CAPÍTULO 42
─¿PUEDO ir contigo?─le pregunto. Lleva un jersey de lana gris y unos vaqueros desgastados que le caen con gracia sobre las caderas. Cuando viste con traje, desprende una autoridad y magnetismo feroz que es imposible ignorar. Pero si hace gala de ese estilo innato que tiene, con unos simples vaqueros se convierte en el hombre más sexy, centro de todas las miradas femeninas.
─ No creo que sea buena idea. La última vez que apareciste por allí, Diana montó en cólera. Además, sólo voy a estar un par de horas. ─Pero es que estoy agobiada entre estas cuatro paredes. ¡Me tratáis como si estuviera enferma! Necesito salir y respirar un poco de aire fresco─replico, y pongo cara de tarada para evidenciar que me falta el aire. ─Tienes razón. Sólo porque te disparasen a dos milímetros del corazón y estuvieras al borde de la muerte durante dos días no debemos preocuparnos por ti. Qué raros somos todos─responde, con ironía. Tuerzo el gesto y me cruzo de brazos. ─Al menos déjame en la cafetería de Adriana. ─No─replica, y también se cruza de brazos, como si quisiera afianzar su decisión. ─Pues me pillo un taxi. ─Mira que eres testaruda. ¿Para qué quieres ir a ese maldito pueblo que sólo nos ha traído problemas?─antes de que pueda replicar, él me da un beso en la frente y dice─: Quédate aquí y descansa. Frunzo el entrecejo y lo veo marchar. Porque él lo diga... Cinco minutos más tarde, y aprovechando que es la primera vez que me quedo sola en casa de mis tíos, me meto las llaves y la cartera en el bolsillo, pues todavía no puedo cargar con el peso del bolso, y me dirijo hacia la puerta. Leo lloriquea al verme salir, y como soy una blanda, me agacho para colocarle la correa. ─Tú nunca me fallas, ¿verdad precioso? ¿Quieres venir conmigo a dar una vuelta? El perro ladra y mueve la cola. Pido un taxi que me lleve a Villanueva del Lago, y antes dejo una nota en casa de mis tíos en la que les explico que he ido a dar una vuelta, pero como sé que pondrían el grito en el cielo si se enterasen de que voy al pueblo donde asesinaron a Érika, omito decirles al lugar al que me dirijo. El taxista me deja frente a la cafetería de Adriana. Todavía tengo que hablar con ella, y antes de que regrese a Madrid, me gustaría ofrecerle mi ayuda para que salga de esa relación tóxica en la que se ha metido. Al entrar en la cafetería, el tío de Adriana carraspea molesto al percatarse de mi presencia. Opto por la vía diplomática, y decido que lo mejor será no mostrar el rechazo que siento hacia él. ─Hola, venía a hablar con Adriana. ─No está. Hace tiempo que no viene por aquí─sentencia, y hace un cabeceo para que me largue. ─Pero...la última vez... ─No se permiten perros dentro del recinto─me espeta, señalando con desprecio a Leo. ─Está bien, ya me marcho. Si la ves, dile que me llame─le pido. ─Seguro ─replica, en un tono que evidencia todo lo contrario. Salgo de la cafetería con un creciente malestar, y me llevo la mano al pecho cuando la herida se tensa y comienza a picarme. Me estoy arrepintiendo de haber venido hasta aquí movida por un estúpido impulso, por lo que cojo mi teléfono y llamo a un taxi, pero en ese momento, Leo tira de la correa, y como estoy demasiado débil, soy incapaz de controlarlo. El perro se larga corriendo, y yo lo llamo a voz en grito. ─¡Leooooo, vuelve aquí!─le ordeno. Como ningún macho me hace caso, el perro me ignora y sigue corriendo, internándose en el bosque y siguiendo el sendero que conduce a la casa de Érika. Mierda. Angustiada, me encamino todo lo deprisa que puedo a buscarlo. Lo llamo y sigo su rastro, pero el perro no me responde, por lo que empiezo a asustarme y me preocupa que se haya perdido. Corro todo lo deprisa que puedo, a pesar de que sé que no debo hacer esfuerzos. Adoro a ese perro, a pesar de que es desobediente, vago y nunca caga donde se lo ordeno. ─¡Leooooooo!