24

—¡Quiero volver con mi hijo, suéltame!

Brad empuja a Dolores contra la pared y le tapa la boca. Mira hacia ambos lados con preocupación.

—¡Cállese! —le dice susurrando—. ¡Va a llamar la atención y vendrán a por nosotros!

Dolores le golpea en el pecho. Brad intenta pararle las manos, pero entonces Dolores le lanza una patada directa a los genitales. Brad suelta todo el aire y se encoge de dolor.

—¡Asesino! —grita la mujer—. ¡Empujaste a esa chica para que muriera!

—¡Era ella o nosotros! —exclama él.

Pero su cerebro vuelve a ir a toda velocidad. Porque acaba de pasar de ser el escritor que sobrevivió al infierno y lo cuenta en primera persona al hombre que utilizó a una chica joven como carnada.

Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos.

Brad sacude la cabeza. Lo último que necesita en ese momento es la voz de su padre dándole consejos. Nunca lo hizo mientras estaba vivo, pero de vez en cuando aparecía para darle consejos ahora que estaba muerto. Brad no sabía por qué demonios, con toda la gente que había en el mundo a la que admiraba, tenía que oír la voz de su padre dándole consejos.

—¡Asesino! —le vuelve a gritar Dolores, mirándole con la cara desencajada de odio y los ojos llorosos—. ¡No te me acerques!

Dolores pasa junto a Brad, empujándole. Él cae al suelo, metiendo todo el trasero en un charco. No sabe por qué, pero eso le molesta más que la patada en los huevos. Más que los insultos. A pesar de encontrarse ya completamente empapado.

—¡Que te follen! ¡Te he salvado la vida, bruja psicópata!

Dolores se detiene. Se queda tan paralizada en su sitio que Brad se asusta y mira más allá, pensando que ella ha visto más de esos muertos aparecer tras ellos. No le extrañaría, con todos esos gritos. Pero no hay nadie más en la Abbey Street. Cuando Dolores se da la vuelta, es el turno de Brad de quedarse paralizado. La mujer parece a punto de estallar de furia. Sus ojos están hinchados y enrojecidos y tiene la boca torcida en un gesto que parece inhumano.

—¿Yo soy la psicópata, hijo de puta? ¡Tú inventaste esas fotografías para meter a mi hijo en la cárcel! ¡Querías apartarme a mi pequeño! ¡Y ahora has asesinado a sangre fría a esa mujer!

Dolores le señala con un dedo tan acusador que Brad vuelve a pensar que todo ha terminado para él. Aparecerá en los periódicos, sí, pero no como el gran escritor que anhela ser, sino encima de una placa con números, humillado como el hombre que sacrificaba las vidas de otros para salvar la suya. Un nombre que la gente olvidaría con la siguiente victoria de los Lakers.

Dios ayuda a quienes se ayudan a sí mismos.

—Eso ya me lo has dicho, papá.

—¿Qué?

Brad se da cuenta de que ha hablado en voz alta. Dolores le está mirando extrañada. Y entonces entiende lo que quiere decirle su padre. Porque esa mujer que le mira odiándole con la mirada es la única persona que sabe que sacrificó a una mujer para salvarse.

Pero yo no puedo hacer eso. No así.

Bras se levanta y echa a andar. En medio de la calle hay un coche con las puertas abiertas. Alcanza a ver una zapatilla deportiva volcada junto a la puerta. Hay gotas de sangre sobre ella. Escucha pasos a su espalda. Dolores le sigue.

—¡No pienses que voy a dejar que te salgas de esta! ¡He visto la calaña de que estás hecho, Brad Blueman! ¡Tú querías encerrar a mi hijo! ¿Pero sabes qué? ¡Seré yo quien haga que te encierren! ¡Asesino!

Brad se da la vuelta, dispuesto a gritarle una vez más que fue necesario para salvarles la vida. Pero no llega a decir nada, porque del callejón por el que ellos escaparon aparece un hombre. Al verles, levanta la cabeza y grita. Después, echa a correr hacia ellos.

Hazlo, hijo.

Y Brad lo hace. Empuja a Dolores hacia atrás antes de darse la vuelta para echar a correr. Dolores tropieza y cae de culo al suelo. Mira hacia atrás y ve que al primer zombi le siguen otros. Dolores se pone en pie, perdiendo un zapato en el proceso, y corre hacia el coche abandonado en mitad de la calle. Se mete dentro y cierra la puerta un momento antes que la alcance el primero de ellos. El hombre tiene una herida que le recorre la cara desde la frente hasta el cuello. Golpea la ventanilla con los puños. Dolores busca las llaves en el contacto, pero no hay nada. Mira en el suelo, junto a los pedales, pero tampoco. Se inclina para rebuscar en la guantera, rezando por un poco de ayuda. Al primer hombre se le han unido siete u ocho más, que golpean el coche desde distintos puntos. Uno de ellos se ha subido al capó y trata de arañar el parabrisas.

La ventanilla del conductor estalla en mil pedazos con uno de los puñetazos del primer hombre. Los cristales caen sobre Dolores, que trata de cambiarse al asiento del copiloto, gritando. El hombre intenta colarse por la ventanilla. Dolores le lanza una patada directa a la cara. El hombre intenta agarrarle la pierna. Ella le lanza una nueva patada, y esta vez puede oír como cruje un hueso bajo su pie. Dolores intenta escabullirse hacia el otro asiento, pero el hombre no ceja en su empeño y ya tiene metida la mitad del cuerpo en el coche. Dolores se da la vuelta, pero junto a la ventanilla del copiloto hay una mujer, intentando morderla a través del cristal.

Dolores chilla cuando la ventanilla del copiloto se quiebra. La mujer introduce las manos por el agujero y agarra a Dolo res del pelo. El hombre consigue asirla de la pierna y tira de ella. Dolores intenta revolverse, pero está atrapada y es cuestión de tiempo. El hombre la muerde en el muslo. Sus dientes atraviesan el pantalón y le arrancan un trozo de carne. Dolores grita aún más alto. La mujer ha introducido su cabeza por la ventanilla y lanza un mordisco directo a la cara de Dolores. Por más que intenta revolverse, no consigue escapar. Pronto más manos y bocas intentan reclamar su porción de carne e intentan adentrarse en el coche por todos los huecos posibles.

Dolores se convierte en un festín.

El Cuarto Jinete
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