Capítulo 37

Unos días después, poco antes de que el séquito de la princesa heredera llegara, recibí otra carta del inspector Hermannsson. Me comunicaba que Langeholm había confesado ser el autor del incendio, así como del chantaje a mi padre.

—«Recalcó que no había sido con intención de matar al conde ni a su hijo —le leí a madre por la tarde—. Que solo quería darles una lección por negarse a sus exigencias. El juez, sin embargo, seguramente lo acusará de haber acabado con la vida de ambos, así como de haber puesto en peligro la de otros, para conseguir sus despreciables objetivos. En cuanto se fije la fecha del juicio se la comunicaremos. Es posible que la llamen a declarar como testigo».

Bajé la carta y miré a madre, que no se había movido ni un centímetro. Parecía fría como una estatua de mármol, pero en sus ojos brillaba el odio.

—Se merece la pena capital —siseó—. Qué hombre tan rastrero… Me avergüenzo de haberlo acogido en esta casa.

—Por desgracia, en un primer encuentro nunca se pueden adivinar las verdaderas intenciones de una persona —comenté, y volví a doblar la carta.

Sentí un profundo alivio. Mi alma por fin descansaba más tranquila. Estábamos a salvo, también Susanna y el hijo de Hendrik. El gran daño ocasionado ya no podía repararse, pero al menos podíamos dar por concluido el asunto.

—En todo caso, el peligro ha desaparecido, así que el conde Bergen ya no tiene que preocuparse por la seguridad de la princesa Margarita.

Eso no pareció animar demasiado a mi madre, aunque sin duda se alegraría cuando su odio hacia Langeholm se aplacase.

—Has obrado bien —dijo de pronto—. Con Langeholm y con el niño. Disculpa que no quisiera verlo. Estos últimos meses… años… han hecho de mí alguien que ya solo espera lo peor.

Me quedé mirándola sin salir de mi asombro. Jamás había oído palabras semejantes en su boca. Ni siquiera en mi infancia me había hablado así. Cómo me habría gustado conservar ese instante en un tarro.

—Jamás haría nada que perjudicase a nuestra casa —repuse cuando me recuperé de mi sorpresa—. Cuando decidí marcharme de aquí, fue con la seguridad de que Hendrik se encargaría de todo. De que él sacaría adelante la finca. Ahora he regresado y me ocuparé de nuestra familia.

—Si te casaras…

Levanté una mano.

—Por favor, no estropees el momento. Es la primera vez que las dos estamos un poco en sintonía, ¿no crees? Ya nos pelearemos por cuándo y con quién me casaré. Y también por otras cosas, estoy segura. Pero dame un poco de tiempo, por favor. Tomaré las decisiones correctas. La familia Lejongård no se hundirá.

Antes de responder, mi madre puso cara de masticar y tragarse las palabras que quería decir en realidad.

—Está bien. Dejémoslo así por el momento. Tu padre y tu hermano pueden descansar en paz, y nosotras seguimos aquí. Puede que las mujeres Lejongård no hayan tenido demasiada importancia en la historia hasta ahora, pero quizá haya llegado el momento de que eso cambie.

Levantó la copa de vino y brindó por mí.

Correspondí a su gesto y en ese momento sentí satisfacción y orgullo.