─vuelvo a gritar. Vislumbro la casa de Érika, y encuentro al perro jugueteando con el agua. Creo que es el único perro al que le encanta sumergirse en cualquier charco, por lo que temerosa de que se ahogue, me acerco por detrás, y antes de que se tire al agua, logro cogerlo. Lo miro cabreada, y le pongo la correa, atándomela a la muñeca para que no se vuelva a escapar. Lo dejo en el suelo, y le hablo como si fuera una persona adulta. Sé que es irracional, pero este perro me entiende, aunque opte por desobedecer todas mis órdenes. ─¡Como vuelvas a salir corriendo te llevo a la perrera!─lo amenazo. Leo gime, y me da tanta penita que me agacho sobre mis rodillas y lo acaricio. Si es que soy una blanda...normal que no me eche ni puñetera cuenta. ─Bueno...vale, a la perrera no, pero voy a dejar de comprarte ese pienso de colorines que tanto te gusta. ¡Que sea la última vez! Me incorporo con dificultad, y me llevo la mano al pecho para tomar una bocanada de aire. Leo vuelve a gemir, y se coloca detrás de mis piernas, asustado. Le voy a decir que no soy una persona tan cruel como para odiar a los animales, pero entonces siento que hay alguien a mi espalda, y suelto un grito. Me vuelvo, y me encuentro con la figura del inspector de Policía de Villanueva del Lago. ─¡Dios Santo, Jaime, qué susto me has dado!─me tranquilizo, al ver que es él. Él echa una mirada curiosa, primero al perro, y luego se centra en mí, durante un tiempo que me parece excesivo.
─ Hola Sara. Pensé que estabas en Madrid─me dice, y parece molesto porque yo haya vuelto al pueblo. Sé que no se creyó la excusa que le ofrecí por allanar la cabaña del lago, y que siendo policía, mis continuas pesquisas inoportunas lo deben irritar, pero tampoco es para que me trate con tanta tirantez.
─ Una simple visita─respondo, restándole importancia─. Que tengas un buen día─me despido. Él se desplaza hacia el mismo sitio que yo, impidiéndome el paso. Como sé que sigue trastornado por la muerte de su hijo, trato de no irritarme por su comportamiento tan extraño. Veo que lleva algo en las manos, pero no me da tiempo a fijarme, pues él me habla recabando mi atención. ─¿Has venido sola, Sara? La pregunta me pilla por sorpresa, y no sé por qué, no le respondo. ─Por si quieres que te acerque a la ciudad. Empieza a oscurecer, y vas a perder todos los taxis. ─No te preocupes. Me acercará Héctor. No está muy lejos de aquí ─le respondo, y me paso por su lado para marcharme─. En fin Jaime, que tengas un buen día. El destello de algo muy colorido llama mi atención. Inclino la cabeza para mirar de lo que se trata. ─Adiós Sara. Será mejor que te vayas ya, antes de que oscurezca. ─¿Qué llevas en las manos?─él las oculta tras su espalda, pero me da tiempo a ver que son flores. Flores fucsia. El corazón se me hiela, y a él se le ensombrece el rostro─. Son gitanillas. ─Para la tumba de mi hijo─me informa, y me mira a los ojos infundiéndome verdadero terror. Doy un paso hacia atrás, y miro hacia el sendero del bosque, que ahora me parece muy lejano. ─¿Sabías que las flores preferidas de mi hermana eran las gitanillas?─le pregunto. La voz me tiembla. Él no responde. Sólo me mira, con el rostro ensombrecido y los ojos fijos en mí. Ahora me parece más viejo y demacrado que nunca.
─¿Cuándo dices que murió tu hijo, Jaime?─lo cuestiono. Al hacer la pregunta prohibida, él estruja las flores, que se parten y se caen al suelo. Suelto un grito muy bajito apenas inaudible, y la garganta se me llena de lágrimas. Con nerviosismo, tiro de la correa de Leo y me encamino hacia el bosque. El perro comienza a gruñir, y yo apresuro el paso.
