CAPÍTULO 16

LLEGÓ el día. Vamos Sara, sabes que puedes hacerlo. Me infundo ánimo a mí misma y me remango las mangas de la camisa, preparada para la batalla. Es muy sencillo. Voy al despacho de Janine, le canto las cuarenta y vuelvo al trabajo. “En tu absurdo delirio de grandeza, se te ha olvidado que es tu jefa. No hagas tonterías. Atentamente, la hija de puta que hay dentro de ti”, me recuerda mi subconsciente. Me desinflo al instante. Joder. Joder. Joder. En la vida de Sara Santana, no pueden existir jefes gruñones que no te den los buenos días, te obliguen a salir tarde de la oficina o te tiren el café encima porque han tenido un mal día. ¡No! En mi surrealista y siempre sorpresiva existencia tiene que haber una jefa cabrona a la que le guste ver tu careto en todos los medios de comunicación, y se aproveche de tu triste, aunque mediática y efímera fama. ─¿No estarás pensando en ir a morderle la yugular a Janine, no? ─me pregunta Mónica. Cambio mi expresión a lo Rambo por otra más dulce, y aparto la mirada del despacho de Janine. ─¿Por qué iba a querer asesinar a Janine? Mónica va a contestar, pero yo la interrumpo. ─¿Tal vez porque me ha dejado en ridículo delante de toda España? ¿Porque me la ha jugado? ¿Porque me ha obligado a ver a Héctor? ¡Noooooo!, yo no quiero morderle la yugular. Lo que quiero es patearla, descuartizarla... ─Sara, cálmate. Es tu jefa. ─¿Y qué? Mónica pone cara de sopor. ─Hasta alguien como tú debería entender eso. ─Define alguien como yo. ─Sara, ahora no tienes novio millonario que te mantenga, así que haz como todo el mundo; trágate tu orgullo, respira hondo y cuenta hasta diez. Cierro los puños y me clavo las uñas en las palmas de las manos. ─Es que no puedo... no puedo...─replico, con los dientes apretados─... Es superior a mí. Siento que voy a estallar en cualquier momento. ─Eres masoca. Tú verás. Tienes una niña que mantener.

Ante su advertencia, vuelvo a desinflarme. Ahí lleva razón. Si una jefa te putea, es muy sencillo: TE JODES. Paso el resto de la jornada con un regomeyo por dentro que me quita hasta el apetito. Y eso es mucho decir viniendo de alguien como yo. Sara Santana siempre tiene hambre. A todas horas. Ni siquiera la ruptura con Héctor me privó de mi sesión diaria de helado. Sé que a muchas mujeres, en épocas de bajón, les da por no comer. A mí me da por ponerme como una vaca, qué quieres que te diga, si haces las cosas, las haces bien. Sola, gorda y sin nadie que te quiera. Así soy yo. A las dos de la tarde, mis compañeros de trabajo se van a almorzar. Yo disiento, y me quedo tecleando en el ordenador como si me fuera la vida en ello. Mónica y Sandra me miran con lástima, mientras yo finjo que las ignoro. En mi mente; miles de pensamientos negros me cruzan por la cabeza: Héctor con otras, Mike es un imbécil, Janine es una arpía, Héctor y Linda; voy a matar a Janine; Mike es un niñato incapaz de sentar la cabeza, tengo que poner la lavadora cuando llegue a casa, Héctor con muchas mujeres más delgadas que yo, cómo odio a Janine... ─Sara, ¿tienes un minuto? Doy un respingo al escuchar la voz helada de Janine. Si tiene sentimientos, los esconde muy bien bajo la cara de Stacy Malibú recauchutada. Seguro que se pincha botox. Le miro los pómulos bien definidos, sus ojos inexpresivos...cómo la odio. ─Hola. ─¿Qué tal fue la entrevista con Héctor? Me siento como si Janine me tirara de la silla, me echara un cubo de agua en la cara y llamase a todos los medios de comunicación para que me