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¡Eh! Sí, eso puede esperar. Pulsemos el botón de pausa durante unos momentos para el resto de Castle Hill y acompáñame ahora. Retrocedamos en el tiempo, tan sólo un rato. Esto es interesante, y es fundamental para entender lo que ocurre. Mira este cuarto. Es evidente que aquí vive un hombre solo, ¿no te parece? Si estuviera casado su mujer no le dejaría poner esos carteles de playboy. En el techo hay uno de la película La isla del doctor Moreau, la versión con Marlon Brandon y Val Kilmer. A mí no me gustó demasiado esa película. Nada en comparación con otras versiones de la novela. La novela sí que está muy bien. Es interesante. ¿Tú sueles leer? Sí, se te ve en la cara que eres una persona que lee. Yo no suelo leer mucho, pero no te creas que soy peor por eso. Prefiero buscar situaciones interesantes como esta en Castle Hill, traerme la cámara de fotos y llevarme algún recuerdo. No podrías creerte en cuántos sitios he estado. Ya te conté antes lo de aquel fugitivo y su cacería en el vertedero de Dopek, pero eso no es nada, chaval. Yo asistí como espectador de primera fila al sangriento motín de la prisión de New Kale. Chico, ese Norris Hopewell es un hombre realmente espeluznante. Y enigmático. Y sanguinario. Pero eso es otra historia.

Bueno, observa. Si abrimos este armario, encontramos dentro un montón de ropa colgada en perchas, y otro montón esparcida de cualquier manera en una esquina. Al hombre que vive aquí no le gusta mucho lo de planchar. Y mira, si revuelves un poco ahí, entre esas cajas, verás una de metal, bastante bonita, con un símbolo grabado en dorado en la tapa. Sí, esa. El símbolo que tiene la tapa representa al dios de la guerra de una tribu africana. Abrimos la caja y vemos lo que hay dentro sin asombrarnos demasiado. No es la primera vez que vemos un arma, ¿verdad? Pero esta no es un arma cualquiera. Es una Desert Eagle 5.0, un arma capaz de abrir un boquete del tamaño de un puño en el pecho de una persona. Te aseguro que la persona que vive en esta casa no ha comprado esta arma en una tienda de forma legal. Podría haberlo hecho, tras muchos trámites y cierto papeleo. Pero es más fácil comprarla en el mercado negro.

Pero tranquilo, que este tío no es un maleante. Es una persona cuerda, que jamás en su vida ha empuñado este arma, salvo para comprobar cuánto pesaba, pero nunca ha puesto una bala en el cargador. La tiene porque cree que así está más seguro. Es una de esas personas que viven con el constante miedo de que alguien entre en su casa para robarles. Demasiada televisión. O la paranoia del mundo militar. No sé si realmente cree que será capaz de utilizarla contra otra persona. Supongo que cuando alguien tiene mucho miedo y un arma cargada en la mano, puede utilizarla. Lo que sí es seguro es que hoy hará uso de ella. Por eso será mejor que la vuelvas a dejar en su sitio y salgamos de esta habitación antes de que llegue.

Salimos al pasillo. El suelo tiene algo de polvo. Tampoco debe gustarle eso de barrer. Ven, sígueme. Esa puerta de ahí da al salón. Al abrir la puerta, vemos que es una sala amplia, con varias cristaleras al fondo, un televisor de pantalla gigante y extra plano, dos caros sofás y una bonita alfombra en tonos rojizos. Al otro lado, hay un par de estanterías con algunos libros. Si te acercas podrás comprobar que la mayoría de ellos son libros de medicina, biología, química y vete tú a saber qué diablos más. Abrimos uno para comprobarlo y, mira, fórmulas, diagramas y gráficos totalmente incomprensibles para mí. Nunca he entendido como alguien puede estudiar todo esto y luego comprenderlo.

¿Te vas haciendo una idea? Bueno, si aún no has caído ya te lo digo yo. El hombre que vive en esta casa es uno de los investigadores más prestigiosos en su campo. Tiene un contrato tan blindado que no puede siquiera soñar con irse a trabajar a otro sitio. Hacerlo le costaría demasiado. Y eso en caso que le dejaran. El ejército americano no miraría con buenos ojos que tratara de marcharse. Bueno, ya te digo que, al menos hasta hoy, nunca se ha planteado dejar su trabajo. Disfruta con lo que hace y cree que es interesante. Y le pagan bien, por supuesto.

Vayamos a la cocina. Está a punto de llegar, ahora podremos conocerle. Mira, la cocina tiene los muebles de madera y mármol blanco. Las paredes también son blancas, como lo son las de todas las cocinas que conozco. Como ves, el fregadero tiene un montón de platos, cubiertos y vasos sin fregar. No podemos evitar recordar a la extravagante señora Nosferatu Tuckson, aunque esta cocina no es tan repugnante como aquella. En esta al menos da la impresión de que vive alguien. Alguien que no friega por costumbre.

De repente la puerta se abre y nos giramos hacia ella justo a tiempo para ver entrar a un hombre de unos treinta años, con un corte de pelo muy normal, empapado en sudor y miedo, con los ojos enloquecidos y la respiración jadeante. Lleva unos pantalones marrones y una camisa de seda negra. Aún lleva la bata del laboratorio. Con rapidez, cierra la puerta de un empujón y pone el pestillo, apretándose contra la puerta. Cierra los ojos. Está tratando de calmar su respiración. Tiene las llaves en la mano, y cuando cae en la cuenta, las mete en la cerradura y da dos vueltas a las llaves, encerrándose en la casa.

