CAPÍTULO 11

─¡SANTANA...SANTANA! ─ me despierta Janine. He vuelto a centrarme en mis propios pensamientos, y no he escuchado lo que Janine me estaba contando. Doy un respingo ante su inesperado grito. Janine no es la clase de persona que grita.

─ ¡Presente!─respondo. ─Sí...y con un pollazo en la frente...ja, ja, ja...─mi compañero de trabajo se atraganta con sus propias palabras cuando Janine le lanza una mirada glacial. ─Como te iba diciendo, necesito que estés en el aeropuerto de Barajas en quince minutos. Una persona muy importante se marcha de la ciudad, y es la única oportunidad que va a tener Musa de entrevistarlo. Emocionante. Otra típica entrevista con el famosillo cutre de turno que no le interesa a nadie. ─¿Y quién es? ─Brad Pitt. Resulta que va a rodar una película en Madrid. Quiero dar una exclusiva─dibuja la palabra exclusiva en el aire, denotando una ambición que raya en lo obsceno. Supongo que seré la única periodista que está en el aeropuerto. No sé cómo lo hace, pero Janine se entera de información privilegiada que todo el mundo ignora. Bueno... sí que sé cómo lo hace. Tú ya me entiendes. De camino al aeropuerto, me pienso muy bien las preguntas que voy a hacerle. ¡Brad Pitt! No me puedo creer que sea yo quien vaya a entrevistarlo. Por fin voy a tener la oportunidad de entrevistar a alguien mínimamente interesante. Veinte minutos después, me encuentro al lado de mi cámara frente a la entrada del aeropuerto. Ambos nos encogemos de hombros al percatarnos de que allí no hay nadie. El aeropuerto es inmenso, pero se encuentra demasiado vacío teniendo en cuenta que Brad Pitt está allí. ─Tal vez esté vestido de incógnito ─me dice mi compañero, buscando una explicación. ─¿Te crees que unas gafas lo van a convertir en el hombre invisible? Aquí hay algo raro... A pesar de que la situación me resulta inverosímil, y de que tengo un mal presentimiento, no dudo en adentrarme en el aeropuerto para buscar la exclusiva que tanto necesito. Camino con premura, sin importarme que mi compañero se quede atrás, y vaya maldiciendo a mi espalda. ─¡Puede que Janine se haya equivocado!─me grita, corriendo en mi dirección para alcanzarme. ¿Janine equivocada? Pude percibir sin atisbo de duda el brillo ambicioso que existía en su mirada. Me empiezo a poner nerviosa, y comprendo que en esta situación hay algo que se me escapa. Sin pensarlo, y como siempre, me guío por mis impulsos, me doy media vuelta y enfilo hacia la salida. ─¿Adónde vas? ─A la redacción. Mi compañero pone cara de incredulidad, y me sigue sin dar crédito a lo que ve. ─¿A la redacción? ¡Nos crujirán si llegamos sin una exclusiva! Sigo caminando, y empiezo a escuchar un algarabío de voces a lo lejos. ─Me parece que estamos buscando la exclusiva equivocada...─me quedo sin palabras cuando encuentro a un grupo de periodistas exaltados en torno a dos personas. Doy un paso hacia atrás, pero me doy cuenta de que ya es demasiado tarde. Recuerdo Nueva York, y su próximo viaje. En ese momento, sé que aquí no hay ningún Brad Pitt. La exclusiva soy yo. Los periodistas se interponen los unos sobre los otros como verdaderos buitres buscando un trozo de carnada. Gritan para hacer la última pregunta, pero yo sé de sobra que él no va a contestar a ninguna de sus malintencionadas palabras. El brazo de Jason se interpone entre él y el pecho de un periodista, quien lo golpea con el micrófono en la boca. ─¿Es verdad que ha vuelto con Sara Santana, señor Brown?─le pregunta un periodista. ─¿Ha podido perdonarla a pesar de sus continuas infidelidades? ─le dice otro. Experimento una creciente sensación de ira, y me dan ganas de decirle a ese periodista que se calle la maldita boca, y que no hable de cosas de las que no tiene ni idea, pero sé que lo mejor es seguir pasando desapercibida. Por el bien de Héctor, y por el mío propio. Entonces lo veo. A pesar de su apostura y su expresión controlada, sé que él está bullendo de rabia por dentro. Sus ojos verdes estudian a las personas que lo rodean, con gran calma y frialdad. A pocos metros estoy yo, y cuando voy a darme la vuelta para salir huyendo, él se fija en mí, y toda la fachada que ha logrado mantener se desmorona al lanzarme una mirada profunda, cargada de rabia y acusación. A nadie le pasa desapercibido, y todos se giran al unísono para saber lo que él está mirando con tanta intensidad. Los periodistas comienzan a gritar y se agolpan a mi alrededor. Me sobreviene un creciente mareo. Mi cámara parpadea incrédulo, y aprovecha la ocasión para grabar un par de tomas de cerca captando mi cara de póquer. Un periodista me pone la grabadora en la boca. ─¿Han quedado para arreglar las cosas? ¿Confirma esto que vuelven a estar juntos? Otro me agarra de la camiseta para captar mi atención. Me zafo con violencia, y la tela se raja. Me gritan; me preguntan cosas a las que no presto atención. Me acorralan, formando un círculo a mi alrededor. Siento que me falta el aire, y comienzo a soltar manotazos para abrirme un hueco por el que poder escapar. Grito el nombre de Héctor sin importarme lo que ellos puedan pensar, pero no lo veo por ningún lado. Sólo encuentro flashes de cámara deslumbrándome, micrófonos que me golpean el cuerpo y gritos que me ponen aún más nerviosa.