flashearan hasta que me hicieran perder la conciencia por sobredosis de fama. La tía está ahí, con esa sonrisita cínica y controlada. No me lo puedo creer. No sólo me hace una jugarreta, sino que además tiene la desfachatez de mirarme a la cara y abordar el tema. ─Querrás decir la entrevista con mi exnovio ─la corrijo, con acritud. Ya está. Voy a explotar. ─Si lo dices así, lo conviertes en algo demasiado personal. ─Es demasiado personal. ─Sabes en qué revista te encuentras. Lo personal aquí es primordial─me recuerda, con gran gelidez. ─Es demasiado personal incluso para esta maldita revista de arpías ─exploto. Noto un leve temblor en los labios de Janine. La voy a cabrear. ─Supongo que eso significa que rechazas mi propuesta de participar en la nueva línea de Musa. ─Y rechazo todas las propuestas que estén relacionadas con vender mi vida privada. Janine arquea las cejas, midiéndome. ─Si no te gusta esta revista, siempre puedes buscarte otro empleo. Se da la vuelta, y camina con una calma estudiada hacia su despacho. ─¿Sabe Héctor la clase de víbora a la que ha contratado?─no me puedo contener. Ella se detiene. Ni siquiera se gira antes de responder. ─Sí lo sabe, le da igual que te haga la vida imposible. Me dejo caer en mi silla, mientras la observo marchar con ese control sobre sí misma que tanto me ofende. Me giro hacia la pantalla del ordenador, y trato de volver a concentrarme en mi trabajo. Me percato de que he recibido un e-mail en la cuenta de correo de la revista, por lo que lo abro y lo leo. Había una vez una cerda que no sabía encontrar su lugar en el mundo. D. Me giro automáticamente hacia el despacho de Janine, pero me la encuentro hablando por teléfono. Joder. Joder. Joder. ¿Qué he hecho yo para tener tantos enemigos? Abro la carpeta de correo basura, imbuida por un creciente nerviosismo que se acumula en mi estómago. Releo el correo anterior, con la misma firma: «La perra que hay en ti no puede estarse quieta por más de un par de meses. Recuerda que hay quien te vigila. D». ¿Quién demonios es D.? La cuenta de correo electrónico de esa persona se titula: queridasara@musa.com. Verdaderamente alguien en esta oficina debe odiarme mucho. Vuelvo a observar a Janine, pero ella continúa hablando por teléfono sin prestarme atención. Podría ser ella quien envía esos e-mails tan absurdos, pero no encuentro ningún motivo para que lo haga. Puede que el hecho de que sea amiga de Mónica y me haya negado a colaborar en sus planes para dirigir la revista haya hecho aflorar un odio irracional hacia mí, no lo sé. Aprovechando que Janine se ha largado de la redacción, y que yo he terminado todo el trabajo que tenía para hoy, salgo cinco minutos antes del trabajo. Si quiere expedientarme, que lo haga. A estas alturas, creo que es una de las cosas que menos me importan. ─¿Te encuentras bien, Sara? Últimamente te noto rara ─se preocupa Mónica, cuando me ve coger el bolso. ─No sé...lo de siempre. ─Todavía sigues pensando en tu hermana. ─¿En Érika? Sí, claro, mucho... ─No, en la otra─me corrige. ─Ah, te refieres a Adela. De vez en cuando─miento, restándole importancia─. Tenemos que encontrar una solución a tu problema─le recuerdo. Mónica se tensa automáticamente, y la expresión se le congela en un rictus de irritación. ─Eso es asunto mío. ─Que te lo has creído. Le doy un beso en la mejilla, y le hago prometer que hablaremos de su problema mañana. Mónica responde con un monosílabo afirmativo y seco, pero yo sé que sólo lo hace para que la