Siento pasos a mi espalda, y sé que Jaime viene detrás de mí, pisándome los talones. ─Sara─ me llama su voz oscura. Empiezo a correr, y jadeo a causa del esfuerzo. El pecho me arde, y cojo a Leo en brazos para que vayamos más rápido. Lo único que puedo pensar es en que voy a morir, en el mismo bosque en el que ella fue asesinada. Me cuesta respirar, y siento que los puntos de la herida me tiran. Entonces, una mano me coge del pelo, me tira hacia atrás y suelto un aullido de dolor. Me vuelvo para defenderme, y algo pesado me golpea el cráneo. Se hace la oscuridad. Me despierto sumergida en las penumbras. Tengo las manos atadas a la espalda, y estoy tirada sobre el suelo de madera. Sé que estoy en la cabaña del lago. Él ha elegido esta cabaña para acabar con mi vida. Trato de incorporarme, pero tener las manos a la espalda dificulta el proceso, y todo lo que consigo es sentarme con la espalda pegada a la pared. Oigo a Leo gemir en algún punto de la cabaña, y le pido que se tranquilice. Me voy acostumbrando a la oscuridad, y observo con detenimiento algo que me sirva para escapar. Se me hiela la sangre al contemplar a una figura masculina, sentada en una silla a pocos metros de mí, observándome. Es Jaime. ─Me alegro de que ya estés despierta. Así aligeramos el proceso. ─Eres asqueroso─le espeto, y trato de incorporarme, pero me derrumbo sobre el suelo. Jaime pone una cara que está lejos de sentirse ofendido. ─Te pedí que te marchases, en varias ocasiones, pero tú tenías que volver y fijarte en esas estúpidas flores. No es culpa mía que vayas a morir, querida Sara. Incluso te he cogido cariño─se pasa la lengua por los labios, y continúa─. Reconozco que verte aquel día en la comisaría me desconcertó. No tenía ni idea de que Érika tenía una hermana, y cuando te vi allí, dispuesta a observar su cadáver, creí que la jodida Érika había vuelto de entre los muertos para seguir haciendo de las suyas. Insistí en que te largaras, pero tú nunca me hiciste caso. Te parecías tanto a tu hermana....luego te fui conociendo, y me di cuenta de que érais muy distintas. Me debatía entre matarte o dejarte vivir, y créeme que al principio opté por lo primero. Te odiaba, simplemente porque me recordabas que ella me había arrebatado lo que más quería en el mundo. Pero luego lo pensé mejor. Ibas acompañada de ese imbécil de Héctor Brown, siempre creyéndose superior a todo el mundo, y para colmo estaba aquel policía con sus aires de ciudad y prepotencia. Era dificil acercarme a ti, así que opté por darte un susto para que te largaras y dejaras de meter las narices donde no te llaman. ¡Maldita sea! ¡Esto es culpa tuya! Si no hubieras regresado...yo no tendría que matarte. ─¿Por qué? ¿Por qué la asesinaste?─exijo saber. Jaime se levanta furioso, y le da una patada a la silla. ─¡Porque me arrebató a mi hijo! ─Creí que él había muerto hace tres años... ─Ese fue tu mayor error, querida Sara. No cuestionar lo que te conté. Te daba tanta pena... Para ti era el padre que había perdido a su hijo... Es evidente que no podía decirte que mi hijo había muerto hace menos de un año, o empezarías a hilar los cabos sueltos. Mi hijo se había suicidado, e intenté que la muerte de tu hermana pasara por un suicidio. ─Si tu hijo se suicidó no fue por culpa de Érika. Somos dueños de nuestros propios actos─replico yo, desafiándolo. ─¡Mientes! En dos zancadas, se planta frente a mí y me cruza la cara de una bofetada. La boca se me llena de sangre, y escupo al suelo, mirándolo a los ojos con odio. ─¡Eres igual que la puta de tu hermana! ─Malnacido─escupo con desprecio.
