11

Dennis Sloat tiene los ojos cerrados y la mandíbula en tensión, con todos los dientes apretados. Está apoyado sobre Terence mientras Verónica termina de limpiarle las heridas con agua oxigenada. Necesitan gritar para hacerse entender por encima del ruido que provocan los golpes que están dando los muertos del exterior en las puertas del camión. El sonido del interior de la cabina es como estar metido dentro de una batería de un grupo de rock.

La última vez que Terence se ha asomado por la ventana había casi sesenta personas rodeando el camión, gruñendo y gritando, alzando las manos hacia él tratando de alcanzarle. Había reconocido más de una cara. Y después había dado gracias a dios por la altura del camión.

—¡No escuece tanto! —grita Verónica, que guarda la botella de agua oxigenada en el botiquín y saca unos apósitos— ¡Creí que un hombre como tú tendría más resistencia al dolor!

—Soy una caja de sorpresas —masculla Dennis, relajando la mandíbula. El agua oxigenada aún borbotea en la herida del hombro, que parece la más grave. La piel alrededor de la zona mordida ha adquirido un tono violáceo.

—Me está empezando a doler la cabeza —dice Terence.

Dennis nota una vibración junto a su pierna. Saca el teléfono del bolsillo mientras Verónica le coloca los apósitos. Dennis se sorprende al notar que le cuesta mover el brazo, lo siente pesado, como si lo tuviera debajo del agua. Mira la pantalla. Es un número desconocido. Aprieta el botón verde y se acerca el teléfono a la oreja.

—Dennis Sloat —dice.

—Dennis, soy Patrick.

Le cuesta oírle, porque Patrick habla en susurros y el sonido de los golpes de los muertos en el camión intentando entrar hace casi imposible escuchar nada.

—¿Dónde demonios estás? —pregunta Patrick—. Se oye jaleo.

—Es una forma de decirlo, sí. Patrick, las cosas se han descontrolado un poco en el pueblo. No sé muy bien lo que pasa. Estoy herido…

—¿Qué? ¿Qué ha pasado?

—Dos psicópatas me han atacado. De no ser por Terence y Verónica, estaría muerto. Tal vez deberías llamar a la guardia nacional, porque ahora mismo estamos rodeados.

—Te llamaba por eso, jefe. El ejército está aquí y nos han encerrado. A mí, Duck Motton y otras seis personas. Y han matado a Zack Thurston. Dicen que en el pueblo hay algún tipo de amenaza biológica, pero Duck opina que no se trata de nada de… ¿estás rodeado? ¿Cómo que estás rodeado, quién te rodea?

—Si te digo la verdad, creo que la gente de este pueblo ha enloquecido. Se comportan como locos psicóticos. Tal vez sea algo en el agua. Deberías preguntarle a Duck si eso es posible.

—No creo que sea algo del agua —murmura Terence, pero no le oyen por encima del ruido de golpes.

—Dice que cualquier cosa es posible —responde Patrick— pero no le parece muy viable. Dice que él bebe agua del grifo todos los días. Y, Dennis, yo también lo hago.

—Y yo también, joder —responde Dennis, al cual ha empezado a dolerle la cabeza. Siente como si le palpitara, sobre todo detrás del ojo izquierdo, y tiene náuseas—. No lo sé, tal vez seamos inmunes, yo que sé. Lo único que sé es que estamos rodeados, que la gente que hay ahí fuera era normal hace un par de horas y ahora se comportan como locos. ¿Los del ejército no te han dicho nada?

—No. Se niegan a hablar con nosotros y nos tienen encerrados. De hecho, nos quitaron los teléfonos móviles. Es una suerte que tengamos este.

Dennis cierra el ojo izquierdo. No se da cuenta de que se está presionando la sien con la mano para aliviar el dolor. Verónica sí, y mira a Terence con preocupación. El jefe de policía ha empezado a sudar y su tez se ha vuelto pálida.

—Tal vez vayamos hacia allá, Patrick. Tengo que pensar.

—Suerte, jefe.

—Gracias.

Dennis aprieta el botón de colgar. Se da cuenta de que tiene doce llamadas perdidas. Pulsa un botón. Las doce llamadas provienen de la centralita de comisaría. Zoe debe estar volviéndose loca. Se dice que la llamara en un momento, pero antes tiene que pensar.

—¿Qué hacemos, Dennis?

Dennis abre los ojos y mira a Verónica. Vestida de bombero es aún más sexy.

—Patrick dice que los militares han bloqueado la salida del túnel. Probablemente hayan hecho lo mismo con el resto de carreteras. Supongo que han sitiado el pueblo.

—¿Podemos largarnos de aquí antes de que me estalle la cabeza? —pregunta Terence—. Estos hijos de puta son incansables.

—Apoyo la moción —asegura Dennis.

Verónica asiente y pone en marcha el motor.

—¿Es un virus? —pregunta.

—Algo biológico —responde Dennis, cerrando los ojos y recostando la cabeza sobre el respaldo.

Verónica mira a Terence con preocupación. Él asiente, imperceptiblemente. Ella mira hacia delante y aprieta el acelerador, despacio. Por delante del camión hay un grupo de gente, aproximadamente cuarenta personas extendiendo los brazos hacia ellos y arañando el cristal. Verónica no quiere atropellarlos, pero ellos no parecen querer apartarse aún cuando el camión se pone en marcha, despacio.

—¿Qué coño?

—Dale al claxon.

Verónica aprieta el claxon. La masa de gente muerta del exterior parece excitarse más aún con el sonido. El camión prosigue con su lenta marcha entre los muertos, apartándolos a los lados a medida que avanza.

El Cuarto Jinete
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