deje en paz. Al salir de la oficina, no puedo parar de pensar en los extraños emails que me han llegado a la redacción. Evidentemente se trata de alguien de la empresa, pero no logro comprender quién de mis compañeros puede sentir tanta animadversión hacia mi persona. Todo eso se me pasa cuando, al subirme al coche, capto la mirada de alguien a mi espalda. Me vuelvo sofocada, y me parece ver a Jason vigilándome desde una esquina. Confundida, me bajo del coche y camino hacia él, pero apenas me he apeado del vehículo, la figura masculina ha desaparecido. Esto es raro. Demasiado raro. ¿Para qué iba Jason a vigilarme? Tal vez, estoy tan alterada por lo que me ha sucedido en un período de tiempo tan corto que mi imaginación me está jugando malas pasadas. Vuelvo a montarme en el coche y conduzco hacia el colegio de Zoé. Recojo a mi sobrina del comedor escolar y aparco frente al edificio en el que vivo. Lo que tampoco me espero es encontrarme a Mike en la puerta, con cara de pocos amigos, apoyado en el portal y fumándose un cigarro. ─Hola─lo saludo, un poco aturdida. Dada nuestra última conversación, no esperaba encontrármelo justo aquí. ─Tenemos que hablar. Suena demasiado serio para ser el Mike al que estoy acostumbrada. Eso es una mala señal. Cuando alguien te dice «tenemos que hablar», sabes que eso implica el final de la relación. La cuestión es que entre nosotros no existe ninguna relación, porque él lo dejó muy claro la otra noche. ─Pasa─lo invito. Subimos en el ascensor sin dirigirnos la palabra. Nos situamos a cada lado de las estrechas paredes, y miramos hacia partes opuestas. El ambiente es tenso, cuento los segundos hasta que las puertas del ascensor se abren, y salgo todo lo deprisa que puedo. Abro la puerta del apartamento, y le pregunto a Zoé si tiene deberes. Ante su respuesta afirmativa, le pido que los haga en su cuarto, y le digo que luego iré a ayudarla. En cuanto la niña se marcha, me cruzo de brazos y me quedo frente a Mike. ─Tú dirás─lo animo. ─¿Yo diré?─Mike abre mucho los ojos y niega con la cabeza. ─Supongo que si has venido aquí es porque quieres decirme algo. ─Sí, quiero decirte algo, pero esperaba una llamada, una maldita señal...─me acusa, visiblemente dolido, alza sus ojos azules y me mira a la cara─. Ni siquiera me has pedido perdón. ─No me hagas sentir peor persona, Mike. ─No intentes darme pena, Sara. Me muerdo el labio. Sabía que esto no iba a ser fácil. ─¿En algún momento de esta noche has pensado en mí? ¿En cómo me sentía?─exige saber. ─Yo... ─trato de buscar una salida, pero al final opto por ser sincera─...no. No como tú lo necesitabas. Lo siento, pero es la verdad. ─Joder Sara...ni siquiera sé qué hago aquí, cuando está claro que te importa una mierda que me largue. Me he tirado toda la noche pensando en ti, imaginando lo que iba a decirte...y al final, ¿sabes qué? Me dije a mí mismo que no tenía importancia, que si te arrepentías y me prometías que ibas a estar para mí...qué más da. Empiezo a sentirme como una verdadera mierda. Doy un paso hacia él y trato de tocarlo, pero él se aparta. Sé que está dolido, y no sé qué hacer para curar sus heridas. ─Mike...ya sé que soy una egoísta, pero no tengo ni idea de cómo digerir esta situación. Me gustas mucho, ya lo sabes... Pero ¿y si no soy capaz de olvidar a Héctor? Suelta una risa grave. ─¿Me lo estás preguntando a mí? ─¡Estoy siendo sincera!