13
Paula no obedece la orden de Mark. Se queda junto a los sillones de la zona de reservados, viendo como el adolescente salta sobre la barra y después más allá. Esto hace que un agujero se forme en su estómago. La verdad es que Mark le gusta. No en el sentido en que se gustan las personas adultas, claro está, pero Paula siente algo por Mark. Se siente a gusto con él, se siente protegida. Ella no tiene ninguna posibilidad de sobrevivir sola. De eso está segura. Tiene las piernas tan paralizadas por el miedo que no es ni capaz de escapar. Pensar que en ese mismo momento está matando a Mark hace que el agujero se expanda dentro de su cuerpo, oprimiéndole el resto de órganos vitales. Les oye forcejear. Una lágrima solitaria cruza su mejilla. Ella quiere que Mark siga con ella, que siga a su lado. Paula quiere a Mark, le necesita porque con él no tiene miedo y porque él cuida de ella. Quiere llevarla a casa. El simple hecho de tocar la mano de Mark ya sirve para tranquilizar a la niña.
Además, él es la única persona del mundo que no le trata como si sólo fuera una cría. Nada de «Paula vete a dormir que es tarde» o «Paula no ves que esas son cosas de mayores» o «Paula lo comprenderás cuando seas mayor» ni tampoco «Paula abrígate, come, haz esto, haz lo otro». En una situación así, casi puede oír a sus padres diciéndole «Paula te dije que te abrigaras».
Mark le llama cariño. Nadie le había llamado cariño. Eso le gusta. Sus padres sólo la llaman Paula. Paula esto, Paula lo otro. Mark no le dice lo que debería haber hecho o lo que no, dice tacos, le sonríe.
Un estruendo terrible hace que Paula pegue un brinco y se agarre al sillón más cercano, olvidándose de sus pensamientos. Poco después, Mark se pone en pie al otro lado de la barra. Lleva una escopeta en la mano derecha. Mirándole a la cara, es difícil imaginar a alguien con menos pinta de haber cogido un arma en su vida.
Paula se levanta. De repente el agujero ha desaparecido. Se siente tan feliz que quiere correr hacia él, abrazarle y darle un beso, asegurarse de que es real y no una ilusión, de que sigue ahí con ella y va a cuidar de ella. Nerviosa, temblando como un flan como un adolescente antes de pedirle una cita a la chica que se gusta, Paula corre hacia la barra. Pero está tan nerviosa que no se atreve a abrazarle.
—¿Le has matado?
Mark no contesta, porque está preocupado. La agarra del brazo y tira de ella, de vuelta al pasillo y la parte trasera del Chester. Los alaridos se escuchan más cercanos. A Mark le parece que ya están dentro del bar. No tienen tiempo de subir y saltar de vuelta a la escalera de incendios. Tira de Paula hacia la habitación en la que se encerró Richard y corre hacia la ventana. Sin darle tiempo a protestar, agarra a Paula y la obliga a pasar por ella. Después, la suelta, y Paula cae de rodillas, lanzando un pequeño gritito. Mark se lanza de cabeza y siente que unos dedos le agarran el bajo del pantalón, pero su propia inercia y peso le hacen caer al exterior y zafarse de esos dedos.
Mark gira en el suelo y mira hacia la ventana. La lluvia le hace entrecerrar los ojos. Ve varios brazos que asoman y da gracias al tipo que construyó esa ventana a esa altura. Mira a Paula. La niña está de pie, mirándole, dispuesta a seguir sus órdenes. En la rodilla derecha se ha hecho un rasguño y una gota de sangre resbala por su espinilla.
—¿Te duele?
—Un poco.
—En cuanto encontremos un sitio seguro te lo curo, ¿vale? —dice— y mira, he encontrado un arma.
Mark sonríe. Paula se sienta más segura y mejor cuando Mark sonríe.
—Vamos, guapa.
Mark le agarra la mano, se incorpora y corren hacia el interior del Paradise Fall.