La caza
Los felinos son animales evolucionados para llegar a ser efectivas «máquinas de cazar»; para ello la naturaleza les ha dotado de resolutivas armas: garras y colmillos, de dos sentidos excelentes: la vista y el oído, y de un sistema nervioso capaz de producir respuestas rapidísimas, tanto para el acecho como para atrapar a su presas.
El tiempo empleado en la caza depende del ciclo reproductivo (menos durante el celo, más cuando están criando), de la abundancia o la escasez de presas en su territorio y de si alguien les proporciona comida o no.
Podríamos decir que los gatos pueden llegar a comerse todo lo que encuentran en su camino, desde conejos hasta insectos, pasando por lagartijas y pájaros, aunque su presa típica, aquella en la que se han especializado, son los pequeños roedores: los ratones.
Pero con el acto de la caza hay otro factor que se suma a lo que es la necesidad de comer: la «emoción», el innato interés por la búsqueda, el rastro, el acecho, el ataque definitivo, todo ello con independencia de que capture o no a la presa.
Esta emoción la podemos observar en nuestros gatos cuando acechan tras los cristales a las aves del mundo exterior, o cuando persiguen a las incautas moscas que zumban por nuestra casa.
La caza es un estímulo que permanece latente incluso en el gato mejor alimentado: un estímulo que nunca encontrará nuestro gato en un comedero lleno del mejor pienso.