CAPÍTULO 10
LA boca de Mike se posa sobre la curva de mi cuello cuando los primeros rayos de sol se cuelan por la ventana. Me resisto a abrir los ojos y trato de apartarlo de un manotazo, pero tan cansada como estoy, lo único que consigo es rozar su piel con las yemas de mis dedos y dejar caer la mano sobre el colchón. Gruño y me hago un ovillo rodeada por las sábanas, mientras escucho la risa de Mike.
La sesión de sexo desenfrenado y sin límites de anoche me ha dejado exhausta. Lo hicimos en tantas ocasiones, adoptamos tantas posturas y nos acariciamos en tantos sitios que me fue imposible pensar en otra cosa. Sí, justo lo que yo andaba buscando. Aislar el recuerdo de Héctor, y de Érika, en un lugar de mi mente al que me fuera imposible llegar mientras que Mike me prodigaba las atenciones que yo buscaba. Hubiera sido perfecto si él no se hubiera saltado mi única norma.
─ Te dije que te largaras cuando me quedase dormida ─lo sermoneo. ─Soy humano. Me quedé frito en cuanto tú te hartaste de utilizarme sexualmente. Se me escapa una risilla ante su delirio. ─Diría que te gusta ser utilizado...─apunto, sacando la cabeza de debajo de la almohada para mirarlo burlonamente. ─Uf...no sabes cuánto. Mike me arranca las sábanas y sus manos se pasean por mis caderas sin ningún pudor. Me toca de esa forma descarada que tanto me gusta, y se le dibuja su típica sonrisa pícara que es toda una tentación. ─No ─lo detengo, alejándolo de mí apenas unos centímetros. Pero él no me escucha, y hunde su nariz en medio de mis pechos, plantándome besos cortos y húmedos que me hacen delirar por unos segundos. ─Mike...en serio...tienes que irte. No quiero que Zoé piense que su tía se acuesta contigo. ─Pero es lo que haces. ─Sí, y ahora vete antes de que las chicas se despierten. La boca de Mike encuentra la mía, haciéndome vacilar por un momento en mi firme decisión de echarlo de casa. Sus manos me agarran las nalgas, y arquean mis caderas hacia su erección, que roza mi pubis. La respiración se me acelera. ─Vete. Ahora. ─Uno rapidito. Me besa la mandíbula, y luego el cuello. Besos cortos, descarados, sexis. ─¡Que no!─estallo, retirándolo de un empujón. Mike sale de la cama maldiciendo en voz baja. Le tiro sus vaqueros, que están desparramados en el suelo a la entrada de la habitación. Yo me coloco lo primero que pillo, y abro la puerta de mi habitación, no sin antes echar un vistazo al pasillo desierto para cerciorarme de que Sandra y mi sobrina todavía siguen dormidas. ─Podrías prepararme el desayuno, por haberte regalado una de las mejores noches de tu vida, y todo eso... Le sonrío de oreja a oreja, voy a la cocina y le lanzo una manzana. Mike la coge al vuelo, y se le borra la sonrisa. ─¿Tienes corazón, o late porque tiene que latir? ─Anda...no seas dramático─abro la puerta de la entrada, y le doy un beso en los labios. Mike pone mala cara y camina hacia el ascensor sin despedirse. Cuando la puerta se abre, se mete en el estrecho cubículo y me lanza una mirada acompañada de una radiante sonrisa. ─¿Qué es lo que vas a hacer en cuanto cierres la puerta? Me extraña su pregunta, pero aun así, no dudo en responder. ─Darme un baño, llevar a Zoé al colegio, ir a trabajar...en fin, lo normal para una persona que tiene obligaciones más allá de tocar una guitarra un par de meses al año. ─Pues cuando te des el baño, tócate pensando en mí. Suelo tener el efecto correcto en las mujeres, tú ya me entiendes. Le da un mordisco a la manzana y me guiña un ojo justo antes de que las puertas del ascensor se cierren. ─Capullo arrogante.
Cierro la puerta y me dirijo al baño. Y evidentemente no me toco. Porque no es lo que necesito en ese momento, y porque no le daría esa satisfacción al cretino, aunque sexy, Mike Tooley.
Después de un intenso día de trabajo en el que Mónica me esquiva, y no puedo parar de pensar en si Héctor se habrá largado ya a Nueva York, salgo a la hora puntual para alcanzar a Mónica a la salida de la oficina.
