CAPÍTULO 23
SOPLO sobre el cristal de la ventana levantando una espesa polvareda. Limpio el resto de suciedad con la mano, y echo un vistazo a través de la ventana, escrutando el interior de la cabaña para cerciorarme de que no hay nadie dentro. Conociendo a Héctor, estoy segura de que él no volverá a arrendar la cabaña. Significa demasiado para él, y si alguna vez permitió que alguien volviera a vivir dentro, fue porque esa persona era yo.
Lo sé, lo sé. No debería estar aquí. Seguro que Héctor se pondría furioso si supiera dónde me encuentro, y en cuanto a Erik, él aludiría a mi falta de sentido común y carencia de respeto por mi propia seguridad. Pero ambos no tienen que enterarse de mi incursión, ¿verdad? Me quito una de las horquillas que me sujetan el cabello y la introduzco en la cerradura. La giro con extrema lentitud alrededor de la cerradura, hasta que escucho un sonido seco. Entonces giro el pomo y la puerta se abre. De inmediato, aspiro el olor polvoriento del interior. Hace meses que la cabaña está cerrada y en ella reina la oscuridad, por lo que pulso el interruptor de la luz. Se produce un crujido, y la bombilla que hay en el techo explota, haciéndome soltar un grito y encogiéndome sobre mí misma. Tras el susto inicial, me tranquilizo a mí misma y enciendo mi teléfono móvil, utilizándolo a modo de linterna. Voy desplazándome por la cabaña con el corazón encogido, palpando cada hueco y con un creciente pánico a encontrarme a alguien ahí dentro. ─Eso te pasa por hacerte la valiente ─me regaña mi subconsciente. ─Oh, cállate. Trato de ignorar las malas vibraciones que me recorren todo el cuerpo, y haciendo acopio de valor, ilumino el suelo y observo si la carta de mi hermana está olvidada por algún escondrijo de la cabaña. Me agacho, cojo la colcha de la cama con una mano y con la otra ilumino bajo la cama. Aspiro aire, y meto la cabeza bajo la cama. Algo peludo me roza la mano, y doy un respingo hacia atrás. Mi respiración se acelera, y me quedo paralizada por el miedo. Entonces lo veo salir de su escondrijo y correr hacia mí. Un ratón. ─No seas imbécil, Sara ─me pido a mí misma. Viví en este sitio durante un tiempo, y no es lógico tenerle miedo a estas alturas. Me incorporo, y trato de recordar el lugar en el que pude dejar olvidada la carta de mi hermana. La caja fuerte que hay en la cabaña tiene la puerta abierta, y en ese momento, recuerdo que hace unos meses salí de este sitio con la carta de mi hermana en el bolsillo, tuve una discusión con Héctor y la guardé en el cajón de la mesita de noche de tía Luisa. Pero allí no está, por lo que tuve que viajar con ella de regreso a Madrid. Más tranquila por no haberla olvidado en la cabaña del lago, me incorporo y niego con la cabeza. El ratoncillo se esconde otra vez bajo la cama, y yo me giro para iluminar la puerta y salir de este lugar que tantos malos recuerdos me produce. La luz del teléfono ilumina una silueta varonil que franquea la puerta, y suelto tal grito que me caigo con las piernas abiertas sobre la cama, y le tiro al desconocido una figurita de porcelana que hay sobre la mesita de noche. El hombre camina hacia mí, y empiezo a chillar y a pegarme al cabecero de la cama, temblando de terror y buscando algo con lo que defenderme. Lo ilumino con el teléfono, hasta que logro reconocerlo. Tiene las manos en alto y su expresión luce tan alarmada como la mía. Es Jaime, el jefe de Policía de Villanueva del Lago. En cuanto lo veo, me llevo las manos al rostro y suelto un gemido. ─He visto la puerta abierta y he creído que alguien había entrado a robar. Espero no haberte asustado ─se lamenta. ─Un poquito─admito, levantándome de la cama y recobrando mi dignidad. ─No sabía que siguieras teniendo llaves de este sitio─comenta, extrañado. ─Yo...