Capítulo 43
Después de una cena en la que a mi madre pareció costarle no coquetear abiertamente con el veterinario, regresé al establo. Anhelaba que Max hubiese vuelto a su cabaña, pero, igual que antes de mi viaje a la finca Ekberg, era posible que se hubiera quedado a vigilar a Lucero Vespertino.
Sin embargo, en el establo solo encontré a Lasse, durmiendo en la paja junto al caballo. Este no se había movido, pero vi que seguía vivo por su respiración. De modo que me encaminé hacia la cabaña, y entonces recordé las palabras de Anna. ¿No debería seguir con mi madre una política de hechos consumados y confesarle directamente que amaba a Max?
Al ver que en la cabaña había luz, esas reflexiones pasaron a un segundo plano. Sentí en mi pecho una emoción desatada por volverlo a ver y poder besarlo. Llamé a la puerta y escuché. ¿Me estaría esperando?
Tardó en abrir.
—Perdona, tenía que ordenar un poco —dijo—. Gracias por acoger a mi huésped. No sabía qué hacer, pero tampoco quería alojarlo en la casa por mi cuenta. Seguro que tu madre me habría desollado.
—No te preocupes. Por lo bien que se lleva con él, seguro que no lo habría hecho.
Max ladeó la cabeza, así que le expliqué el entusiasmo con que habían conversado los dos.
—Casi parece un caso de amor a primera vista —añadí. Me eché a reír y Max se acercó a mí.
—¿De verdad? ¿Es que eso existe? —preguntó, y me rodeó con sus brazos.
—Alguien me dijo que sí.
—¿Y conmigo fue amor a primera vista? —insistió, y me besó.
Como siempre, un ardor recorrió mis labios y luego se extendió dulcemente por todo mi cuerpo.
—Debo admitir que sí hubo cierta atracción inicial —reconocí—, pero el amor surgió más bien a segunda vista. —Se hizo el decepcionado y lo besé—. Sin embargo, he oído que esa clase de amor es más duradero y sólido que un ardor pasajero.
—Eso me tranquiliza.
Volvimos a besarnos. Al abrir un instante los ojos en pleno beso, vi que acababa de hacer la cama. ¡Qué tentadoras resultaban esas sábanas limpias! Cómo me habría gustado tumbarme allí con él y sentirlo pegado a mí.
Sin embargo, seguía habiendo resistencia por su parte.
—Me alegro de que fueras a buscar al veterinario —dije, y me separé un poco.
Max sonrió con alivio.
—No quería que a tu vuelta te encontraras con tu potro favorito muerto, así que busqué al mejor veterinario que pude encontrar.
Me apartó un mechón de pelo de la cara. Algo empezó a aletearme en el pecho.
—¿Sabías que nació el día en que murió mi hermano?
Max negó con la cabeza. Aparte de mi madre y de mí, solo Langeholm lo sabía, pero por lo visto no lo había ido contando por ahí. O tal vez no fuera lo bastante importante para que los mozos de cuadra se lo hubieran comentado a su nuevo jefe.
—Yo estuve presente. Fue una preciosidad desde el principio. Linus ayudó a traerlo al mundo.
—Pues si para ti es importante, puede seguir haciéndolo.
Le tapé la boca con la mano.
—No se trata de eso. Solo quería contarte de dónde viene mi vínculo con el animal. Sé que es un disparate, pero me gusta pensar que el alma de mi hermano pasó al cuerpo de Lucero en el momento de su muerte. A él le habría encantado, ¿sabes? A veces decía que, si pudiera reencarnarse, le habría gustado hacerlo como caballo.
—Pues al pastor seguro que no le gustaría oírlo.
—Por eso no se lo dijo a él, sino a mí. En aquella época, los dos teníamos arrebatos bastante románticos. —Lo miré—. ¿En qué te gustaría reencarnarte?
Se encogió de hombros.
—Nunca lo he pensado. Me gusta vivir el momento.
—¿Nunca te has imaginado cómo sería recibir una segunda oportunidad?
—Seguro que cometería los mismos errores que en la primera. Y seguro que volvería a acertar con las cosas importantes.
Tras decir eso, me atrajo hacia sí y me besó otra vez. En esta ocasión su beso fue algo diferente. Más ávido e impetuoso. Sentí crecer mi deseo, me apreté contra su cuerpo y deslicé las manos por su espalda. Normalmente ese era el instante en que él ponía distancia, pero esta vez no. De repente, toda su resistencia había desaparecido. Liberó mis labios para besarme el cuello, sus manos acariciaron mi espalda con urgencia.
Me sentía arrastrada por un torbellino. Aunque hubiese querido, no habría podido resistirme. Le abrí los botones de la camisa mientras inspiraba el aroma de su piel. Temía que en cualquier momento se apartara, dejándome sin alivio para esa dulce fiebre. Pero entonces me levantó en brazos, me depositó en su cama y empezó a desabrocharme el vestido.
Lo rodeé con las piernas, ansiosa e impaciente, pero él se resistió. Aguantó hasta que sobre nuestros cuerpos no quedó ninguna prenda, y entonces empezó a acariciarme los pechos y el vientre.
Yo ardía de deseo y expectación, y sus besos me enardecían más aún. Cuando por fin me penetró, arqueé la espalda. El primer clímax fue rápido e intenso, más veloz de lo que había esperado, pero le dije que siguiera.
A veces estaba él sobre mí, a veces yo sobre él. Me gustaba cabalgarlo, y él disfrutaba volviéndome loca con sus movimientos lentos. Cuando ambos alcanzamos el orgasmo, nos abrazamos con fuerza, como si estuviéramos a punto de caer al vacío. Con Michael nunca me había pasado algo así. Nuestro amor había sido apasionado, pero entregarme a Max fue como caer en un dulce remolino del que no quería salir jamás.