─ Dime Sara, ¿qué se siente al recibir una bala en el pecho? Estoy seguro de que morir ahogada será mucho peor. ─Alguien vendrá a buscarme─lo reto. ─Ambos sabemos que eso es mentira. Te conozco. Te he estado observando durante todo este tiempo. Apuesto que no le has dicho a nadie a dónde venías, ¿o me equivoco? ─Te equivocas ─le miento, mirándolo a los ojos con falsa seguridad. Su expresión se desconcierta durante unos segundos. ─Mientes. ─Vendrán a buscarme ─le aseguro, para ponerlo nervioso. Él me cruza la cara con otra bofetada, y me mira con rabia. ─¡Cállate de una puta vez! Nadie va a impedir que acabe con tu vida. Se dirige hacia un extremo de la cabaña, y sigo sus pasos con atención. Me estremezco al percatarme de hacia donde se acerca. Jaime coge a Leo en brazos, y el perro le gruñe e intenta morderle. Los ojos se me llenan de lágrimas, y trato de desatarme para asesinarlo con mis propias manos, pero me ha atado muy fuerte, y me es imposible. ─Vamos a ver si dejas de hacerte la dura cuando mate a tu perro ─me amenaza. ─¡Desgraciado, déjalo en paz y métete conmigo! ─No seas impaciente, mi querida Sara. Pronto llegará tu turno. Abro mucho los ojos al ver que Jaime coge al perro del cuello y comienza a estrangularlo. Leo gime y su cola deja de moverse. Grito como una histérica, y en un arranque de lucidez, logro levantarme apoyando el hombro en el suelo y grito. ─¡Leo ataca! Jaime gira la cabeza hacia mí y me mira desconcertado, pero ya es demasiado tarde. Embisto contra él con el hombro y lo derrumbo contra el suelo, pateándolo con las piernas. Leo cae al suelo, y yo soy incapaz de levantarme. ─¡Corre Leo, pide ayuda! ─le grito angustiada. El perro actúa rápido y por instinto. Salta encima del escritorio y se escapa por la ventana. Jaime me empuja para alcanzarlo, pero yo le clavo los dientes en el cuello, mordiéndolo como si me tratara de un pitbull. Suelta un alarido, y me agarra del pelo para que deje de morderlo. Aprieto los dientes sobre la carne, y siento la sangre en mis labios. De un puñetazo, me tira al suelo y sale corriendo hacia el bosque. Cierra la puerta con llave, y me deja encerrada en la cabaña. Espero que Leo haya conseguido escapar. Mientras que Jaime está fuera, busco algo con lo que defenderme. Me incorporo apoyándome con el hombro en el suelo, y contengo una arcada al sentir su sangre en mi boca. Consigo incorporarme a duras penas, y me acerco a la cocina, buscando un utensilio afilado. Pero él ha vaciado los cajones, con toda probabilidad intuyendo que yo me intentaría defender. Angustiada, busco una salida, pero la ventana por la que ha escapado Leo es muy estrecha, y la puerta está cerrada con llave. Me acuclillo sobre el suelo, buscando un clavo que sobresalga de algún tablón de madera. Entonces, una idea desesperada cruza por mi mente, y me dirijo hacia la pared contraria, en la que hay un cuadro colgado de la pared. Lo tiro al suelo con la cabeza, y obervo la puntilla que hay clavada en la pared. Mi hermana era un desastre con el bricolaje, y como intuía, la puntilla no está bien clavada en la pared. Como no tengo otra forma de sacarla, la agarro con los dientes y tiro todo lo fuerte que puedo. Los dientes me rechinan, y al apretar la mandíbula, la herida del pecho me arde de nuevo. No me rindo, tiro con todas mis fuerzas, echando la cabeza hacia atrás. La puntilla sale y me quedo con ella entre los dientes. De una patada, meto el cuadro bajo la cama, y rezo para que Jaime no haya reparado en su existencia. Me siento en el suelo, escupo la puntilla y hago un esfuerzo para cogerla entre las manos. Estoy rasgando las cuerdas cuando la puerta se abre de golpe. Jaime la cierra de un portazo, se dirige hacia mí con cara de loco y me pega una patada en el estómago. Aúllo de dolor y me encojo sobre mí misma. Pero me acuerdo de guardar la puntilla entre los dedos.
