CAPÍTULO 31

A la mañana siguiente, me despierto con el brazo de Adela abrazándome posesivamente. Una sonrisa inesperada se cuela en mis labios, y le doy un beso en la frente antes de salir de la cama. Al final, logré convencerla para que viniera a casa y conociera a Zoé. No dejó de hacer preguntas sobre mi vida, Érika y todo lo que había visto en la televisión sobre mis supuestos amantes.

Y yo le respondí. Le hablé con sinceridad, sobre lo sola que a veces me siento, sobre lo mucho que echo de menos a Héctor, la relación que no funcionó con Mike y la culpabilidad que aún siento por la muerte de Érika. Le hablé como si la conociera de toda la vida, y ella me escuchó con atención. Nunca imaginé que hablar con alguien de dieciséis años pudiera hacerme tanto bien.

Adela me contó que en el fondo sólo trata de llamar la atención de sus padres, y que cuando adivinó que tenía una hermana, sintió celos y una profunda frustración. Además, me enteré de que papá ha vuelto a mentirme. No se lo contó por propia iniciativa, sino que Adela lo descubrió al ver una foto en la que él salía abrazado a dos niñas que eran idénticas.

Honestamente no me sorprende que él siga siendo el mismo mentiroso de siempre. A pesar de todo, me levanto demasiado temprano incluso para mí. No soy el tipo de persona a la que le gusta madrugar, pero durante toda la noche he sido incapaz de conciliar el sueño. Pensaba en Héctor, sí, sólo en él. Necesito comprender por qué se empeña en alejarse de mí, sin darme opción a ayudarlo. Hemos sido tanto...nos hemos dado tanto...que me cuesta comprender que él esté dispuesto a no ser nada para mí. Ni siquiera amigos. Está bien, no creo que yo pudiera ser amiga de Héctor Brown, pero cuando amas tanto a una persona, necesitas saber que él está bien, aunque tenerlo cerca duela y haga tanto daño que sea contraproducente para ti misma. ─Sara, me tengo que ir al instituto─me dice Adela, que se ha despertado y está detrás de mí. ─Espérate y te llevo. Si me doy prisa, puedo acercaros a Zoé y a ti. Me niego a dejar que se vaya sola, a pesar de que hay líneas de autobuses que paran frente al instituto. Adela está empezando a cuestionarse su comportamiento, pero no estoy segura de que ella vaya a ir al instituto sólo porque su nueva hermana se lo ha recomendado. Por la expresión de sopor que ella pone, sé que ha adivinado mis pensamientos. ─¿No confías en mí?─pregunta, intentando infundirme un poco de pena. ─Mira Adela...nos acabamos de conocer, pero algo me dice que si cruzas sola esa puerta, no vas a ir al instituto. ─¡Eres igual que mis padres!─estalla, convirtiéndose de nuevo en la adolescente rabiosa que conocí el otro día. ─Si tus padres piensan mal de ti, será porque has hecho cosas que les impiden depositar la confianza en ti. Pero si cambias un poco, te aseguro que tendrás mi confianza y mi comprensión. ─Pero Sara...vives muy lejos del instituto, y no te va a dar tiempo a llevar a nuestra sobrina y a mí. No seas cabezota. No me pasa desapercibido que dice «nuestra sobrina», lo cual supone un gran paso. Adela está empezando a romper la coraza que se ha construido para que no le hagan daño, y supongo que mostrar un poco de confianza por mi parte puede ayudar a mejorar nuestra inexistente relación de hermanas. Suspiro, me cruzo de brazos, y hago como que me lo pienso, pero en realidad ya he tomado una decisión. ─¡Está bien! Pero si me entero de que no vas al instituto, y ten por seguro que me enteraré, no sólo vas a perder mi confianza sino que me encargaré personalmente de que tus padres te castiguen, ¿entendido? ─¿Crees que mis padres son la clase de personas que castigan a su hija? Piénsalo, si hubieran tomado cartas en el asunto, yo no sería un problema para nadie─responde, con resentimiento. ─No eres un problema, Adela. Y sé de lo que hablo─le aseguro yo. Y tanto que lo sé... ─¿Por qué no hablas con ese tío?