CAPÍTULO 35
HASTA que el coche no se detiene, no ceso de dar golpecitos con los dedos sobre el salpicadero. Es evidente que estoy nerviosa, de ahí que Héctor trate de tranquilizarme llevando su mano libre hacia mi rodilla y dejándola ahí durante todo el trayecto.
Sé que es absurdo, pero el hecho de observar la confianza en sí mismo que desprende, incluso para algo tan simple como conducir, me provoca un relámpago de deseo que me hace sentir mejor. Soy una privilegiada por poder disfrutar de ese cuerpo, de semejante hombre. Soy afortunada, y esta vez, no me voy a alejar de él.
─ ¿Estás segura?─me pregunta Héctor, en cuanto aparca frente al inmenso edificio gris. Asiento, y sin dudarlo me bajo del coche. Él resopla, pero me acompaña sin oponer resistencia alguna. Se acabaron las imposiciones y las órdenes absurdas entre nosotros. ─Creo que debo enfrentarme sola a esto─le aclaro, al mostrar mi documento de identidad personal al guardia de seguridad. ─De ninguna manera. Estoy contigo, ahora y siempre. Asiento, y agradezco que él se haya ofrecido a acompañarme sin ni siquiera ser necesario que se lo pidiera. Aunque me hago la dura, no sé si sería capaz de cruzar la puerta cerrada y hacer frente a la persona que voy a encontrarme al otro lado. Ni siquiera Erik ha podido impedirlo. Es decir, no me dirige la palabra, y tras insistirle telefónicamente para que me permitieran el acceso, él accedió de manera cortante, pidiéndome de mala manera que no volviera a llamarlo. No sé en qué momento se le pasará el enfado. Para que luego digan que la orgullosa soy yo... El guardia de seguridad abre la puerta de la sala de visitas, y antes de que dé el primer paso, nos habla con una voz monótona y estudiada.
─ No se acerquen a él. No se confíen porque se encuentre esposado. Es un hombre violento e impetuoso ─nos aconseja. Héctor me pone una mano en el hombro y me habla al oído. ─No deberías estar aquí. Esto sólo te va a hacer daño. Estamos a tiempo de marcharnos─me aconseja, pero espera a que yo decida. ─Si no hablo con él, voy a estar toda la vida pensando que debí hacerlo─decido yo. Entro en la sala de visitas, y me encuentro a «El Apache» sentado frente a una mesa. Lleva las manos esposadas y atadas a la mesa, lo cual me llama la atención, teniendo en cuenta que hay varios guardias de seguridad que lo están custodiando. Pero no debo de sorprenderme. He sido consciente de lo que es capaz de hacer, y ya me han advertido que es un hombre muy peligroso. ─Bienvenida, mi preciosa cuñada ─me saluda él con tono libidinoso, devorándome con los ojos. Siento un profundo asco que no puedo ocultar. Noto cómo Héctor se tensa a mi lado, y de inmediato me rodea con un brazo, clavándole los ojos a“El Apache”. ─Veo que has venido acompañada por tu guardaespaldas ─me suelta con fastidio, sin dejar de mirarme. ─Sí, y como te vuelvas a dirigir a ella en ese tono te pienso estrangular con mis propias manos─lo amenaza Héctor. A“El Apache” le da por reír, como si no tomara en serio la amenaza de Héctor, y yo le pido a Héctor que se calme. Me siento frente al que fue el marido de mi hermana, y lo miro a los ojos sin vacilación. ─Cuéntame todo lo que sepas. ─¿Estás segura de que puedes soportar la verdad?─me reta, con una sonrisa maliciosa en los labios. ─Habla. Él alarga las manos para acariciar las mías, pero la cadena que rodea sus muñecas se lo impide. Pone mala cara, carraspea con la garganta y comienza a hablar.
─ Conocí a Érika poco antes de que se largara de casa. Nunca hablaba de su pasado, y yo no tenía interés de que lo mencionara. Nos iba bien así. Yo la golpeaba cuando se lo merecía, y a ella le ponía como una perra que lo hiciera. Tendrías que haber visto cómo gritaba...