La encuentro andando apurada hacia su coche, con la espalda erguida y las gafas de sol tapándole la mitad del rostro. No dudo en acelerar mis pasos y alcanzarla.
─¡Eh! ¿Tienes un cigarrillo? Mónica se da la vuelta y me echa una mirada cargada de frialdad y desconcierto. ─Tú no fumas. ─Lo sé, pero es lo primero que se me ha ocurrido para hablar contigo, ya que tú llevas evitándome desde hace dos días. No lo niegues. ─Para qué negar lo que es evidente─responde con la voz áspera, demostrándome que está muy enfadada. ─Entonces podrías explicarme qué demonios te pasa. Mónica aprieta el bolso contra su pecho, como si se estuviera conteniendo. ─Mira Sara, ambas somos mujeres muy temperamentales. Tú, además una bocazas, pero qué te voy a decir que tú ya no sepas. Y si me tiras de la lengua, te soltaré un par de cosas que no te van a sentar nada bien. Así que deja que me largue a mi casa, porque me estás estorbando. Si no la conociera tan bien como lo hago, su repentino ataque de ira me habría sentando de otra manera. Así que me limito a apoyarme sobre la carrocería del coche y cruzarme de brazos.
─A menos que quieras atropellarme e ir a la cárcel con un montón de mujeres que te arruinarían tus carísimas extensiones, ya me estás contado lo que te pasa. Y para que te sirva de aliciente, ni me siento culpable por tu malhumor, ni me voy a tomar en serio eso que acabas de decirme, porque ambas sabemos que eres una cabrona cuando te da la gana.
El rostro de Mónica se contrae en un rictus de irritación. ─Muy bien, tú lo has querido, Santana. Pensé que eras más despierta, pero se ve que voy a tener que ser yo la que te ilumine. Jamás pensé que pudieras ser tan hiriente. Hace dos días vi en directo tu entrevista con Linda. Supongo que cuando la insultaste, no te diste cuenta de que indirectamente me estabas insultando a mí, y a todas las mujeres que como yo, tienen un puto problema con la comida. No, olvida eso. Lo que me jode es que me insultaras a mí. Joder... ¿No pensaste que en alguna parte de aquel evento estaba tu amiga, una mujer anoréxica que podía sentirse bastante ofendida al ver cómo tú tratabas el tema de la anorexia de una forma tan frívola? ─Eh...─me quedo en blanco, y durante unos segundos sólo puedo parpadear varias veces y mirar a Mónica, con una mezcla de desconcierto y espontánea culpabilidad─... A ver...yo...supongo que no debería haber entrado al trapo, pero en ningún caso pensaba en ti cuando le dije aquellas palabras. ─Ese es el problema, que no pensaste en mí─la mirada de Mónica alcanza la mía, y por unos segundos, su máscara de frivolidad me demuestra su parte vulnerable. Esa que me habla de cuánto le ha herido mi comportamiento─. Sobra que te lo diga, porque imagino que no soy la primera, pero...¿alguna vez piensas antes de hablar? Y no me respondas, es una pregunta retórica y ambas conocemos la respuesta. ─Vamos a ver...─me masajeo las sienes buscando una salida─... no tenía ni idea de que era esto lo que te pasaba. Sabes de sobra que cuando le dije aquellas palabras a Linda estaba fuera de mis casillas. De hecho, la puñetera Linda fue la que me provocó. Comenzó a hablar de Héctor y de las supuestas cosas que hacían en la cama, y qué quieres que te diga...¡Me enfurecí! Me enfadé y le dije lo primero que se me pasó por la cabeza. Nunca pensé que podría hacerte daño. ─Pues lo has hecho. Aunque no te lo creas, no soy de piedra. ─Si fueras de piedra no serías mi amiga─bromeo, bajándome del coche para acercarme a ella. ─Joder Sara...─maldice Mónica, y sé que se está ablandando─. Es que eres tonta... ─Bueno, ya vale... ─No tienes ni idea de lo que has hecho, ¿verdad? ─¿He hecho algo más?─pregunto con total inocencia. ─Has dejado que Janine se crea que puedes ser la reportera que ella busca. Querrá que lo que sucedió con Linda vuelva a repetirse, y te diré una cosa, ¿sabes por qué me hice tu amiga? Porque entre toda esa basura que hay en Musa, hay una persona capaz de decir lo que piensa y de preocuparse por los demás. Por muy bocazas que seas, tú siempre has tenido principios. ─Que se joda Janine. ¿Me vas a dar un abrazo y me vas a contar por qué es tan perra contigo? Le doy un toquecito con el brazo, y Mónica suspira. Acto seguido me abraza, apartándose de mí al instante. ─¿Te acuerdas del tío del que te hablé? ─¿El que te la pegó con toda la universidad?