CAPÍTULO 31
Katrina, quien al principio se sintió atemorizada por asistir al banquete, olvidó sus cuitas al ver que las viandas eran escogidas por los comensales y, por tanto, no debería simular nada extraño por verse obligada a comer cerdo. Probó los deliciosos mejillones encebollados, la torta de pescado y los huevos guisados con esa verdura extraña de color rojo llamada tomate, que encontró deliciosa.
—Por fin vemos de cerca al rey —susurró Nienke.
—Lo imaginaba distinto —dijo Katrina.
—No es precisamente una joya. Tiene la mandíbula tan saliente que no encaja con el labio superior. Parece que no puede cerrar bien la boca. Mira cómo mastica. ¡Uf! ¿Y qué me dices de su nariz? Aguileña en extremo.
—La verdad, no es para nada el ideal de belleza que se espera de un monarca —convino Katrina.
—¡Delicioso! Esos indios tienen una comida fabulosa, ¿no te parece? —le preguntó Nienke sirviéndose unas mazorcas.
—Cierto. ¿Qué es eso?
—Se llama maíz —le informó el caballero de barba espesa y ojos saltones que se encontraba a su derecha, acercándole la bandeja—. Es un alimento muy apreciado en el Nuevo Mundo, señora. Probadlo.
Katrina aceptó y se propuso disfrutar del privilegio que les habían otorgado, aunque con alguna reserva, claro está, que la prudencia aconsejaba. El engaño que estaba representando podría verse descubierto si se mostraba demasiado expresiva, por lo que procuró escuchar más que hablar, dejando que Nienke llevase las riendas en todo momento. Lo cual no fue impedimento alguno para ella. Su amiga estaba entusiasmada. Sus mejores sueños se estaban cumpliendo y no dejó pasar la oportunidad de hacerse conocer por los caballeros que las rodeaban, consiguiendo que quedasen seducidos. No era para menos. Nienke, a pesar de ser una mujer madura, aún conservaba la belleza de su juventud, que, junto a su carácter alegre, lograba encandilar a cualquiera.
—¿Lo ves? Fue un acierto venir a la corte —le susurró con ojos chispeantes.
—No saques conclusiones. Temo que esto ha sido una excepción. No olvides que somos simples trabajadoras en palacio.
—También lo son el secretario, el jefe de guardia y otros, y aquí están.
—¡No puedes compararnos! Será mejor que te hagas a la idea de que cuando esto acabe, regresaremos a nuestra vida rutinaria y aburrida.
Nienke frunció la frente al mirar hacia la silla del rey.
—¿Tú crees? Hay alguien que parece muy interesado por ti. Presiento que lo de hoy no ha hecho más que comenzar.
Katrina siguió la mirada de su amiga, y sus ojos se encontraron con los de Carlos, que la observaba fijamente. Sobresaltada, volvió la cabeza, sin poder evitar que sus mejillas se encendiesen.
—¿Y bien? ¿Está interesado en la joven hilandera o no? —susurró Nienke esbozando una sonrisa pícara.
—¡Tonterías! Es simple curiosidad —refutó Katrina.
—Que un rey sienta curiosidad por una simple empleada no debe de ser muy corriente, ¿no te parece? Querida, has de ser inteligente y aprovecharte.
—¿A qué te refieres?
Nienke sacudió la cabeza con aire incrédulo.
—¡Por Dios! No puede ser que seas tan inocente. Hablo de ganarte el favor del rey.
Katrina la miró boquiabierta. ¿Había entendido bien?
—¿Estás loca? ¡En la vida haría nada semejante! He sido educada en la decencia. Solamente aceptaré entregarme a mi esposo.
—Escúchame, Katrina. Tu vida ha cambiado; ya nada es como antes. Deberás adaptarte a las nuevas circunstancias.
—O tal vez no. Tengo el dinero suficiente para establecerme por cuenta propia. Tú no necesitaste a nadie para salir adelante, y mucho menos necesito yo dar mi doncellez a cualquiera —replicó Katrina.
—Eso no es cierto. Os tenía a Efraím y a ti, y era viuda. Es muy distinto. Una jovencita sola, sin un hombre que la proteja… No. No es prudente. Y dime, ¿qué hay de ese hombre, ese tal Josué, que te persigue? Si estás en lo cierto, no cejará hasta encontrarte. ¿Y qué harás entonces? ¿Huir siempre que esté cerca? Aquí, por lo menos, estás protegida. Y si consiguieses la confianza del rey… Querida, sabes que desde el mismo instante de tu nacimiento he intentado ayudarte. Jamás te perjudicaría. Eres la hija que no tuve. Y un monarca no es cualquier hombre. Puede abrirte muchas puertas e incluso brindarte la protección que necesitas.
—Sé que tus palabras salen del corazón, pero… están equivocadas. No es un buen consejo.
—Mira, lo único que tienes que hacer es ser amable con el rey. Dudo que te fuerce a hacer algo que no quieras. Dicen que es un joven responsable y muy piadoso, a la par que comprensivo.
