CAPÍTULO 50

Gracias a Dios, Katrina no tuvo que asistir al juicio, lo cual aligeró la tensión que llevaba soportando los dos últimos días. Tampoco quiso presenciar la ejecución: no quería ser testigo de tanta crueldad hacia un ser humano, por muy malvado que este fuese, como tampoco de un ritual en el que perdieron la vida muchos de su pueblo.

Después de varios meses tenía en sus manos la primera carta que le enviaba Nienke. Con dedos ansiosos rompió el lacre.

Mi querida Katrina:

Ante todo, decir que te extraño muchísimo. La vida aquí no es lo mismo sin ti, no solo por tener lejos tu cariño, sino porque, desde que te fuiste, me vi en la obligación de tomar una ayudante; y aunque me pese decirlo, es un tanto patosa y suele acabar con mis nervios. Por fortuna, mi relación con el conde es mucho más sólida y he de comunicarte que hace apenas unas semanas, ante el estupor de todos, ¡me pidió en matrimonio!

La corte está tan escandalizada de que una plebeya alcance la categoría de condesa, que durante una buena temporada intentaron convencerlo de que cometía un gran error. En particular la condesa Van Horlandad, que estaba convencida de poder conquistar al viudo más deseado de Flandes. ¿La recuerdas? Imagino que sí; nadie podría olvidarse de esa nariz de buitre, ¿cierto? Sin embargo, a mi futuro esposo le importa un comino lo que digan los demás y, por supuesto, ya sabes que a mí siempre me ha gustado hacer lo que me place y, como deseo convertirme en su esposa, pues acepté con mucho gusto. Así que en pocos meses entraré a formar parte de la nobleza castellana y las jornadas de duro trabajo tocarán a su fin, aunque nunca dejaré de realizar mi gran pasión que, como sabes, es el hilado, con la diferencia de que a partir de ahora será por puro placer.

Lo único que empaña mi dicha es que no podrás acompañarme el día de mi boda, y si a ello unimos que en la corte no dejan de hacer comentarios sobre tu extraña desaparición… Circulan todo tipo de especulaciones. Unos dicen que se debió a un amante secreto y otros, a que el rey te apartó porque se había cansado de su bella hilandera. Sin embargo, Carlos, que es un hombre magnífico, jamás ha hecho comentario alguno. Nadie sabe que ese hombre le contó la verdad. Eso sí, sé de buena tinta que, a escondidas de todos, anduvo buscándote. No para vengarse por tu engaño. Creo, sinceramente, que te amaba de verdad y, a pesar de las apariencias, los amores que ahora mantiene con otras mujeres no pueden compararse con la relación que mantuvo contigo; aunque finalmente se dio por vencido. Por otro lado, también corren rumores sobre la relación del rey con su abuelastra, y he de decir que son ciertos. ¡Señor! Es una situación de locos. Para mí que el desengaño que sufrió contigo lo ha llevado a comportarse como un botarate. De todos modos, ya se encargarán sus consejeros de apartarlo de esa insensatez y volverá a ser el joven cuerdo y responsable de antaño.

Pero volviendo a ti, mi querida niña, has de saber que no dejo de rogar a Dios para que te proteja y, en especial, por que esa mujer en la que dices confiar sea leal de verdad. Sabes que te amo como a una hija y mi corazón se partiría si te ocurriese algo irreparable. Ten mucho cuidado. Sé prudente y no llames la atención. Claro que difícil será siendo una joven tan hermosa. Y, por favor, al menor síntoma de peligro, huye sin pensarlo. Y si precisas auxilio, no dudes en ponerte en contacto conmigo.

Estimada Katrina, recibe todo mi amor y no olvides que siempre estarás presente en mis oraciones. Escríbeme pronto, pues me tienes en vilo.

Te quiere,

Nienke

Katrina apretó la carta contra su pecho. Sus ojos se humedecieron al recordar los tiempos felices, cuando no había peligro, cuando lo único que ambicionaba era hilar y vivir junto a la mujer que consideraba su madre, junto al abuelo. Pero esto pertenecía al pasado y jamás retornaría. Nienke se casaría y formaría su propia familia; y eso la alegraba. Merecía ser feliz mucho más que nadie en el mundo. Y ella no podía, no quería perjudicarla. Nunca volverían a verse. Nadie debía relacionarla con la muchacha que engañó al rey, nunca.

