Capítulo 23

La mañana antes del baile, en la casa reinaba un ambiente distendido. Todo el mundo quería contribuir al éxito de la fiesta del solsticio de verano. Se oía reír por lo bajo a las criadas, y también la señorita Rosendahl y el señor Bruns estaban algo menos estrictos. El sol del solsticio parecía tener poderes mágicos.

Lena entró en mi habitación con las mejillas sonrosadas. Se había trenzado el pelo de una forma que nunca le había visto. Probablemente Susanna le había echado una mano para conseguir el bonito peinado.

—Buenos días, Lena —saludé—. ¿Irás a recoger hoy las siete flores?

Los viejos del pueblo creían que, si una muchacha reunía siete flores diferentes la noche del solsticio de verano y las dejaba bajo la almohada, esa noche soñaría con su futuro marido. Lena solo tenía catorce años, cierto, pero seguro que sus anhelos estaban depositados ya en algún joven.

—Sí, señorita, eso pensaba hacer. Las demás chicas del pueblo también están muy emocionadas.

—Entonces, ¿te gustaría soñar con alguien en especial? —pregunté, aunque sabía que no se podía decir qué chico era el deseado.

Lena soltó una risita.

—Puede ser. Pero bueno, no creo que sea mi futuro marido.

—Bueno, si el sueño lo dice, se cumplirá.

—¿Está segura?

—Aunque no sea así, presta atención a lo que te muestre el sueño. Tal vez te lleves una sorpresa.

—No estoy segura de que nadie me quiera como esposa.

—Eres joven, Lena —repuse—. Tienes toda la vida por delante.

—Pero, si me quedo aquí sirviendo, nunca podré casarme.

—¿Y quién lo dice? Puede que antes fuera así, pero los tiempos cambian. Sin embargo, antes de que me pidas permiso para eso, deberías encargarte de mi pelo.

—¿Usted también irá a recoger flores? —preguntó Lena mientras preparaba los cepillos y los peines.

¡Si pudiera librarme de mi mata de pelo!, pensé al verme en el espejo. Así podría ahorrarme el aburrido trabajo de peinarla y recogerla con horquillas. Sin embargo, ese día era fundamental. La sociedad me permitía mostrar mi luto, pero un mal peinado daría mucho que hablar. A mí no me preocupaba, pero mi madre no me dejaría tranquila si alguna dama le comentaba que me veía descuidada.

—No sé. Ya veremos si encuentro tiempo para cortar un par de flores —respondí. Y aunque me extrañó, ante mí apareció la imagen de Max cuando añadí—: Tal vez en la fiesta haya incluso algún hombre simpático con quien pueda soñar.


Después de desayunar hice mi ronda habitual por la finca, solo que esta vez no me acerqué a los establos. Habían dejado precioso el jardín, incluso el pabellón parecía nuevo. ¿Por qué mi madre nunca habría organizado la fiesta en esa parte del jardín? La fiesta del solsticio, el Midsommar, era una celebración silvestre y ancestral, un homenaje a la naturaleza. ¿En qué otro lugar resultaba nuestra finca más silvestre que allí? Cuando ya estaba de vuelta, Max salió a mi encuentro.

—Buenos días —saludó—. ¿Ya tiene ganas de que empiece la fiesta?

—Bueno, todas las que puede tener una anfitriona. Mi estado de ánimo es secundario.

—Yo no diría eso. Mi madre siempre comentaba que una fiesta fracasa si la anfitriona está de mal humor.

—¿También celebraban el solsticio de verano en su finca?

—No, mi padre no quería, y en el pueblo tampoco tenía mucha aceptación. En Pomerania no le tienen demasiado cariño a los suecos y sus tradiciones, no hay que olvidar que se apropiaron de una parte del territorio.

—¿La gente sigue resentida?

Sabía que Gustavo Adolfo había conquistado algunas ciudades pomeranas. Tras la Paz de Westfalia, esas regiones continuaron siendo suecas y así impidieron a los príncipes autóctonos el paso franco hacia el mar Báltico.

—De vez en cuando sí. La «marea sueca» no es muy querida entre nosotros, aunque por suerte ya no queda nadie que recuerde la guerra de los Treinta Años. La gente solo repite lo que sus abuelos oyeron decir a sus propios abuelos.

