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Richard Jewel ha sido el primero en cruzar la puerta. Conoce ese lugar como uno puede conocer su casa, así que gira por el pasillo y corre. Al fondo hay una escalera, pero Richard frena antes de llegar a ella y cruza una puerta situada a la derecha que da a la trastienda del Chester. Richard gira sobre sus talones y cierra la puerta, corriendo el pestillo al hacerlo. Después, se apoya contra la puerta.
El pomo se mueve. Richard siente que intentan abrir la puerta y que después la golpean. Pero los golpes no tienen casi fuerza. Entonces escucha la voz de la niña.
—¡Abre!
Parece aterrorizada, y Richard supone que lo está. Y aunque en el fondo de su corazón sabe que debería abrir la puerta, Richard cierra los ojos y se obliga a quedarse quieto. Dentro del Chester, se escucha un disparo de escopeta.
—¡Paula, corre! —es el hombre— ¡CORRE!
Les oye subir las escaleras. Desde el Chester, oye a la turba que entra rugiendo y a la carrera, persiguiéndoles. Oye gritar a Bulldog, allá en el bar. Y suenan dos disparos más.
Richard abre los ojos. La trastienda es una habitación pequeña llena de cajas de refresco y material de limpieza. Al fondo hay una ventana cubierta de mugre. Richard avanza hacia ella y frota el cristal con sus manos, tratando de limpiarlo. Después, acerca la cara para mirar. Da al patio interior del Paradise Fall, el hotel cuyo dueño ha sido eviscerado vivo en la glorieta del rey. Richard se echa hacia atrás y trata de abrir la ventana.
No lo consigue a la primera. Esa ventana lleva tanto tiempo sin ser abierta que la mugre ha atascado el cierre. Richard tira con fuerza y consigue que la ventana se abra, con un crujido.
Ese crujido se escucha perfectamente. Richard se queda quieto, esperando que pase desapercibido.
Por supuesto, no es así. Algo gruñe y embiste contra la puerta. El pestillo aguanta, pero Richard lo ve temblar y sabe que no aguantará muchos golpes como ese.
Trabajando a una velocidad a la que no ha trabajado en la vida, el borracho del pueblo empuja unas cajas de refresco vacías hacia la ventana y se sube a ellas. Después, pasa una pierna por la ventana. Su mano se agarra al quicio y toca algo pegajoso, pero no se da cuenta. El pestillo de la puerta acaba cediendo a los golpes, y dos de aquellas cosas, a una de las cuales le falta la parte inferior de la mandíbula, entran en la trastienda, tropezando, en el mismo momento en que Richard salta al otro lado y cae despatarrado en el patio interior del Paradise Fall.
Jamás ha sido un hombre de hacer ejercicio, pero se levanta y corre hacia el vestíbulo del hotel con una agilidad digna de los mejores gimnastas. Es el poder del miedo. A su espalda, oye los gruñidos de frustración que salen por la ventana de la trastienda.