CAPÍTULO 27

EMPUJO a mi sobrina en el columpio para balancearla. El cabello suelto le baila sobre la cara, y durante un corto instante, tengo la impresión de que cada día se parece más a Érika. Su piel morena, sus ojos vivaces y ese cabello suelto y brillante que era su mayor encanto.

Es curioso. Érika y yo éramos idénticas en apariencia. Idénticos labios grandes, mismo cuerpo voluptuoso, piel trigueña... y sin embargo, cuando me miraba al espejo, sabía percibir con tal claridad todas nuestras diferencias, hasta el extremo de creer que a mi lado tenía una extraña.

Durante los cuatro años en los que Érika se largó, mirarme al espejo jamás supuso acordarme de ella. Podía recordarla con los detalles más simples. El sonido de un piano, el agua en la ducha...pero jamás creí que nosotras fuésemos algo más que extrañas compartiendo una misma apariencia.

¿Por qué ahora siento esas ganas por descubrirla, por comprenderla, por disculparme? Quizá porque en estos años lo único que se mantuvo estable fue mi amor incondicional hacia mi hermana.

Acaricio con mis dedos la cadena que le regalé, y que ahora reposa en mi pecho. El hecho de que la llevase puesta el día que la asesinaron es escalofriante, y más si tengo en cuenta que durante demasiados años la culpé en silencio de no haber pensado en mí. Me pidió ayuda, y lo hizo al exhalar su último suspiro.

Si cierro los ojos, puedo vislumbrar aquella escena. Su llanto, las lágrimas, cómo tropieza antes de cruzar el lago, y una mano poderosa le golpea el cráneo contra la estaca del embarcadero... La cicatriz de mi costado me escuece, y tengo que colocarme la mano sobre ella para que deje de dolerme. Lo hace de una forma demasiado íntima, y le pido a nadie en particular que las visiones sobre mi hermana dejen de atosigarme.

No es de recibo soñar con muertos, ni aunque se trate de tu propia hermana. Mi sobrina se baja del columpio, y me pide permiso con un gesto silencioso para montarse en la resbaladera del parque. Asiento, y la animo a jugar con otros niños mientas yo la vigilo desde el banco. Es igual que su madre: silenciosa, introvertida y escurridiza. Pero la vida me ha enseñado que no todos tenemos que ser iguales para conseguir la aprobación de los demás, y que incluso la aprobación del resto de la gente no importa cuando se tiene el cariño y la comprensión de las personas que te aman incondicionalmente.

Desde el sitio en el que estoy, veo a Erik acercarse caminando con un café para llevar en la mano. En cuanto me ve, le hago un gesto con la mano para que se acerque hacia donde estoy. Después de que Héctor me dejara en casa, y tras mi vergonzosa demostración de que soy capaz de bajarme las bragas por un simple besito de nada, Erik me llamó porque me dijo que necesitaba hablar conmigo. ─Pensé que seguías en Sevilla─lo saludo. No puedo evitar ser fría,

pero no es con él con quien estoy enfadada. Ni siquiera estoy segura de estar enfadada con nadie en particular, sino más bien conmigo misma.

Él se sienta a mi lado. ─Tengo más casos además del de tu hermana. ─Y supongo que encontrarte con Héctor ha sido una mera