─Vámonos Sara─me pide Héctor. ─ Eres asqueroso─le espeto, acercando mi cara a la suya y mirándolo a los ojos. A «El Apache» no lo detienen mis palabras, ni tampoco la mirada cargada de ira de Héctor. ─Me la pegaba con todo el que le daba la gana, y pensaba que yo no me enteraba. Pero para desquitarme sólo tenía que quitarme el cinturón y golpearla. ¡Se lo merecía! Y entonces me dejó. Se largó con ese tipo de los correos electrónicos. Se llamaban a todas horas. Esa maldita zorra... ─¿Sabes quién era?─le pregunto, haciendo oídos sordos al resto de lo que él dice. ─¿Por qué no me chupas la polla y te lo cuento?─me reta, con una sonrisa sádica. Héctor se abalanza sobre él y lo coge del cuello. De inmediato, cuatro pares de brazos lo retiran de «El Apache» y forcejean para sacarlo de la habitación. El Apache se ríe como un verdadero desquiciado. ─Estoy seguro de que era un tipo joven. La espié más de una vez, y ella siempre le decía que la diferencia de edad no era un problema. ¿Quieres saber más cosas de tu hermana? Abandonaba a su hija para irse con ese tipo...la dejaba al cuidado del perturbado de su marido, pero entonces no le importaba. ¿Por qué no le importaba, eh? ¿¡Por qué!? ─No tengo ni idea de lo que vio mi hermana en ti, pero me alegro de que te pudras en la cárcel─le espeto, levantándome para marcharme. El Apache comienza a gritar cosas sin sentido. Insultos que yo me esfuerzo en ignorar. Antes de ir a encontrarme con Héctor, me seco las lágrimas rabiosas que han aflorado en mis ojos para que él no se dé cuenta de que he llorado. Lo encuentro discutiendo con varios guardias, a quienes les exige que lo dejen entrar para proteger a su novia del impresentable que tienen encerrado. Me conmueve verlo preocupado, y en cuanto me ve, deja de prestar atención a los guardias y viene hacia mí.
─ No lo he podido evitar. Si me dejan solo con ese tipo, lo mato con mis puños─me asegura, acariciándome la mejilla. ─Sé que no está bien alegrarse por lo que has hecho, pero gracias. Ese malnacido se lo merecía─le aseguro. ─¿Estás bien?─se preocupa. ─Sí ─respondo, no muy convencida. ─No deberíamos haber venido─se lamenta, al percatarse de mi expresión conmocionada. ─De verdad que estoy bien...es sólo que...todo lo que ha dicho de mi hermana... me imagino lo que debió sufrir a manos de ese psicópata, y yo no lo sabía. No hice nada por ella. ─Eso no es culpa tuya, Sara. Somos dueños de nuestras propias vidas. Sólo debemos pedir perdón por los errores que cometemos y que nos conciernen nada más que a nosotros. ─Gracias Héctor. ─No me des las gracias por decir lo que pienso. ─Por eso no─lo golpeo suavemente con el hombro, y apoyo mi cabeza sobre su pecho─, por estar aquí, y no dejarme sola a pesar de que soy una cabezota que piensa que puede enfrentarse a todo sin nadie que la ayude. Se mete las manos en los bolsillos, y se encoge de hombros, como si quisiera restarle importancia. ─De eso se trata, de ayudarnos mutuamente. ─Me da la sensación de que yo no te he ayudado nunca─me avergüenzo. Me mira con los ojos muy abiertos. ─No tienes ni idea de lo que dices ─asegura. ─¿No?─pregunto con tristeza. ─Jamás había hablado con nadie de lo que me sucedió con mi padre. Ni siquiera con mi tía, mi hermana ni con Odette. Si lo saben es porque todas se preocupan por mí y han sido parte de mi vida, pero contigo es distinto. Tú no sólo te preocupas por mí, sino que tratas de entenderme. Jamás he tenido a mi lado a una mujer que me mire como lo haces tú. Créeme cuando te digo que soy un privilegiado por tenerte, Sara. Lo agarro de la camiseta y lo acerco hacia mí. Le rozo los labios con los míos, y dejo escapar el aire al sentir cómo sus brazos me rodean la cintura y me acercan a su cuerpo. Es acogedor. ─Qué alivio sentir que te hago tanto bien ─musito contra sus labios. ─No sabes cuánto. Tras salir de la cárcel, Héctor conduce hacia la redacción para dejarme en el trabajo. Me quedo pasmada al percatarme de que él también se baja del coche, y me sigue como si nada. ─Ya sabes que tengo que