─me aconseja. ─¿Con quién? Ella pone los ojos en blanco. ─Con quién va a ser...con ese tal Héctor que está como un queso. Has intentado olvidarlo buscándote a otro, y si ese otro era Mike Tooley y no lo has conseguido...¡es que estás enamorada! ─No me digas... ─Si yo tuviera la oportunidad de conocer a Mike...─murmura, con cara de ensoñación─. ¿Crees que te dará las entradas para el concierto a pesar de que lo has utilizado como segundo plato? ─¡Adela, no digas eso!─la censuro, sin poder evitar sentirme culpable─. Mike nunca ha sido mi segundo plato. Simplemente no pudo ser...somos muy distintos. Pero estoy segura de que si hablo con él, me conseguirá un par de entradas. No es rencoroso, y es un tío estupendo. Ella me abraza contra su escuálido cuerpo, y me llena de besos por todo el rostro. ─¡Gracias, tener una hermana mayor es cojonudo! La separo de mí cogiéndola por los hombros, y la miro con total seriedad. ─Hemos hecho un trato. No faltas al instituto, las apruebas todas y mejoras la relación con tus padres. Quid pro cuo, ¿entendido? ─¿Quid pro qué?─pregunta confundida. ─Yo te doy algo si tú me das algo─le explico. ─Algo así como el sistema capitalista─se burla ella. ─Al menos tus clases de economía han servido para algo... Adela se cuelga la mochila al hombro, y gira el pomo de la puerta para salir. ─No me defraudes...─le pido, sin estar del todo convencida. Ella vuelve a poner esa cara de sopor que a mí me irrita tanto. ─¡Que sí!─cierra dando un portazo. Voy a tener que ir acostumbrándome a tener otra hermana. Tras peinar, vestir a Zoé y darle el desayuno, llevo a la niña de la mano hasta el coche y la coloco en el asiento trasero, poniéndole con cuidado el cinturón. Me agacho sobre mis rodillas hasta estar a su altura para hablarle. Ella me observa atentamente con esos inmensos ojos negros que parecen traspasarte palabra alguna. ─Bueno Zoé...ya ves que tienes peculiar, pero creo que nos ha cogido cariño, y nosotros debemos tratar de comprenderla. ¿Estás de acuerdo?─ella asiente con total convicción─. Bien...es bueno que ambas estemos de acuerdo. No te olvides nunca de que para mí eres lo más importante, sólo tienes que decirme lo que no te gusta, y juntas encontraremos la solución. Espero a que ella me diga algo, cualquier cosa, pero simplemente me sonríe. Me incorporo y suelto un hondo suspiro. Sabía que iba a ser complicado, pero nunca imaginé cuánto. Me pongo en el asiento del conductor y espero a que Sandra llegue. A los cinco minutos, viene corriendo con la expresión acelerada y una carta en la mano. ─Voy a tener que hablar seriamente con tu novio, porque todos los días se te pegan las sábanas...por algo será─le digo, bromeando. ─¡Ay Sara! Desde que se ha ido a Alemania, lo echo tanto de menos que hablamos todas las noches por teléfono, y nos quedamos hasta las tantas... Al ver su expresión de absoluta felicidad, me alegro por ella. Es una buena chica, y supongo que a veces el amor no es tan complicado como parece ser. O como es para mí. No sé, no lo tengo del todo claro. ─¡Casi se me olvidaba! He abierto el buzón, y había una carta para ti─me la enseña, con una sonrisa de oreja a oreja. Es obvio que ha leído el remite. sin necesidad de pronunciar

una tita nueva. Es...un poco La guardo en mi bolso, y arranco el coche. ─¡Es de Mike! ─se altera, al ver que no la abro. ─Ya sé que es de Mike. Lo digo un poco tensa. Desde que Mike y yo hablamos aquel día,

si algo tengo claro es no ir al concierto para el que me regaló las entradas. Pienso dárselas a Adela para que vaya con otra persona. Ella cree que no tengo las entradas, pero lo cierto es que pienso deshacerme de ellas si no cumple su promesa. Respecto a Mike...creo que lo mejor será dejar las cosas como están.

No puede ser, y ambos lo sabemos. Estoy enamorada de Héctor, y sería deshonesto poner esperanzas en una relación que no va hacia ninguna parte, sólo por el placer de no estar sola y de tener a alguien que me abraza por las noches.