─lo cojo del brazo y salgo de la cabaña, mientras trato de encontrar una excusa creíble. Cierro la puerta, y me giro hacia él, con una sonrisa fingida─...claro que las tengo─replico, mostrándole las llaves de mi apartamento con tal rapidez que no le da tiempo a comprobar si encajan con la cerradura de la cabaña─. He venido a buscar un...vestido al que le tengo mucho cariño. Pero no lo he encontrado, ¡qué despistada soy! Le cuento la historia que acabo de inventarme con tal convicción que empieza a preocuparme el hecho de que se me dé tan bien mentir. ─Ah...menos mal. Por un momento creí que habían entrado a robar─se queda más tranquilo. Me percato de que lleva un cubo con productos de limpieza en la mano, y como me extraña que vaya con semejantes utensilios por mitad del bosque, me puede la curiosidad y le pregunto. ─¿Vas a limpiar el coche? Es lo bueno de vivir al aire libre... El rostro de Jaime se ensombrece, y en ese momento sé que la he cagado. ─En realidad...voy a limpiar el sepulcro de mi hijo. Se me cae el alma al suelo. Calladita estás más guapa, Sara Santana. ─Oh...lo siento. No debería haber preguntado─me disculpo. ─No te preocupes, ya puedo hablar de él sin que me entren ganas de llorar. Como ya te dije, sólo el tiempo cura este tipo de heridas. ─Ya...─respondo, no muy convencida─. Hace seis meses que mi hermana murió, y a mí me parece como si fuera ayer. ─Mi hijo murió hace tres años─responde él, poniéndome una mano en el hombro─. Aléjate de este sitio, porque no te hace ningún bien. Puedo verlo en tu rostro. Algo incómoda por su consejo, le retiro la mano y le pido disculpas por lo sucedido. Me despido de Jaime, y cuando camino en dirección al pueblo, no puedo evitar girarme y mirarlo mientras camina. Tiene la espalda encorvada y el andar pesaroso, y me da la sensación de que para ese hombre, por mucho que se empeñe en demostrar lo contrario, el tiempo transcurre muy despacio. Antes de regresar a la ciudad, decido pasarme por la cafetería donde trabajaba mi hermana. Mi intención no es increpar a Javier, pues la relación que mantuvo con su sobrina no es de mi incumbencia. Sólo estoy tan cansada que necesito un café para espabilarme antes de volver a la capital. Cuando abro la puerta, y la campanilla de la cafetería suena, me encuentro con Adriana, y mi expresión de sorpresa es tan delatadora que ella agacha la cabeza y hace como que no me ha visto. Me acerco a la barra y le hablo sin dudar. ─¿Tú no estabas en la ciudad? ─Sólo he venido a hacerle una visita a mi tío─responde, muy calmada. Echo un vistazo a Javier, quien está atendiendo a un cliente. En cuanto me ve hablando con Adriana, su expresión se endurece y se acerca hacia nosotras. Coloca una mano sobre el hombro de Adriana, y alza la barbilla para encararme. ─¿Algún problema?─inquiere, con dureza. ─Eso quisiera saber yo─replico, sin dejar de observar a Adriana. ─Si quiere tomarse un café, la atenderemos con mucho gusto─me dice Javier, invitándome a abandonar la cafetería con un gesto silencioso. ─Me las puedo arreglar sola, tío. Sara sólo ha venido a charlar conmigo ─le dice Adriana, apartando la mano de su tío del hombro. Al percatarme de la expresión posesiva de Javier, le lanzo una mirada afilada. Es asqueroso, pero a pesar de esa relación tóxica, no entiendo lo que Adriana está haciendo aquí. Javier se marcha, pero no nos quita el ojo de encima. Yo interrogo a Adriana con la mirada. ─No me mires así─me pide. ─¿Cómo te estoy mirando? Agacha la cabeza y habla tan bajito que hasta a mí me cuesta escucharla. ─Con asco. ─No me das asco, me das pena. Eres una mujer fuerte que no necesita depender de ese... ─trato de encontrar palabras que no resulten demasiado insultantes, pero no encuentro ninguna.