Una chica me agarra de la muñeca y me exige que conteste a sus preguntas. ─¡Suélteme ahora mismo! ─le grito. ─¡Sólo estoy haciendo mi trabajo!─replica, muy ufana─. ¿Qué nos puedes contar de tu relación con Héctor? Me doy la vuelta, ignorándola. Me echo a un lado, pero el grupo de periodistas se agolpa en torno a mí, sin permitirme aspirar el aire que tanto necesito. Me empujan contra las cámaras, y siento que sólo soy una pelota golpeada de manera humillante. La situación es indignante, y sólo puedo alzar la cabeza para buscar a Héctor. ¿Dónde mierda se ha metido? Agobiada, me abro paso a empujones, sin importarme otra cosa que encontrar el aire que empieza a faltarme. Me vuelven a cerrar el paso. Les pido a voces que me dejen marchar, pero nadie parece reparar en que estoy a punto de entrar en crisis. A muchos de ellos los conozco. Son compañeros de profesión con los que he compartido algunas palabras. No le encuentro sentido a esta situación. Siento que me desmorono. Me voy a caer, y todos me van a pisotear. Me pongo más nerviosa, y comienzo a hiperventirlar. Más flashes me dejan aturdida. Sin pensarlo, embisto con el hombro contra una persona y me abro paso. Alguien se cae. Me vuelven a agarrar del brazo, y yo me zafo de un manotazo, echando a correr en cuanto encuentro un hueco libre. Alguien me llama asesina, y luego no escucho nada más. Doblo una esquina, bajo algunas escaleras y no paro de correr. En cuanto los pierdo de vista, me encierro dentro de un cuarto de baño masculino para que les sea imposible encontrarme. Tiemblo de la cabeza a los pies. Me pego a la pared, buscando un punto estable que me impida derrumbarme. Inhalo y exhalo aire, tratando de tranquilizarme a mí misma. Estoy empezando a recobrar el dominio de mi cuerpo, cuando escucho un fuerte golpe en la puerta del cuarto de baño, y doy un respingo. La puerta se abre, golpeándome en la espinilla. Suelto un alarido de dolor, y entonces lo veo. Imponente, con los ojos escupiendo fuego y el puño de la mano derecha enrojecido. Me mira. No dice nada. Aprieta la mandíbula. Estalla.