solucionar algunas cosas por aquí─me informa, para tranquilizarme. Asiento sin saber lo que responder. Está en todo su derecho, pues es el dueño de Musa. Sólo espero que tome una decisión correcta y no se deje llevar por los sentimientos. Al salir del ascensor, él me guiña un ojo antes de dirigirse hacia el despacho de Janine. Yo me dirijo a mi escritorio, desde donde trato de adivinar todo lo que está sucediendo allí dentro. Al cabo de unos minutos, Mónica se dirige a toda prisa hacia el despacho de Janine, y me observa con nerviosismo antes de cerrar la puerta. Quince minutos más tarde, sale del despacho con la expresión confundida y las mejillas sonrojadas. Se acerca hacia mí, y tengo que darle un golpecito en el hombro para despertarla. ─¿Qué ha pasado? ─le pregunto con ansiedad. Ella me mira con los ojos abiertos como platos. ─Soy...soy la nueva directora de Musa España─responde, como si no pudiera creérselo. Suelto un grito de emoción y vitoreo su nombre en alto, a pesar de que todo el mundo me mira con cara rara. La abrazo, apretujándola contra mi cuerpo, y ella se pone a reír nerviosamente, presa de la emoción. Sé que es lo que siempre había deseado. ─Dime que tú no has tenido nada que ver en esto─me pide. ─Te juro que no sabía la decisión que Héctor iba a tomar. Pero supongo que era de suponer. Llevas muchos años trabajando en Musa, y haciendo el trabajo encubierto de la directora. Eres la persona indicada para el puesto, y te lo mereces─le digo, siendo honesta. ─No sé qué decir...estoy en una nube. ─¡Pues créetelo!─la zarandeo─. Por cierto, ¿qué va a pasar con Janine? Mónica me mira con incredulidad. ─¿De verdad que no lo sabes? Héctor la ha trasladado a Alaska. Se lo merece, es lo más justo. Y me da igual que sea tu novio quien le haya tenido que parar los pies, porque alguien debía hacerlo. Resulta que es muy amiga de Daniela, y estaban compinchadas para hacerte la vida imposible. Héctor ha interceptado los correos electrónicos que se enviaban. Te juro que nunca he visto a nadie haciendo gala de una calma tan estudiada. Le ha dicho a Janine que tiene dos opciones: renunciar a su puesto como directora, o trasladarse a Alaska. ¡Se lo tiene merecido por perra! En ese momento, la puerta del despacho de la directora de Musa se abre, y Janine sale de allí portando una caja con todas sus pertenencias. Ni siquiera nos dirige una mirada a nosotras cuando se larga bajando las escaleras a toda prisa. Sé que no es bueno alegrarse de las desgracias ajenas, pero se lo tiene más que merecido. Le ofrezco una sonrisa de agradecimiento a Héctor cuando nuestros ojos se encuentran. Él asiente, como si no tuviera importancia. ─Señorita Laguna, ¿puede venir a mi despacho? Tenemos que redactar sus nuevas condiciones de trabajo─le dice.
Mónica asiente, y antes de acompañar a Héctor, me aprieta entre sus brazos y me llena el rostro de besos. Nunca la he visto tan feliz, y me alegro de que Héctor haya sido consciente de que es la mejor candidata para ser la nueva directora de Musa.
A la salida del trabajo, Héctor sale del despacho y se acerca hacia mi escritorio. A pesar de que lo he notado, me hago la despistada y sigo tecleando en el ordenador, como si no me hubiera percatado de su presencia. Él se inclina hacia mí, su barba me roza la mejilla, y sus labios me rozan el lóbulo de la oreja.
─ ¿Acostumbra a trabajar fuera del horario laboral, señorita Santana?─me pregunta, con un tono de voz insinuante. Esbozo una sonrisa juguetona, y le respondo utilizando su mismo tono. ─Estoy intentando impresionar a mi jefe, señor Brown. Su aliento cálido sopla contra mi mejilla, y yo empiezo a respirar entrecortadamente. Su mano se desplaza hacia el ratón del ordenador, y haciendo clic en la pestaña de apagado del ordenador, la pantalla se vuelve negra. ─Su jefe ya está impresionado con usted, señorita Santana. Me doy la vuelta sobre la silla giratoria, y me encuentro con su intensa mirada felina. ─Es hora de irnos a casa, nena─me dice él, y sin importarle que nos estén mirando, me besa.