─pregunto yo, para mosquearla. Mónica me fulmina con la mirada. ─Veo que te acuerdas de él. Pues Janine era su hermana, y en aquella época, mi mejor amiga. Abro los ojos como platos. ─Pero esa no es razón para que te odie. ─Janine sabía que su hermano me era infiel, pero supongo que creía en esode “ojos que no ven, corazón que no siente”. Cuando me enteré de todas las amantes que tenía, la traición fue doble. Por un lado, perdí al chico del que estaba enamorada, y por otro lado perdí a mi mejor amiga. Así que me vengué. Enarco una ceja ante la frialdad de su finalización. ─Perdí varios kilos, me convertí en lo que ahora ves y...me follé a su novio. Me atraganto con mi propia saliva. ─No me extraña que te odie. ─Se lo tenía merecido. Mientras yo le hablaba de lo mucho que amaba a su hermano, y él se tiraba a toda la que pillaba, Janine nunca se dignó a contarme la verdad. Sólo se dedicaba a hablar de nuestros planes futuros, de la bonita pareja que hacía con su hermano, de mudarnos a un adosado y convertirnos en vecinas, de llevar a nuestros futuros hijos al mismo colegio... Maldita zorra. ─Tal vez pensaba que podría perderte si lo hacía. ─Eso lo pensé después de follarme a su novio. Sonrío de oreja a oreja y le rodeo los hombros. ─Yo hablo antes de pensar, y tú actúas antes de razonar. Estamos hechas la una para la otra, mi querida amiga. Después de la improvisada confesión de Mónica, la convenzo para que venga a casa y pasemos una noche de chicas. Al principio rehúsa, pero tras catalogarla en voz alta como «la rubia explosiva a la que todas las mujeres odian» y bromear sobre su ferviente necesidad de contar con una amiga leal sin intención de tener novio en el próximo milenio, termina por aceptar a regañadientes. ─¿Se ha dormido ya la mocosa?─inquiere, cuando regreso de la habitación de Zoé con una amplia sonrisa. ─Se llama Zoé. ─Lo que sea. Desde luego no ha salido a ti. Tú hablas por las dos, ¿no? ─Te aseguro que esa no es una buena broma─replico, echándole una mirada furiosa a la que ella resta importancia con un bufido. ─Se suponía que íbamos a tener una noche de chicas, y me he pasado la cena viendo dibujos de una cerda de color rosa. ¿En qué mierda piensan los guionistas? ─Pepa Pig. Ya lo entenderás cuando tengas niños. Apago los dibujos animados y alzo en las manos la película de Ghost, con un gesto de ensoñación en los ojos. ─Nooooooooo─sentencia Mónica, haciéndose la espantada. ─¡Pero si es la mejor película romántica del mundo! ─Todo el mundo sabe que las historias de amor tienen final feliz. Mira, eres como Ghost. Sin príncipe y amargada, ¡ja, ja, ja! Ella se parte de risa ante mi estupefacción.
─ Todo el mundo sabe que las rubias sois malas. Devuélveme mi pijama de vaquitas rosa, ¡zorrupia! No tienes derecho a llevarlo puesto.
Me lanzo hacia ella como lo haría una vaquilla furiosa, pero Mónica es más rápida y se echa a un lado, doblándose sobre su estómago y estallando en una profunda carcajada, mientras yo comienzo a insultarla.
─ ¡Pija relamida!─la ataco, y le lanzo un cojín que impacta en su cara. ─¡Demi Moore con el culo gordo! ─¡Estirada calientabraguetas! Acabamos revolcadas en el suelo, partidas de la risa e inventando calificativos hacia la otra que no tomamos muy en serio. Al final, terminamos desparramadas en el sofá, viendo el vídeo del último concierto de los Rolling Stones y comiendo palomitas dulces. ─¿No vives con la ñoña del pelito rizado?─me pregunta, echando una mirada curiosa al apartamento. ─Sabes que sí. Y no la llames así, porque Sandra es un encanto. ─Lo que tú digas. ─En cuanto la he invitado a nuestra noche de chicas ha salido espantada. Ha puesto la excusa de que se iba a dar una vuelta con su novio. No es por malmeter, pero no le caes nada bien. Claro que no me extraña. ─Te he contratado como mi terapeuta y no lo sabía. Permíteme saber a cuánto ascienden tus honorarios─me dice con ironía. Le voy a responder una de las mías, pero en ese momento llaman a la puerta.
