CAPÍTULO 34

A MÓNICA le sale humo por las orejas cuando le cuento lo sucedido. Me grita que soy una lunática, y yo le pido que se calme, gritándole que en realidad soy una incomprendida. Al final, suelta un resoplido y se cruza de brazos, lanzándome una mirada cargada de exasperación.

─ ¿Me estás queriendo decir que has vuelto con Héctor, y no le has contado que la zorra de Janine nos ha largado a Alaska?─resume lo que acabo de contarle.

─ Eso no es así del todo...─me exaspero yo─. Héctor y yo estamos en un punto muy delicado. Ni siquiera sé lo que somos en este momento, pero si de algo estoy segura es de que no voy a estropearlo contándole lo de Alaska. No quiero que piense que lo estoy utilizando.

─ ¡Eso es una tontería y lo sabes! Todos los que te conocemos sabemos de sobra que eres una orgullosa, y que nunca le pides ayuda a nadie.

─ No te pongas así. No tengo intención alguna de mudarme a Alaska. Sólo necesito tiempo para ver hacia donde vamos, y entonces le contaré todo lo que está sucediendo en la redacción.

─ Pues date prisa. Nos quedan trece días─sale maldiciendo en voz alta, y cierra dando un portazo. Qué mal genio tiene esta chica. En cuanto se marcha, voy hacia la cocina para prepararle la merienda a Zoé, pero Sandra me intercepta en el camino, me suelta un abrazo que me deja sin respiración y se echa a llorar a lágrima viva, diciendo cosas incongruentes que no entiendo. La separo de mí con gran desconcierto. ─¿A qué se deben esas lágrimas?─trato de consolarla, secándole las lágrimas con los dedos. ─¡Son de felicidad, Sara!─estalla ella, riéndose histéricamente. Me da un poquito de miedo, y la miro sin comprender nada. ─¡Me voy a Alemania, pero me da tanta pena dejaros a Zoé y a ti! ─¿A Alemania? No me digas que Janine te ha trasladado... ─empiezo a cabrearme. ─¿Janine? ¡He dejado Musa! Me voy con Mark a Alemania. Estoy demasiado enamorada para perder el tiempo... Esto sí que no me lo esperaba. Sandra no es la típica persona que hace las cosas por impulso, por el simple placer de dejarse llevar. ─¿Estás segura? ─Completamente. ─No soy quien para contradecirte...pero dejar tu trabajo por un hombre... ¿Y si no sale bien? ─Ni siquiera me gusta este trabajo. Y cuando sabes que es el hombre indicado, simplemente lo sabes, ¿no? ─Supongo ─respondo, poco convencida. ─Te voy a echar de menos─me dice, volviendo a abrazarme─. ¡Oh, ya sé lo que podemos hacer para despedirnos! ─Primero tranquilízate. Te veo un poquito nerviosa ─trato de serenarla. Ella se ríe como si tuviera quince años, y sin hacerme caso, corre hasta mi habitación y empieza a rebuscar entre todas mis cosas. Un poco estupefacta al tener frente a mí a una Sandra distinta a la que estoy habituada, corro tras ella, y me la encuentro abriendo el bolso en el que dejé olvidada la carta de Mike. ─¡La tienes que leer! Estoy segura de que si lees lo que él te dice, te vendrás conmigo a Alemania. ─¡Deja eso donde estaba! ─le pido, perdiendo la paciencia. Ella niega, y rasga el sobre para leer su interior. Como soy más corpulenta que ella, me abalanzo sobre su cuerpo y le arranco la carta de la mano, guardándomela en el bolsillo. ─¡Pero Saraaaaaa! ─¡Ni Sara ni leches! Lo mío con Mike terminó. No voy a pisar Alemania, porque estoy enamorada de Héctor. Han tenido que pasar varios meses para entender la profundidad de mis propios sentimientos, y ahora que hemos vuelto a darnos otra oportunidad, no voy a estropearlo para darle pie a desconfiar de mí─sentencio. Sandra agacha la cabeza, un poco avergonzada. ─Se ve que lo tienes muy claro... Así es. He tenido que separarme de él para comprender que Héctor es la persona con la que quiero compartir mi vida. Ni Mike, ni ningún otro hombre consigue hacerme sentir lo que él con una simple mirada. Ya era hora de ser sincera conmigo misma. ─Estoy enamorada de Héctor, y no voy a estropearlo otra vez. ─Lo siento, Sara...yo sólo quería que nos fuéramos juntas a Alemania. La cojo de la mano y le sonrío. ─Yo no soy como tú, Sandra. Somos muy distintas. Pero admiro que tengas las cosas tan claras, y seas capaz de dejarlo todo por la persona a la que quieres. Para mí ha tenido que pasar mucho tiempo hasta que me he dado cuenta de qué es lo que me importa en realidad. ─Te voy a echar de menos─me asegura─. ¿Quieres que le diga algo a Mike? ─No...si alguna vez volvemos a vernos, se merecerá una explicación de mi propia boca. No voy a esconderme detrás de una carta o una llamada telefónica. No sería justo. De todas formas, en una semana da el concierto decisivo en Alemania, y yo no estaré allí. Esa es la respuesta que él está esperando. ─¿El concierto decisivo?─pregunta sin entender. ─Son cosas mías─respondo, sin ganas de entrar en detalles─. ¿Cuándo te vas? ─Dentro de unas horas. La miro con una mezcla de asombro y orgullo. ─Entonces te ayudaré a hacer la maleta. En cuanto Sandra se marcha, me dejo caer en el sofá y suelto un hondo suspiro. Si algo tengo claro, es que tengo depositada una gran esperanza en Héctor. En nosotros. Esta vez no pienso estropear las cosas. Basta de mentiras que propicien celos y desconfianza. Voy a ser completamente sincera con él.

