CAPÍTULO 37

DE vuelta a mi apartamento, me paso los dedos por los labios, como si quisiera cerciorarme de que Mike me ha besado, y que no ha sido producto de mi imaginación. Al final, sonrío sin poder evitarlo y muevo la cabeza negativamente, sintiendo que él nunca cambiará.

Pero Héctor...Héctor tiene una forma de besar tan apasionada, primitiva y básica que cada vez que lo hace me deja sin aliento. En cuanto Mike me ha besado, y te aseguro que él sabe lo que hace, me he dado cuenta de que lo único que necesitaba en este momento era estar con Héctor, y sentir que después de todo, las cosas son más sencillas si lo tengo a él para acompañarme.

Al llegar a mi apartamento, suelto la bolsa de la compra sobre la encimera y me aproximo a mi hombre por detrás, abrazándome a él y pegando mi cabeza a su espalda. Aspiro su olor, y pienso que así es como debería oler cualquier hombre. A gel de baño y unas simples gotas de colonia.

─ ¿Me estás oliendo?─pregunta, colocando sus manos sobre las mías y atrayéndome hacia sí. No sé cómo lo hace, pero él siempre consigue que estemos más unidos de lo que yo creía posible. Asiento sobre su espalda, y una sonrisa de satisfacción se dibuja sobre mis labios. Sé que él también está sonriendo. ─Voy a empezar a preocuparme, nena. Últimamente no te separas de mí─se burla, pero sé que está encantado de la vida. ─Es que hueles tan bien...que me quedaría aquí toda la vida─le digo muy bajito. ─No tengo nada en contra de eso─resuelve con despreocupación. Se da la vuelta, y cogiendo mi rostro entre sus manos con infinita ternura, me planta un beso suave que se torna en algo más sexy y atrevido. Me empuja hacia la pared, y sus manos acarician todo mi cuerpo con hambre, hasta que suelto un gemido y me separo un poco, sólo para mirarlo y recordarme a mí misma lo bueno que está. Entonces me percato de que tiene la nariz y la mejilla izquierda manchadas de salsa mayonesa. ─¿Estás preparando mayonesa? ─Quiero hacer un bacalao al horno con mayonesa de ajo. ¿Es que tú no sabes cocinar ni una simple salsa?─se burla de mí. ─Para algo las venden en bote. Héctor me dice algo que no llego a escuchar, pues siento unas irreprimibles ganas de vomitar, y dándole un empujón, lo aparto de mí y corro al cuarto de baño, donde vomito. Él llega hacia donde estoy, y me tiende un trozo de papel para que me limpie. ─¿Sara, estás bien? ─se preocupa, poniéndome la mano en la frente para tomarme la temperatura. Asiento, no muy convencida. ─Creo que sí. No sé lo que me ha pasado. De repente he sentido ganas de vomitar. ─Quizá te haya sentado algo mal ─intenta encontrar una explicación. Pero en mi fuero interno, yo ya estoy cavilando otra opción. En concreto, una que se resuelve a los nueve meses y que según todo el mundo llega con un pan debajo del brazo. De sólo pensarlo, me empiezo a asustar y me tengo que agarrar al lavabo para no caerme. ─No estarás pensando...─adivina él. Lo miro conmocionada, y me llevo las manos a la boca para reprimir un sollozo. Sólo tengo veinticinco años, y definitivamente no estoy preparada para eso. ─Mierda...no sé si estoy preparada para ser madre─le soy sincera. ─Aún no lo sabemos─me tranquiliza. El hecho de que él se involucre en la situación me hace sentir un poquito mejor. Al menos no tiene intención de escaquearse, si es que hay algo de lo que escabullirse. ─¿Cuándo tiene que venirte el período?─se interesa. ─Dentro de un par de días. ─No te asustes, Sara, en unos días lo sabremos con certeza. ─Estoy acojonada. Héctor se sienta sobre sus rodillas y me obliga a mirarlo a los ojos. ─Estoy contigo. Lo sabes, ¿verdad? ─Sí...sí que lo sé─le aseguro. ─¿Entonces cuál es el problema? ─¿Tú quieres tener hijos? Se lo piensa un rato antes de responder. ─Supongo que sí ─se detiene, me mira a los ojos y afirma─: siempre he sentido que quería tener hijos, pero sólo si encontraba a la mujer adecuada. ─¿Y la has encontrado?─pregunto, tontamente. Él pone los ojos en blanco. ─No preguntes cosas que ya sabes ─me pide, y sonríe. Él me ayuda a levantarme, y algo más tranquila, salgo del cuarto de baño. Héctor me dice que me eche un rato en la cama por si vuelvo a marearme, pero yo respondo que no soy una enferma. ─¿Te ayudo a cocinar?