─ Quizá tenemos la música muy alta─opina Mónica, y baja el volumen de la televisión. ─No creo. Aquí al lado sólo tengo una vecina, y ella no es...─se me enciende el rostro, y voy corriendo hacia la puerta. En dos zancadas me planto frente a la mirilla, y me sorprendo al encontrarme a Claudia. ─¿Quién es? ─Es difícil de decir. La mejor amiga de mi hermana, o eso decía ella. Mi vecina. La tía a la que le arañé la cara. Una ladrona... Mónica enarca ambas cejas. ─¿No le abres? Pienso que tal vez mis continuas insinuaciones hacia Claudia hayan dado resultado, y ella venga a confesarse conmigo. Cambio el peso de mi cuerpo de una a otra pierna, vacilando en la decisión de si debo o no abrirle. Así soy yo. Todo este tiempo esperando el momento de encontrármela cara a cara, y cuando se me presenta la oportunidad, siento un creciente pánico. Mónica parece adivinar mis pensamientos, porque me aparta de un empujón y abre la puerta sin avisar. Claudia titubea un tímido hola, y yo me cruzo de brazos, haciéndome la dura en esa actitud tan típica y orgullosa que me pertenece. ─Ya hemos bajado la música. Siento haberte molestado. ─¿La música...? No...no venía por eso─Claudia echa un vistazo a uno y otro lado del pasillo, visiblemente nerviosa. Parece buscar la presencia de alguien─. ¿Podemos hablar en privado? Mónica se marcha hacia el salón sin decir una palabra, y yo me quedo unos segundos franqueando la entrada, indecisa. Al final, me hago a un lado de mala gana. ─Vamos a la cocina─decido, echando a caminar y sin mirarla─. ¿Quieres tomar algo? ─No, gracias. Me apoyo sobre la encimera, y ella adopta la misma postura. Parece incómoda. Asustada. La observo sin decir una palabra, esperando a que ella tome la iniciativa. Ha vuelto a convertirse en la
chica débil que conocí en casa de Héctor, y me es imposible no sentir tristeza por ella. ─Prométeme que lo que te cuente quedará entre nosotras. Me lo pienso durante un instante, pero al final, presa de la curiosidad, le respondo. ─De acuerdo. ─Es importante para mí. Prometo ser muy sincera contigo. La observo extrañada. Nunca la he visto en semejante estado. Está presa del pánico. Me percato de que su impoluta manicura está ahora desgastada. Se ha mordido las uñas. Y tiene dos profundas manchas grises bajo los párpados. Suspiro, y guiada por mi conciencia, la tomo de las manos temblorosas y frías. ─Oye, ya sé que las cosas no han ido bien entre nosotras. Soy muy irreflexiva y pasional, y sólo busco culpables. No puedo evitarlo. Quiero y necesito saber lo que vas a contarme, pero si alguien te está molestando...tengo un amigo que es policía. Él te ayudaría. ─¡No! ¡Me has prometido que no le contarías nada a nadie, y menos a la Policía!─se aferra a mis hombros, y su expresión denota la ansiedad más primitiva. Su comportamiento paranoico llega a intimidarme, por lo que la sostengo por los hombros y la miro a los ojos. Tan sólo es una mujer que tiene miedo. Conozco su historia, y ahora, lamento haberla tratado de una forma tan cruel. ─Te juro que te ayudaré en todo lo que necesites, pero si el malnacido de tu exmarido te está molestando, yo misma lo pondré en su sitio. No te tocará ni un pelo. Le arrancaré los huevos, como que me llamo Sara Santana. ─¿Mi exmarido?─Claudia se ríe cansadamente─. Él prometió que me mataría algún día, y te aseguro que no podrías hacer nada por evitarlo. Pero no es él quien...