un exorcismo sin pérdida de tiempo.

Tan arrepentido y tan, tan confundido…

—E. se llevó a Michael a la sacristía y lo acostó encima de tres casullas: una roja, una dorada y una verde. Empezó a hacerle preguntas, a encontrar respuestas, a hacerle sugerencias, a rezar y a expulsar a los demonios uno por uno. Fue nombrando a todos los demonios por su maldad: brutalidad, lascivia, blasfemia, herejía, masoquismo, y así sucesivamente. Su mujer le ponía en la boca un crucifijo de madera mientras E. rezaba por él. Michael no paraba de retorcerse, y Carol y E. tenían que sujetarlo por la fuerza. Cada vez que desinflaba las mejillas y jadeaba para coger aire expulsaba otro demonio. A mediodía del domingo estábamos todos agotados. Lo habíamos librado de cuarenta demonios, pero por desgracia aún le quedaban dos: la violencia y el asesinato.

Entre la vida y la muerte…

—E. estaba convencido de que en alguna parte había un muñeco para Michael, de esos que usa la gente para clavarles alfileres; a menos que lo encontráramos y lo quemáramos, E. no podría expulsar al espíritu del asesinato. Dios le había dicho que si Michael volvía a casa esa tarde mataría a su mujer. E. trató de buscar un médico, pero era domingo y no lo encontró. E. quería llamar a la policía, pero Carol dijo que Michael se enfadaría mucho si llamaban a la policía. A las ocho y media de la tarde, E. llevó a Michael y a Carol a su casa. Se fue de allí a las nueve, en busca del muñeco y del exmarido de Carol. Lo último que dijo Carol fue: «Mi marido va a descansar bien».

Perdido en la habitación…

—E. por fin volvió con Jack, el exmarido de Carol. Encontraron a Michael Williams en el jardín, a cuatro patas, rozando el césped con la frente. Estaba desnudo: sólo llevaba puestos los calcetines y los anillos de su mujer en los dedos. Con esos mismos dedos le había arrancado los ojos y la lengua y, mientras ella se ahogaba en su propia sangre, tendida en la hierba, le había clavado un clavo de veinticinco centímetros en la coronilla. El primer policía le preguntó:

—¿De dónde ha salido tanta sangre?

—Es la sangre de Satanás.

—¿Ha matado a su mujer?

—No, a ella no —dijo—. Yo la quería.

Me encontraron escondido…

En la iglesia de Cristo Abandonado, en el apartamento 6 del segundo piso de la casa 6 de Portland Square, en la antigua y maldita ciudad fantasma de Leodis, BJ sigue perdido; muerto de sueño y borracho en una cama doble, perdido en tantas habitaciones; ha vuelto a afeitarse la cabeza y a sacar brillo a sus botas de cordones para convertirse de nuevo en el Hijo Nórdico. El Ángel Negro está a su lado, en la cama, con la ropa arrugada, las alas quemadas y muñecos en el bolsillo; es Hierofante, el Padre del Miedo, y está susurrando:

—Es hora de que Jack vuelva a casa.

En la sombra.

Anillos sobre la cama.

En la sombra de los Cuernos…

BJ con la cabeza inclinada, coronado.