─ ¿Ha escapado, verdad? ─adivino, satisfecha y dolorida. ─¡Maldita zorra! ─ me grita. Se detiene un momento, y mira la pared desierta. Yo temo que lo
descubra, y él pestañea varias veces, como si no estuviera del todo seguro. ─ ¡Tu hijo se suicidó porque tenía un padre muy débil!─le grito, para llamar su atención. Lo consigo. Él clava sus ojos en mí. Tiene la expresión ida, enloquecida. Se acerca hacia mí con los puños apretados, y me encojo sobre mí misma, esperando el próximo golpe. Entonces, la puerta se abre y Jaime se detiene. Esperanzada, observo a la persona que hay en la entrada, rezando para que se trate de alguien que haya sido avisado por Leo. Me desconcierto al encontrarme a Adriana, que me mira con una determinación que nunca le había visto. ─¡Adriana, corre y pide ayuda! ─le grito. Ella no hace lo que le pido. Como si no me hubiera escuchado, cierra de un portazo y echa la llave. Se me desencaja la expresión. No entiendo nada. ─¿Adriana? Ella se lleva las manos a la cabeza, que están cubiertas de tierra. ─No he podido encontrar a ese maldito perro─le dice a Jaime. ─No puede ser...─me niego a creer lo que ven mis ojos. ─¡Es un perro, encuéntralo! ─le ordena Jaime. ─No me des órdenes. Esto no habría sucedido si tú no hubieras cogido esas puñeteras flores. Ella no tendría que estar aquí─me señala. ─Pero Adriana...¿Tú? ¿Por qué?─exijo saber. ─¡Cállate Sara! ─ me pide, perdiendo los nervios. ─Tenemos que acabar con ella antes de que alguien venga a buscarla─determina Jaime. Adriana me dirige una mirada dubitativa. ─¿No hay otra opción? ─¡Otra opción! Nos ha visto la cara. Tú odiabas a Érika tanto como yo. Ella es la única culpable de lo que vamos a hacer. ─Pero yo no la maté...─replica ella, tratando de defenderse. ─¡Me pasaste las pastillas! Querías que le diera un escarmiento. ─¡No pensé que fueras a matarla! Joder... Jaime se acerca a Adriana, le pone las manos en los hombros y la mira a los ojos. ─Cuando todo esto acabe, y tu tío muera, heredarás sus propiedades. No tendrás que volver a depender de nadie─la anima. ─Aún le quedan varios meses de vida...su enfermedad... ─¿Prefieres esperar o pudrirte en la cárcel? ¡Mírala, le irá con el cuento a la Policía! Adriana se gira hacia mí, y me observa con una expresión vacía. ─¿Qué hacemos con ella? ─Dame las pastillas. Yo me ocupo de todo. Tú espera fuera y vigila la puerta. Adriana le da un frasco de pastillas, y sale sin ni siquiera mirarme. Confundida y sin entender los verdaderos motivos por los que ella ha participado en el asesinato de Érika, doy un paso hacia atrás cuando Jaime me abre los labios y me mete el bote de pastillas en la boca. Soy incapaz de defenderme con las manos atadas. Intento rasgar las cuerdas que me tienen atadas, pero están muy duras. Le escupo las pastillas a la cara. Jaime me suelta una bofetada. Se incorpora, recoge las pastillas del suelo y se dirige a la cocina. Aprovecho ese valioso momento, y muevo la puntilla sobre las cuerdas. Él machaca las pastillas, las mete en un vaso y las diluye en agua. Las cuerdas empiezan a ceder. Jaime se dirige hacia mí con el vaso en la mano, y me abre la boca. Las cuerdas ceden un poco más. Intento cerrar la boca, pero él me tapa la nariz, y la abro para respirar. Vierte el contenido en mi boca, escupo y parte del líquido se desliza por mi garganta. Las cuerdas se rompen. Lo pillo desprevenido, y me defiendo con las