Se enjugó el llanto con el dorso de la mano. No podía permitirse ser débil. Tenía que seguir adelante y mantenerse en guardia ante el menor atisbo de peligro. Pierre no había mentido después de todo: Carlos iba tras ella, y no precisamente por amor. Su empeño venía provocado por el deseo de castigar a la muchacha que lo dejó en ridículo ante todos sus vasallos, ¡y ella había sido tan estúpida que no se molestó en cambiarse el nombre y se estableció en Toledo! La tienda era un reclamo para el justiciero que la andaba persiguiendo. La única solución era irse de la ciudad, y rápido, pero no antes de entrar en esa casa y buscar la herencia familiar.

El sonido de la campanilla la hizo dar un respingo. Con el corazón desbocado, se acercó a la ventana y discretamente atisbó. Era Pierre. Lo mejor era, sin duda, ignorarlo; sin embargo, sabía que ese hombre jamás se daba por vencido e insistiría, si no ahora, más adelante, así que abrió.

—¿Qué deseáis? Estoy muy ocupada. Si venís a contarme lo satisfecho que os sentís por la ejecución, no me interesa. Lo único que sé es que esta relación transitoria ha llegado a su fin. Es hora de que cada uno continúe con su vida.

—Vos a hilar y yo… a lo mío.

—Eso es.

—Pues temo que, por el momento, deberéis esperar a perderme de vista. Más bien diría que deberemos mantener una relación más estrecha.

Ella levantó las cejas y lo miró con descrédito.

—¿Con vos? Antes me uniría a un asno. Dejad de insistir. No quiero nada con vos, no me gustáis; es más, me resultáis del todo irritante.

—Dicen que los amores reñidos son los más queridos —replicó él. Katrina soltó una risa cáustica. Pierre dejó escapar un suspiro de desilusión y dijo—: Veo que tendré que esforzarme en convenceros de que en realidad estáis loca por mí. Pero dejemos eso ahora. Mi presencia está motivada por un asunto que me ha preocupado. Puede que solo sea una percepción equivocada pero, por si acaso, he venido a avisaros de que un hombre me ha preguntado si conocía a una hilandera.

—¿Y eso os extraña? He adquirido gran fama gracias a mis labores primorosas —dijo ella levantando la barbilla con orgullo.

—Lo cual es admirable. ¿Os suena el nombre de Luis Mendoza?

—Para nada.

—Nosotros coincidimos en casa de un marqués, en Francia. No llegué a hablar con él en esa ocasión y, sin embargo, Mendoza me recordaba perfectamente. Según me ha dicho a causa de un poema, y os aseguro que ese no es precisamente un romántico. Sus ojos esconden crueldad. No me fío ni un pelo de él.

—Vuestro parecer es libre. Y ya que me habéis venido con el cuento y estoy informada, os rogaría que os marchaseis.

Él sacudió la cabeza mirándola con reprobación.

—Estoy al tanto de vuestra vida, y me cuesta creer que alguien con la amenaza de la justicia tras el cogote sea tan estúpida.

Las mejillas de ella se encendieron de indignación.

—¡No solo osáis molestarme, sino que también me insultáis! Os ruego por última vez que abandonéis esta casa.

—Lo haría con gusto. Lamentablemente, me importa lo que pueda ocurriros. Ese hombre no está aquí por mercadería. Algo me dice que va tras de vos y, aunque peque de inmodestia, os aseguro que no suelo equivocarme en estos asuntos. ¿Es que habéis olvidado que el rey ordenó que fueseis llevada ante él? No penséis ni por un momento que olvidará el asunto. Es hombre metódico, insistente y, sobre todo, terco.

—Lo sé —musitó Katrina.

—Seguramente os duela lo que voy a decir, pero el rey no os quiere precisamente por asuntos amorosos. Puesto que está confirmada la relación con su abuelastra, solamente nos queda la opción que vos y yo sabemos. Así que dejad de lado la aparente antipatía que os provoco y permitid que os ayude. ¿De verdad no conocéis a Mendoza?

—Nunca estuvo en la corte, ni tampoco en Flandes. Difícil será que nos hayamos visto alguna vez. Puede que si me lo describierais…

—De unos cincuenta años, alto, debilucho y con el dedo meñique amputado.

Ella se tapó la boca para ahogar el gemido.

—No estaba equivocado. Lo conocéis y supongo que no os es grata su presencia en Toledo, ¿cierto?

Katrina, pálida, asintió.

—Vino a verme a Brujas diciendo que era hijo de un amigo del abuelo. Tras su visita, encontré la casa revuelta. No dudé ni un momento que fue él.

—¿Qué buscaba?

—No lo sé —mintió ella.

Naturalmente él no la creyó, pero se abstuvo de insistir. Ahora lo más urgente era sacarla de la tienda.

—En ese caso, no es conveniente que os encuentre. Tenéis que iros.