Después, levanta la mirada y echa un vistazo al pasillo. Sus ojos dan a entender que está aterrorizado, y el derecho lo tiene ligeramente inyectado en sangre. Se mira las manos, y es, en ese momento, cuando caemos en la cuenta de que su mano derecha, la que sujetaba las llaves, está manchada de sangre. Miramos hacia el llavero que aún cuelga de la cerradura. Es una figura en miniatura que representa al ídolo de muchos niños y no tan niños, el inquieto Bart Simpson. Su color es amarillento mezclado con el rojo brillante de la sangre.

Ahora que prestamos más atención al color rojo del líquido sanguíneo, observamos que la bata del hombre también tiene manchas de sangre, pero él no parece estar herido. En realidad esa sangre no es suya. Pertenece a su compañero de laboratorio que, debido a un corte profundo en la carótida, se ha desangrado en las manos de Kurt, a pesar de que este le ha aplicado un vendaje y realizado un torniquete digno del mejor médico. Dadas las condiciones. Para entonces, toda la base era una puta locura y las bajas se contaban por cientos.

Kurt echa a correr hacia su habitación sin previo aviso, apoyando la mano en la pared para darse impulso y dejando así una marca rojiza en forma de dedos. Corre, abre la puerta de un empujón y mira hacia la ventana. Está cerrada y con la persiana medio bajada, y más allá puede ver el bosque que se extiende detrás de su casa. Kurt salta encima de la cama y se pega a la ventana. Apoya las manos en el cristal y mira hacia fuera. Apenas unos segundos.

Kurt se gira, sin percatarse de que ha dejado otra mancha de sangre en la ventana. Y si se ha percatado es que le importa bien poco. Baja la persiana hasta el límite, sumiendo la habitación en la oscuridad. Después, vuelve a saltar sobre la cama y aprieta un interruptor. El milagro que supone para la sociedad contemporánea la luz eléctrica ilumina la habitación mientras Kurt abre el armario y revuelve entre las cajas, tirando algunas al suelo y esparciendo así montones de papeles y ropa. Coge la caja metálica con el símbolo grabado en la tapa y la abre. Después, se vuelve hacia la cama y apoya la caja allí.

Le vemos quitarse la bata del laboratorio y tirarla en un rincón. Después de todo, ya no le sirve de nada. Coge las dos cajas de munición que acompañan al revólver y se las mete en los bolsillos. Después, coge el arma y saca el cargador. Lo mira, intentando recordar cómo tenía que introducir las balas. Mete la mano en el bolsillo y saca un puñado de balas.

Las manos le tiemblan, por lo que tarda casi un minuto y medio en cargar el arma, y después, se la coloca en la cintura, como hacen los policías de las películas. Entonces, vuelve a salir corriendo de la habitación y se detiene junto a la puerta del salón. La abre y mira hacia las cristaleras del fondo.

—Mierda —murmura. Y lo hace porque sabe que el cristal no resistirá una embestida.

Kurt vuelve a cerrar la puerta y se queda quieto un momento, pensativo. Después, abre la puerta de la cocina y entra. Se agacha delante de un mueble y lo abre. Al fondo hay una caja de herramientas, y eso es lo que él está buscando. La saca y la coloca a su lado. Con manos temblorosas y sanguinolentas, abre la caja y coge una pequeña bolsa de plástico llena de clavos y un martillo. Al levantarse se queda quieto mirando hacia la ventana de la cocina. Al otro lado no hay nada, más que bosque, un bosque que parece tranquilo y en paz. No hace falta ser demasiado inteligente para saber que Kurt está aterrorizado. Deja el martillo en la encimera junto al fregadero y baja la persiana hasta el tope.

Martillo en mano, sale una vez más al pasillo y mira hacia la puerta. Sigue cerrada, con Bart Simpson ensangrentado colgando de la cerradura y una marca en forma de largos dedos escurridizos y rojos en la pared. Kurt suelta el martillo y la bolsa de clavos junto a la puerta del salón y vuelve corriendo hasta su habitación. Nos cuesta seguirle el paso a este hombre, pero debemos acostumbrarnos si no queremos perdernos la acción; pronto, todo el mundo correrá.

Kurt agarra la esquina del colchón y lo levanta, a la vez que lo empuja hacia el fondo, tirándolo al suelo y dejando a la vista el somier, que está formado por finas tablas de madera que conectan una parte con la otra. Kurt se agacha e intenta sacar una de las tablas, pero están metidas a presión, para que no se salgan tan fácilmente. Sin embargo, Kurt no ceja en su empeño y, con un golpe fuerte, logra sacar la primera de las tablas. Después saca otras tres, las coge, y regresa corriendo al salón. Ya sabemos lo que va a hacer a continuación. Clavarlas a la puerta del salón para impedir que esta se abra desde el otro lado.

Esto empieza a ponerse interesante, pero no debemos olvidar que hemos dejado al resto del pueblo en standby. Volvamos.

El Cuarto Jinete
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