─se detiene y duda. ─Puedes contármelo. Confía en mí─la animo a continuar. ─Mentí a la Policía─suelta sin más. Yo me tenso ante su inesperada confesión─. Les dije que no volví a Villanueva del Lago, pero lo cierto es que lo hice una última vez. Quería saber qué tal estaba Érika, y explicarle que mi repentina huida se debía al miedo que tenía de que Michael me encontrase. Érika se merecía una explicación, y como supuse que me estaría buscando, decidí regresar para dársela. Quería pedirle que nos marchásemos las tres juntas al sitio en el que yo me había instalado. Pero llegué demasiado tarde. Retrocedo asustada. ─¿Qué...tratas de decirme? Claudia busca el contacto de mis ojos, y por un momento, siento la devastación que me transmite su mirada. Sus ojos me hablan de una profunda rabia y tristeza. ─Jamás olvidaré aquella imagen. Ella estaba sobre el agua, y su cadáver aún no se había sumergido en las profundidades de aquel maldito lago. Sentí que su asesino estaba allí, observándome. Estoy segura de que llegué momentos después de que la asesinaran. ─No se lo contaste a la Policía─replico, un tanto furiosa. Claudia me ignora, y continúa sumergida en su narración introspectiva. ─El colgante de Érika estaba enganchado en sus dedos. Por la imagen, me dio la impresión de que el asesino intentó robárselo, y de que ella se aferró a aquella pertenencia, a pesar de que sabía que iba a morir. Creo que te estaba pidiendo ayuda...─Claudia busca mi comprensión. Yo trago con dificultad, imaginando la cruel muerte de mi hermana─... El colgante se estaba hundiendo y se le escapaba de los dedos inertes, y yo sabía lo que significaba para ella. Así que no dudé en sumergirme en el agua y alcanzarlo antes de que se hundiera. No tenía ni idea de que tú se lo hubieses regalado. Ella siempre lo llevaba puesto, y decía que era su bien más preciado, pero yo no sabía... El rostro se le empaña de lágrimas. Yo me siento lejana. Vacía. ─Continúa, por favor. ─Estaba saliendo del agua, con la ropa empapada y el rostro blanco por lo que acababa de ver, cuando Julio Mendoza me sorprendió. Me miró a los ojos, y me dijo que había visto lo que había sucedido, pero que no dudaría en llamar a la Policía y afirmar que yo había asesinado a Érika con mis propias manos. Estaba empapada, asustada, y con el collar de Érika en la mano. Tuve mucho miedo. ─Y él te amenazó─finalizo yo. ─Conocía toda mi vida. No sé cómo, pero él sabía que Michael me estaba amenazando, y supo ver el pánico que había en mis ojos. Me habló con total tranquilidad. Sus palabras fueron: «O haces lo que yo te diga, o le aseguraré a la Policía que tú la mataste. O puede que avise a Michael de que la zorra de su mujer ha vuelto a casa». No podía negarme, pues salía perdiendo de todas formas. Supe que nadie me creería, y aunque fuera así, él podía entablar contacto con Michael. Además, al principio lo que me pidió no me resultó demasiado comprometido. Me dijo que desapareciese, y que no le dijese a nadie lo que había sucedido. Prometió que algún día iría a visitarme y me pediría un favor... Claudia traga saliva, suspira y continúa con su historia... ─Me alejé todo lo que pude, creyendo que no me encontraría. Pero Julio Mendoza es un hombre poderoso, y tiene contactos hasta en el mismísimo infierno. Quería alejarme de Michael, y caí en las garras de otro hombre que era mucho peor. Michael es un hombre brutalmente agresivo, irascible e imprevisible. Con Julio conocí otro tipo de crueldad. Una crueldad estudiada. Más calculadora. Julio apareció en mi nuevo hogar a las pocas semanas. Al principio sólo quería sexo. Si me negaba, me prometía que Michael me encontraría a las pocas horas. Sabía que mi exmarido estaba desquiciado, y que no se quedaría tranquilo hasta que me matara como me había prometido hacer. Sabía el pánico que el simple hecho de pronunciar su nombre me infligía. Luego, Julio me pidió algo más extraño. Me exigió que contestara a las llamadas de teléfono de Héctor, y que llegado el momento, te asegurara que había visto con mis propios ojos a Érika y Héctor manteniendo una relación furtiva. Tenía que hacerte creer que Héctor era enamorado de tu hermana entregándose a ti.
─Pero no lo hiciste. El retrato que ha hecho de Julio conecta a la perfección con la imagen glacial y calculadora que yo me he forjado sobre él. Quiere destruir a Héctor sea como sea, aunque con ello deba llevarse por delante a personas que nada tienen que ver en la mentira que se ha creado sobre sí mismo y la relación que mantenía con la madre de Héctor.