Se lo contaré todo, y cuando me refiero a todo, quiero decir todo: Alaska, los correos electrónicos que recibo de Musa, la carta de Mike, mi relación con mi padre, la necesidad que siento de ir a hablar con “El Apache”...

Estoy sumergida en mi propia determinación cuando alguien aporrea la puerta de la entrada. Me incorporo para ir a abrir, y al observar por la mirilla, me encuentro a Héctor. Lleva una camisa blanca de algodón que contrasta con ese tono moreno de su piel, unos vaqueros desgastados que le otorgan ese punto informal que me enloquece y lo hace ver tan sexy.

Abro la puerta, y de inmediato me encuentro con su expresión tensa. Pero no me da tiempo a preguntarle qué es lo que le sucede, pues mi sobrina corre hacia él y se abraza a sus piernas con verdadera devoción.

Observo la escena con una creciente sonrisa.

─Parece que no soy la única que te ha echado de menos─le digo. Él sonríe satisfecho y carga a Zoé en sus brazos, llenándola de besos y haciéndola reír. Pero en cuanto se fija en mí, la mandíbula se le tensa. A saber qué mosca le ha picado ahora.

─ He traído comida india. Sé que es tu preferida ─me dice, dándome la bolsa con la comida. Héctor Brown, siempre tan detallista. Cuando le voy a dar un beso, él me deja con las ganas y se dirige al salón con Zoé en sus brazos. Aprieto los labios, y contengo mis ganas de soltarle un sopapo. A veces es tan irritante... Comemos en silencio, con Héctor y Zoé sin separarse el uno del otro. Tengo que esperar a que mi sobrina se duerma para abordar el tema. En cuanto se queda dormida, me dirijo a Héctor y apago la televisión. ─¿Se puede saber qué te pasa?─lo interrogo. Él no se hace de rogar. ─¿Se puede saber por qué no me has contado que te piensan trasladar a Alaska? Doy un respingo. ¿Por qué nada me puede salir bien? ─Te lo iba a contar hoy. ─Seguro ─desconfía de mí. ─Héctor...te juro que iba a contártelo. De hecho, sólo estaba esperando el momento oportuno. ¡Pero sí iba a contártelo ahora!─me defiendo. Él saca un montón de folios doblados del bolsillo trasero de su pantalón, y me los tira de mala manera. ─¿Y esto también pensabas contármelo? Cálmate Sara. No vas a perder los nervios. No vas a hacerlo. Me agacho para recoger los folios, y sólo tengo que echar un vistazo para adivinar el contenido completo. Son los e-mails que he estado recibiendo en Musa. ─¿Cómo los has encontrado? ─Eso no importa. ─Para mí tiene importancia. ─Me lo ha contado Mónica. Deberías agradecer tener amigas como ella. Ya que tú no quieres ayudarte a ti misma, deja al menos que los demás lo hagan. ─¡Eso no es del todo así!─me altero, perdiendo la calma que he intentado conseguir. ─Ahora me vas a volver a repetir que tenías intención de contármelo─enuncia con ironía. ─¿Serviría de algo? Está claro que tienes una predisposición a pensar lo peor de mí ─le digo, con evidente dolor─. Si vas a desconfiar de mí a la primera oportunidad que se te presente, no nos pones las cosas fáciles. Él me observa seriamente durante unos segundos. Se pasa la mano por el cabello, y al final, se acerca a mí y me coge la mano, acariciándome la palma. ─Acabo de comportarme como un imbécil, ¿no? ─Totalmente ─le aseguro, tranquilizada al ver que ha reconsiderado las cosas. Él me coge de la nuca y me planta un beso en los labios. ─Cuéntamelo todo, Sara. Lo quiero todo de ti, incluso lo malo. ─Menos mal, porque tengo muchas cosas que contarte...