Capítulo 56

Ignoraba que tuviera talento como actriz, pero a la mañana siguiente interpretamos el papel de dos enamorados para Anna, que pareció convencida con nuestra representación. Antes de que me marchara, volvió a asegurarme que estaba muy contenta de que por fin perteneciera a su familia. Lennard me dio un beso apasionado, y a mí me costó horrores corresponderlo.

Cuando August puso en marcha el carruaje en el patio de los Ekberg, ambos estaban en los escalones de la entrada, despidiéndose con la mano. Yo me despedí también, pero enseguida me alegré de que el carruaje tomara una curva y ya no pudieran verme.

La noche no me había traído ningún consuelo. Había cobrado conciencia de mi situación, y también de que me había puesto en manos de Lennard y de los Ekberg. Por si eso fuera poco, pronto tendría que enfrentarme a una conversación con mi madre, Stella, que sin duda estaría nerviosa porque no había vuelto a casa como estaba previsto.

Cuando el carruaje cruzó la verja de Lejongård, ya bien entrada la tarde, el miedo me tenía paralizada. ¿Cómo interpretaría mi madre que quisiera casarme con Lennard? En realidad, si todo el asunto no tuviera tan mal regusto, sería un motivo de alegría. De pronto me pareció que la casa señorial era un polvorín que podía volar por los aires a la menor chispa. Seguro que mi madre se alegraría de mis planes de boda, pero querría conocer la causa de mi cambio de opinión. ¿Debía confesarle por qué me casaba con Lennard? Aunque a nadie le llamara la atención, sospecharía que algo raro había ocurrido cuando viera que el niño venía al mundo tan pronto después de la boda.

August detuvo el carruaje en la rotonda y me ayudó a apearme. Me sentía un poco como cuando regresé a casa por el incendio, solo que el miedo que apresaba mi corazón era otro. Esta vez le presentaría a mi madre hechos consumados.

Crucé la puerta y subí la maleta a mi habitación. Pude haberle pedido a Lena que lo hiciera, pero en ese momento no me apetecía hablar con nadie. Acababa de dejarla junto a la cama cuando mi madre apareció en el umbral.

—¿Dónde has estado? —preguntó con severidad.

Había llegado el momento de la verdad.

—Ya lo sabes —respondí—. En Estocolmo.

—Sí, eso ya lo sé. Pero ¿dónde de Estocolmo? ¿Por qué viajaste allí con tanta prisa?

Lo cierto era que me había despedido de ella, pero sin darle tiempo de que me pidiera explicaciones.

—He ido a visitar a Marit —respondí. No mencioné que también había visto a Susanna.

—¿A Marit? ¿Esa mujer que vino aquí hará un año?

Asentí con la cabeza.

—¿Y por qué le dijiste a todo el mundo que era un viaje de negocios?

—Solo se lo dije a Bruns. A nadie más. Tú siempre dices que al servicio hay cosas que no le importan.

Mi madre resopló; empezaba a perder la paciencia.

—¿Tiene algo que ver con ese caballerizo? ¿Has ido a Estocolmo a buscarlo?

Negué con la cabeza.

—No, madre, no es eso. Necesitaba el consejo de Marit, y ella me lo ha dado.

—¿Qué consejo podía darte tu amiga, pero no tu madre? —Me miró con desaprobación—. Desde que se fue ese tipo has cambiado. ¿Qué te ocurre? ¿Le tenías echado el ojo? ¿Estabas enamorada de él?

—No —mentí, y bajé la cabeza, incapaz de mirarla—. Aunque reconozco que le profesaba un profundo sentimiento de amistad. El caso es que eso se acabó, pero…

—¿Qué? —exclamó mi madre, palideciendo.

—Estoy embarazada. —Ya lo había dicho, pero no sentí ningún alivio, porque ahora era cuando empezaban las mentiras de verdad.

Mi madre se quedó boquiabierta y abrió unos ojos como platos, aunque no emitió ningún sonido. Nos miramos así un momento, y me pregunté cuándo encontraría de nuevo la voz. Stella se sentó en el borde de la cama y después miró la alfombra como si allí estuviera escrito que todo aquello no era más que una broma pesada, o un mal sueño.

—Cuando estuvimos en la finca Ekberg, estuve a solas con Lennard. No sé cómo, pero el caso es que nos dejamos llevar y… —No quería decirlo, no por pudor sino porque no era cierto—. Cuando advertí que me ocurría algo, fui a ver al doctor Bengtsen, y él confirmó mis sospechas. Como no sabía qué hacer, fui a Estocolmo a ver a Marit.

—¿Por qué no acudiste a mí? —preguntó Stella, fría—. Soy tu madre. ¿Por qué no me pediste consejo?

Porque no sabía cómo reaccionaría Lennard. Porque no sabía qué debía hacer con el niño. Porque no imaginaba lo buen maquinador de historias que era mi amigo.

—Porque no sabía cómo te lo tomarías. Quería encontrar una solución, y eso solo podía ofrecérmelo Marit. Hablando con ella llegué a la conclusión de que lo mejor era casarme con Lennard, así que al volver fui directa a verlo… —Cuando terminé, me temblaba todo el cuerpo.

Mi madre continuaba muda. No dejaba de contemplar el dibujo de la alfombra como si quisiera grabárselo en la memoria. Por fin me miró.

—No puedo decir que me alegre de que te hayas entregado a un hombre antes del matrimonio, pero has tomado la decisión correcta, y eso hay que reconocerlo.

¿Era todo lo que tenía que decir? ¡Estaba esperando un nieto suyo! ¿Presentía tal vez que era mentira? ¿Se había dado cuenta de que pasaba las noches con Max, sabía lo mucho que me dolía su ausencia?

—Supongo que ya habrás hablado con Anna, ¿no? —Su tono frío seguía monocorde.

—Madre… siento mucho no haberte dicho nada —dije, y así evité su pregunta.

—No es eso —replicó—. Solo que me sorprende que de pronto hayas descubierto la pasión con Lennard, cuando hace unos meses te negaste a casarte con él.

—Hace unos meses… —repetí—. Hace unos meses todo era distinto, pero ahora espero un hijo. ¡Tu nieto! Pensaba que te alegrarías.

—Me alegro de que, tras una decisión insensata, hayas tomado otra llena de sensatez. Habrá que darse prisa. Dentro de unos meses ya no podremos ocultar tu estado. Avisaré a la modista que encargue las telas para tu vestido de novia. Os casaréis dentro de dos meses, y lo que suceda después ya no le importará a nadie.

Tras decir eso, se levantó y se marchó.

Me sentía fatal, agotada. Creía que mentir lo haría todo más fácil, pero me había equivocado. A Stella no podía engañarla. Gracias a mi decisión de acudir a Lennard y a su generoso consentimiento, me había librado de la vergüenza social. Mi madre, sin embargo, veía confirmados los temores que tenía respecto a su hija.

Esa idea me llenó los ojos de lágrimas, y un momento después apreté los puños con furia y la emprendí contra la colcha. ¿Por qué seguía intentando conseguir el amor de mi madre? Tal vez debería olvidarme y no preocuparme más por lo que pensara. ¡Yo era la señora de la casa! Me casaría con un amigo de la familia que era un noble respetado. Con el tiempo, los recelos desaparecerían, yo me adaptaría y me ocuparía de la finca. De todos modos, las cartas estaban echadas.