─me ofrezco. ─No, sólo estorbarías. ─¡Pues ya no te ayudo! ─ me cabreo. ─Es que no quiero que me ayudes─insiste, irritándome aún más. Haciéndome la ofendida, me largo a la habitación de Zoé con la intención de ayudarla a hacer los deberes, pero resulta que mi sobrina es muy inteligente, y ya ha terminado su ficha de lectura, por lo que enfurruñada por hacer algo útil, le lanzo la pelota a Leo para que el vago de mi perro haga un poco de ejercicio. Pero ni siquiera mi perro está por la labor de colaborar, y tirándose en el sofá con las patas estiradas, se queda dormido ante mi cara de póquer. De vez en cuando pillo a Héctor mirándome de reojo y riéndose, y estoy encantada de observar que a Zoé sí le permite estar en la cocina, encargándole tareas sencillas para que la pequeña se sienta querida y útil. De verdad, la adoración que ambos sienten el uno por el otro es digna de observar con atención. Parecen padre e hija de verdad, y yo no voy a hacer nada por contradecirlos. A las diez en punto, Adela llama a la puerta, y Héctor me acompaña a recibirla. Al observarla por la mirilla, ella se está mordiendo las uñas en actitud visiblemente nerviosa, pero en cuanto abro la puerta, esboza mala cara y se apoya sobre el quicio de la puerta. ¿Actitud de defensa adolescente? ─Mi viejo me ha obligado a traer esta botella de vino─me dice, dándomela de mala gana. ─Gracias Adela, pero la próxima vez no digas que te han obligado. Podemos pensar que eres una maleducada─respondo yo. Héctor me da un codazo para que me contenga. ─Hola Adela, soy Héctor─se presenta, tendiéndole una mano que Adela no estrecha. Le echo tal mirada iracunda a mi hermana, que al final termina por aceptarla casi asustada. ─Ya sé quien eres. La pesada esta no dejaba de hablar de ti y lloriquear por las esquinas. Héctor me mira con los ojos abiertos, y yo me pongo colorada. ─Bueno...pues ya lo sabes─le digo a Héctor, pero echándole a mi hermana una mirada que quiere decir: «Como vuelvas a sacar el tema, te rasparé el tatuaje que te hiciste en la cadera y del que tus padres no tienen ni idea». Ella parece entenderlo, y no dice nada más acerca de ello. Nos sentamos a la mesa, y para mi alivio, Adela degusta la cena sin oponer ninguna resistencia, pero tan callada y abstraída en su mundo hermético que pierdo el apetito e intento buscar un tema de conversación. Héctor se me adelanta, como si quisiera aliviar un poco la tensión que existe en la mesa. ─Me ha dicho tu hermana que estás pensando en irte a estudiar al extranjero, y que dominas el Inglés a la perfección. ─Oh...sí─responde ella, sin ganas─. ¿No te ha contado que falto a clases y fumo porros? ─Adela...─la censuro, apretando las manos contra la mesa. ─¿Qué, prefieres que ante tu novio sea la hermana modélica? Ya me has dejado claro que no puedo serlo. Recuerda que no soy alguien digno de confianza, hermanita ─me suelta con acritud. ─La confianza hay que ganársela─rebato yo, y sin proponérmelo, entro en su juego. Héctor me coge la mano por debajo de la mesa para pedirme en silencio que no lo haga. Para no perder la calma, me levanto con la excusa de ir a por el postre y me dirijo hacia la cocina, pero en cuanto no me ven, me quedo escuchando detrás de la pared. ─Yo creo que Sara sólo quiere tener una relación de hermana contigo. Nada más. Pero se lo estás poniendo muy difícil, y ella no sabe cómo hacer las cosas bien─intercede él. Adela parece levemente conmocionada, pero entonces vuelve a mostrar una expresión fiera, estoy segura de que para que nadie le haga daño. ─¿Y te ha dicho ella eso? Dudo que habléis de mí. ─Ella no para de hablar de ti─le asegura él, y simplemente está siendo sincero. ─Pues dile que la echo de menos. Que creo que siempre la he echado de menos, incluso cuando no la conocía, y que quiero tener una relación de hermana con ella─se sincera ella. En ese momento no puedo más, y embargada por la emoción, salgo de mi escondite y me dirijo hacia donde está, poniéndole una mano en el hombro. Ella se sobresalta ante nuestro inesperado contacto... ─¿Y por qué no me lo dices tú? Se gira hacia mí, con la cara roja como un tomate. ─¿Estabas escuchando detrás de la puerta?