CAPÍTULO 38

A la mañana siguiente, me despierto con el olor de tostadas y café recién hecho. Abro los ojos y me acostumbro a la claridad del día. Tras rezongar unos minutos en la cama vacía, y revolcarme en el olor que Héctor ha dejado impregnado en la almohada, y que a mí me encanta, me desperezo en el momento en el que él entra en la habitación, cargado con una bandeja de desayuno repleta de tostadas, cruasanes, café, zumo de naranja y mermelada.

─Buenos días, dormilona─me saluda, con un beso en los labios. Se sienta en el borde de la cama y deja la bandeja sobre la mesita de noche. Si sigue así, voy a acostumbrarme a que me traigan el desayuno a la cama. Me va la vida fácil, qué quieres que te diga.

─ Buenos días, ¿se han despertado ya Adela y Zoé?─pregunto, hincándole el diente a una tostada untada con margarina y mermelada de fresa.

─Todavía siguen dormidas. Han salido a ti─se burla. Nunca he comprendido la facilidad con la que él madruga. A mí, por el contrario, siempre se me pegan las sábanas y me paso un buen rato en la cama, rogando por cinco minutitos más.

Él ya está vestido con un traje que denota que siempre lleva un aspecto impoluto. Su cabello está húmedo, por lo que supongo que se habrá duchado tras haberse despertado hará un par de horas. Madrugador, limpio y atento, ¿se puede pedir algo más?

Caigo en la cuenta de algo cuando me termino la tostada, y pongo mala cara. Pero voy a contárselo, aunque esto propicie una situación incómoda.

─ Te tengo que contar algo...pero me gustaría que no te enfadases. A él le da por mirarme con un gesto cómico. ─¿Qué has hecho ya?─supone. ─¿¡Y por qué voy a tener que hacer yo algo!?─me sulfuro, pero enseguida se me pasa.

─ No te voy a prometer algo que no puedo cumplir. Anda, suéltalo. Suspiro. ─Entonces prométeme que no vas a sacar conclusiones

precipitadas. Él enarca ambas cejas, sorprendido ante mi petición. ─No estamos hablando de ti, Sara. Yo nunca saco conclusiones

precipitadas. Eres tú la que se deja llevar por las primeras impresiones en la mayoría de ocasiones─me suelta, y se queda tan pancho.

─ ¡Eso es mentira y lo sabes!─me defiendo yo─. Que me prepares el desayuno no te da derecho a comportarte de manera insoportable, por muy guapo que seas y lleves trajes a medida que te sienten de muerte.

Él me observa algo cansado, pero sin perder el brillo divertido en los ojos. ─¿Qué me quieres decir? Le hablo de sopetón y sin dar rodeos. ─La otra noche, al ir a comprar, me encontré por casualidad con Mike, estuvimos hablando un rato y me besó. Me besó él─le aclaro, para suavizar lo que acabo de decir. El rostro de Héctor pasa por todas las expresiones posibles. Estupor, recelo, ira contenida...hasta convertirse en una máscara inescrutable. Le doy un toquecito con el hombro, para que me diga algo. ─¿Lo besaste tú o te besó él? ─exige saber. ─Ya te he respondido a esa pregunta. Él me mira, parece tenso. ─Joder Sara...más vale que no me lo encuentre yo de casualidad, porque íbamos a tener más que palabras. Le borraré las ganas de ir besando novias ajenas por ahí de un puñetazo─se enfurece, y aprieta los puños. ─¿No confías en mí?─me inquieto. ─Por supuesto que confío en ti. Me lo podrías haber ocultado, y sin embargo me lo has dicho, a pesar de que sabías que me iba a cabrear.

Me tranquilizo de inmediato. ─Pero ese imbécil no puede ir besándote así...porque le dé la gana. ¡Maldita sea! Se me llevan los demonios sólo de pensar que te dio un beso... ─Si quieres mi opinión, fue sólo un beso de despedida. ─Gracias, me dejas más tranquilo─espeta, con ira contenida. Suelto una risilla incontenible. Él me fulmina con la mirada. ─No me hace ni puñetera gracia. ─Lo sé...lo sé...─le digo, y trato de tranquilizarlo─. No tiene importancia. Te lo juro. ─La tiene...joder que sí la tiene. Reza para que no me lo encuentre. Vuelvo a reírme sin poder evitarlo. ─¿Te he dicho ya lo mucho que me pone verte celoso?─ronroneo, contra su oreja. Él se aparta de mí, casi ofendido. Su gesto de desolación me resulta tan cómico, que lo acerco a mí y le lleno el rostro de besos, a pesar de que él pone mala cara y maldice en voz alta. ─Qué bueno que uno de los dos se esté divirtiendo en una situación tan incómoda─me suelta, pero sé que el enfado se le pasará en cuestión de minutos. Me tapo la boca con las dos manos, para dejar de reírme y que Héctor no sienta que me estoy burlando de él. Si yo estuviera en su posición, y alguna de las examantes de Héctor lo hubiera abordado en mitad de la calle para besarlo, probablemente habría roto platos contra el suelo y gritado al más puro estilo de Rambo. Estoy a punto de quitarle el malhumor de un polvazo, pero en ese momento, mi sobrina y mi hermana entran en la habitación y se lanzan sobre nosotros, saltando en la cama y golpeándonos con las almohadas. Adela observa el majestuoso desayuno con admiración. ─Yo también quiero un novio que me prepare el desayuno y me lo lleve a la cama. ¿Dónde lo compro?─se burla. ─En el club de los tontos─replica Héctor, y se marcha con cara de cabreo.