—Puede que comprensivo, sí, pero lo de piadoso… Tengo entendido que la hija del administrador es su amante.
—Verdad. Con ella sí deberás tener cuidado. Cuando una mujer llega tan arriba, no admite ser relegada. Se convertirá en tu peor enemiga. Si intenta conversar contigo, sé parca en palabras, pues procurará sonsacarte todo para intentar desprestigiarte. Explica lo que acordamos y nada más. Una palabra fuera de lugar y podrían descubrir tu engaño.
Katrina soltó un resoplido.
—¿No hemos quedado en que no seré forzada a nada que no me complazca?
—Exacto. Pero… ¿y si el rey te acabase gustando?
Katrina puso gesto de absoluta disconformidad.
—¿Por qué no? Dicen que es agradable de conversación, todo un caballero y amante de las artes. Cualidades que gustan a cualquier dama. Tal vez con el trato cambie tu opinión sobre él. No todo es físico, querida.
—Creo que corro más peligro en palacio que en la calle. Nunca debería haber dejado Brujas.
—Cielo, tal vez estemos especulando. Lo más probable sea que se interesa por conocer a todos los empleados. Anda, deja de preocuparte. Comienza el baile. Y, por lo que más quieras: aléjate de ese adonis de ojos de carbón. Es un don nadie, un simple poeta del que, por cierto, dicen que es un picaflor. Hay que aspirar más alto… Ese que se acerca, por ejemplo, sería perfecto para ti; es el hijo de un mercader muy importante… Y para mí, ese caballero de cabellos rojos. Me he informado. No tiene esposa y sí una fortuna considerable, además de poseer un título. ¿No sería fabuloso que decidiese gastarla conmigo?
—Nienke, lo mejor sería que fuésemos discretas. Apenas tenemos conocimiento de cómo funciona todo esto y no me gustaría que nos viésemos envueltas en un escándalo o en problemas. Lo que deberíamos hacer es retirarnos ahora mismo y de este modo no meteremos la pata.
Su amiga la miró estupefacta.
—¿Retirarnos? ¡Ni lo sueñes! Ahora comienza lo bueno. Venga, salgamos de este rincón y dejémonos ver. ¡Tengo unas ganas locas de bailar! Hace siglos que no lo hago —exclamó, fascinada al ver como el joven rey iniciaba el baile de la mano de su amante.
Un caballero de porte elegante —más tarde supo que se trataba del conde de Monterrubio, de Valladolid— fue presto a solicitarle la danza, mostrándole en todo momento la fascinación que la joven viuda ejercía sobre él. Mientras tanto, Katrina permaneció en un rincón. A pesar de que todo había transcurrido sin el menor problema, aún no confiaba en su buena suerte. Un detalle, una palabra a destiempo, y las mentiras saldrían a la luz.
—¿Me concedéis este baile, hermosa dama?
Katrina ladeó el rostro. Sus mejillas se tornaron carmesí al ver al poeta.
—Lo siento, señor. Ya me retiraba.
—La belleza efímera es la que más se aprecia. Pero también la que más tristeza deja en nuestros ojos, pues nada de lo que queda después puede llenarnos el corazón.
—Me advirtieron que tuviese cuidado con vos, y no se han equivocado —replicó ella.
Pierre adquirió una pose de inocencia.
—Sé que mis palabras ahondan en la sensibilidad de quienes las escuchan, aunque no hallo maldad en ellas para que os previnieran.
Katrina no pudo evitar soltar una risa cantarina.
—Aparte de peligroso, observo que no sois precisamente humilde, señor poeta.
—En cuanto a la humildad, discrepo. Simplemente se trata de franqueza. Mis poemas son apreciados por todos: nobles, criados y gentes de mal vivir. Y, con referencia a lo de que me consideráis peligroso, no veo la razón.
—Dicen que utilizáis vuestras palabras para encandilar a damas, doncellas y criadas, pero que jamás entregáis vuestro corazón a ninguna de ellas.
—Aún no ha surgido la ladrona que se quede con él. Aunque vos bien podríais ser una gran candidata, chérie —replicó Pierre.
—Lamento defraudaros. Nunca he tenido voluntad de ser ladrona, sino hilandera.
Él inclinó el rostro y sus ojos negros la traspasaron.
—En ese caso, estaría complacido de que me atarais con vuestros hilos; a no ser que ya tengáis a otro prisionero.
—Mi corazón es libre, señor. Y así seguirá por mucho tiempo. Si me disculpáis, os doy las buenas noches —se despidió Katrina.
Pierre la asió suavemente del brazo.
—No podéis iros así. No sin concederme un baile.
Ella tenía la intención de negarse; su voz, en cambio, se rebeló y dijo:
—Está bien, pero solamente uno.
Proposición que quedó en el olvido tras la primera pieza. Pierre era un bailarín excelente y la música, una diversión de la cual había gozado en tan pocas ocasiones, la trasladó a un estado muy parecido a la felicidad. Entre sus brazos, sus pies parecían volar, y esa sensación le encantaba.