7
El restaurante está vacío y a oscuras. Un par de mesas volcadas y platos hechos pedazos son la única muestra de que alguien ha peleado ahí dentro. Eso y la mano cercenada a la altura de la muñeca que se puede ver junto a la barra. Stan Marshall no quiere mirarla. El padre Merrill se santigua.
—Larguémonos de aquí, padre. Antes de que aparezca el dueño de esa mano.
El padre Merrill cruza el restaurante a oscuras y alcanza la puerta de la cocina. Stan Marshall se mantiene siempre un par de pasos más atrás, lanzando miradas nerviosas hacia la puerta de la calle. El sacerdote empuja la puerta con suavidad y se asoma al otro lado. La cocina está tan vacía como el resto del restaurante. Ambos hombres la cruzan y llegan hasta la puerta trasera. Con la misma delicadeza que antes, el padre Merrill entreabre la puerta y se asoma al exterior. Está lloviendo con fuerza, y el padre Merrill piensa que Dios debe estar realmente cabreado para estar castigando de esa forma a Castle Hill. Por lo que él sabe, en realidad esto podría estar pasando en todo el mundo. Si realmente es el Apocalipsis, desde luego, así sería.
Pero entonces piensa que tal vez Dios les está dando una oportunidad y les ha enviado la lluvia para que puedan ocultar sus movimientos con más facilidad.
Espero que sea eso.
El padre Merrill abre la puerta y sale al exterior. Stan le sigue. Corren atravesando la calle y giran la esquina. La comisaría está tres calles más allá. El padre Merrill se refugia bajo un toldo y mira a Stan. A lo lejos le parece oír el sonido de disparos de escopeta.
—¿Estás en buena forma, Stan?
—La verdad es que no, padre.
—Yo salgo a correr todos los días. Me lo recomendó el médico y es útil. No sólo ayuda a mantener el físico. Despeja la mente.
—Sí, sí, sí —mira nervioso hacia los lados—. Pero larguémonos de aquí antes de que aparezcan.
—Corramos.
El padre Merrill echa a correr, siempre pegado a la pared. Stan le sigue, atento a cualquier ruido. Pronto, la distancia entre el sacerdote y él se incrementa, y Stan tiene que hacer un esfuerzo para mantener el ritmo marcado por el cura. Recorren las tres manzanas sin detenerse más. El parking de la comisaría está vacío, y Stan piensa que están de suerte. Siguen corriendo. Al padre Merrill le parece ver a alguien junto a la puerta, pero la lluvia cae con tanta fuerza que no le deja ver correctamente hasta que se encuentran a menos de veinte metros.
—¡Alto!
El padre Merrill frena, pero no tanto porque se lo hayan ordenado como por la impresión. El hombre que les apunta con una escopeta desde lo alto de la escalinata de entrada está desnudo. Completamente.
—¡No dispares! —grita Stan— ¡Estamos vivos!
El hombre baja la escopeta, y comprueban que se trata de Aidan Lambert. Al padre Merrill no le gusta ese hombre. Engloba en una sola persona demasiados pecados capitales. Tal vez todos.
—¡Vamos, entrad!
Stan le da un suave empujón al padre Merrill para que se ponga en marcha. Un momento después, están dentro de la comisaría y Zoe les entrega un par de toallas para que se sequen. El padre Merrill mira a su alrededor y ve a Russell, Richard, Andy y dos mujeres vestidas con uniforme de policía. Pero no parecen policías. Al padre Merrill le parecen prostitutas. Una de ellas, la que se presenta en ese momento como Parvati, lleva la camisa abierta por los dos últimos botones, dejando a la vista parte de sus voluminosos pechos.
—¿Cómo está, padre? —pregunta Zoe.
—Bien, hija, bien.
Detrás de él, Stan Marshall hace honor a su fama y emite un gruñido.