─ ¿A qué mierda estás jugando, Sara?─me recrimina. Nunca lo he visto tan fuera de sí. Por primera vez en toda mi vida, me quedo sin palabras. Ante mi sorpresa, Héctor me zarandea por los hombros. No es el tipo controlado al que estoy acostumbrada. ─¡Te he hecho una pregunta!─sus ojos me exigen que los mire. Lo hago. Encuentro pasión. Una pasión salvaje y descontrolada. Que lo desborda. Y luego existe ira. ─¡Basta, deja de hacernos daño a los dos, maldita sea! Lo miro a los ojos, a punto de echar a llorar. Él no parece percatarse de mi estado. Yo sólo necesito que me abrace. ─¿He dejado a Sara Santana sin palabras?─me espeta. Alzo la cabeza y hablo. ─Me la han jugado─logro decir en un susurro, más bien dirigido a mí misma ─¿Qué es lo que te han jugado?─Héctor cierra de un portazo. Se pega a mí, y yo más a la pared. Alza mi barbilla con su mano, y me habla mirándome a la cara, a escasos centímetros de su rostro─. Sabías que me iba hoy a Nueva York. ¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué has tenido que hacerme esto? No tienes límites... ─¿Te crees que yo he orquestado toda esta locura?─exijo saber. Él coloca las palmas de las manos sobre la pared, encerrándome bajo su cuerpo. Agacha la cabeza, y aprieta los labios. ─Mierda Sara...deja estar las cosas. Se acabó...se acabó y ambos lo sabemos. Me pican los ojos. Ladeo la cabeza, incapaz de mirarlo. Creo que nunca me he sentido tan débil. El cuerpo de Héctor se pega al mío. Exuda calor. ─¿Por qué no me has sacado de ahí?─le reprocho muy bajito, sin mirarlo. Estoy demasiado dolida para encararlo. No puedo creer que él me haya dejado a mi suerte, al amparo de todos esos carroñeros. Sé que él me está mirando. Una mano me acaricia la mejilla, pero yo me aparto como si quemara. Me muerdo los labios, a punto de echarme a llorar. No puede gritarme de esa forma y luego acariciarme como si nada. Me hace daño. Sólo quiero estar sola. En un segundo, me agarra de la cintura violentamente, me empuja contra la pared y me besa. Su lengua invasiva se abre paso dentro de mi boca, y yo me deshago bajo su cuerpo. Me agarro a sus brazos, siento su cuerpo duro contra el mío. No hago nada por detenerlo. ─Sara... ─gime contra mis labios. Me agarra por la nuca, me muerde y vuelve a besarme. De una manera casi violenta, que nos hace daño a los dos. Hundo mis manos en su cabello, y él deja escapar un gruñido. Me agarra el interior del muslo, me muerde los labios. Gimo... y entonces, él se separa de mí y maldice en voz alta. De una patada lanza la papelera por los aires. Se echa el cabello hacia atrás. No me mira. No lo toco. ─Vete con Mike y sé feliz ─ me suelta. Se alisa el traje, no vuelve a mirarme y se larga. Son las peores palabras que podría haberme dicho. Regreso a mi casa sin antes pasar por la redacción. No tengo fuerzas para encarar a Janine, y eso es extraño, teniendo en cuenta que no soy la clase de persona que se amedrante ante otra, aunque esa otra sea su propia jefa. ¿Sabrá Héctor la clase de mujer a la que ha contratado como jefa de Musa? Probablemente él esté demasiado ocupado pensando lo peor de mí. Vete con Mike Sus palabras aguijonean mi orgullo con fuerza. Creo que si me hubiera escupido, insultado o golpeado habría sido menos humillante. Pero pedirme que rehaga mi vida con otra persona roza el vilipendio más intolerable que yo soy capaz de soportar. Cabronazo sin sentimientos. No le basta con tratarme con indiferencia, dejarme plantada ante un grupo de periodistas y besarme para luego dejarme con un palmo de narices, sino que, además, me anima a que rehaga mi vida con otro hombre. ¿Qué hay del Héctor comprensivo, amable y que lo daba todo por mí?

