CAPÍTULO 18
EN el funeral de Ondina sólo estamos dos personas: Aquene y yo. El resto de sus familiares se encuentra en América, o bien son sus ancestros, aquellas almas con las que ella ha ido a encontrarse.
Hace un par de días, y ante el desmejorado aspecto que ella presentaba, decidí presentarle a mi sobrina para que se conocieran. Aquene recibió la noticia con un desagrado palpable, y en cuanto vio a la niña, se metió en casa y no quiso salir para despedirse de nosotras.
Ahora estamos en el funeral de Ondina, donde se ha incinerado su cuerpo y cuyas cenizas reposan en la urna que Aquene sostiene posesivamente entre los brazos. Le toco el hombro para intentar calmarla, pues desde que intenté que conociera a Zoé, no me ha dirigido la palabra.
─ No tenías ningún derecho─declara, en un controlado ataque de rabia. ─Sólo cumplía con la última voluntad de tu abuela. Ninguna de las dos éramos quien para prohibirle que conociera a su bisnieta, ¿no te parece? Aquene gruñe con desaprobación. ─Tú no lo entiendes. ─No lo hago─estoy de acuerdo en responder─, pero si tú me lo explicaras lo comprendería. Aquene rueda los ojos hacia mí y me observa con intensidad, demostrándome que no soy quien para meterme en su vida. Estoy a punto de contradecirla, pero me quedo boquiabierta al contemplar la persona que se dirige hacia nosotras. Está esposado y custodiado por dos guardias que lo cogen de los antebrazos. Me quedo en tal estado de shock, que no soy capaz de reaccionar. Él me mira primero a mí, con una sonrisa cínica en el rostro. Se pasa la lengua por los labios en un gesto que me resulta demasiado asqueroso, y luego dirige una mirada retadora a su hermana. ─Goyathlay, malnacido, ¿cómo te atreves a presentarte aquí?─se enfurece Aquene. Da dos pasos hacia él y lo increpa con los puños en alto. Temo que la urna vaya a caérsele, por lo que me acerco a ella y le pongo una mano en el hombro. Jamás hubiera imaginado que al encontrarme a “El Apache” frente a frente, fuera yo quien intentara calmar los ánimos. ─Eres un desgraciado, no te mereces ni el aire que respiras. Eres una vergüenza para la familia─le recrimina la joven india. El Apache le echa una mirada indescifrable a la urna que contiene las cenizas de Ondina. ─La única familia que tenemos reposa en un jarrón. ─¡No te atrevas! Cuando Aquene se tira hacia él, los guardias lo retiran de un empujón y le piden a su hermana que se mantenga a una distancia prudencial. El Apache habla con su hermana, en un léxico indio que yo no comprendo, pero mientras mantiene una conversación con ella, sólo tiene ojos para mí. Yo no le aparto la mirada en ningún momento, y todo el dolor que creía superado por la muerte de mi hermana, reaparece en ese instante como una tormenta incontrolable. Necesito llevarme las manos a la cabeza y pedirle en silencio que se detenga, pero ella no lo hace. Se cuela en mi mente, y todo lo demás deja de tener sentido. Sus manos me acarician el cuerpo, y sus labios calientes me besan la nuca, mientras sus manos juegan con mi cabello como hacía cuando era una niña. Canturrea en mi oído: “¡Sara...Sara...Sara...!”. Me tapo los oídos, aprieto los dientes y cuando ya no puedo más, grito en voz alta: ─¡Basta! El Apache y Aquene se callan de inmediato, y me observan sorprendidos, creyendo que me he referido a ellos. Aquene se acerca a mí, me rodea con su brazo libre y me pega a su cuerpo.
─Lo siento, esto también debe ser difícil para ti. Vámonos. Le hago caso, pero al pasar por el lado de “El Apache”, él hunde su rostro en mi cabello y aspira mi olor. Los guardias lo retiran de un empujón, y yo doy un respingo. Lo miro con un creciente odio.