—Sí… Claro. Me esconderé en la pensión.

—Nada de eso. Mendoza parece ser un buen sabueso. Os encontró en Brujas y ahora os ha seguido hasta aquí. ¿Cuánto creéis que tardará en relacionaros con Esperanza y Albalat? Vendréis conmigo. Esta noche abandonaremos la ciudad.

—¿Qué? No pienso ir a ningún lado con vos —protestó ella.

—Permitidme recordaros que no os quedan más opciones.

—No me creáis tan simple, señor. Escapé de la corte y llegué hasta aquí por mis propios medios. Ahora haré lo mismo. Además, ¿cómo puedo confiar mi vida a alguien que me oculta la suya?

—Os he dicho más de una vez que lo hago por vuestra seguridad. Y en cuanto a mi vida, ya os dije en la taberna cuál era mi pasado y las razones que me llevaban a odiar tanto a Osorio.

Ella levantó los hombros con desidia.

—La verdad es que me es indiferente lo que me escondáis. Me marcho. Sola. Y no volveremos a vernos. De todos modos, os agradezco el interés mostrado y vuestra ayuda.

—Estáis cometiendo un error. Mendoza no va a permitir que os escapéis por segunda vez. Os perseguirá como un lobo, ¡y no dudéis que os hincará las fauces! —soltó Pierre con tono enojado.

—Intentaré apartarme de su cacería. Ahora, tengo que prepararme. Gracias de nuevo, Pierre.

Él la miró huraño. Sacudió la cabeza y abrió la puerta. Ladeó el rostro y dijo:

—Gonzalo. Mi nombre es Gonzalo.

Veel geluk!,[21] Gonzalo —le deseó ella.

Él cerró y ella, sin perder un segundo, subió al piso de arriba. Escribió una nota que entregó a un muchacho y después, se puso a preparar el equipaje. Por último, guardó el dinero y los pagarés en una bolsa que escondió bajo su enagua y sacó del escondrijo la cajita que compró al llegar a Toledo. Allí estaba la llave. La llave que utilizaría esa noche para entrar en la casa donde vivieron sus ancestros. Se la colgó al cuello y la ocultó entre los senos, justo en el preciso momento que llamaban a la puerta. Se trataba de Esperanza.

—¿Qué ocurre? Tu nota me ha dejado muy preocupada —preguntó alarmada.

—Tengo que irme. Me ha surgido un asunto urgente.

—¿Algún difunto en la familia?

—No puedo decir más.

La posadera asintió con énfasis.

—Ya sabía yo que ocultabas algo. A mí me importa un rábano que me lo digas o no. Lo que me apena es que no confíes en mí.

—La ignorancia evitará que tengas problemas. Querida amiga, necesito tu ayuda. He de salir de la ciudad con total discreción, por lo que no puedo ir a la posta para comprar el pasaje, ni tampoco llevar el equipaje. ¿Te importaría encargarte de eso?

—Por supuesto. ¿Adónde?

—A la ciudad más alejada de Toledo.

Esperanza le tomó las manos entre las suyas.

—¿Estarás bien?

—Claro —respondió Katrina intentando sonreír.

—¿Volveremos a vernos?

—Solo Dios lo sabe. Y para que no me olvides, toma esto.

La posadera miró el colgante de oro con zafiros incrustados.

—¡Oh! No puedo aceptarlo. No. Es demasiado…

—No mereces menos. Has sido la única ayuda que he recibido en esta ciudad y también, la mejor amiga.

Embargadas por la emoción e intentando contener el llanto, se abrazaron.

—Voy a echarte tanto de menos…

—Lo sé. Ahora ve a la posta. El tiempo corre en mi contra.

Esperanza salió, paró un carro y cargó el equipaje. Durante la hora que tardó en regresar, Katrina no dejó de ir de un lado a otro, sintiendo como el temor volvía a aposentarse en el estómago.

—El primer viaje sale a las cinco de la mañana. Te vas a Valencia. Creo que es una gran ciudad. A una muchacha acostumbrada a las brumas del norte le parecerá el paraíso. Dicen que siempre luce el sol —dijo la posadera intentando aligerar, sin conseguirlo, el pesar que las afligía.

—En ese caso, me siento afortunada. Gracias por todo, querida amiga.

Se abrazaron de nuevo y Esperanza desapareció para siempre de su vida; al igual que todos los que había amado. Y se preguntó si su destino estaba marcado por la fatalidad.

—Ahora no puedo pensar en eso —masculló.

Echó una ojeada a su alrededor e, ignorando la punzada que sintió en el corazón, abrió la puerta y la cerró tras ella. Era el momento de iniciar una nueva vida.