Tras dejar a mi sobrina en el colegio, llego a la redacción de Musa cinco minutos antes de que comience mi horario laboral. Eso no impide que Janine se acerque hacia donde estoy con cara de estreñimiento, ni de que me pida que vaya hacia su despacho con esa vocecilla nasal que tanto detesto.

─Siéntate Sara─me pide, una vez estoy dentro. Como no quiero discutir por semejante tontería, hago lo que me ordena. ─¿Quieres un té de melocotón? Qué asco. ─No gracias, me gustan las cosas con azúcar. Mi respuesta le provoca un rictus de desagrado. ─Entiendo...te van las emociones fuertes. Sí, ahora mismo te estrangularía y me quedaría tan pancha. ─Te estarás preguntando para qué te he llamado, y como es evidente que tu tiempo es muy limitado, voy a explicártelo. ─Gracias, es un detalle que seas tan generosa─le suelto con ironía. Ella me taladra con sus ojos azules. Cállate Sara...cállate. ─Estamos haciendo una reagrupación laboral porque han abierto una nueva oficina de Musa. He visto que dominas el inglés a la perfección. Me estoy temiendo lo próximo que va a salir de esa boquita calculadora. ¡Quién me mandaría a mí a estudiar Inglés! ─En realidad, no te creas que manejo el Inglés...Yes, Champions League, Victoria Beckham...sé las cuatro cosas típicas, vamos...─le digo, tratando de salir airosa. Estoy empezando a sudar. Janine pone cara de satisfacción orgásmica, apoya la barbilla sobre las manos y me mira con una sonrisita calculadora en los labios. ─No seas modesta, Sara─saca algo del cajón de su escritorio, y lo ojea rápidamente. Mierda, es mi currículum... ─Tienes el Cambridge English Advanced, nivel intermedio de Francés, e incluso leo por aquí que tienes conocimientos de Alemán...impresionante. ─Qué va...veraneo mucho por Marbella. Ya sabes que allí hay muchos guiris...sé decir paella, quiero cerveza... ─Tranquila Sara, no voy a hacerte una prueba de Alemán, porque el trabajo es en Alaska, y como sabrás, el ochenta por ciento de la población tiene como idioma principal el Inglés. En Alaska. ─Pero eso no está...¿muy lejos? ─A ocho mil trescientos kilómetros aproximadamente. Me levanto de la silla, a punto de que me dé un patatús. ─Siéntate Sara. ─No quiero ─replico, perdiendo la calma. ─Como quieras. En quince días cogerás un avión a Anchorage, Alaska. No te preocupes, los gastos corren a cargo de la empresa. ─¡No me pienso ir a Ancho...como se llame!─protesto, muy alterada. Janine me mira sin inmutarse. Está claro que lo tenía todo planeado. ─Claro que te vas a ir, a no ser que quieras perder tu trabajo. ─Eso es injusto. No puedes hacer eso, ¡me acojo al convenio colectivo! ─Sí, claro. Y yo a la Constitución de 1812 ─se jacta─. He cumplido con el preaviso, y Musa se hará cargo de costearte el alquiler. Es evidente que está disfrutando. ─Tengo una sobrina pequeña...no puedo llevarla a un sitio tan lejos así porque así. ─Es una pena que no hubieras aceptado la oferta que te hice... ─finge lamentarse─. Buen viaje, Sara Santana. Salgo de su despacho dando un portazo, y causo tal estruendo que el resto de la oficina cuchichea a mi espalda. Meto la cabeza entre los hombros y me dirijo hacia mi escritorio, pero estoy tan alterada que no soy capaz de ver a Mónica y me tropiezo contra ella. ─¿En Alaska no hay pingüinos?─me pregunta, como si estuviera ida. ─Creo que eso es en el Polo Sur─dudo, y me doy cuenta de lo poco que sé acerca del lugar al que tendré que mudarme dentro de quince días. ─Pues menuda decepción. Al menos me hubiera gustado ver pingüinos... ─¿A ti también te ha largado a Alaska? ─Y me temo que no tengo otra opción. Mi entrevista no salió como yo esperaba. No me han cogido. ─Lo siento ─y lo digo de verdad. Siento que ambas estemos en esta situación. Instintivamente, me siento en la silla frente a mi escritorio y enciendo el ordenador. Abro el correo, y como me lo esperaba, tengo un nuevo email:

Buen viaje, Sara. D.