─ ¿Quieres saber qué vio tu hermana en mí? ─adivina mis pensamientos. Lo observo horrorizada. Creo que es la primera vez en mi vida que me he quedado sin palabras hacia un ultraje tan declarado a la memoria de mi hermana. Siento ganas de vomitar, por lo que reprimo una arcada y me agarro a Aquene, quien le grita a su hermano palabras que para mí no tienen ningún significado. ─¡Te lo diré, te diré todo lo que quieras saber de ella!─exclama exaltado. Da un paso hacia nosotras, con una expresión desquiciada en el rostro. Los guardias lo retienen y le dicen que es hora de marcharse, pero él no se calma. Lo que ve en mí lo ha poseído. Él cree que yo soy el vivo reflejo de mi hermana. Sus mismos ojos, su mismo cabello... y ante mi creciente estupefacción, me doy cuenta de que estoy presenciando la pasión desatada, violenta y salvaje que“El Apache” sentía por mi hermana. Un tipo de amor desgarrador que soy incapaz de comprender─. ¡Hueles tan rica como ella! ¡Érikaaaaaa, Érikaaaaa! Ante mi asombro, Aquene se lanza sobre él y le suelta un puñetazo en el estómago. El Apache se dobla en dos y comienza a reírse como un verdadero lunático, y los guardias se lo llevan a rastras, mientras su mirada ida se concentra en mi cuerpo, al que estudia con una lujuria palpable. ─Vámonos, Sara. ─Le has pegado a tu hermano─le digo, con un hilillo de voz. Ella se encoge de hombros, con total indiferencia. Ha vuelto a convertirse en la joven controlada a la que estoy acostumbrada. ─Se lo merecía─explica sin más. Agarrada del brazo de Aquene, y con la urna de Ondina entre nosotras, nos largamos del tanatorio sin dirigirnos la palabra. Conduzco hacia su casa, y cuando voy a marcharme para permitirle vivir su dolor en soledad, ella me pide que la acompañe durante el resto de la tarde. Me invita a entrar en su casa, en la que ya no existe ese característico olor a menta y eucalipto. Deja los restos de Ondina en una mesita de madera labrada a mano, se dirige a la cocina y calienta una tetera con unas hojas que desconozco y unas ramitas de canela. ─Tengo que ir a América a esparcir las cenizas de mi abuela. Es lo que ella hubiera querido─me informa. Se dedica a cortar trocitos de un pastel con trazas de frutos secos, y los deposita mecánicamente sobre una bandeja. Sé lo que ella está haciendo. Continuar con su rutina como si lo que le ha sucedido a Ondina tan sólo fuese un mal sueño. Cuando la tetera comienza a hervir, me adelanto y la retiro del fuego. Busco dos tazas y las deposito sobre una bandeja, junto con los pastelitos y la tetera. Aquene me observa ruborizada, y se sienta en un taburete, esperando que yo haga lo mismo. ─Ondina me dijo algo muy importante antes de morir─le digo, y escojo mis próximas palabras cuidadosamente, con miedo a causarle más dolor del que ella ya siente─. Ella me hizo prometer que cuidaría de ti. Para mí no es ninguna obligación, Aquene, ¿entiendes lo que quiero decir? Ella asiente. Se lleva la taza a la boca, y dos lágrimas silenciosas le corren por las mejillas. ─Sé que mi sobrina no tiene la culpa de nada, pero para mí todo lo que proviene de mi hermano está podrido. Yo...─se lleva la mano temblorosa a los labios, y se interrumpe─ ...lo siento, no debería decir eso. Es una niña preciosa...sólo es una niña. Le cojo las manos entre las mías. ─Te entiendo, no sabes cómo te entiendo. Yo también tengo una hermana a la que culpo de todos mis males. No es justo, ni siquiera es sensato, pero no puedo evitarlo. Aquene alza la cabeza hacia mí, con renovada esperanza. ─¿De verdad? Asiento abochornada. ─¿Y crees que los prejuicios se pueden superar?