─trato de hacer que me entienda─. Cualquier otra en mi lugar te diría todo lo que quieres oír, pero yo no puedo. Sí, estoy enamorada de Héctor. Sí, pienso en él a lo largo del día. ¿Y qué? Lo que tuvimos él y yo se acabó. Ahora quiero intentarlo contigo. Quiero intentarlo contigo, porque me gustas y porque me da la gana─Mike me mira de repente. Sé que necesita que siga, y yo necesito ser sincera─. Quiero estar contigo, pero sé que tú tienes tantas dudas como yo. Al menos uno de los dos quiere que esto vaya a más. No te pido que te comprometas conmigo de por vida, pero no me pidas que piense sólo en ti cuando tú no eres capaz de pensar en nosotros. Eso es absurdo. ¿Por qué te molesta tanto lo que yo haga si no quieres que tengamos nada más allá de un polvo? ─Joder...no lo sé. ─No lo sabes─respondo sin creerlo. ─Porque me gustas, por eso. Me encantas, pero eres tan jodidamente complicada, y me da tanto miedo que me hagas daño, que estoy hecho un puto lío. Su espontánea declaración me saca una sonrisa. Mike no se da cuenta de lo tierno que puede llegar a ser cuando es sincero. ─Tú también me gustas, ya lo sabes. ─¿Y eso es suficiente? ─pregunta, asustado. ─No sé, pero yo quiero intentarlo. Mike me rodea por la cintura y esconde la cabeza en mi pelo. Su nariz me acaricia el cuello, y su boca recorre mi barbilla hasta llegar a los labios. Nos quedamos muy juntos, mirándonos a los ojos, hasta que él decide dar el primer paso, me coge de la nuca y me da un beso lleno de ternura. Dejo escapar el aire y apoyo las manos en su pecho, descendiendo hacia su abdomen y metiéndolas por dentro de la camiseta de algodón para acariciarle su espectacular abdomen. Mike jadea cuando lo acaricio con las uñas, y presiona su erección contra mi estómago. ─No es justo, Sara...─dice contra mis labios. Vuelve a capturar mi boca y me muerde el labio inferior─. Yo tendría que haberte conocido antes. Te juro que te hubiera vuelto loca. Lo abrazo por la espalda y lo pego a mí. Mi pierna derecha le rodea la cintura, y él desciende su mano hacia mi muslo, subiéndome la falda y acariciándome de una manera juguetona y dulce. ─Ya me vuelves loca─le aseguro, mirándolo a los ojos. Él me besa la barbilla, la base del cuello y niega con la cabeza. ─Pero no es suficiente. Echo la cabeza hacia atrás, dándole un pleno acceso a mis pechos. Estamos en mitad del pasillo, y sé que voy a perder la cabeza si no lo detengo. De un empujón, lo separo de mí y abro la puerta de mi habitación. ─¿Estás segura?─dirige una mirada dubitativa a la habitación de Zoé, y luego otra mirada hambrienta hacia mí. Yo asiento con la cabeza. Entramos en la habitación, y en ese momento todo explota. Mike me sube la falda, se baja los pantalones y me quita las bragas. Me siento sobre el escritorio, abriendo las piernas y dedicándole una mirada traviesa. Él se arrodilla frente a mí, posa su boca sobre mi sexo y me lame con voracidad. Me trago los gemidos que quiero emitir, le agarro la cabeza y lo obligo a incorporarse. No necesitamos decir nada... Él me coge de las caderas, y siento cómo la cabeza de su pene se introduce lentamente en mi interior. Nos miramos mientras él me penetra, prometiéndonos sin palabras que vamos a intentarlo. Mike se agarra a mi cintura, entrando y saliendo de mí con fuerza. Rápido, primitivo y lleno de necesidad. Apenas unos minutos de sexo frenético y desesperado, hasta que lo rodeo con mis piernas, clavo las uñas en sus antebrazos y él captura mi boca. Finalmente llegamos al orgasmo juntos, y siento, por primera vez en mucho tiempo, que estoy empezando a hacer las cosas bien.