CAPÍTULO 39
EL sábado por la mañana, llegamos a casa de mis tíos para pasar el fin de semana con ellos. Tía Luisa insistió en ello, aludiendo a que nunca la visito, y tratando de chantajearme con el hecho de que va a perderse la infancia de Zoé. Lo cierto es que la única razón por la que ella quiere tenernos en casa es que se ha enterado de que Héctor y yo hemos vuelto, y necesita cerciorarse de ello con sus propios ojos.
En cuanto Héctor detiene el coche frente a la casa, tía Luisa empieza a vociferar y lo saca del coche casi a rastras. Él pone cara de agobio, pero se deja llevar y no pone objeción a que ella le palpe cada rastro de su anatomía con descaro, elogiándolo como si tuviera quince años.
─ Buenos meneos le tienes que pegar a mi sobrina con estos músculos, eh muchacho─le suelta, la muy sinvergüenza. ─Tía, no molestes a Héctor─le pido. Ella pone cara de irritación. ─¡No lo estoy molestando! Claro...como nunca venís de visita... ─se queja, y se cuelga del brazo de Héctor, negándose a soltarlo. Le ofrezco una mirada de disculpa a Héctor, pero él está demasiado ocupado prestándole atención a mi tía, quien está en su salsa y para la que ya no existe nadie más. Mi tío Rafael coge a Zoé en brazos, la llena de besos y se marcha sin reparar en mi existencia. ─¡Yo también me alegro de veros! Por favor, no me deis tantos besos o vais a borrarme la cara─grito, pero no hay nadie que pueda escucharme. Subo directa a mi habitación para deshacer la maleta. Al cabo de unos minutos, Héctor entra en la habitación y suspira aliviado al darse cuenta de que ahora estamos los dos solos. ─Tienes una familia muy hospitalaria. No sé si algún día me acostumbraré─se sincera, pero parece encantado de la vida. ─Oh, pues vas a tener que hacerlo. Tía Luisa querrá presentarte a todas sus vecinas sólo para fardar de que su sobrina tiene al novio más atractivo y elegante del mundo. ─¿Y lo tiene?─me pregunta, muy seguro de sí mismo. Pongo los ojos en blanco. ─No te voy a responder algo que ya sabes. ─Tal vez deberíamos habernos ido a un hotel. No quiero molestarlos─se preocupa. Me río sin poder evitarlo. ─Si venimos a Sevilla y nos alojamos en un hotel, tía Luisa habría montado en cólera. Cómo se nota que aún no conoces su exagerada hospitalidad. A él se le ensancha una sonrisa pícara, y deja caer los ojos por todo mi cuerpo, devorando cada una de mis curvas y haciéndome arder bajo esa intensa mirada verde esmeralda. ─Esa hospitalidad de la que hablas...¿es hereditaria?─pregunta, en un tono exageradamente seductor. Me paso la lengua por los labios, y las pulsaciones se me aceleran. Él da un paso hacia mí, y me roza la cadera con la mano, apenas un toque controlado y demasiado excitante que me hace arder de deseo. ─Contrólate. Estás en la casa de tus tíos, a plena luz del día. ─Uhm...no sé de qué me hablas...─respondo, con una sonrisita estudiada. ─Verás Sara...esta es la casa en la que te has criado. Si eres hospitalaria, debes agasajar a tu invitado como se merece─me tienta. ─¿Te refieres a unas pastas caseras y un vaso de limonada? ─pregunto inocentemente. Él se aproxima hacia mí, me agarra de la cintura y me empuja contra su pecho. Sus labios acarician mi cuello hasta que respiro entrecortadamente. ─Se me ocurren un par de alternativas más placenteras, nena. ¿Qué tal si te quitas la ropa y yo te las explico? ─Héctor...estamos en casa de mis tíos... ─La última vez no te importó demasiado─me recuerda, y aquello me hace enrojecer. ─Bueno...si es rapidito... Me quito la camiseta, y le enseño el sujetador que llevo para la ocasión. Su mirada hambrienta me posee con sólo echarme un vistazo, y yo meto mis manos por dentro de su camiseta, acariciándole el abdomen con las yemas de los dedos. En un segundo, nos estamos besando y caemos sobre la cama. Él desciende una mano hacia mis vaqueros, desabrochándolos y susurrándome cosas sucias al oído. ─¡Huy, vosotros seguid a lo vuestro que yo ya me voy!─exclama mi tía Luisa, quien aún sigue en la puerta con los ojos muy abiertos. ─¡Tía!