─me pregunta. ─Eso espero. Aquene suspira y vuelve a tomar otro sorbo de té. ─Zoé y yo te estaremos esperando hasta que estés preparada. Tómate este tiempo para ti. Llora a tu abuela todo lo que necesites, y cuando sientas que requieres ayuda, sólo tienes que llamarme. Aquene estalla en un llanto incontrolable, y hasta que no pasan las horas y se hace de noche, no me voy de su lado. Le preparo la cena, le destrenzo el cabello y la beso antes de marcharme. En cuanto me monto en el coche, me doy cuenta de que la muerte de Ondina ha significado para mí más de lo que estoy dispuesta a admitir. Me percato de lo efímera que es la vida, y siento una creciente angustia al darme cuenta de que la persona de la que estoy enamorada está a miles de kilómetros de mí, sufriendo y sin nadie que lo esté ayudando. Me siento terrible, culpable y con la inquietante sensación de que estoy desaprovechando el tiempo. Héctor. Mi móvil no ha sonado. Ni una llamada suya, ninguna respuesta al mensaje desesperado que le dejé en el contestador. ¿Cómo estará? La imagen de un Héctor demacrado, ojeroso y delgado me acusa la conciencia. Me quedo dentro del coche, con la cabeza apoyada en el volante. Paso tanto tiempo dentro del coche, sin saber qué es lo correcto, que pierdo la noción del tiempo. Me sobresalto cuando alguien golpea la ventanilla del coche. ─¡Sara!─me llama la voz de Mike. Aturdida, giro la cabeza y me encuentro con la mirada interrogante de él. Me quedo quieta y sin saber qué hacer, como si alguien me hubiera pillado haciendo algo de lo que debo arrepentirme. Pero Mike no puede adivinar mis pensamientos, a pesar de que durante unos segundos creo que él sabe perfectamente lo que me pasa. Abre la puerta, me sonríe y me acaricia la mejilla con dulzura. Cierro los ojos y me dejo llevar por su toque. Sería tan fácil elegir a la persona que sabes que no puede hacerte daño...
─No deberías haber ido sola al funeral de esa mujer. Te trae demasiados recuerdos─se lamenta. Él tiene razón. Me trae demasiados recuerdos. Recuerdos que nada tienen que ver con mi hermana, sino con Héctor, con lo mucho que lo echo de menos y con la conciencia de que jamás seré capaz de olvidarlo. Alzo la cabeza y me encuentro con la expresión preocupada de Mike. Sintiéndome como una mierda, empiezo a llorar sin poder controlarme. Mike me abraza, colocándome sobre su pecho y acariciando mi espalda. Me besa el cuello, haciéndome llorar aún más. Balbuceo palabras de disculpa que él no entiende. ─Sara...no llores, por favor. Me parte el alma verte así. Me sorbo las lágrimas y comienzo a hipar. Mike me acaricia el cabello y lo oigo suspirar. ─Dime qué puedo hacer para hacerte sonreír. Tienes una sonrisa muy bonita, ¿no te lo he dicho nunca? Niego con la cabeza, y me acurruco sobre su pecho. ─Cuando sonríes, me siento tan bien conmigo mismo que tengo ganas de gritar al mundo que eres la chica más alucinante que he conocido en mi vida, ¿quieres que lo haga? Río tímidamente, y alzo la cabeza, con los ojos aún empañados por las lágrimas. ─No seas tonto. ─No soy tonto, estoy loco por ti. Existe tal convicción en sus palabras, y una seriedad tan absoluta en su expresión que tiemblo de la cabeza a los pies. De repente, Mike se pone en pie, camina hacia la mitad de la calle, me guiña un ojo y comienza a gritar. ─¡Estoy loco por Sara Santana! ─exclama, sin ningún pudor. Alucinada, me quito el cinturón, y corro hacia donde él se encuentra. Varios vecinos se asoman a los balcones y miran la escena con una mezcla de curiosidad y ensoñación.
─ ¡Mike!─lo agarro de la manga de su chaqueta de cuero, medio riendo, y lo arrastro hacia el coche. Él se deja hacer, pero cuando menos me lo espero, sale corriendo hacia la calle, y comienza a gritar obscenidades que me hacen gritarle yo a él también. ─¡Sí, esta chica me vuelve loco! ¡Todo el mundo debería probar el balanceo de sus caderas y lo bonitas que tiene las tetas! ─¡Miiiiikeeeeeeeee!─lo censuro, estallando en una carcajada. Él me sostiene por la cintura. Me besa el cuello, forcejeamos riéndonos tontamente y nos besamos cuando nuestras bocas se encuentran. Permanecemos en mitad de la carretera, con el claxon de los coches sonando a nuestro alrededor y sin poder dejar de mirarnos a los ojos. Él borra una de mis lágrimas con sus dedos. ─Nunca dejes de sonreír, Sara. Estoy enamorado de cada una de tus sonrisas.