─le digo, atrayéndolo hacia mí, y empujándolo sobre el sofá para sentarme a horcajadas encima suya. Él coloca un dedo en mis labios para detenerme. ─Cuéntamelo todo. Ahora─me ordena. Cómo me irrita que sea tan autoritario. ─Pídemelo, por favor. Él echa la cabeza hacia atrás y se ríe. ─Qué bien que todo lo que le digo le haga tanta gracia, señor Brown ─siseo, para hacerlo enfadar. Él me empuja sobre el sofá y se coloca encima mía, agarrándome las muñecas por encima de la cabeza. ─Te puedo hacer hablar sin necesidad de pedírtelo, por favor, y lo sabes... Hunde la cabeza en el hueco de mi cuello, y me saborea con la lengua, haciéndome gemir. Cierro los ojos, y meto las manos por dentro de su camiseta. Oh, qué calentito está. ─Sólo te hago caso porque eres muy guapo ─le aseguro, enrollando las piernas alrededor de su cintura y dejando mis manos sobre su abdomen. ─¿Por qué Janine quiere trasladarte a Alaska? ─pregunta, sin perder atención, a pesar de que lo estoy acariciando descaradamente a propósito. ─¿Recuerdas el día que nos encontramos en el aeropuerto?─por la cara que pone, está claro que no se le ha olvidado─. Me dijo que iba a entrevistar a Brad Pitt. Fue una encerrona, y lo hizo porque me negué a participar en el programa de televisión de Musa. Ella quería que utilizara todo lo que me había pasado para conseguir audiencia. Lo noto tensarse. ─Continúa─me pide. ─Llevo recibiendo e-mails desde hace varios meses. Erik me dijo que venían de Francia, y que por la forma de expresarse era una mujer. Se trata de alguien que ha trabajado para Musa, pero no tengo ni idea de quién es. Respecto a Janine, no sé si ella tiene algo que ver en esto. Simplemente me odia, y a Mónica también. ─Deberías habérmelo contado mucho antes. Yo habría parado la situación. ─Lo sé─me arrepiento. ─No te preocupes por los e-mails. No van a volver a enviártelos. ─¿Sabes de quién se trata? ─Tengo una ligera idea... ─¿Héctor? ─Creo que se trata de Daniela. Ahora está viviendo en Francia, y trabaja para otra revista. No sé si Janine tiene algo que ver en esto, pero lo pienso averiguar. Te lo prometo. Y respecto a Alaska, ya está solucionado. No os vais a ningún sitio. ─Creo que es la primera vez que me alegro de que seas mi jefe ─le digo, con una sonrisita. ─Es que te quiero sólo para mí...─me asegura, mordisqueándome los labios. Lo separo un momento, algo inquieta. ─¿Qué va a pasar con Janine? ─Eso no es asunto tuyo, Sara─me espeta, quedándose tan pancho. ─A veces te comportas como un déspota insoportable─le suelto. Él me calcina con la mirada... ─Soy tu jefe, Sara─replica, y es un hecho. ─Para mí no eres sólo mi jefe. Él me roba un beso, a pesar de mi creciente irritación. Y luego otro, y otro...hasta que me borra el enfado con sus labios, y me deshago en un suspiro. ─No sé si quiero que la despidas ─le digo, adivinando sus intenciones. ─No es sólo por ti. Las personas que trabajan para mí deben ser justas, y no dejarse llevar por rencillas personales─me aclara. Le lanzo una mirada cargada de dudas, y él me sonríe─. Mierda, principalmente es por ti, ¿de acuerdo? No me pidas que me quede al margen, porque no voy a consentirlo.