─ Es mi tío...─lo defiende. ─Pero tú no quieres que te toque─me enfado. No soporto que una mujer sea humillada de esa forma. ─Eso es asunto mío. ─Como quieras...─me cabreo, levantándome de la silla para
marcharm e─. ¿Sabe Erik que sigues viendo a tu tío? No tiene sentido lo que le contaste si ahora... ─Métete en tus asuntos, Sara. Doy un respingo ante el comentario tan directo. ─Para ti es muy fácil...─murmura ella. ─¿Fácil? ─¡Sí! Tienes a gente que te quiere dispuesta a darlo todo por ti. Tú no estás sola─me culpa, con algo cercano a la envidia que llega a asustarme. ─Pues déjanos ayudarte. Adriana señala la puerta, y me dice: ─Será mejor que te marches. Me muerdo el labio, pero como sé que tengo todas las de perder, salgo por la puerta, sin perder de vista la cara triunfal de Javier. En cuanto salgo, le dedico una mirada cargada de desprecio, y en respuesta, él rodea a Adriana con un brazo y me guiña un ojo. ¡Será desgraciado! ¿En qué momento pude compararlo con Santa Claus? Estoy tan cabreada conmigo misma por no haber podido hacer nada para ayudar a Adriana, que me desahogo caminando sin rumbo alguno. Ese tipo se está aprovechando de su debilidad, y ella se lo permite. No logro entender la relación que los atañe, pero lo que está claro es que Adriana no tiene total libertad para finalizarla. Pienso en llamar a Erik, pero luego reconozco que meterme en la vida de los demás no es la mejor manera de solucionar los problemas ajenos cuando ellos no quieren ayudarse a sí mismos. Además, la actitud de Adriana me ha dejado descolocada. Casi parecía culparme a mí de sus propios problemas, lo cual es absurdo teniendo en cuenta que esa relación se inició mucho antes de que nos conociéramos.
¿Y si tiene algo que ver con Érika? No, no es posible. Javier tiene coartada, y Adriana también. Agobiada, acelero mis pasos y siento como si algo quisiera
llevarme hacia ese lugar; cuando quiero darme cuenta se me ha echado la noche encima y estoy frente al centro de mujeres maltratadas. Al principio decido que lo mejor será darme la vuelta y hacer como que mis pasos no me han llevado hasta ese lugar, pero luego reparo en Diana, la supuesta amiga de mi hermana, y ella me saluda con la mano, como si no hubiera intentado robarme a mi sobrina para su propio beneficio.
─Hola Sara, cuánto tiempo─me saluda, con una sonrisa siniestra. La cicatriz que le cruza el rostro es ahora más visible, y si alguna vez la creí hermosa, ese cisne herido se ha convertido ahora en una mujer despiadada y carente de belleza. Sin poder evitarlo, me acerco a ella.
─ Hola Diana. Creí que ya no estabas en el centro. Ella sonríe con una mueca que desprende pura maldad. ─Pensé que iban a echarme por haber robado a tu niñita, pero
Héctor se apiadó de mi madre y le dimos tanta pena que me ha permitido quedarme hasta que me desintoxique y encuentre un trabajo.
─Es un hombre muy comprensivo─respondo con sequedad. Estoy a punto de darme la vuelta para dejarla regocijándose con el odio que siente hacia todo lo que la rodea, pero ella clava las uñas en mi brazo y me detiene. Sin perder la calma, lo cual es increíble en mí, le aparto la mano de mi brazo.