─me tapo con mi camiseta, y a Héctor se le descompone la expresión. ─Ji, ji, ji, no pasa nada, estáis en la edad─nos dice, pero no se larga. ─Se lo puedo explicar─asegura Héctor, muy serio. Le echo una mirada furiosa para que él se calle. ¿Qué demonios va a explicarle? ¿Qué estábamos a punto de follar cuando nos ha interrumpido? ─Sara tenía una contractura, y yo le iba a dar un masaje ─le explica, con tanta calma, que tengo que parpadear varias veces para creérmelo. Yo en cambio estoy roja de vergüenza y con el corazón latiéndome muy deprisa. ─Ya...ya...es normal...si yo te tuviera encima, también tendría un montón de contracturas─le suelta mi tía Luisa, devorándolo con los ojos. ─¡Tía Luisa, fuera, ya! ─le ordeno. ─Que sí, Sarita, yo ya me voy. ¿Queréis que os cierre la puerta para dejaros un poquito de intimidad? No os preocupéis, yo soy una mujer moderna, y es evidente que a mi sobrina, con el mal genio que se gasta, le tienes que dar un buen meneo. ─¡Tíaaaaaaaa Luisaaaaaaaa!─gruño, sacando al pitbull que llevo dentro. De un portazo, la saco de la habitación y me vuelvo hacia Héctor, quien está tirado en la cama partiéndose de la risa. ─¿Y tú de qué te ríes? ─Tu familia es muy peculiar. ─Y tú un salido. Me largo antes de que intentes meterme mano, ¡guarro!─le grito cabreada, pero él sigue sin poderse aguantar la risa.
Antes de que pueda largarme, él me coge de la muñeca y me tira en la cama, subiéndose encima mía e intentanto quitarme la ropa. ─Anda...uno rapidito. ─¡No quiero, no me apetece!─me niego, pero empiezo a temblar cuando él me mordisquea el cuello. ─No seas orgullosa, nena...si lo estás deseando. Cierro los ojos, y contengo la respiración cuando él mete sus manos dentro de mis braguitas. Oh...Dios... ─No soy orgullosa...─me defiendo, dejándolo hacer. Héctor me besa el cuello, y me lame desde la clavícula hasta la cintura como sólo él sabe. ─Claro que lo eres...orgullosa, sexy y cabezota. Se me escapa el aire al sentir sus labios en mi cintura. Entonces, una idea malvada me cruza la mente, y lo detengo colocando mi rodilla en sus partes nobles. De inmediato, su mirada asombrada cae sobre la mía. ─Como soy orgullosa, te diré que ahora no quiero lo que me ofreces. Como soy cabezota, sabrás que siempre quiero salirme con la mía. Y como soy sexy, sé que lo bueno se hace esperar. De un empujón, lo quito de encima mía y me dirijo a la puerta. ─¿Me vas a dejar así? ─Ajá─asiento, echándole una mirada satisfecha. Se lo tiene merecido. ─A lo mejor esta noche he cambiado de opinión─responde con ofuscación. ─Sería una pena...─ronroneo, y le enseño los pechos antes de salir por la puerta. Lo último que veo es su mirada hambrienta. No sé cómo definir lo que siento cuando me viene la regla, como es habitual cada mes. Alivio, entre otras cosas. Llamo a Héctor, y con una sola mirada, él sabe a lo que quiero referirme. ─Te dije que no tenías de qué preocuparte─me dice, pero él parece un poco raro. ─Ya...supongo que hice una montaña de un grano de arena. Él me sonríe, y me da un beso antes de salir de la habitación en la que estamos. Antes de que se marche, lo retengo cogiéndolo de la mano. ─¿Sucede algo? Pareces decepcionado. ─¿Tan extraño te parece que me haga ilusión tener un hijo contigo?─me pregunta, sorprendiéndome. No sé qué decir, y me quedo mirándolo con los ojos muy abiertos. Sé que él tiene treinta años y que se acerca a esa edad en la que se supone que todos debemos tener hijos y formar una familia, pero no sabía que él lo deseara con tanta convicción. ─Supongo que ya tendremos ocasión de planearlo ─sentencia, restándole importancia. ─Claro que sí, Héctor. Él me dedica una sonrisa antes de acudir a la llamada de mi tía Luisa. A veces me sorprende lo sensible que puede llegar a ser, y soy consciente de que él nunca ha albergado dudas respecto a lo nuestro. Eso me hace sentir bastante culpable, pues yo, hasta hace un tiempo escaso, lo único que tenía claro es que Héctor me gustaba con una intensidad que rozaba la locura. A las once de la noche, y tras una opulenta cena preparada por tía Luisa, mi sobrina se queda dormida, y ante la insistencia de mis tíos, Héctor y yo salimos a dar una vuelta. Decidimos dar un paseo, por lo que salimos a caminar sin rumbo determinado. Él pasa su brazo alrededor de mis hombros, y nos quedamos así