─Se largó cuando tú se lo pediste─me recuerda mi subconsciente. Está empeñada en que yo sea la culpable de todas las cosas malas que me pasan en la vida.

Hija de puta . A la hora del almuerzo, voy a recoger a Zoé al colegio. La niña se extraña de que hoy no tenga que estar en el comedor hasta que yo finalice mi jornada laboral, pero he decidido tomarme el resto del día libre. Incluso me permito apagar el móvil, que está rebosante de llamadas perdidas de Mónica y Sandra. Seguro que ya se han enterado de lo que ha sucedido. Es decir, la mayoría de la población española se ha enterado de lo que ha sucedido. Incluso la profesora de Zoé me lanza una mirada lastimera cuando me ve. Preparo el almuerzo como si fuera una autómata, y luego me pongo a jugar con Zoé, fingiendo que no me pasa nada. Pero mi sobrina es una niña muy observadora, y de vez en cuando me lanza una mirada demasiado profunda para alguien que sólo tiene cuatro años. Por la tarde llaman a la puerta, pero estoy demasiado hundida para atender a nadie, sea quien sea. Al cuarto golpe, suspiro y miro por la mirilla. Es Mike. Abro la puerta y me coloco en la entrada. ─No es un buen momento─le aseguro, sin dejarlo entrar. ─Quiero que sepas que no me creo nada de lo que dicen en los medios de comunicación─responde, muy tranquilo. ─Gracias, pero aun así... ─¿Me dejas pasar? Niego con la cabeza, y me cruzo de brazos. Sólo puedo pensar en Héctor. En lo mucho que lo necesito, en lo cruel y desconsiderado que ha sido conmigo, en lo mal que me siento conmigo misma, y en lo poco sincera que sería si dejase que Mike me lamiera las heridas cuando estoy pensando en otro hombre. ─Sólo quiero estar sola. ─Sara, no me importa que estés mal. No sólo quiero estar en tus buenos momentos. Sería un cerdo si no te echara una mano cuando estás como una mierda, ¿no crees? Déjame ayudarte. ─¡Es que no quiero!─le espeto, soltando toda la mala leche que llevo acumulando desde mi encuentro con Héctor─. Sólo necesito que todo el mundo me deje en paz. Recuerdo las palabras de Claudia, y empiezo a comprenderla. Ni siquiera me apetece ir a ver a Janine para cantarle las cuarenta. Lo que quiero es refugiarme en casa hasta que pase todo el temporal. Mike pone mala cara. Parece cabreado ante mi falta de consideración hacia él. Sé que sólo ha intentado tener un buen gesto hacia mí, y que mi negativa a tenerlo en cuenta le ha dolido. ─Mike... ─Como quieras, es decir, como siempre quieres tú. No me culpes si algún día no estoy ahí. Puede que acabe hartándome. Se da media vuelta y se marcha. Antes de que baje las escaleras, me arrepiento de dejarlo ir. ─¡Mike! Él se detiene. ─Si quisiera estar con alguien, serías el primero al que llamaría. No te enfades conmigo, por favor. Él suaviza su expresión. ─¿Lo lamentarías si me enfadase contigo? ─Mucho, y lo sabes. ─Entonces fingiré que hoy no he venido a verte. Intenta pensar más en mí que en él, y puede que tú y yo tengamos una oportunidad. Me gustaría que fuese así.

Me dedica una sonrisa antes de marcharse.