CAPÍTULO 28
EN la redacción de Musa Janine está preparando los últimos detalles para iniciar el programa de televisión de Musa. Cada vez que me da por mirarla, la descubro observándome con esa mirada glacial acompañada de una expresión tirante. Lo dicho, esta pájara seguro que se pincha botox.
Al menos cuando trabajaba para Mónica sabía a lo que debía atenerme. Si hacía mi trabajo mal o me equivocaba perdería mi puesto. Ella es la clase de persona que no puede delegar responsabilidad en quienes no confía. En cuanto a Janine, estoy segura de que exprimiría a cualquiera de los que estamos trabajando para ella si con eso pudiera conseguir los objetivos que ambiciona, para después deshacerse de quienes ya no le fueran útiles.
Me temo que si aún no me ha despedido, es porque en esa mente retorcida que tiene le soy de utilidad para algo que desconozco. Y supongo que la llamada que recibió momentos antes de hacerme indefinida tuvo algo que ver en ello. Tal vez, Janine está confabulada con alguien que me odia para hacerme la vida imposible.
¿Y si está confabulada con la persona que me envía los correos electrónicos? Releo el último e-mail que he recibido hace unas horas.
Querida Sara: Si te empeñas en seguir perdiendo aliados, te quedarás más sola que la una. Quién sabe si lo último que perderás será tu trabajo... D.
¡No, mi trabajo no! Sé lo que implica estar desempleada, y no podría sobrevivir en casa de mis tíos, soportando las charlitas intrascendentes de tío Rafael, y los intentos de tía Luisa por emparejarme con el vecino de al lado, que tiene dientes de conejo.
Entrecierro los ojos y me pongo a observar a toda la gente que hay en la redacción. Seguro que alguno de ellos le pasa información a la tal D., pero... ¿Quién? ¿¡Quién!?
─¿Buscando a Wally?─me interrumpe Mónica. Va cargada con una pila de papeles que le llegan hasta la nariz, y su expresión enfurecida se evidencia a pesar de todo el papel que le cubre el rostro.
─ Déjame que te ayude─me ofrezco, sintiendo un poco de pena por ella. Desde que Janine está al frente de la redacción, Mónica se ha convertido en la primera persona sobre la que vuelve toda su furia. Yo soy la segunda. ─Déjalo, tengo un poco de prisa─rechaza mi ayuda. Doy un paso hacia ella, y agarro posesivamente la pila de papeles. ─Entre las dos acabaremos antes─insisto, sosteniendo la pila de papeles por la parte de arriba. Mónica se echa a un lado, y yo no suelto los papeles. Se tropieza con sus propios pies, y yo hago un esfuerzo para tratar de enderezarla, pero todo lo que consigo es que la montaña de papeles vuele por la redacción. ─¡Mierda, mira lo que has hecho!─estalla, echándome a mí la culpa. ─Ha sido culpa de las dos. Esto no habría sucedido si no fueses tan terca─me defiendo, agachándome para recoger los papeles. Cuando voy a recoger una carpeta azul, Mónica me grita que deje eso y me la arrebata de las manos. Anonadada por su extraño comportamiento, me lanzo sobre ella y trato de quitársela. ─¡Entre amigas no hay secretos!─le recuerdo, metiéndole un dedo en la nariz para incordiarla. ─¡Sara, devuélveme eso! Como soy más fuerte que ella, me aprovecho de mi ventaja corporal y me siento encima suya, mientras me descojono de la risa y el resto de la oficina nos observa con incredulidad. Abro la carpeta y leo su contenido. Me quedo blanca.
