5

No nos adelantemos a la acción. Regresemos atrás por un momento. Habíamos dejado a Zoe untando crema de cacahuete sobre una rebanada de pan de molde mientras Paula parloteaba sobre lo malvado que es Kieran Probst. Claro, porque para ella Kieran Probst sigue siendo malvado. Ignora que Kieran Probst está muerto, igual que lo ignora su padre. Aunque visto lo visto, podemos apostar que Andy Probst al menos lo sospecha.

—Me empujó para que me cayera al suelo y me hice daño. —Paula se señala el rasguño que tiene en la rodilla—. Siempre está detrás de mí y me tira del pelo y me empuja. Una vez me pegó un chicle en la coleta, y fue muy horrible porque mamá tuvo que cortarme el pelo.

—Qué idiota. Seguro que está enamorado de ti y por eso lo hace.

—No, que va. Lo hace porque es tonto —responde Paula, con solemnidad.

Zoe sonríe y le entrega a Paula la rebanada de pan con crema de cacahuete. La niña le da un bocado. Zoe la mira, y se pregunta qué hará si la niña decide preguntar por sus padres. Porque parece bastante obvio que deben estar muertos.

—¿Cómo has sobrebivido tú? —Paula hace un mohín—. Sobredi… no…

—¿Sobrevivido? —pregunta Zoe, y la niña asiente, frunciendo el ceño por la frustración que le produce no pronunciar bien algo—. La verdad es que lo he tenido fácil. Trabajo aquí, y habéis ido llegando todos. En realidad, no he estado en peligro.

—Que suerte. A nosotros casi nos comen. Dos veces.

Zoe silba de asombro. La niña asiente, y le da otro bocado a la rebanada de pan, manchándose de crema de cacahuete los labios.

—¿Y ahora tenemos que esperar a que vengan a recatarnos?

Zoe sonríe.

—A rescatarnos.

Paula vuelve a fruncir el ceño. A Zoe le parece entrañable esa preocupación por hablar bien y no equivocarse.

—Eso —dice la niña, claramente frustrada.

Zoe sonríe, pero no responde. Para un adulto, eso habría sido bastante significativo. Para Paula, pasa desapercibido. Pero lo cierto es que Zoe está preocupada, porque antes, cuando le limpió la herida a Russell y le colocó el apósito, ambos intentaron contactar con la comisaría de la capital, para pedir refuerzos. Sin embargo, el ruido que oyeron en el teléfono evidenció que las llamadas habían sido restringidas. Después, lo habían intentado con Internet. No había conexión. Zoe le había preguntado a Russell qué estaba pasando.

—Nos están bloqueando —había respondido él—. Al menos eso quiere decir que saben lo que está pasando aquí.

Zoe no había dicho nada tampoco en esa ocasión. No estaba muy seguro de si el hecho de que lo supieran y les hubieran bloqueado le hacía sentir aliviada o asustada.

Zoe y Paula salen de la cocina, recorren un largo pasillo pasando delante de la armería y el vestuario y llegan al vestíbulo en el mismo momento en que Richard Jewel cruza la puerta desde la sala de agentes. Richard mira a Paula y aparta la vista. A Zoe le da la impresión de que Richard se avergüenza de algo.

—¿Sabes dónde puedo encontrar agua? Tengo la boca seca.

Zoe señala hacia el pasillo por el que acaban de venir.

—La última puerta. Es una pequeña cocina, hay vasos en el armario.

—Gracias.

Richard avanza por el pasillo. Zoe mira a Paula y ve que la niña observa al hombre con expresión de enfado.

—¿Qué pasa?

—Ese señor es malo —responde ella, cruzando los brazos sobre el pecho de forma solemne—. Cerró una puerta y nos abandonó a mí y a Mark.

—Es la versión adulta de ese niño que te persigue todo el día.

— ¡Kieran!

—Ese mismo.

—¡Hala! —la niña está mirando detrás del mostrador de recepción—. ¿Eso es una radio?

Zoe asiente.

—Sí. Es la radio de la policía, la que usan los agentes para comunicarse.

—¿Cómo en las películas? ¿La que llevan en los coches?

—Exacto.

Paula se acerca a la radio con curiosidad. A Zoe le parece curioso que la niña mire la radio pero no haga amago de tocarla. Paula es una niña muy educada para su edad. Probablemente esa sea una de las razones por las que sus compañeros la molestan en el colegio. A los matones siempre les gusta provocar a los que no lo son.

—¿Y cómo se usa?

Zoe coge el micrófono y se lo entrega a Paula.

—Mira, para hablar se aprieta ese botón, y entonces puedes hablar. Cuando terminas de hablar, se dice «cambio» y se suelta el botón.

—¿Y por qué se dice «cambio»?

—Para que quien te escucha sepa que puede hablar. Esto no es como un teléfono, que puedes hablar a la vez, con las radios, si habla uno el otro no puede hacerlo.

Paula abre la boca, asombrada, y mira el micrófono.

—Adelante, di algo —la anima Zoe.

Paula aprieta el botón y piensa algo que decir.

—Hola, hola, Estoy hablando por la radio de policía. —Paula mira a Zoe con los ojos abiertos de ilusión. A Zoe le maravilla lo poco que hace falta para que un niño disfrute. Paula sonríe, y luego recuerda algo—. ¡Cambio!

Y suelta el botón. Zoe suelta una carcajada, y Paula sonríe, sin saber muy bien qué resulta tan gracioso.

—¿Te parece bien que volvamos dentro? —le pregunta a la niña.

Paula se encoge de hombros y deja el micrófono en su sitio. Zoe le coge la mano y se giran para regresar a la sala de agentes, cuando una voz en la radio las hace detenerse.

—¿Hola? ¿Hola? ¿Nos escucha? Cambio.

Zoe se gira para mirar la radio, con los ojos muy abiertos. Suelta la mano de Paula y corre hacia el aparato.

—Aquí comisaría de policía de Castle Hill. ¿Con quién hablo? Cambio.

El Cuarto Jinete
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