CAPÍTULO 12
AGRADEZCO que el día siguiente a mi inesperado encuentro con Héctor sea sábado. Me ahorro verle la cara a Janine, y me siento segura dentro del apartamento. A veces miro por la ventana, y descubro a algún que otro periodista merodeando por la entrada del portal. Se cansan cuando no me ven, y terminan marchándose por la tarde. En el fondo sólo soy una chica corriente para ellos. Un pasatiempo con el que rellenar titulares. Héctor es otra cosa. De él no se hartarán, y aunque me fastidie admitirlo, me duele saber que lo deben estar molestando continuamente, en base a suposiciones absurdas sobre mí.
No debería otorgarle ni un minuto de mi tiempo a ese desgraciado. Vete con Mike. Gracias, Héctor. Si querías herirme en lo más profundo de mi
orgullo, lo has conseguido. ─¿Te vas a quedar todo el día encerrada en casa?─se preocupa Sandra. ─Sí ─respondo secamente. Hoy no tengo ganas ni de discutir. ─Venga Sara, no te lo tomes así. Tú ya has rehecho tu vida, es normal que Héctor te dijera eso. ─No lo es─me enfurruño y me dejo caer sobre el sofá. ─Podrías llevar a Zoé al parque. ─Si uno de esos periodistas acosa a mi sobrina le pegaré tal puñetazo que me meterán en la cárcel. En la cárcel no hay helados. No sobreviviría. Y es cierto. Si algún periodista se acerca a Zoé, yo misma me encargaré de hacerle saber cómo se las gasta Sara Santana. ─Ya se cansarán. Se han ido hace un rato. Dentro de unos días se olvidarán de ti. ─Estoy convencida de ello, pero estoy tan deprimida que lo único que puedo hacer es compadecerme de mí misma.
Aprovechando que no hay ningún periodista merodeando por los alrededores, salgo al balcón para que me dé un poco el aire. Lo que encuentro me deja patidifusa. No, no es ningún periodista, pero casi preferiría que lo fuera. En el portal se encuentra mi padre, que no deja de mirar hacia la fachada de mi piso. Nuestras miradas se encuentran, y como si fuera una chiquilla, corro a esconderme dentro de casa.
─Oh, pero qué patética eres, Sara Santana. Salgo de nuevo al balcón, y me encuentro con la patética mirada de cachorrito lastimero que trata de infundirme lástima. No lo vas a conseguir. Conseguiste que te echara de menos el día que te marchaste. Busqué respuestas durante estos quince años. Decidí odiarte el día que mamá se puso enferma.
─ Que te jodan─le digo. Está demasiado lejos para escucharlo. Está lo suficiente cerca para leer mis labios. No se da por vencido. Se sube la cremallera del anorak, frota las manos para conseguir calor y se sienta en el escalón del portal. No logro comprenderlo. Durante quince años no he existido para él. Ahora resulta que tiene demasiado tiempo para amargarme la existencia. Vuelvo a entrar en casa, y me siento en el sofá a ver la película que están poniendo en la televisión. Intercambio algunas opiniones con Sandra, pero mi cabeza está centrada en el hombre que sigue ahí fuera, custodiando la entrada, a la espera de que yo decida salir. Trato con todas mis fuerzas de no pensar en él, pero lo único que consigo es que una creciente curiosidad se apodere de mí. Soy humana. Mi padre ha vuelto a mi vida después de quince años, y quiere darme una respuesta. La pregunta que me he hecho durante estos quince años, y que me niego a conocer, porque se supone que a estas alturas no debería de tener importancia. Me pongo de pie. ─Voy a tirar la basura─anuncio en voz alta. Sandra me mira extrañada. Es normal. Nadie en su sano juicio sale a tirar la basura un sábado a las cuatro de la mañana. Me meto en el ascensor, con la bolsa de basura en la mano. Le dices que se marche, y punto. Sólo tienes que decirle que se largue, me digo a mí misma.