Ya estaba muy entrada la noche cuando nos tumbamos uno junto al otro, satisfechos y exhaustos. Miramos por la ventana, donde los mosquitos danzaban a la luz de la luna.
Me pesaban los párpados, pero me sentía totalmente despierta. Todo mi cuerpo palpitaba y era como si por primera vez en mucho tiempo volviera a notar las cosas de una manera consciente.
—Creo que ya sé en qué me gustaría reencarnarme —dijo Max mientras me acariciaba el cuello.
—Pensaba que no creías en esas cosas —bromeé.
—En este último rato he cambiado de opinión. Me gustaría regresar como mariposa, y posarme justo aquí. —Se inclinó y me besó el pecho izquierdo.
—¿Y con eso te bastaría? —le seguí la corriente.
—Umm, creo que sí. Es mejor que arder en el infierno, como profetiza el pastor, ¿o no?
—Pero puede que los dos envejezcamos a la vez y muramos juntos. Entonces, ¿qué?
—Entonces tú te reencarnarías en una mujer preciosa. Y yo te encontraría, por mucho que tuviera que volar. Siempre te encontraré.
Volvió a inclinarse sobre mí. Lo rodeé con los brazos y de nuevo nos sumergimos en un dulce delirio de amor, tras el cual dormimos satisfechos.
La noche nos envolvía como un cálido manto. Me habría gustado quedarme más tiempo en el reino de los sueños, pero la costumbre me despertó. No me hacía falta mirar qué hora era.
—Debemos levantarnos —dije, y toqué a Max con delicadeza—. Ya pasa de las cuatro. Tengo que volver a la casa antes de que se despierten las criadas.
Max se incorporó, me estrechó entre sus brazos y me besó.
—Preferiría tenerte aquí conmigo —refunfuñó.
—Lo sé. Quizá llegue el día en que no tengas que dejarme marchar, pero de momento es así.
Volvió a refunfuñar, pero me soltó y se tumbó de espaldas. Miré cómo sonreía. La luna iluminaba su pecho, justo donde poco antes había descansado mi cabeza.
Seguro que mi madre se molestaría mucho si le confesaba que amaba al administrador, pero ¿por qué había de importarme eso si había encontrado al amor de mi vida? Si podía ser feliz con él hasta el final de los días, ¿qué importancia tenía todo lo demás?
Cuando terminé de vestirme, Max se levantó y se puso su vieja bata. Estaba remendada en tantos puntos que casi parecía hecha de retales. Con tantos colores, habría servido incluso como disfraz para el mago de un circo.
—¿Por qué conservas esa antigualla? —pregunté—. Podríamos comprar una nueva.
—Por nada del mundo me separaría de esta bata —dijo Max, y se la ciñó más al cuerpo con gesto burlón—. Perteneció a mi bisabuelo.
—¿Tu bisabuelo?
—Sí. ¡Y era un tipo muy auténtico! Bebía como un cosaco y maldecía como un carretero. Ninguna falda estaba a salvo con él, pero adoraba a sus hijos. Llegó a cumplir casi cien años, por lo que tuve la suerte de conocerlo en persona. Solía sentarme en sus rodillas, casi siempre llevaba esta bata, y me preguntaba: «Bueno, bueno, jovencito, ¿cómo va eso?». Y cuando yo contestaba «¡Bien!», jugaba conmigo a «Al paso, al trote, al galope» hasta que me hacía reír a carcajadas. El día que murió fue el más triste de mi vida.
—Parece que sois una familia muy longeva.
—Sí, lo somos. Por lo menos los hombres. Mi abuelo vive todavía, aunque ha perdido un poco la cabeza. A veces no reconoce a mis padres, pero aún se interesa por las cosas más asombrosas. Es una pena que yo no tenga un hijo que pueda conocerlo.
Me lanzó una mirada, pero no estaba preparada para ser madre aún. La finca me exigía demasiado. Cuando tuviera hijos, no quería endilgárselos a una institutriz, sino encargarme yo misma de ellos.
—Ya veremos —dije, y le envié un beso con la mano.
Max lo atrapó y, juguetón, se lo guardó en el bolsillo de la bata.
—A tu bisabuelo le habría gustado —comenté.
—¡Por eso lo he hecho! ¡Hasta luego, cariño!
El sol estaba a punto de salir por el horizonte cuando abandoné la cabaña sonriendo. Tenía la sensación de andar sobre nubes. Sin detenerme, levanté los brazos, solté un grito de alegría que resonó en el bosque y luego corrí por el sendero contenta como una niña.
Cuando la mansión apareció ante mí, contuve mi entusiasmo, pues sabía que podía tener consecuencias terribles. Si algún mozo de cuadra me veía, se preguntaría por qué me comportaba de una forma tan boba, y no era bueno que mi autoridad se viera menoscabada por ello.
Me colé en la casa como un ratoncillo silencioso. Ya se oían algunos pasos en el piso superior, o sea que las criadas estaban despiertas. Hasta que Lena se presentara en mi habitación tenía todavía dos horas largas, pero no podían verme en la escalera. Cualquier otro día no habría pasado nada, pues habría llegado de un inocente paseo. Esta vez, no obstante, temía que notaran indicios del amor al que me había entregado y sospecharan algo. Verían un brillo especial en mí y sabrían que ningún paseo podía ser su causa y seguramente percibirían aún el olor de Max en mi cuerpo. No quería arriesgarme a nada de eso.
Llegué a mi habitación, me desnudé y dejé el vestido sobre la silla. Luego me metí bajo la manta. La piel me cosquilleaba, y me sentía más exultante y feliz que desde hacía mucho tiempo.