Capítulo 44
Durante toda la mañana me costó dominar la sonrisa que no hacía más que extenderse por mi rostro. No podía contenerla, estaba ahí, había anidado en mi corazón y aprovechaba cualquier momento para hacer su aparición.
Por suerte, mi madre no notó nada, porque solo tenía ojos para el doctor Falk. Este resultó ser un narrador extraordinario que contaba toda clase de historias sobre su oficio. Mi madre lo escuchaba encandilada y lo animaba a seguir. En cierto momento se lo llevó al salón, y allí estuvieron hasta que el veterinario volvió al establo.
Max y yo llevábamos un buen rato allí. Cruzábamos miradas furtivas y nos sonreíamos de vez en cuando. A esas horas ya habían traído el medicamento, Falk se lo administró a Lucero Vespertino y juntos esperamos a que le hiciera efecto.
—Puede tardar entre uno y dos días en notarse algo —nos advirtió—. Primero debe asimilarlo bien.
Sin embargo, el milagro ocurrió antes de lo previsto: al cabo de unas horas, el potro se puso de pie, aunque trabajosamente. Todavía no podía caminar, pero era un claro signo de que estaba sobreponiéndose.
—Denle el remedio por la mañana y la noche, y de momento no dejen que se mueva mucho —nos aconsejó Falk—. Dentro de dos semanas pueden empezar a sacarlo otra vez, pero despacio. Para montarlo, yo esperaría dos semanas más.
Me habría gustado darle un abrazo al veterinario. ¡Lucero Vespertino viviría! El corazón me palpitaba de felicidad, y esta vez era porque el caballo había escapado de la muerte.
Puesto que su presencia ya no era necesaria, al día siguiente Falk recogió sus cosas. Después de asegurarme que regresaría al cabo de unas semanas para ver al caballo, se despidió. August lo llevó en carruaje a la estación de Kristianstad y la vida en la finca se normalizó. Solo mi madre parecía echar de menos su recién encontrada compañía.
En la cena, mi cuerpo ardía de impaciencia por terminar y correr a ver a Max. El día anterior no había podido visitarlo a causa del doctor Falk, ya que mi madre insistió en que nos quedáramos conversando con él hasta entrada la noche. Cuando por fin nos fuimos a la cama, me quedé dormida al instante. Esta vez, sin embargo, sería diferente. La excitación me había quitado el apetito, pero me obligué a comer algo para que Stella no sospechara nada.
—Has disfrutado charlando con el veterinario —comenté.
—Mucho, la verdad. Es un hombre inteligente y educado. Cualquiera diría que un veterinario sería una persona excéntrica, ya que se dedica a destripar toda clase de animales, pero no lo es.
—Casi parece que le hayas tomado cariño —dije, esperanzada.
Mi madre resopló.
—Me parece divertido, nada más. Mi corazón le pertenece a tu padre. Nunca habrá ningún otro para mí.
—¿Y por qué no? Podrías tener un nuevo compañero. El luto ha terminado, y el doctor Falk parece un hombre muy agradable.
—Sí que lo es… Y también está casado. Me ha hablado mucho de su mujer y sus dos hijas. Una de ellas está esperando su primer hijo, la otra se casará pronto.
Enarqué las cejas.
—¿Ha hablado de eso contigo?
—Sí, y yo le he hablado de mi marido, de Hendrik y de ti.
—Vaya, espero que te hayas ahorrado los detalles más escabrosos. —Sentí calor y frío a la vez al pensar que quizá le había contado lo de mis estudios y todas nuestras discusiones.
—Puedes estar tranquila, sé guardar el decoro. Hay cosas que se cuentan, y otras que se guarda una para sí. Me alegraría mucho que el doctor Falk volviera por aquí. Tal vez podría hacerles una revisión anual a los caballos.
—Es buena idea —dije. No terminaba de creerme que solo le interesara porque fuese un buen conversador, pero ni el torturador más temible conseguiría hacérselo reconocer—. Y si algún día te interesaras por algún hombre, no temas que vaya a parecerme mal. Sería bonito verte feliz de nuevo.
Se quedó inmóvil, y vi que pensaba en la idea con desaprobación. Sin embargo, no dijo nada, y por suerte tampoco me aconsejó que antes me buscara un hombre para mí.