durante un largo rato, sin nada que decirnos mejor que lo que puede demostrar nuestra propia compañía. Como soy una patosa, me tropiezo con un bordillo, y el bolso con todo su contenido se desparrama por el suelo. Me llevo las manos al tobillo y aúllo de dolor. Trato de plantar el pie en el suelo, pero el simple contacto me hace soltar un grito. ─¿Sara, estás bien? ─Me he torcido el tobillo, pero creo que podré caminar de vuelta a casa. ─Si quieres puedo traer el coche─se ofrece él. Se agacha para recoger el contenido del bolso, y se queda un rato parado al percatarse de algo que llama su atención. Me inclino para ver lo que él está observando con tanta atención, y me quedo blanca al ver la carta de Mike, que él está leyendo con todo el descaro del mundo. De pronto me siento enfurecida. ─Deja eso ─le pido. Él se levanta y me pone la carta en la cara. La aparto de un manotazo, bastante cabreada. ─¿No te han eseñado que no hay que leer la correspondencia ajena?─lo censuro. ─¿Por qué cojones tienes una carta de Mike en tu bolso?─exige saber, como si no me hubiera escuchado. ─Métela en el bolso, y puede que me olvide de que te estás comportando como un imbécil. Él aprieta la mandíbula, sostiene mi bolso con una mano, y con la otra la carta de Mike. ─No juegues conmigo, Sara. ─No estoy jugando contigo, pero tú estás empezando a cabrearme. Entiendo que te entren celos, pero no es para ponerse así. ─¿Que no me ponga celoso? Maldita sea, Sara. Mike te besó, y ahora encuentro una carta abierta en tu bolso en la que te recuerda lo bien que lo pasásteis juntos y lo mucho que te gustaba que te besara la garganta. ¡No tienes ni puta idea de cómo me siento!
─ ¿Eso es lo que pone en la carta?─pregunto asombrada. ─No te hagas la tonta. ─Eso es imposible, porque simple y llanamente no la he leído.
Mike me envío esa carta cuando tú y yo acabábamos de volver, pero ni siquiera la abrí. Mi compañera de piso quiso hacerlo, pero se la quité de las manos y la dejé en el bolso. Ni siquiera recordaba que la tuviera ahí adentro. Y no sé por qué te estoy dando tantas explicaciones, pues desde luego no las mereces.
Héctor mete la carta de mala gana en mi bolso, y me lo cuelga en el brazo. ─No soy estúpido. No me voy a creer una explicación tan absurda. Su desconfianza me duele demasiado, pero tengo que hacer un esfuerzo para contener mis ganas de soltarle un guantazo. ─Pensé que ya habíamos superado todo esto. Él endurece su expresión, y es incapaz de mirarme al hablar. ─Es imposible superar que te follaste al vecino, nena─me suelta, con rencor. Lo miro anonadada. Siento como si me hubieran golpeado, pero borro el orgullo que siento y trato de hacerle ver la realidad. ─No hagas esto, Héctor...no nos peleemos por algo que no ha significado nada─trato de hacerle ver. ─¿Que no ha significado nada..?.─repite con acritud─. Jamás entenderé cómo has podido hacerme esto. ─¿¡Hacerte qué!? ¿Te estás escuchando? Lo que dices es tan absurdo... ─Así que yo soy absurdo... sí, soy tan absurdo que intentas pegármela cuando miro para otro lado. Debo de parecerte muy tonto, Sara. Lo miro asombrada, y me muerdo el labio para contenerme las ganas de gritarle. No puedo entrar en su juego, o perderemos todo lo que hemos ganado. ─¿Qué pasa, no dices nada?─insiste. ─Cuando te tranquilices hablaré contigo. Ahora mismo es imposible que entres en razón. ─Estoy muy tranquilo, de hecho voy a ir a por el coche y te voy a dejar en casa de tus tíos─me suelta, y se da media vuelta. ─Vete a la mierda, gilipollas─le espeto, sin poder contenerme. Él se tensa, y me mira por encima del hombro con una expresión desconcertada al percibir la rabia que yo contengo. Por un momento lo siento dudar, pero entonces, niega con la cabeza y sigue caminando. Lo veo marchar, y le digo en voz alta que se está equivocando, a pesar de que él ni siquiera se detiene. Estoy tan cabreada, que en un arranque de ira detengo a un taxi con la mano para largarme y dejarlo con dos palmos de narices. Se lo merece, ¡desde luego que se lo merece! Cuando vuelva a buscarme y no me vea, se dará cuenta de lo idiota que ha sido por desconfiar de mí y tratarme con esa brutalidad. ─¿Adónde la llevo, señorita?