casualidad. ─Aunque no te lo creas, así ha sido. No voy quedando con los ex de las chicas que alguna vez me gustaron. ─Supongo que eso es convincente ─respondo, con cierta incomodidad al recordar que Erik sintió algo por mí hace un tiempo. Pero él no parece incómodo. Señala a mi sobrina con una sonrisa, y se le nota que le gustan los niños. ─Si de algo estoy orgulloso, es de ver que mi trabajo a veces da resultados. Intuyo cierto tono deprimente en su voz. ─Claro que los da. De no ser por ti, el caso de mi hermana habría quedado en el olvido. No te esfuerces en echarte la culpa, porque aquí el único culpable es el asesino de mi hermana. Erik se encoge de hombros, como si quisiera restarle importancia al hecho de que se siente abochornado por no haber adelantado nada con la investigación. ─Cada día se parece más a ti. Es una niña muy guapa. Más calmada que tú, eso sí. Le hablo sin perder la sonrisa. ─Supongo que eso la hace mejor. ─Distinta─me corrige él. Me pienso si debo de contarle que Adriana ha vuelto a ver a su tío, pero él se me adelanta y dice: ─¿Sabías que Adriana ha vuelto con su tío? ─pregunta. Es evidente que se siente decepcionado. ─¿Ha vuelto? Pensé que sólo se trataba de una visita... ─¿Lo sabías?─se escandaliza. Pongo las manos en alto, pidiéndole que no me culpe. ─Ya es grandecita, Erik. Si no se deja ayudar, nosotros no podemos hacer nada por ella. Ni siquiera tú. ─Deberías habérmelo contado...─insiste. ─Me pidió que me largara, e incluso indirectamente me echó la culpa de lo que le sucedía. Sé que lo está pasando mal, pero se hace un flaco favor a sí misma si piensa que culpando al resto del mundo de sus problemas va a solucionar las cosas. Creo que es como si ella se odiara por su relación con su tío, pero al mismo tiempo le diera pánico dejarlo y darse cuenta de que está sola. ─No me extraña que sienta pánico. ¿Tú no lo tendrías? ─En el fondo todos estamos solos─respondo de manera evasiva. Él arquea ambas cejas, como si lo que acabo de decir fuese surrealista. ─Tienes una familia que te quiere, unos amigos leales y un hombre que te adora. Tú no puedes decir eso─me contradice. ─¿Y por qué a veces me da la sensación de estarlo? ─Porque aún sigues sintiéndote culpable por la muerte de tu hermana, y crees que alejarte de los demás es una carga que debes soportar para sentirte mejor contigo misma. ─¿Soy yo quien se aleja de todo el mundo? A mí no me lo parece. Hoy Héctor me ha dejado muy claro que si tuvimos algo, está estancado en el pasado. ─Sólo tú─resuelve Erik. ─Permíteme que lo dude. ¿Qué era eso que tenías que contarme? ─pregunto, más por la necesidad de cambiar de tema que por el hecho de sentir curiosidad en sí. Él suelta un amplio suspiro, como si ya se esperase mi reacción. ─¿Ves? Lo haces constantemente. ─¿El qué? ─Impedir que los demás te ayudemos. ─No necesito ayuda. ─Lo que tú digas. Mete la mano dentro del bolsillo para sacar algo, pero se lo piensa mejor y vuelve a la carga. ─No sé lo que te ha pasado con Héctor, pero puedo imaginarlo por cómo os fuisteis en el mismo coche sin dirigiros la palabra. ─No puedes imaginarlo─le aseguro yo, a no ser que él pueda hacerse una ligera idea de lo que sucedió en aquel cuarto de baño. ─De acuerdo, no puedo─desiste en volver a intentarlo, y mete la mano en el bolsillo, sacando un puñado de flores de un vívido color fucsia. ─Qué bonitas. Gracias ─le digo, con desdén. ─No son para ti. ¿Sabes qué son? ─Gitanillas. En Sevilla las encuentras en cualquier parte. ─Exacto─vuelve a meterse la mano en un bolsillo, y saca una llave pequeña y oxidada─. Tu hermana tenía alquilada una taquilla para recibir la correspondencia en una oficina de Correos. Al parecer, tenía miedo de que alguien leyera el contenido de las cartas. Ha sido una casualidad que me enterase. Por lo visto, antes de mudarse a Villanueva del Lago, el correo lo recibía en una oficina postal de la capital, y hace unas semanas, alguien intentó robar en la misma oficina. El ladrón quiso hacer creer a la Policía que se trataba de un mero robo, pero nadie en su sano juicio roba en una oficina de Correos. Ahí dentro no hay nada de valor. Reventó todas las taquillas, pero sólo dejó una vacía. ─La de Érika─adivino yo. ─Alguien