Mi hermana me mira sin entender, y yo le resto importancia metiéndole una tostada en la boca. Como era de suponer, a Héctor el cabreo se le pasa a las pocas horas, y me deja en el trabajo tras llevar a Zoé y a Adela a sus respectivas escuelas.

─ ¿No vienes?─le pregunto, cuando él detiene el coche frente a la redacción y no hace el amago de bajarse. ─Tengo una reunión relacionada con un nuevo producto alimenticio que vamos a sacar al mercado, y confío plenamente en Mónica para hacerse con el control de la empresa. ─No sabes lo agradecida que ella está de que le des esa oportunidad. Él se encoge de hombros, como si no tuviera importancia. ─Sólo he tomado la decisión más justa y acertada para la empresa. ─Ya...pero si yo hubiera estado en tu situación, no sé si habría hecho lo justo. Probablemente me habría dejado llevar por los sentimientos y las rencillas personales. ─No lo creo, Sara. Eres mejor de lo que piensas, por eso me encantas. ─¿Eso significa que ya no estás enfadado? Se tensa de inmediato. ─Eso significa que no me gusta que toquen lo que es mío. ─¿Te refieres a tu coche?─pregunto, para picarlo. ─Qué graciosa eres, Sara. Supongo que ver los toros desde la barrera es muy sencillo. ─¿Lo dices por los cuernos? Me echa una mirada asesina. ─Sara... ─dice mi nombre con los dientes apretados. Yo ignoro su cabreo, lo cojo de la corbata y lo aproximo hacia mí, robándole un beso. Al final, él accede y me besa con intensidad, tal y como a mí me gusta. ─No te voy a tener en cuenta eso de «lo que es mío» porque sé que hoy estás muy sensible.

Da un respingo al escuchar la palabra «sensible»

Hombres... ─ Siempre te sales con la tuya, Sara. De verdad que no sé cómo lo haces─dice, algo contrariado. Le dedico una sonrisa dulce y cargada de amor. ─Pero nunca cambies, nena. Por el amor de Dios, no lo hagas. Me encantas así. Se me caen las bragas al suelo. ─¿Incluso con mi cabezonería que tanto te irrita?─lo cuestiono, con cara de boba. Él se inclina hacia mí, aproxima su rostro al mío y dice: ─Incluso con ese mal genio que te gastas, chica insoportable. Antes de que pueda rebatirlo, me besa la punta de la nariz. Salgo del coche de Héctor, y subo a pie las escaleras del edificio. Estoy de tan buen humor, que no me importa subir las escaleras hasta la séptima planta, y voy tarareando una canción de amor mientras contoneo las caderas y no pierdo la sonrisa. ─Buenos días, Santana. ¿Quién te ha echado un polvo para que estés de tan buen humor?─me pregunta Víctor, en cuanto me ve llegar. ─El tipo que te paga, así que modera tu curiosidad, capullo─le respondo, sin perder la sonrisa. Él pone las manos en alto, pero como sabe que estoy de broma y ya me conoce lo suficiente, me guiña un ojo. Me demoro más de lo habitual en encender el ordenador y ponerme a trabajar. Estoy tan entusiasmada, radiante, feliz...que siento que nada de esto puede estropear este momento. ─¡Santana, ven a mi despacho ahora y borra esa cara de idiota! ─me espeta mi nueva jefa. Doy un respingo y me golpeo la rodilla con el escritorio al incorporarme. Joder...¿A esta qué mosca le ha picado?

Mónica señala su despacho con un gesto iracundo, y yo la sigo bastante alucinada, sin saber a qué se debe ese mal genio. En cuanto llego, me siento en la silla que hay frente a su escritorio.

─¿Te he dado permiso para sentarte? ─pregunta, de mal humor. La miro con los ojos muy abiertos.