Entiendo la animadversión de Héctor hacia él. No sólo fue el hombre que hizo sufrir a su madre en los últimos momentos de su vida, sino que también se trata de un hombre que no es capaz de asumir sus errores, y que culpa a otros de su propia decadencia.
─ No podía hacerlo─sentencia Claudia, con total seguridad─. Cuando abriste la puerta de la casa y te vi, sentí que haceros daño sería como destruir a Érika. No imaginaba que fueseis tan parecidas; tú ya me entiendes. Me quedé en estado de shock, y cuando conseguí recuperarme, os observé a ambos. Él te miraba de una forma... te miraba como si no hubiera nadie más en el mundo. No sabes cuánta envidia sentí en aquel momento. Supe que no podía destruir lo que teníais en base a una mentira de la mente retorcida de aquel psicópata. Está obsesionado con Héctor. Odia a todo aquel que se interpone en sus mezquinos planes. Te odia a ti, Sara. No sabes las cosas tan horribles que me dice de ti... te tiene en su punto de mira.
Esbozo una expresión que finge querer transmitir que lo tengo todo controlado, pero en realidad no es así. Estoy preocupada, y por ilógico que parezca, no estoy preocupada por mí. Estoy preocupada por Héctor. Siento una opresión en el pecho de tan sólo imaginar el odio irracional que siente Julio hacia él.
Supongo que en eso consiste el amor, ¿no crees? Mi subconsciente bufa: «A mí no me preguntes. Decidí darte la espalda el día que echaste de tu vida al hombre más maravilloso. Te odio». un hombre mentalmente inestable, y que había suplido su carencia Las palabras de Claudia se repiten en mi mente: «Él te miraba de una forma...te miraba como si no hubiera nadie más en el mundo». Y es justo ahora cuando cobran sentido. Antes me ofendía el amor exaltado y posesivo de Héctor. Su necesidad de protegerme por encima de todas las cosas. Sus ansias de controlar cada centímetro de mi piel, de meterse dentro de mí y no dejarme escapatoria. Cuánto me gustaría que él volviese a mirarme como lo hacía antes, y no como a una completa extraña... ─No sé qué decir, Claudia. Tu confesión ha sido...inesperada. ─Sí. Supongo que esperabas que yo te confirmara que era una vulgar ladrona─replica con amargura. Me muerdo el labio inferior, muy arrepentida. ─Saco conclusiones precipitadas todo el tiempo. No te lo tomes como algo personal. Es decir, perdóname por haberte arañado la cara, y por haber husmeado entre tus cosas...y... Claudia coloca una mano en alto. ─No es necesario que continúes. Sólo espero que a partir de ahora veas en mí una amiga, y no una enemiga. Adoraba a tu hermana, y respecto al collar, te lo habría dado de haber sabido que aquello significaba tanto para vosotras. Claudia se encamina hacia la puerta. ─¿Qué vas a hacer ahora? Julio te está extorsionando. ─Ahora que sabes la verdad no puedo hacer lo que él me pide, ¿no?─responde, esbozando una amarga sonrisa. Le coloco una mano en el hombro cuando está a punto de marcharse. ─Conozco a un policía... ─al percatarme de su expresión de espanto, me apresuro a decir─: Es más un amigo que un policía para mí. Es un hombre noble, y estoy segura de que si le cuentas lo que ha sucedido podrá protegerte de Julio Mendoza. No tienes que mirar hacia otro lado cuando las personas te hieren, Claudia. ─Yo no soy tan valiente como tú. Aprendí a ser cautelosa y no llamar la atención cuando Michael me culpaba de todos sus problemas. No quiero defenderme. Quiero que me dejen en paz. ─Pero Claudia... ─insisto yo. ─Me has prometido que no le dirías nada a ningún policía. Lo prometiste─su voz se vuelve dura. Suspiro, y la miro a los ojos. Erik no es un policía. Es un amigo. Espero que ella lo entienda, porque no soy la clase de persona que deja que maltraten a otra. ─Cuando ahorre lo suficiente, me marcharé a la India. Hasta entonces, tenemos tiempo de tomarnos el café que te prometí─me guiña un ojo, y se dirige a la puerta de la casa de al lado. A los cinco segundos, Mónica está a mi lado. Sé que ha oído toda la conversación. ─Joder, tu vida es una puta telenovela, Santana.