de mi departamento reconoció el nombre, y como sabía que yo estaba trabajando en el caso, me informó de lo sucedido. La taquilla de tu hermana estaba vacía, pero había restos de polen y unos pétalos de color fucsia. Me han dicho que son gitanillas. ¿Por qué crees que tu hermana tendría guardado algo así en su buzón? ─Nadie tendría en una taquilla un puñado de flores sin valor, pero...supongo que las guardaba porque eran sus flores favoritas ─respondo, sin dudar. ─Eso mismo he pensado yo, pero necesitaba que me lo confirmaras por si mi intución me fallaba. ¿Recuerdas cuál era el contenido de los correos electrónicos entre tu hermana y su supuesto amante? Trato de hacer memoria, y en cuanto encuentro relación con lo que él se está refiriendo, mi rostro se ilumina. ─Le decía que había llevado a la cita aquellas flores tan coloridas que tanto le gustaban─recuerdo yo. ─¡Así es!─Erik se levanta eufórico, como si por primera vez sintiera que está hilando en la dirección correcta─. Creo que el asesino se está poniendo cada vez más nervioso, y quiere borrar todas las pistas que puedan relacionarlo con tu hermana. El otro día volví a la cabaña, ¿y a que no sabes lo que encontré? ¡Habían forzado la cerradura! Como había llovido, la casa estaba llena de pisadas de un calzado de hombre y de mujer. No sé qué pinta en todo esto una mujer...pero el calzado masculino pertenecía a un número cuarenta y siete, por lo que se trata, sin duda, de un hombre muy alto. Me pongo blanca. Un sudor frío empieza a recorrerme toda la frente, y me levanto, cogiéndole la mano a Erik para que se tranquilice. Jamás imaginé que mi impulsividad pudiera interfir con la investigación del asesinato de Érika. ─Erik...sé a quién corresponden esas pisadas─titubeo. Él abre mucho los ojos, y me coge de los hombros ansiosamente. ─¿Tienes una idea de a quién pueden pertenecer? ¡Eso es fantástico! ─¡No!...quiero decir...sí...esto...no te enfades...─le suplico. Él me observa sin perder atención─. Las pisadas de hombre corresponden a Jaime, el policía de Villanueva del Lago, y las pisadas femeninas son mías. Hace unos días, estuve en la cabaña del lago, y como no tenía llaves, forcé la cerradura para entrar. Jaime creyó que había un intruso y me siguió, pero le mentí y le dije que tenía las llaves y que había ido a buscar un vestido. Lo cierto es que buscaba una carta de mi hermana que he perdido, y siento tantas ganas de leerla que actué sin pensar. Debería habértelo contado. Erik me suelta sin decir nada. Sus ojos contienen una expresión de vacío. Son inescrutables. ─Me podía esperar muchas cosas de ti...pero esto... ─Jamás interferiría en la investigación a propósito. Lo sabes. Te lo juro. ─¡Y eso qué más da! ¿Haces alguna vez las cosas pensando en los demás, y no sólo en ti? ¿Por qué demonios eres tan egoísta? Le voy a responder, pero al final, me puede la sensatez y dejo caer los brazos a los lados del cuerpo, abochornada. Erik me observa con decepción. ─Creo que es mejor que dejemos de vernos. ─¿¡Qué!?─me altero. Lo cojo del brazo cuando trata de marcharse, en un intento por detenerlo. ─¡Pero tienes que seguir informándome de lo que vas descubriendo! Él me agarra la muñeca, y la deposita con frialdad lejos de su alcance. ─No, no tengo que hacerlo. Al ver que se marcha, comienzo a angustiarme, y ya me da igual perder al policía que dirige la investigación del asesinato de Érika. ─¡Pero eres mi amigo! Él se detiene, y se vuelve para hablarme. ─Ese es nuestro mayor problema. Si fuera tu amigo, o si al menos sintieras aprecio por mí, me habrías contado la verdad. ─No quiero perderte...─le suplico, dando un paso hacia él. A Erik no. Él es mi amigo. Es leal, sincero y lo quiero. Lo necesito. No me había dado cuenta de hasta qué punto era así, pero siento que todo es demasiado duro si él no está para tenderme la mano en los momentos en los que más lo necesito. ─Habértelo pensado antes. La amistad es cosa de dos─me espeta, largándose y dejándome sin nada que objetar. Me da la sensación de que empiezo a perder a todas aquellas personas que siempre han estado ahí. Y todo por mi culpa. A Héctor, a Mike e incluso a Erik. De nuevo vuelvo a estar sola, y como aseguró Erik, porque así lo he decidido yo.