18
Jueves, 20 de noviembre de 1975: Perdida y encontrada.
Preston, Lancashire:
Vienen a matar.
Están aporreando la puerta.
—¿Quién es?
—Soy yo, Walter.
—Ahora no.
—Déjame entrar.
BJ se levanta mientras Walter sigue aporreando la puerta. Abre la puerta.
—¿Qué pasa?
—Es Clare —dice Walter.
—¿Qué?
—Creo que ha ido a verlos.
—¿Qué?
—No está en su habitación.
—¿Y?
—Por lo que decía…
—¿Qué?
—«Hoy vendrán a buscarme y me matarán». Eso dijo.
BJ se pone los pantalones y la cazadora.
—¿Cuándo? —grita.
—Esta tarde.
—¿Por qué no me lo has dicho antes?
—Porque no estabas.
—Joder.
—¿Dónde estabas?
—Vete a la mierda —le suelta BJ al pasar por su lado.
Y se larga.
El St. Mary’s, Preston:
Una iglesia en el infierno.
El salón decorado con un llamativo papel de flores de terciopelo en las paredes, asientos de piel sintética y mesas de formica, carmín en los vasos y carmín en las colillas…
En la otra sala, una mujer corpulenta está perpetrando Superstar.
—¿Dónde está Clare?
—Se acaba de ir, encanto.
—¿Adónde?
—Negocios.
—Joder.
—Lo que tú digas.
Otra vez bajo la noche negra y la lluvia negra.
Cuesta abajo.
Por el centro.
A casa de Roger Kennedy.
Llamas a golpes sin parar.
Su mujer abre la puerta con un niño en brazos.
—¿Sí?
—¿Está Roger?
—No, está en…
—¿Dónde?
—Trabajando…
—¿En el albergue?
Dice que sí con la cabeza, desconcertada.
Noche negra y lluvia negra.
De vuelta por el centro.
Cuesta arriba.
Al St. Mary’s, al albergue.
Aporreas la puerta de la recepción; un fluorescente parpadea.
Pero no es Roger, es Dave Roberts.
—¿Qué pasa?
—¿Has visto a Roger?
—Se ha ido a casa.
—Su mujer no dice eso.
—¿Qué? —pregunta Dave Roberts, frunciendo el ceño.
—Vengo de su casa.
—¿Por qué?
—No encuentro a Clare.
—¿Y?
—Estoy preocupado por ella.
—¿Y eso qué tiene que ver con Roger?
—¿No tienes ojos en la cara?
Dave mueve la cabeza varias veces.
—BJ…
—Vete a tomar por culo… —dice BJ, sin darle tiempo a abrir la boca.
—Escucha…
Pero BJ vuelve a subir las escaleras y entra en la habitación de Clare.
Nada, nadie.
Recorre el pasillo y aporrea la puerta de Walter: Nada, nadie, pero la puerta está abierta.
BJ entra y mira por todas partes.
En la mesa, junto a la ventana, ve el cuaderno rojo.
Se acerca y lo abre:
Recortes de Michael Myshkin y recortes de prostitutas asesinadas.
Cierra el cuaderno y da media vuelta.
Walter está en el pasillo:
—¿Qué haces? —pregunta desde la oscuridad.
—Busco a Clare —balbucea BJ.
—¿En un cuaderno viejo?
BJ se queda mirando la alfombra marrón.
—¿Y la has encontrado?
BJ levanta los ojos.
—No.
—¿Y a qué esperas? —grita Walter—. No queda mucho tiempo.
—Vete al carajo.
BJ aparta al capullo de un empujón y vuelve a su cuarto.
Mete un montón de ropa en una bolsa.
Vuelve al cuarto de Clare y hace lo mismo.
Baja las escaleras y sale del albergue.
Noche negra y lluvia negra.
Otra vez cuesta arriba.
Otra vez al St. Mary’s.
La iglesia en el infierno y…
Otra vez en el salón decorado con un llamativo papel de flores de terciopelo en las paredes, asientos de piel sintética y mesas de formica, carmín en los vasos y carmín en las colillas…
La mujer corpulenta en la sala de al lado ahora está perpetrando We’ve Only Just Begun.
—¿Ha vuelto Clare?
—Todavía no, encanto.
—¿Puedes decirle que BJ la está buscando? —dice, jadeando—. Dile que la espero en la estación.
—Lo que tú digas.
Un último sitio posible.
El último en el mundo entero:
A la izquierda en Frenchwood Street, en la esquina de Church Street.
Una hilera de seis garajes estrechos, todos salpicados con pintadas blancas y restos de pintura verde en las puertas…
Del mal.
La última puerta está dando golpes, sacudida por el viento y la lluvia.
La última puerta.
BJ abre la puerta y entra.
Un espacio pequeño, de unos veinticinco metros cuadrados, con olor a jabón dulce, a sidra y a Durex…
El Reino del Mal.
Hay cajas de embalar a modo de mesa, leña amontonada y trastos viejos: Periódicos viejos y ropa vieja.
El Antiguo Reino del Antiguo Mal.
Por todas partes botellas: botellas de jerez, botellas de alcohol y botellas de productos químicos, todas vacías.
El mal.
Un chaquetón marinero a modo de cortina cubre la única ventana, que mira a la nada…
Que mira sólo al mal, al Reino del Mal.
Los restos de una hoguera grande y cenizas mezcladas con ropa quemada.
En la pared que está enfrente de la puerta alguien ha escrito con pintura roja: La viuda del pescador.
BJ toca la pintura. Está húmeda.
Roja y húmeda.
La puerta se abre a su espalda y BJ da media vuelta.
—¡DAME SAL! —grita un hombre, un hombre malvado con harapos negros—. Para conservar la carne —dice.
BJ lo aparta de un empujón y sale. Vuelve a la calle. Esquiva un coche, que toca el claxon.
—¡DAME SAL!
La noche más negra y la lluvia más negra.
Cuesta abajo.
Otra vez al St. Mary’s.
Al infierno.
Otra vez al salón con un llamativo papel de flores de terciopelo en las paredes, asientos de piel sintética y mesas de formica, carmín en los vasos y carmín en las colillas…
La mujer corpulenta se ha callado y en la otra habitación reina el silencio.
—Se te ha vuelto a escapar, encanto.
—Mierda.
—¿Le has dicho que la estaba buscando?
La mujer dice que sí con la cabeza.
—¿En la estación de autobuses?
Vuelve a asentir.
—Joder.
—Lo que tú digas.
La estación de autobuses…
Casi medianoche:
Nadie.
BJ se sienta y espera.
Clare no aparece.
Es medianoche.
Es tarde.
Jueves, 20 de noviembre de 1975,
Demasiado tarde.