─ ¿Has venido a ver a Héctor? Ya no estáis juntos, todo el mundo lo sabe. ─Héctor está en Nueva York─respondo, sin creerme ninguna de sus mentiras. ─¡Está aquí! Tendrías que verlo...todas se lo comen con los ojos ─me dice, para hacerme daño. ─Basta, deja de mentir. ─Si yo no tuviera una cicatriz, él se fijaría en mí. Pero está demasiado ocupado follándose a todas estas lloricas. Estoy a punto de perder el control, pero logro serenarme. ─No digas mentiras. Héctor es un caballero, y os da un techo y protección. Deberías agradecérselo. ─Ven a verlo con tus propios ojos, ¡ven a ver que ya no te quiere! ¡Héctor Brown es un mercenario de la carne femenina! Se sube la falda del vestido y me enseña su sexo desnudo. Sabiendo que sus delirios se deben a que se está desintoxicando, la agarro de las muñecas y la obligo a bajarse el vestido. Ella se ríe histéricamente, y trata de golpearme y arañarme los brazos. De inmediato, un grupo de enfermeros acude hacia nosotras y la sedan para que se tranquilice. ─¿Se puede saber quién es usted?─me espeta uno de ellos. ─Es la exnovia del señor Brown─le informa una de las mujeres, a la que reconozco de vista. ─Me da igual quien sea. No tiene autorización para estar en este sitio. La quiero fuera de aquí. ─Sólo estaba dando una vuelta, y me he encontrado con Diana. Ya me iba─les aseguro, pero entonces, capto el reflejo del coche de Héctor, y el corazón me da un vuelco─. ¿Está Héctor aquí? ─Señorita, tiene que marcharse─insiste el enfermero. ─¿Puede decirle que necesito hablar con él?─insisto yo. ─El señor Brown se encuentra en Nueva York─responde, un tanto incómodo. Señalo el coche negro. ─Ese es su coche, y sé que se encuentra aquí. Si pudiera decirle que necesito hablar con él... ─Señorita, se lo repito por última vez. Este no es lugar para usted, y está molestando a las mujeres. Haga el favor de marcharse o tendremos que llamar a seguridad. ─Oiga, estoy siendo muy educada. Estoy segura de que si le dice a Héctor que me encuentro aquí vendrá a recibirme. ─Le vuelvo a repetir que el señor Brown se encuentra fuera del país. ─De aquí no me muevo─sentencio. Los enfermeros se miran los unos a los otros, con gran desconcierto. Estoy segura de que Héctor ha ordenado que nadie lo moleste, y ahora que yo no soy su pareja, ellos me toman por una lunática despechada. Cuando los brazos de dos guardias de seguridad me agarran para echarme de mala manera, me sacudo y empiezo a gritar que puedo andar por mi propio pie. Ellos me ignoran y me arrastran fuera del recinto. Abochornada, me dejo hacer sin oponer resistencia. Entonces lo veo. Camina hacia nosotros con premura, sin perder la elegancia. Va vestido con unos sencillos vaqueros y un jersey de lana gris. Más delgado que de costumbre. Sus ojos verdes se fijan en mí apenas un segundo, y acto seguido, señala a ambos guardias. ─¿Se puede saber qué estáis haciendo?─les pregunta. Esbozo una sonrisa triunfal, pero se me borra de un plumazo en cuanto Héctor me echa una mirada asesina. ─Señor, esta mujer estaba exigiendo verle. ─Deberíais haberme avisado. Soltadla ahora mismo. Yo me ocupo de ella. ─¡Os lo he dicho!─exclamo cabreada. ─No es necesario que sigas gritando─me espeta, con acritud. En cuanto me sueltan, nos dejan solos, y yo me quedo sin habla. Por mucho que me observe con esa expresión furiosa, a mí no me engaña. Su aspecto denota que lo ha estado pasando tan mal como yo, y en cuanto nuestros ojos se encuentran, se cruza de brazos y mantiene la distancia entre nosotros.