CAPÍTULO 18
El taller que heredó a la muerte de su hija estaba situado en la calle Malle, muy cerca de la plaza del Ayuntamiento. La numerosa clientela que su yerno poseía pasó a sus manos, y estaba situado en el lugar idóneo para la adquisición de nuevos clientes; sobre todo, de aquellos que acudían a la ciudad para gestionar documentos. Las horas de espera les obligaban a hacer un recorrido por los alrededores y topaban con la relojería, que además, había convertido en joyería. Unos solamente observaban y otros decidían adquirir un regalo para la esposa o para ellos mismos. Y él siempre estaba dispuesto a complacer cualquier petición. Por ello su clientela fue en aumento, y los ingresos también. Muy lejos quedaban aquellos días en que vagaban por la ciudad tras perder el techo y los ahorros, cuando la esperanza concebida a su llegada a Flandes se tornó un infierno. Ahora el futuro estaba asegurado con un arca repleta de monedas de oro.
Sí. Ahora el porvenir estaba lleno de luz, y esa luminosidad se debía principalmente a la pequeña Katrina. Desde el mismo instante que la acunó en sus brazos supo que las desgracias habían terminado, pues ese ángel sería la cura a tanto dolor.
Y no erró. Con el paso de los años se confirmó que su nieta llenaba de alegría a todos aquellos que la rodeaban. Y todo se debía a su natural encanto y, sin temor a equivocarse, a los cuidados de su amable vecina, la señora Nienke van Vogel. La joven viuda, ante el terrible desenlace del parto, se prestó a hacerse cargo del cuidado de la recién nacida. Al principio, Efraím fue reacio a dejar a su nieta en manos de una cristiana. Pero era una buena mujer, y el hecho de que justo en el mismo mes que nació Katrina perdiera a su esposo al naufragar su barca de pesca y a su pequeño de tres años de una pulmonía, la convertían en la mejor candidata para brindarle a la pequeña todo el amor que llevaba dentro. Así que, después de mucho pensarlo, aceptó, con la condición de que jamás intentara apartarla de la religión a la que pertenecía.
Ella cumplió su palabra. La niña creció bajo la ley de Moisés, pero familiarizada con la sociedad no judía de Brujas. Katrina poseía lo mejor de los dos mundos gracias a la tolerancia de esa gran ciudad. Por supuesto que en el corazón de Efraím aún persistía la añoranza por Sefarad. Nadie puede olvidar la tierra en la que vio la luz y de la que tuvo que partir forzosamente. Pero Flandes finalmente le otorgó la paz que había ido a buscar y una nieta; por eso, también amaba su nueva tierra. Hubo un tiempo en que los temores del pasado retornaron con fuerza, cuando el archiduque anunció que su futura esposa sería Juana, hija de los Reyes Católicos. Afortunadamente, Felipe no tenía nada en contra de los ciudadanos judíos y no ejecutó ninguna orden para expulsarlos.
Katrina, acompañada por Nienke, entró en la cocina.
—Abuelo. ¡Mira lo que he hecho! Es para que dejes el vaso en la mesita. Así no mojará la madera. ¿Te gusta?
Efraím cogió el pequeño tapete que había hilado y lo estudió con atención. Era un trabajo muy bueno. No perfecto, pero para una niña de seis años resultaba asombroso ver como sus dedos se movían con celeridad entrelazando los canutos enhebrados con el lino. Sin el menor atisbo de duda, Katrina había adquirido su habilidad para trabajar con las manos objetos preciosos, y también la de su desgraciada madre. En poco tiempo se convertiría en una hilandera magistral. Y todo gracias a Nienke. La viuda poseía una tienda de encajes y su nieta había crecido entre hilos, adquiriendo un gran interés por aprender el oficio. Y él, tras los errores cometidos en el pasado, no se opuso a los deseos de la criatura. Lo único que deseaba era que fuese feliz, que viviese una vida apartada de las penalidades que toda su familia padeció.
—Gracias. Es precioso —dijo revolviéndole los rizos dorados.
—Vuestra nieta es todo un prodigio. Hace el mejor hilo con la rueca, y ahora encajes. Nunca vi que una criatura a sus años hilara con tanta pericia. He pensado que ya es hora de convertirla en una profesional. Si no os importa, me gustaría que comenzara el aprendizaje con más seriedad. ¿Os parece bien que le dedique un par de horas tras la escuela? —dijo Nienke.
—¿Te gustaría, preciosa?
—¡Claro, abuelo! Hilar es lo mejor del mundo.
—En ese caso, así se hará.
Ella, contenta, dio media vuelta y sonrió a Nienke con aire triunfal. Se dirigió a la alacena, cogió tres platos y los colocó sobre la mesa.
—Hoy comienza nuestra fiesta de Hanuká.
—¿Qué fiesta es esa? —preguntó Nienke.
