El tacto
Los receptores sensoriales de la piel del felino pueden valorar los movimientos del aire, fundamental en la caza nocturna, ayudando a situarse perfectamente en el terreno. Es un sentido bien desarrollado desde el nacimiento, como el olfato, probablemente para facilitar la orientación del recién nacido.
El feto tiene sensaciones táctiles a partir de la tercera semana de gestación y reflejo flexor de los dedos a partir de la quinta semana. Las reacciones cutáneas al dolor aparecen a los cuatro días tras el nacimiento.
Sin embargo, los mecanismos homeostáticos no están «a punto» de forma temprana, por lo que, para conservar la temperatura tienen la capacidad de acurrucarse; el comportamiento de mamar al notar algo caliente cerca (rooting) se mantiene hasta las dos semanas tras el nacimiento. El contacto con la madre produce un gran efecto de calma en los cachorros.
Cuando los cachorros se reúnen con la madre tras una corta exploración, prácticamente entierran sus cabezas en el cuerpo de la madre, buscando contacto, tranquilidad, seguridad… este comportamiento se puede mantener en algunos adultos que buscan sosiego cubriendo su cabeza con sus patas delanteras.
El sentido del tacto del gato radica principalmente en sus pelos actiles; éstos están distribuidos por todo el organismo: bigotes, encima de los ojos, mejillas, barbilla, parte posterior de las extremidades delanteras… Estos pelos táctiles de los felinos se conocen con el nombre de vibrisas y son capaces de percibir cambios muy ligeros en el entorno del animal.
Como ya hemos comentado, los bigotes del gato también son vibrisas y son unos de los pelos táctiles que más utiliza; su base de implantación en la piel es de cinco a siete veces más ancho que los pelos normales distribuidos por el resto del organismo; se distribuyen en grupos de cuatro a seis y en unas cuatro hileras a ambos lados de la nariz.
Los bigotes del gato le permiten una detección refinada gracias a su capacidad de percepción de distintos gradientes de temperatura y turbulencias; con ello consiguen una precisa orientación tanto en la dirección como en el ángulo.
Gracias a los bigotes pueden caminar entre la maleza con los ojos prácticamente cerrados; los bigotes se pliegan hacia atrás cuando atacan o quieren evitar tocar algo, y se despliegan hacia delante cuando investigan o durante la caza, para alcanzar el grado máximo de sensibilidad.
Pero el sentido del tacto de los gatos no sólo radica en los pelos táctiles o vibrisas, el tacto también reside en las almohadillas. Estas estructuras, y principalmente las de las extremidades anteriores, son muy sensibles.
Las almohadillas no sólo son «las suelas de sus zapatos» o unos excelentes amortiguadores, las almohadillas de los gatos llegan a percibir vibraciones muy sutiles; esta especial capacidad provoca el siguiente comentario: «El gato es capaz de oír por las patas».
La especial capacidad sensitiva de las almohadillas les permite, por ejemplo, detectar la carrera de un pequeño roedor, distinguir entre las distintas texturas de las superficies por las que caminan y, cómo no, la temperatura del terreno por el que se mueven.
Un gato prefiere ser sujetado con firmeza, no con fuerza, prefiere las caricias a las «palmaditas»…
En referencia a la temperatura, la cara de un gato es varias veces más sensible que la cara del hombre a la temperatura; puede notar variaciones de 0,2 grados de aumento y de 0,5 grados de descenso de temperatura.
Un humano puede presentar alteraciones en su organismo en entornos de temperatura superior a los 44 grados… un gato soporta con agrado temperaturas de más de 50 grados; por esta razón no es raro verlos plácidamente dormidos pegados a una incandescente fuente de calor.