─inquiere, como si intentara sermonearme. Pero en el fondo sólo hay temor en su voz. ─Sí, eso estaba haciendo ─respondo, encogiéndome de hombros─. Anda, dame un abrazo y empecemos de cero. Ella se levanta, y antes de acercarse a mí, niega con la cabeza. ─No, de cero no. Ahora que te conozco, no me puedo olvidar de ti, ¿no? Hago un esfuerzo para contener las lágrimas, y la atraigo hacia mí como la hermana mayor que soy. ─Te quiero, Adela, y te voy a regañar siempre que me dejes. Para algo soy tu hermana mayor, y no hay más que hablar. Ella sonríe agradecida, y me susurra al oído sin quitarle el ojo de encima a Héctor. ─No sabía que mi cuñado ganase tanto en persona. Es impresionante. Cuando Héctor se acerca a ella, y le echa el brazo por encima para decirle que se alegra de que hayamos hecho las paces, Adela se sonroja como la adolescente que es, y le da tímidamente las gracias. Pasamos una noche estupenda, jugando al Monopoly y dejando a Zoé ganar a propósito. Nunca imaginé tener una familia como esta. Si la existencia de mi sobrina me pilló por sorpresa, el hecho de tener una hermana me ha llenado de una inesperada dicha que sé que no va a acabarse nunca. Algunas veces, la mirada de Héctor y la mía se encuentran, y estoy tan feliz de tenerlo aquí conmigo, que me muerdo el labio sin proponérmelo y él aproxima su mano hacia mi muslo, anticipando con un brillo descarado en los ojos lo que me espera esta noche. Empiezo a sentir calor, y agradezco que mi hermana y mi sobrina caigan rendidas de sueño al poco tiempo. Ambas insisten en dormir juntas, y yo llamo a mi padre para comunicárselo, quien parece encantado de la vida ante el nuevo vínculo que se ha creado entre nosotras. En cuanto las dos se quedan dormidas, cojo a Héctor de la camiseta y lo llevo hasta mi habitación, con una sonrisita traviesa en los labios. ─¿Te quieres quedar a dormir conmigo? ─ronroneo contra el lóbulo de su oreja, siendo deliberadamente sexy. ─¿Sólo a dormir?─recaba, con una mirada que va directa a mis pechos. Pongo cara de total inocencia, y dejo caer las tirantas de mi vestido, hasta que este se desliza por mi cuerpo y se queda tirado en el suelo. He escogido un conjunto de lencería nuevo para la ocasión, y Héctor lo sabe, porque la escasa tela que me cubre mis partes íntimas es de las pocas que se salva de sus manos hambrientas por desvestirme y romper mi ropa interior. ─Convénceme de lo contrario, pero te advierto que me encanta ganar... ─le suelto, y le guiño un ojo. Camino hacia la cama bamboleando las caderas, con el objetivo de hacerlo arder. Echo un vistazo por encima de mi hombro que va directo a su abultada entrepierna, y me muerdo el labio. Me encanta que siempre se muestre dispuesto para mí. Héctor me alcanza en dos pasos, y me aparta el cabello hacia un lado, acariciándome desde el lateral del cuello hasta el codo, y poniéndome los vellos de punta. Lo noto sonreír tras mi espalda, y me planta un beso húmedo y caliente en la nuca. Joder. ─Te puedo convencer de hacer cosas que ni siquiera imaginas... ─me asegura, con una voz ronca que estalla contra mi piel. Cierro los ojos y trato de recabar un poco de autocontrol sobre mí misma. ─Creído... ─le digo, soltando un gemido y dejando escapar el aire. Él me muerde el hombro, y una de sus manos se cuela por dentro de la tela de mis braguitas, hasta encontrar mi vagina húmeda y siempre receptiva para él. ─Te gusta tanto que te toque...─declara, con esa confianza innata que lo hace tan atractivo y arrogante. ─Sólo un poquito...