—Es la fiesta de las lucernarias. Dura ocho días, en los que conmemoramos la purificación del Templo de Jerusalén. En el año 165 antes de la llegada de Cristo, los hermanos Macabeos se levantaron contra Antíoco Epífanes, el griego. Había prohibido el culto a Yahvé en el Templo y había colocado estatuas de Júpiter y otros ídolos paganos. Cuando fueron a encender el sanctasanctórum, comprobaron que solamente quedaba aceite para un día pero, milagrosamente, la lámpara permaneció encendida durante ocho días, justo los que duró la rebelión. Por ello, ahora encendemos el kanukiyá,[13] que tiene un receptáculo de aceite para cada día. ¿Queréis celebrarlo con nosotros, señora Van Vogel?
Su aya asintió. Se acomodó a la mesa y sirvió un vaso de vino a Efraím, mientras este prendía el aceite.
—Como os decía, Katrina es muy habilidosa, y espero que llegue a ser una hilandera prestigiosa. ¿No os molestará que me interese tanto en ello, verdad? Tal vez tengáis otros planes para la chiquilla…
—Los únicos planes que tengo para ella es que sea una mujer completamente feliz.
—Gran ambición. La felicidad completa es una quimera.
—La esperanza es el cordel que sostiene nuestra complicada existencia. Puede que Katrina lo consiga.
—¿Por qué no? Oh, por cierto, ¿os habéis enterado de la gran desgracia? El archiduque Felipe ha fallecido.
Efraím levantó las cejas, impactado por la noticia.
—¿Cuándo? ¿Cómo?
—En la casa burgalesa del Cordón, el pasado mes de septiembre. Dicen que, tras jugar a la pelota, bebió un vaso de agua demasiado fría y contrajo fiebres. En apenas unos días murió. Fue fulminante. Aunque —bajó la voz y con tono misterioso añadió—: muchos dicen que su suegro lo envenenó.
—¿Por qué razón? ¡Es absurdo! Son lenguas que escupen alfileres.
—No olvidéis que Fernando fue un gran rey y que ser sustituido por su hija y nuestro señor nunca fue de su agrado. Imagino que debe de sentirse humillado por no seguir gobernando.
—Lo de gran rey… es cuestionable —rezongó Efraím.
Nienke apretó los labios carnosos y sus ojos azules como el mar se empequeñecieron.
—Entiendo vuestro parecer. Cometió un grave error expulsando a vuestro pueblo, y una injusticia. Sois gente pacífica, trabajadora y honrada. Los fanatismos religiosos nunca son buenos. Se han destruido miles de vidas a causa de ello. Evidentemente, soy cristiana, pero también tolerante. Considero que cada cual debe creer en lo que quiera y uno no debe entrometerse. Al fin y al cabo, ¿podríais decirme quiénes tienen la razón? Yo nunca he visto a Dios, ni vos tampoco. Es un misterio que solamente la muerte nos podrá resolver. ¿Y os imagináis cuántas sorpresas pueden acontecer? Claro que, espero que la resolución me llegue muy tarde. No tengo prisa por resolver el enigma.
—Puede que tengáis razón.
—La tengo, amigo mío.
—Aunque, si me permitís, estoy convencido de que Yahvé es el creador.
—Mi abuelo es un hombre muy sabio y si él lo dice… —intervino Katrina dejando la cazuela en el centro de la mesa.
Nienke sirvió el potaje y, antes de cenar, cada uno dijo sus oraciones.
—Hummm… ¿qué es esta comida? Huele realmente delicioso.
—Es adafina. Carne de pecho de cordero, garbanzos, unas patatas, huevos laminados, cebolla entera con piel, aceite de oliva, pimientas y macís[14]. Todo ello guisado a fuego lento. Probad.
—¡Hum! Exquisita. Tenéis una criada con buena mano para la cocina.
—Se cocina en la olla y los honores los recibe el plato… Es un dicho judío.
—Del todo acertado. Os diré uno nuestro. Cuando el río suena, agua lleva. Lo digo por lo que he comentado antes sobre Felipe. No pondría la mano en el fuego, pero… Esos nobles siempre han utilizado métodos expeditivos para alcanzar sus ambiciones.
—De todos modos, el rey Fernando seguirá en la sombra. Isabel nombró a su hija heredera al trono, y se sentará en él en solitario —apuntó Efraím.
Ella mojó en la salsa un trozo de pan y prosiguió:
—Dicen que la reina está muy afectada. Ya sabéis que amaba con locura a su esposo. Aseguran que incluso ha perdido la razón. En esas circunstancias, es probable que Fernando tome las riendas. En Flandes, por ejemplo, Maximiliano es ahora el regente, hasta que Carlos cumpla la edad preceptiva.
—¿Por qué no puede ser rey el príncipe? —preguntó Katrina.
—Sencillamente porque para ello primero debe aprender el oficio. Lo mismo que tú, cariño —contestó su abuelo.
—¡Ah! Entiendo. Cuando seamos mayores, yo seré hilandera y él, rey. ¿No es así?
—Así será —aseguró Nienke.