—Debo reconocer que nunca he estado en Pomerania. ¿Cómo es?

Max esbozó una ancha sonrisa.

—Bueno, más o menos igual que esto, por lo menos en cuanto al paisaje. No hay colinas destacables, pero sí amplios campos y bosque densos. Sin embargo, me temo que nuestras poblaciones están bastante más atrasadas que las suyas.

—Bueno, tal vez los suecos debieran haberse quedado —comenté en broma.

—Tal vez.

Me miró un instante como si quisiera decir algo, pero guardó silencio.

Durante un rato caminamos uno junto al otro y, cuando ya me preguntaba si no haría mejor dejándolo volver al trabajo, dijo:

—¿Y qué se sabe del caballerizo del rey? ¿Tiene ya respuesta suya por lo de los animales que quería?

—Sí, me ha escrito y parece muy receptivo a nuestras sugerencias. Aunque, ¿por qué no?, si nuestros caballos son los mejores.

—¿Tenemos competencia?

—¡Por supuesto! Siempre hay competidores, pero estoy segura de que los superaremos.

Max se echó a reír.

—Ya habla usted como su padre.

—Es que soy su hija.

—De todos modos, deberíamos pedirle una suma elevada por los animales. Puede que los demás sean más baratos, pero nosotros ofrecemos unos caballos como no los encontrará en otro lugar.

—¿Ya sabe usted eso después de tan pocas semanas?

—Si algo aprendí de mi padre, es a reconocer un buen caballo. Estos de aquí son los mejores que he visto nunca en Suecia. Su finca se los vende por debajo de su valor a ciertas personas.

—Mi padre siempre quiso conservar el favor de la casa real. Así lo han hecho todos los Lejongård.

—Ya, pero los tiempos cambian. Todo se vuelve más caro, el dinero cunde menos. No deberíamos seguir poniendo los mismos precios que en 1880.

—¿De verdad son de esa época?

Max asintió.

—Incluso en Pomerania, las grandes fincas ya los venden más caros. Sobre todo si son purasangres. Cuando tenga algo de tiempo, deberíamos actualizar los precios.

—Lo haremos. —Me detuve. El sol caía con fuerza, así que me protegí los ojos con la mano y miré a Max—. Incluso podríamos ponernos ahora mismo.

—¿Y el baile?

—Para eso quedan varias horas aún y, al contrario que mi madre, yo no tardo nada en decidirme por un vestido de noche.

—Es una lástima que la fiesta se vea ensombrecida por la muerte de su padre y su hermano.

—Incluso pensé en cancelarla, pero a la gente de la zona le encanta, y no debemos castigar a nadie anteponiendo nuestro dolor a la tradición. Al menos así me lo hizo ver mi madre.

—Su madre es una mujer fascinante. Lamento no haber tenido ocasión de hablar más con ella.

Casi se me escapó que tal vez debería alegrarse por eso, pero me contuve. Además, mi madre podía ser encantadora y simpatiquísima cuando quería.

—Bueno, tampoco hace tanto que está usted aquí. Muchas cosas requieren su tiempo.

Miré a un lado y vi que Lena venía corriendo hacia nosotros.

—Lena, ¿qué ocurre? —pregunté.

—La señora desea hablar con usted por el menú —dijo jadeando—. Opina que algunas cosas no son tal como los invitados están acostumbrados de años anteriores.

—Bueno, esa es justamente la intención. Pero ahora voy, descuida.

Lena dio media vuelta y se alejó unos pasos.

Miré a Max con lástima.

—Ya ve, el deber me llama.

—Igual que a mí —dijo, aunque también parecía darle pena tener que interrumpir nuestra conversación—. Esta tarde ya habré acabado la revisión de los libros de cuentas del año pasado.

—¿Lo veré en la fiesta?

—Olvida que no soy sueco. El solsticio de verano no significa tanto para mí como para ustedes. Sus ojos brillaron con travesura.

Intuí que quería iniciar otra de nuestras discusiones jocosas, pero Lena me esperaba, mi madre debía de haberle dicho que me llevara de vuelta.

—Seguro que un buen aguardiente y un poco de buena comida significarán algo para usted. Mézclese con la gente del pueblo, le gustará.

Dicho eso, me volví y seguí a Lena de regreso a la casa.