─¡Una entrevista de trabajo! ─le reprocho a voz en grito. ─ Ssssssssssh─me la arrebata de las manos y de un empujón me quita de encima suya─. ¿Quieres que se entere todo el mundo? ─Pero no te puedes ir y dejarme aquí solita─hago un puchero, y la abrazo posesivamente. Ella me aparta de un manotazo. ─Por supuesto que puedo. No es como si me fuera al fin del mundo. Voy a seguir viviendo en Madrid. ─He visto que es para un periódico especializado en política..., ¡Estarás de coña! A ti lo único que te gusta de los políticos son los trajes hechos a medida─le recuerdo con inquina. ─Cualquier cosa es mejor que seguir aquí siendo la chica de los recados─se enfurece. ─Pero Mónica...─le suplico─. ¡Al menos pregunta si tienen algo para mí! Pero ella ya se ha largado hacia el diminuto cubículo sin ventanas en el que trabaja. Me empiezo a agobiar, y siento que trabajar en esta revista asquerosa y rosa será demasiado difícil si no cuento con una aliada como ella. A la hora de la salida del trabajo, la intercepto en el ascensor, y básicamente le ladro a Víctor cuando intenta entrar con nosotras. Él pone cara de susto y decide bajar por las escaleras. Mónica suspira y pulsa el botón de la planta baja. ─No insistas, Sara. No voy a cambiar de opinión. Quiero largarme de este sitio. ─¡Pero te encanta este trabajo! ─Me encantaba este trabajo─me contradice. ─Pero Mónica... ─Déjalo, Sara. He pasado de ser la jefa de redacción a la chica que le lleva el café con sacarina a esa idiota. Si pudiera, la estrangularía con mis propias manos y le arrancaría esas extensiones de pelo de chichi que lleva. La odio. ─Lo entiendo...pero si me dejases tiempo para hablar con Héctor...seguro que él se pondría de tu parte. Es un hombre justo. Ella pone cara de espanto. ─No soy la clase de mujer a la que le gusta ir debiendo favores al sexo masculino. ─No es justo que tengas que marcharte. Eres la mejor ─me enfurezco. ─Lo sé─admite con suficiencia─, pero me han bajado el sueldo, y no me llega para pagar la hipoteca. Adoro este trabajo, y he luchado con uñas y dientes para mantenerlo, pero esto...es demasiado. Cuando las puertas del ascensor se abren, Mónica se encamina hacia la salida, y yo la sigo cabizbaja. Siento tanta rabia por no poder ayudarla, que enmudezco. ─Gracias por querer ayudarme, pero las cosas son así. No pongas esa cara, ¡no es el fin del mundo! ─ me anima ella. ─Todo es tan injusto... Mónica me suelta un repentino abrazo que me pilla desprevenida. Apenas me estrecha entre sus brazos, me suelta y se mete en su coche, sin echar la vista atrás. En ese momento, yo ya he decidido que las cosas no se van a quedar así. Soy Sara Santana, y Janine se ha equivocado de amiga a la que fastidiar. Por la mañana temprano, aprovecho que es sábado y me dirijo hacia la dirección que mi padre apuntó en la parte trasera del marco de fotos. Es una zona residencial con casitas adosadas de planta baja, porche y un jardin trasero. Se trata de la clase de hogar en el que siempre quise criarme cuando era una niña. No puedo evitar sentir una punzada de celos. Mi padre le ha dado todo lo que alguna vez deseé a la hermana que hasta hace unos meses ni sabía de su existencia. Me detengo frente a la casa cuyo número es el 16. Dudo si debo llamar a la puerta o esperar a que alguien salga, y como estoy muy nerviosa, me quedo en la calzada y me detengo a observar la parte trasera de la casa. Durante una hora me quedo allí plantada, apoyada sobre la verja y sin tomar la iniciativa. Lo sé, lo mío es preocupante. Entonces, tras tanto esperar, una joven de aspecto frágil y tez paliducha sale al jardín con un libro bajo el brazo. Me quedo paralizada por la emoción. Mis labios temblorosos se curvan en una sonrisa. Es Adela. Tiene el pelo más oscuro que yo, y la piel tan blanca que parece mármol. Me alegra que sea una joven a la que le gusta la lectura, y empieza a caerme bien. Voy a llamar al timbre, pero me detengo al contemplar que entra en una especie de trastero para luego salir con un bidón y una garrafa con un líquido oscuro. Entrecierro los ojos para no perder detalle. Vacía la garrafa sobre el bidón, se saca una cajita del bolsillo y la abre. Es una cajita de cerillas. Me empiezo a poner neviosa, pero no puedo dejar de contemplar la escena, con