─ Prométeme que vas a ser justo─le pido. ─Siempre lo soy. ─Lo sé ─le aclaro, rodeando su cuello con mis manos y

atrayéndolo hacia m í─, por eso me gustas tanto. ─No me distraigas, nena─me pide, apartándose un poco de mí─, aún no me has hablado de tu padre, ni de tu hermana. Sé que estás preocupada. ─Más bien no sé cómo actuar. Después de quince años, para mí es como si fuera un extraño. Me es imposible no sentir rencor. ─No soy el más indicado para darte un consejo. Ya sabes que mi relación con mi padre es nula. Lo sé. Su padre golpeaba a su madre, y Héctor jamás podrá perdonarlo. ─¿Puedo yo perdonar a mi padre? ─La cuestión no es si puedes perdonarlo. La cuestión es si quieres perdonarlo o no. Creo que nunca vas a poder olvidar que te abandonó. Tienes que aprender a convivir con eso ─ me aconseja, adivinando lo que pienso. ─No sé si quiero volver a tenerlo en mi vida. Me dijo que tras el asesinato de mi hermana había tomado la decisión de buscarme, pero ni siquiera fue sincero en eso. Adela encontró una foto de su pasado, y entonces él se vio en la obligación de buscarme. Sigue siendo el mismo mentiroso de siempre, ¿Y sabes qué? Yo he aprendido que la gente que merece la pena es aquella a la que escoges para que esté en tu vida. Mis tíos han estado siempre ahí. Él...supongo que podemos tener una relación cordial. Sólo eso. ─¿Y qué pasa con tu hermana? ─Quiero tenerla en mi vida. Dios Santo, la quiero a pesar de que sólo me está dando problemas. Pero no sé cómo manejar la situación. Es increíble que una niña de dieciséis años me supere. ─Ni siquiera la conozco, pero cuando os vi, me di cuenta de que ella te miraba con gratitud. ─¿Agradecimiento? Creo que estás mal de la vista, Héctor. ─A esa niña nadie le ha estado prestando atención durante mucho tiempo. Y ahora llegas tú, e intentas comprenderla. Puede que creas que estás haciendo las cosas mal, pero si sigues insistiendo, tu hermana terminará por confiar en ti. Sólo necesita tiempo. ─Lo dices muy seguro. ─Mereces la pena, Sara. Cualquiera puede verlo. ─Eso es que tú me quieres demasiado─lo contradigo, acercándolo a mí y quitándole la camiseta de algodón por encima de la cabeza. Oh...madre. Qué abdomen. Qué músculos. Qué todo... ─No te lo voy a negar─responde, aprisionando mis labios y acariciándolos con la lengua. Y en ese momento sé que se han acabado las palabras, porque ya no hay nada más que decir. Me desnuda lentamente, hasta que somos piel contra piel en un sofá viejo y desgastado. No necesitamos más para encontrar la pasión. Sus manos danzan sobre mi piel, acariciando cada parte de mí, con ese cariño que él me profesa, demostrando que ni la distancia ni las terceras personas pueden romper lo que va más allá de nosotros. Cierro los ojos y le doy mi cuerpo para que haga con él lo que le plazca. Sabe cómo hacerme disfrutar sin que yo se lo diga. Conoce mis puntos débiles, lo mucho que me gusta que me bese el cuello, que me muerda los labios, que me acaricie el sexo sin prisas y profundamente... Echo la cabeza hacia atrás al sentir sus manos sobre mis pechos, mientras su boca descansa sobre mi vulva, seduciéndome en una caricia que me hace explotar; además de retorcerme sobre el sofá y hundir mis manos en su cabello. Me abro para él, y se hunde lentamente en mí, sin dejar de mirarnos a los ojos. Esta vez sí. Lo quiero a él, sólo a él. Quiero lo que me ofrece, lo que me hace sentir, lo que siento yo por él. ─Héctor... ─susurro, al llegar al éxtasis. ─Nunca me voy a acostumbrar a lo que me haces sentir, Sara.