uñas, arañándole el rostro. Pero las pastillas empiezan a hacer efecto, y siento que todo el cuerpo me pesa. Él me empuja, y se ríe histéricamente. Me arrastro por el suelo, y lo veo venir hacia mí. En un arranque de desesperación, me llevo un dedo a la garganta y consigo vomitar el contenido en el suelo. Jaime maldice en voz alta, me agarra del pelo y me golpea la cabeza contra el escritorio. Agarro la lámpara que hay encima, y se la estampo en la cabeza. Él se cae al suelo, me arrastro adormilada, pero cada vez estoy más despierta. Abro la puerta, y me detengo en cuanto veo a Adriana. Ella me mira desconcertada. ─No es posible...─murmura, conmocionada. No me lo pienso. Le suelto una bofetada y la tiro al suelo. Quiero golpearla y hacerle pagar lo que le hizo a mi hermana, pero me puede la sensatez y me incorporo. Ella me agarra del tobillo para detenerme, pero le doy una patada y salgo corriendo. Entonces, interponiéndose en mi salida, me ecuentro con Jaime. Le gotea sangre por todo el rostro. ─Así que vamos a hacerlo por las malas...─se enfurece, y da un paso hacia mí. Retrocedo instintivamente, y busco algo con lo que defenderme. ─Si no te hubieras defendido, habrías muerto ahogada, sumida en un sueño. Eres igual que la perra de tu hermana, pero no va a servirte de nada. Sufrirás como lo hizo ella. Trato de no escuchar lo que me dice, y centrarme en salvar mi propia vida. ─¿Quieres saber cuánto sufrió al morir? Gritaba tu nombre...sólo tu nombre. Los ojos se me inundan de lágrimas. Él se abalanza hacia mí, y me suelta un puñetazo que logro esquivar, pero el siguiente me golpea en el pecho, justo donde recibí el impacto de la bala. Siento que sangro por dentro, y me caigo al suelo, mareada. Las manos de Jaime me agarran el cuello, y aprietan cortándome la respiración. No puedo morir...no ahora.... Llevo las manos hacia las suyas, y le clavo las uñas para que me suelte, pero él no parece sentir nada. Entonces, me llevo las manos al cinturón que tengo en el vaquero, y me lo desabrocho, golpeándole la nariz con la hebilla. Él me suelta y se lleva las manos a la nariz de la que emana un potente chorro de sangre. Echo a correr, mareada por la falta de aire y por el pecho que ha comenzado a sangrarme. Él sigue mis pasos, me coge del pelo y me arrastra hacia el lago. Pataleo y grito todo lo fuerte que puedo. Escucho voces que gritan mi nombre, y yo grito más fuerte. Jaime me tira al suelo, y logro coger una piedra antes de que empuje mi cuerpo al agua. ─¿Y ahora quién te va a salvar, puta?─me espeta, con la cara enloquecida. Agarro la piedra y la escondo tras mi espalda. Él se tira al agua, y nada hacia mí para ahogarme. Oigo las voces cada vez más cerca, y vuelvo a gritar. Jaime me alcanza, y me empuja la cabeza para ahogarme. Le doy una patada, agarro la piedra y le golpeo el cráneo con todas mis fuerzas. ─Yo ─le respondo, y nado hacia la orilla. Me agarro a la plataforma y empiezo a llorar. A lo lejos veo dos figuras masculinas acompañadas por un perro. Cuando voy a subir, la mano de Jaime se cierne sobre mi tobillo, y yo le suelto una patada en la cabeza por puro instinto. Oigo un crujido, y grito que me saquen del agua. Héctor y Erik vienen corriendo hacia donde estoy. Héctor se tira al agua, me abraza y me coge entre sus brazos, nadando conmigo hacia la orilla. Le echa una mirada furiosa y asombrada al cadáver de Jaime, que flota boca abajo en el agua.