No has bajado para otra cosa. En realidad no tienes ganas de verlo. ¡Lárgate! Sí, eso es lo que voy a decirle. Salgo del ascensor, camino hacia la salida y abro la puerta. Mi padre da un respingo al encontrarme allí. Su rostro se ilumina al verme. Yo endurezco la expresión. ─¿Por qué no te vas? Da un paso hacia mí para darme un abrazo. Le pongo la bolsa de basura en la cara. ─Voy a tirar la basura. Cruzo la calle, abro el cubo de basura y arrojo la bolsa con despecho. Por un instante me imagino que es papá. ¿¡Papá!? No lo llames así. Él no es tu papá. Regreso al portal, y juro que no voy a pararme a su lado. No...te...pares... Me fijo en su expresión. El jodido se parece mucho a Érika. La echo de menos. Lo echo de menos. Me dedica una sonrisa. Aparto la mirada, agarro el pomo de la puerta, y como no podía ser de otra manera, me detengo. ─¿Qué quieres? ─Te tengo que contar una cosa muy importante para ti. Me coloca una mano en el hombro. El contacto me produce una mezcla de añoranza y tristeza. ─Vale, pero no me toques. Que sea rápido. No tengo mucho tiempo. ─¿Tienes muchas cosas que hacer a las cuatro de la mañana?─me cuestiona sin dureza. Enarco una ceja, y le dedico una mirada afilada. ─Mejores que estar contigo, desde luego. ─El chico con el que te vi en el coche, ¿era tu novio?─se interesa. Suelto una carcajada. ─No te hagas el padre preocupado a estas alturas. ─Te he visto en la televisión. ─Es que soy famosa. ─Estoy preocupado por ti. Todas esas cosas que dicen... ─Vamos a ver... ¿Pero tú qué has venido a hacer aquí?─le espeto, perdiendo toda la calma. ─De acuerdo...de acuerdo...─suspira, y me mira a los ojos─... Os abandoné cuando teníais diez años. ─No quiero mentiras. Sea lo que sea, ni se te ocurra adornarlo. Tengo veinticinco años. Si te volviste cocainómano, te fuiste de putas o te largaste a comprar tabaco no me importa. Si te voy a escuchar, que sea la verdad. ─No has cambiado ni un ápice, Sarita ─doy un respingo al recordar cómo me llamaba de pequeña─, sigues siendo la niña directa y franca que decía lo primero que se le pasaba por la cabeza. Érika era la niña reservada. ─No te atrevas a nombrar a Érika. No tienes ningún derecho. Papá agacha el rostro, abochornado. ─En eso tienes razón, pero lo que voy a contarte es importante para ti. Sé que quieres saber por qué os abandoné, aunque me mires con desprecio y no me dirijas la palabra. Me largué hace diez años, no puedo cambiar el pasado. Me enamoré de una mujer maravillosa cuando vosotras teníais ocho años. Nunca engañé a tu madre. Se lo conté desde el primer día, pero ella no quiso escucharme. No la abandoné porque tenía dos hijas, y tu madre me prometió que el día que la dejara sería el día en que no volvería a veros. A los dos años la mujer a la que amaba se quedó embarazada. Ella me pidió que eligiera, y yo no lo dudé. Podría engañarte y decirte que fue difícil, pero no dudé ni un instante. Decidí que era más fácil empezar una nueva vida que arreglar la que ya tenía con una mujer a la que no quería. Una mujer aborrecible que me amargaba la existencia. Cada vez que llegaba a casa sentía que mi mundo se hundía. No la soportaba, era... ─Basta ─le pido en un susurro, pero con la suficiente determinación para que él se calle. Sus palabras me duelen de una manera que a estas alturas creía imposible. Siempre he sabido que él me abandonó en un acto premeditado y que no le costó asumir, pero escucharlo de su propia boca coloca un punto de inflexión en mi conciencia que despierta esa parte anhelante en mi interior que habla de soledad, de la necesidad de ser querida y de encontrar mi lugar. ─Tienes una hermana. La confesión me deja aturdida. ─Se llama Adela y tiene quince años. Shock. Tengo una hermana de quince años. ─Te encantaría si la conocieras─el rostro se le transforma, y la expresión se le llena al recordarla─, es dulce, guapa, inteligente... ─Basta. ─Es una chica muy alegre. ─Basta. ─Adela creía que era hija única hasta hace unas semanas, pero le conté la verdad y está deseando conocerte. ─Basta. Por primera vez desde que la ha nombrado, me mira a los ojos y me cuestiona. ─Tiene derecho a conocerte. ─Yo tenía una hermana ─le respondo, cargada de rabia. ─Pero Sara...Adela es tu hermana. ─La odio ─confieso en voz alta. Es algo que me sale de dentro. ─Lo dices porque estás enfadada. ─No sabes cuánto. Por primera vez desde que ha aparecido en mi vida, es él quien endurece la expresión y me observa con desaprobación. ─Ni siquiera la conoces. ─La odio desde antes de conocerla. La odio antes de saber que existía. Ojalá Adela estuviera muerta y Érika viva─no sé por qué digo tal cosa. Supongo que para molestarlo, pero en el fondo es la verdad.