Estará de coña... ─ ¿Pero a ti qué mosca te ha picado, pija relamida?─le suelto, sin poder contenerme. Ella golpea el escritorio con el puño cerrado, se levanta e inclina su rostro a escasos centímetros de mí, hasta que llega a intimidarme. Las aletillas de la nariz le tiemblan con furia. ─¡Soy tu jefa, y exijo respeto y la autoridad que me han concedido! ¡Mira mi despacho, mira este escritorio de caoba, y dime por qué eres tan estúpida como para creerte esta broma!─termina, y se descojona, dejándose caer sobre su silla giratoria. Suelto todo el aire que llevaba conteniendo, y dejo que mi corazón vuelva a su ritmo habitual. ─Qué hija de puta─le suelto, y termino por echarme a reír. Ambas nos reímos en voz alta, hasta que se nos saltan las lágrimas y nos duele el estómago. ─¿Te pensabas que volvía a ser una cabrona, eh?─se burla. Suspiro, y termino de tranquilizarme. ─Por un momento he llegado a creerlo─le digo sinceramente. Mónica me coge las manos para hablarme con mayor confianza. ─Desde la dirección me han pedido que busque a un redactor jefe ─me informa. ─¿Y en quién estás pensando?─le pregunto, con sinceridad. Ella pone los ojos en blanco. ─Es evidente que estoy pensando en ti. ─¿En mí?─pregunto alucinada─. No sé qué decir. Apenas tengo experiencia...si es porque eres mi amiga...te libero de esa obligación. Te juro que no tienes que hacerlo. ─Sara, ¿te parezco la clase de persona atada a obligaciones absurdas?─me cuestiona ella a mí. ─No ─respondo, muy segura. ─Entonces... ¿aceptas o no? No voy a confiar en ninguno de esos inútiles de allí fuera. En cuanto me descuide, tratarían de apuñalarme por la espalda y robarme el puesto. Necesito a mi lado a alguien leal, honesto y que no tenga miedo a decir lo que piensa. ─No sé...Mónica. Me siento halagada, pero no sé si sería lo correcto. Seguramente me mudaré a Nueva York con Héctor. Es decir, si él me lo pide... En ese momento me doy cuenta de que el tema de mi relación con Héctor ha vuelto a surgir. ─Entonces las cosas entre vosotros van en serio...─se asombra, y parece alegrarse mucho por mí. ─Sí ─respondo, muy segura. ─Bien...pero mi oferta sigue en pie. Hasta que estés en España, eres mi redactora jefe, si te interesa la oferta. Supondrá un salto muy importante para tu carrera, y cuando te marches a Nueva York, estoy segura de que podrás escribir de lo que quieras en algún periódico de esos que tanto te gustan. Seguro que el New York Times acaba fichándote. Me río nerviosamente, le ofrezco mi mano y ella la estrecha. ─Soy tu chica, nena. Tras la inesperada oferta de trabajo que no dudo en aceptar, vuelvo a mi escritorio y me centro en acabar el reportaje en el que estoy trabajando. Al cabo de unas horas, y ante la falta de respuestas que he recibido por parte de Erik, lo llamo a su línea personal con la intención de que él responda a mis llamadas, y dé por zanjado este enfado tan absurdo que no nos lleva a ninguna parte. Pero como era de esperar, Erik no me coge el teléfono. De verdad, él necesita trabajar sobre su orgullo masculino y ese tipo de cosas, porque se está pasando de la raya. De acuerdo, obstruí la investigación del asesinato de mi propia hermana, y puse mi vida en peligro, lo cual, ahora que lo pienso, no está nada bien, y en varias ocasiones me he comportado de manera muy desagradable con Erik, pero... Joder, es normal que él esté enfadado. Si yo fuera él, me odiaría por causarle tantos problemas. Angustiada por perder su amistad, que valoro mucho a pesar de que nunca se lo he mencionado, le envío un mensaje de texto en el que le explico que este fin de semana iré a Sevilla, y que me encantaría tomarme un café para charlar con él, lo que indirectamente significa que vamos a hacer las paces. Como era de esperar, no recibo respuesta. conseguir lo que me propongo, me conecto proponérmelo, abro el buscador y tecleo cuatro palabras: robo en oficina postal. Pincho en el primer resultado, y el buscador me dirige a una página de noticias de un periódico. En la noticia, se explica que hace varias semanas, alguien entró a robar a una oficina de Correos, y que el ladrón, al no apreciar nada de valor, se marchó con las manos vacías tras abrir varias taquillas. Añade la noticia que el ladrón es una persona corpulenta y ágil, según un testigo que vio a alguien merodeando por los alrededores a altas horas de la madrugada. Corpulento y ágil. Cómo si eso pudiera decirme gran cosa... Ofuscada por no a Internet y sin