una mezcla de pasmo y creciente horror. Adela enciende la cerilla y la tira dentro del bidón. De inmediato, una llamarada de fuego lo consume todo, y suelto un grito cuando la veo arrancar las hojas del libro y echarlas al fuego, mientras se ríe en voz alta con una risa grave y tétrica que me pone los pelos de punta. ─Joder─es todo lo que puedo decir. Mi padre no mencionó que tuviera una hermana lunática que hiciera ofrendas a Belcebú. Retrocedo dando pasitos cortos, con miedo a que me descubra y me lance a la hoguera. Estoy a punto de marcharme cuando me doy cuenta de que mi padre y una mujer, que supongo que debe de ser la madre de Adela, salen corriendo hacia ella y la cogen de los brazos. Ella se retuerce y grita, como si estuviera poseída. Lo juro, parece poseída por un puto demonio. Abro tanto la boca que está a punto de desencajárseme la mandíbula. Es un monstruo. Un pequeño monstruo recluido en el cuerpo de una niña de diecisiéis años. ─¡Os odiooooooooooo, os odioooooooooooo!─grita, mientras se retuerce y trata de arañar a mi padre. La mujer llora desconsolada, mientras mi padre contempla la escena con una expresión impasible. ─¡Odio esta puta y asquerosa familia! ¡Mamones de mierda, soltadme! Me llevo las manos a la boca, y me entra un escalofrío nervioso por todo el cuerpo. La mujer se cae de rodillas al suelo, y abraza el libro contra su pecho. ─Las fotos de nuestra boda...¿Cómo has podido hacernos esto? ─le exige su madre, llorando a lágrima viva. Adela le hace una reverencia con los dos dedos corazón en alto y el puño de la mano cerrado. ─¡Porque esta familia es una puta mierda! ¡Falsos!─de un empujón, tira a mi padre al suelo y se mete corriendo dentro de la casa, cerrando de un portazo. Doy un respingo ante la violencia de la situación, y me quedo observando a la mujer y al hombre que están tirados sobre la hierba. La mujer llora desconsolada, pero en la expresión de mi padre hay tal desconsuelo que estoy segura de que no es la primera vez que sucede algo semejante. Empieza a darme tanta pena, que el rencor que le guardo se esfuma. Entonces, como si supiera que he sido testigo de la escena, alza la cabeza y mira hacia donde estoy. Asustada, me escondo tras un frondoso seto con el corazón acelerado, pero cinco segundos más tarde, me echo a un lado y lo saludo con la mano. Él se levanta y camina hacia donde estoy con la cabeza gacha y la expresión avergonzada. Abre la verja y sale a mi encuentro. ─No has venido en buen momento─me dice, abochornado. ─Eh...ya...─respondo, un tanto conmocionada. Me coge del brazo, y por primera vez no hago nada para apartarlo. ─Será mejor que vayamos a dar un paseo, si Adela nos ve juntos, no sé de lo que sería capaz. ─¿Y de qué sería capaz?─me asusto, imaginándome que viene hacia mí con una caja de cerillas y una garrafa de gasolina para quemarme viva. ─Es una chica un poco problemática...pero te juro que tiene un buen corazón. ─¿Un poquito problemática?─ironizo─. Papá...digo Alberto...creo que tienes un gran problema con tu hija. ─¿Te crees que no lo sé? Me encojo de hombros. Yo, saber...sé poco. Hace años pensé que Érika era una adolescente problemática, pero tan sólo era una joven silenciosa y poco común. No estoy preparada para esto. ─Creí que Adela se alegraría de verme, pero después de lo que he presenciado...no estoy tan segura. ─Desde que se enteró de que tenía dos hijas y una de ellas había muerto, se ha vuelto todavía más violenta. No me perdona que le haya mentido, ni que su madre y yo vayamos a divorciarnos. ─No sé qué decir... Y es cierto. Estoy alucinada. Mi padre me coge ambas manos, y me mira a los ojos con ansiedad. ─Ayúdame, por favor. Es tu hermana, y estoy segura de que conoceros os hará mucho bien a ambas. Echo un vistazo hacia la hoguera que aún sigue prendida en el jardín. ─No me esperaba que fuese una pirómana. ─Sara...tu hermana está en una edad muy complicada. ─A su edad yo no quemaba cosas ni insultaba a mis padres. Es decir, a mi madre─rectifico, con cierto malestar. ─Sigue siendo tu hermana, aunque no sea como te la esperabas. ─Desde luego, nunca me das hermanas normales... ─¡Sara, no digas esas cosas!─me pide él. Me meto las manos en los bolsillos, y suelto un amplio suspiro. ─Dime qué puedo hacer para ayudarla.