─ No sabes lo que estás diciendo. No vuelvas a repetirlo. ─Ojala Érika estuviera aquí conmigo y tú nunca hubieras aparecido en mi vida. Quiero que sepas que Érika murió por tu culpa, porque nos abandonaste y ella no pudo superarlo. Ella siempre sintió que le faltaba algo. Tú eres el culpable. Que la muerte de Érika recaiga sobre tu conciencia. Le suelto todo eso, y siento cómo una sensación cruel y placentera me recorre por dentro. Le quiero hacer daño. Tanto daño como el que me hizo a mí cuando se marchó, y el que acaba de hacerme con sus palabras. ─Tu madre te ha infundido todo ese odio hacia mí. ─¡Mi madre ni siquiera se acuerda de quién eres! ─Sé que dices todo eso porque estás celosa y la rabia te impide ver las cosas con claridad. Si quieres culpar a alguien, cúlpame a mí. Por hacer las cosas mal. Por escoger la opción fácil y elegir a mi segunda familia. Sé que hubieras querido que os escogiera a vosotras y no a Adela, pero... ─Ni siquiera sabes cuál es mi color favorito. Vienes aquí, me dices que tengo una hermana, pero no sabes nada de mí. ─Es el rosa. ─Odio el rosa. ¡Es el azul! ─Seguro que no has abierto el paquete que te entregué. Había una foto de Adela. Si la vieras... ─La única hermana que tengo está muerta, ¿me oyes? ¡Muerta! Salgo corriendo, subo las escaleras y me meto en casa. No sé por qué lo hago, pero lo primero que busco es la carta de Érika. Necesito leer sus palabras. He sido demasiado estúpida, he tenido demasiado miedo de leer lo que ella me decía. Ahora sé que me quiere, y sea lo que sea, sé que nos tenemos la una a la otra. Ella es mi única familia. Abro el cajón, y me quedo helada al no encontrar la carta. Estaba aquí. O tal vez la dejé en el armario. Rebusco dentro de los cajones del armario sin éxito, dentro de todos mis bolsos, debajo de la cama...y empiezo a sentir una creciente ansiedad. No recuerdo dónde la he puesto, y siento que he perdido a Érika para siempre.
Eran sus últimas palabras, y yo he perdido el tiempo cuando lo único que importaba de verdad era leerlas. Pienso en Héctor, y en la extraña habilidad que tengo para estropearlo todo. En la última conversación que tuve con Érika antes de que se largara. En el asesino de mi hermana, y su inquietante fijación conmigo. En Erik, y lo injusto que es que yo no lo quiera como se merece. En Mike, su sonrisa y sus fantásticas canciones. Empiezo a hiperventilar. Me abanico con la mano, me desabrocho los primeros botones de la blusa y me siento en el borde de la cama. Diviso la caja que me entregó mi padre y me abalanzo sobre ella sin pensarlo. La rompo. Sostengo un marco de fotos con mis manos. Observo una chica de cabello negro y aspecto frágil abrazada al padre que yo nunca tuve. La fotografía se escapa de mis manos, se cae al suelo y estalla en pedazos. Empiezo a tiritar, siento que todo en mi vida está mal, y después, se hace la oscuridad.