─musito, temblando de la cabeza a los pies al sentir cómo sus manos me arrancan el sujetador. ─Cabezota─me da un beso en el centro de la espalda, y sonríe─, te gusta llevar siempre la razón, nena. Y voy a tener que castigarte por ello. ¡Oh, Dios...! ¡Sí, que me castigue! Debo de estar mal de la cabeza, pero lo estoy deseando. ─Me debes cincuenta euros─le suelto, y señalo con orgullo el sujetador de encaje negro que yace destrozado en el suelo. Él suelta una amplia carcajada, me arranca las bragas y me empuja con suavidad sobre la cama, dejándome abierta para él y echándole una mirada descarada a mi sexo. ─Que sean cien euros. Estoy a punto de gritarle algo, pero él aprisiona mis labios entre los suyos, y tira de ellos, obligándome a abrir la boca, y haciendo el beso más salvaje. Me deshago entre sus brazos, y para cuando quiero darme cuenta, ya se me ha olvidado la ropa interior, y estoy perdida ante sus caricias. Todavía vestido, y haciendo conmigo lo que quiere, se quita la camiseta y yo abro mucho los ojos, devorándole ese torso que tanto me gusta. Creo que nunca me voy a acostumbrar a lo bueno que está. Entonces, él se deja caer sobre mí, y aprisionándome con su propio cuerpo, me coge con una mano las muñecas y con la otra las ata al cabecero de la cama con su propia camiseta. Lo miro con los ojos muy abiertos. ─En cuanto me desates, te vas a enterar─le aseguro, pero lo único que quiero es tenerlo dentro de mí. ─Te puedo hacer cambiar de opinión ─me suelta con despreocupación. Capullo arrogante... Estoy a punto de soltarle una de mis perlitas, pero él me agarra de las caderas y hunde su boca en mi sexo, devorándome con hambre y haciéndome perder la cabeza. Suelto un gemido, me tenso y tiro del cabecero de la cama, pidiendo más. Entonces se detiene y me observa con superioridad. ─Si quieres que te desate, sólo me tienes que pedir que pare. Lo fulmino con la mirada. ¿Parar? ¡Estará de broma! Él asiente, con una chulería en sí mismo que me encanta. Me agarra del tobillo derecho, y va dejando besos desde el tobillo hacia el interior del muslo, hasta que estallo en una risita nerviosa e inclino las caderas hacia su boca, como quien no quiere la cosa. Él no se hace de rogar, y agarrándome de las nalgas, me devora el sexo hasta que me hace gritar y llegar al orgasmo. Héctor me desata las muñecas, y las masajea a pesar de que no las siento doloridas. ─Dime Sara...¿Sólo a dormir?─me cuestiona, con esa voz tan sexy que Dios le ha dado. ─Bueno...ya que estás aquí...─sugiero, mordiéndome el labio. Él no se hace de rogar, y agarrándose la polla con una mano, empuja dentro de mí, arrancándome un grito que luego se convierte en un gemido. Clavo las uñas en su espalda, sin importarnos a ambos lo más mínimo si le quedará marca. Este es el tipo de sexo que nos gusta. Rápido, fuerte y salvaje. ─Joder nena...─apoya la frente en la mía, y agarrándose al cabecero de la cama, empuja en mi interior, catapultándome a un lugar al que sólo podemos acceder nosotros. ─Sí...sí...sí...─es todo lo que puedo decir. Llegamos al éxtasis, y él rueda hacia el otro lado para no aplastarme. Termino con mi cabeza apoyada en su pecho, y su mano acariciándome la espalda con delicadeza. Suelto un suspiro, le beso el pecho y cierro los ojos, sintiendo los latidos fuertes de su corazón. Es imposible no sentirse protegida al estar abrazada a un hombre tan impresionante como Héctor. ─No sé para qué vivimos separados, si al final siempre termino durmiendo contigo en este apartamento tan pequeño─me dice, y sé que es una indirecta para que nos mudemos a su casa. Le acaricio el pecho con las yemas de los dedos. Es duro y caliente. ─Poco a poco...sin prisas...¿Vale? ─trato de encontrar la comprensión que busco, y él asiente, creo que para hacerme feliz. ─Nos va bien así, ¿no?─concuerda él, y me besa la punta de la nariz. De pronto sus ojos se fijan en algo, y estira el brazo para alcanzar lo que ha captado su atención, que se encuentra sobre la mesita de noche. Es la bola de nieve que él me regaló hace varios meses. ─No sabía que la guardases─me dice, orgulloso y entusiasmado. ─No te la hubiera devuelto ni aunque me lo hubieras pedido mil veces. ─Yo nunca te he pedido nada, Sara. Sólo que me quieras como yo te quiero a ti...y supongo que lo haces porque te da la gana, así que...

Estallo en una carcajada al percibir su ofuscación. Me acurruco sobre su pecho, y de inmediato sus brazos me rodean la espalda. ─Abrázame muy fuerte hasta que me quede dormida─le pido. ─Como tú quieras, cariño. Siempre es un placer.

Sus brazos me aprietan contra su cuerpo, y cierro los ojos con una sonrisa de satisfacción en los labios. En este momento, tengo todo lo que puedo desear en mi vida.