─me pregunta el taxista. Miro la calle por la que Héctor se ha marchado, y por sorprendente que parezca, dudo. Suspiro, vuelvo a mirar la calle, y sé que uno de los dos tiene que dar su brazo a torcer. Seré yo esta vez, a pesar de que es él quien está equivocado. ─Lo siento, prefiero seguir caminando. Disculpe las molestias. El taxista pone mala cara, y arranca el coche. Cojeando, me apresuro a encontrar a Héctor, y me digo a mí misma que soy sumamente tonta por ir a buscarlo cuando ha sido él quien se ha equivocado. Entonces caigo en la cuenta de que estoy empezando a cambiar, y de que soy capaz de dejar a un lado mi orgullo para arreglar las cosas con el testarudo de mi novio. Lo veo parado frente a un árbol, y me extraña encontrármelo allí. Quizá se haya arrepentido y está buscando la manera de pedirme perdón. Su mirada se encuentra con la mía, y el rostro se le llena de angustia. Me hace un gesto con la cabeza para que me marche. Como no entiendo su actitud tan extraña, me acerco cojeando hacia donde se encuentra, y él vuelve a pedirme en silencio que me largue. Entonces lo veo, y sé a qué se debe esa petición tan extraña. Julio Mendoza está oculto tras el árbol, y ahora puedo verlo desde mi perspectiva. Apunta a Héctor con un arma, y en ese momento todo se detiene para mí. Suelto un grito y se me escapa un sollozo. Julio se gira y clava los ojos en mí, y Héctor maldice en voz alta. ─¡Corre Sara, vete!─me grita Héctor, y se abalanza sobre Julio para quitarle el arma. Julio me apunta con la pistola, y Héctor se detiene de inmediato. ─Si me golpeas, le pego un tiro─lo amenaza, con un brillo perturbador en los ojos─. Vamos Sara, no seas tímida y únete a nosotros. Hago lo que él me pide, y camino hacia donde se encuentra Héctor, colocándome a su lado. Él me ofrece una mirada de disculpa, y me susurra al oído: «¿Por qué no te has ido?». ─No podía─le digo muy bajito. ─Oh, qué enternecedor ─se asquea Julio. ─Ponte detrás de mí─me ordena Héctor. Niego con la cabeza, y me agarro a su mano. ─Sara...por favor...─me pide. Por nada del mundo voy a dejarlo a merced de Julio. ─Primero le voy a pegar un tiro a tu novio─amenaza Julio, y apunta el arma hacia el pecho de Héctor. ─Déjala que se marche, esto es entre tú y yo─le pide Héctor, aparentando una calma que a mí me es imposible sentir. Él me aprieta la mano para tranquilizarme. ─Y luego....cuando te estés desangrando, me voy a follar a tu preciosa novia delante de tus narices─resuelve Julio con crueldad. Héctor da un paso amenazador hacia él, y yo lo obligo a detenerse. Los dedos de Julio se ciernen peligrosamente sobre el gatillo, y a mí se me corta la respiración. Sé que tengo que hacer algo si no quiero que Héctor salga herido. ─Como te acerques a ella te mato─le espeta Héctor. Julio sonríe enseñando todos los dientes, algo que me ocasiona un profundo asco. Sostiene la pistola con ambas manos, y apunta hacia Héctor. ─¿Cómo me vas a matar, si ya estás muerto? Actúo por impulso, sin pensar. Empujo a Héctor y me abalanzo sobre Julio. Me quedo a medio camino, y de repente, siento un dolor insoportable en el pecho. Me llevo las manos al corazón, y toco algo húmedo y caliente. Agacho la cabeza y me miro las manos con los ojos muy abiertos. Los ojos se me anegan de lágrimas, y me derrumbo sin fuerzas cayendo desplomada al suelo. A mi alrededor hay un alboroto, y escucho un único disparo. Segundos después, unas manos presionan contra mi herida, y el rostro borroso de Héctor aparece frente a mí. ─¡Sara, Sara!─lo escucho gritar mi nombre como si estuviera muy lejos de mí. ─Tengo frío...─es todo lo que puedo decir. ─Sara, no te mueras, por favor...─sus manos presionan la herida, y siento que unas lágrimas que no son las mías me humedecen el rostro. Cuánto me gustaría obedecerlo en este momento...pero no puedo. Se me cierran los ojos, y todo el cuerpo me pesa demasiado. ─Aguanta, por favor...aguanta...todo esto es culpa mía...tú no tienes que morirte...sin ti no puedo seguir...¡Sara! A mi alrededor todo se desvanece, y lo último que siento son dos brazos acunándome y a alguien susurrarme una petición desesperada al oído. Luego se hace la oscuridad.