8

En cuanto Mark grita, Paula echa a correr, tal y como él ha dicho. Cruza la puerta de madera y ve al señor Jewel —su madre siempre le ha dicho que se mantenga alejado de él porque es un borracho y cuando Paula le pregunta qué es un borracho su madre le contesta que es alguien que bebe mucho alcohol y Paula no lo entiende porque sabe que su madre bebe alcohol con sus amigas— cruzar una puerta y cerrarla a su espalda. Paula corre hasta la puerta, intenta abrirla, el manillar no se mueve. Golpea la puerta.

—¡Abre! —grita, desesperada.

Entonces Mark la agarra del brazo y la empuja para que suba las escaleras que hay a su espalda.

—¡Corre, Paula! ¡CORRE!

Y Paula corre. Sube los escalones lo más deprisa que puede, movida por el pánico. Mark va detrás de ella, y los hombres que lanzan esos gruñidos y gritos están detrás de él, muy cerca. En un momento, Mark se da la vuelta y le lanza una patada al hombre que va en cabeza. Al caer, arrastra a los que tienen detrás, pero eso no les frena. Algunos se levantan, otros son pisoteados por los que van detrás. Porque todos quieren su porción de comida.

Paula alcanza el segundo piso. Mark apenas un segundo después que ella. El pasillo está cruzado por puertas a ambos lados pero no tiene salida por el otro lado, más que una pequeña ventana.

No tienen a dónde ir.

—¡Corre! —le ordena a la niña— ¡Comprueba todas las puertas!

Porque es lo único que pueden hacer. Mark se da la vuelta, dispuesto a darle todo el tiempo que pueda a la niña. Un grupo de muertos sube las escaleras, atropellándose los unos a los otros, extendiendo sus brazos hacia Mark. Su primer impulso es darse la vuelta y correr. No lo hace porque sabe que no hay ningún sitio al que correr. Mark se agarra al pasamanos de la escalera y espera a que el primero de esos seres esté a su alcance. Es una mujer. En otro tiempo debió ser guapa, pero ahora su rostro muestra una herida desde el pómulo izquierdo hasta el hombro, como un gran arañazo, y todo su pelo está revuelto y ensangrentado. Mark respira hondo y suelta el aire poco a poco, por la boca, tratando de ignorar los gritos y aullidos que lanzan en su dirección.

Lanza una patada directa al pecho de la mujer. Su pie la golpea con fuerza, lanzándola hacia atrás. Por un segundo larguísimo, los dedos de ella logran aferrar el pantalón de él, mientras cae y empuja a los que la siguen hacia atrás. Mark se aferra a la barandilla con todas sus fuerzas y vuelve a lanzar una patada. Impacta en la mandíbula de ella, que produce un doloroso chasquido al romperse, y finalmente los dedos de la mujer le sueltan y ella cae.

—¡Mark!

Paula ha encontrado una puerta abierta. Mark se da la vuelta. Los muertos son implacables y vuelven a la carga. Los dedos de un hombre están a punto de agarrar la camiseta de Mark. Él corre. Les oye a su espalda, y sabe que están cerca porque los ojos de la niña, que está medio asomada a la puerta están abiertos como platos y parecen gritar. Mark grita mientras corre, alcanza la puerta y salta al interior. Paula cierra a su espalda y Mark se lanza contra la puerta, para mantenerla cerrada con su peso.

Ha sido por muy poco.

Espero que no sepan abrir puertas, piensa. Y luego recuerda los velocirraptores de Parque Jurásico.

Un instante después, comienzan a golpearla con furia. Tampoco es que intenten abrirla, les vale con derribarla.

Ve que hay un pequeño pestillo. Alarga la mano y lo traba. Después vuelve a apartarse y mira hacia el interior de la habitación, buscando una salida. Están en un cuarto iluminado por una luz rojiza y decorado en tonos azules y naranjas. La cama está deshecha, y el cabecero tiene forma de corazón. Hay una caja de preservativos en la mesita de noche y un pequeño bote de aceite lubricante. Y un vibrador con forma de pene. Al otro lado hay una puerta abierta que da a un pequeño cuarto de baño. Al fondo de la habitación hay una ventana, cerrada.

Mark pasa junto a Paula, que está de rodillas en el suelo, y se acerca a la ventana. La abre y mira al exterior. Sonríe porque por primera vez en todo el día están de suerte, si es que a toda esa maldita situación puede asociarle una palabra así.

—Paula, ven —dice, admirando la escalera de incendios. No pasa justo junto a esa ventana. Hay un metro hasta ella. Un metro que Mark se ve capaz de superar. Más les vale.

Paula se asoma a la ventana con él. Mark le explica lo que van a hacer y ella asiente, sin decir nada. Entonces él saca una pierna por la ventana y se sienta en el borde. Se niega a mirar abajo y procura no pensar en los golpes y en los crujidos de la madera. Supone que no tardarán demasiado en romperla.

Le tiende la mano a Paula. Ella la agarra y se sube al marco de la ventana. Él le hace un gesto con la cabeza y, sin soltar la mano de él, extiende su otra mano hacia la escalera de incendios. Mark se estira con ella y un momento después, Paula lo consigue. Después, apoya también el pie, y, con un pequeño impulso de Mark, pronto la niña está agarrada del todo a la escalera.

—Sube —le dice Mark, poniéndose en pie y estirándose él también hacia la escalera.

La niña comienza a subir. Mark se agarra a la escalera y extiende el pie. Cuando ya tiene al menos dos puntos de apoyo, se lanza hacia la escalera. En el último instante, su mano resbala y Mark zarandea los brazos tratando de volver a encontrar el punto de apoyo, al tiempo que va inclinándose hacia atrás.

Su dedo índice se engancha en el último momento a la escalera, y Mark hace fuerza para volver a agarrarse con las dos manos. Se queda un momento allí apoyado, temblando y suspirando. Ha faltado poco.

Justo en el momento en que escucha un fuerte golpe en la habitación que acaba de dejar atrás, empieza a subir.

El Cuarto Jinete
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