1
A medida que el día termina, lo ocurrido en Castle Hill concluye también.
Ven, aún nos queda una última cosa por hacer antes de despedirnos por hoy, y hasta la próxima. Ha sido un día largo, pero hemos conseguido ser testigos de todo lo que ha tenido interés en esta crisis. No sé tú, pero a mí me han tenido en vilo algunas de estas personas. Pero no hablemos de eso ahora. Es tiempo de comprobar qué ha sido de los restos del naufragio.
El campamento militar montado a la salida del túnel tiene ya las dimensiones de cinco campos de fútbol. Antes de que nos digamos adiós, demos un paseo. Ven, sígueme. A estas horas, el último camión que saldrá de Castle Hill en dirección al campamento con un superviviente a bordo está a punto de llegar. Míralo, deteniéndose allí, junto a la barricada. De él descienden varios soldados, escoltando a Jason. Sé que cuesta reconocerle, en parte por la manta térmica que le han echado por encima de los hombros, pero también porque camina como si en realidad no estuviera aquí. ¿No te recuerda a los sonámbulos? Te lo aseguro, Jason apenas es consciente de lo que ocurre a su alrededor. En su mente, no deja de oír el grito lanzado por Carrie tras despertar de la muerte, su cuerpo abalanzándose hacia él, el crujido de la cabeza al golpearla con la piedra. No llora porque ya no tiene lágrimas que soltar. El soldado que se encuentra a la derecha le agarra del brazo para indicarle el camino de entrada a la gran carpa donde le inspeccionarán y quemarán sus ropas.
Ven, dejemos a Jason por el momento. El teniente Harrelson acaba de salir de la tienda de comunicaciones y camina con pasos ágiles y largos hacia la celda de reclusión. Se detiene a un metro de la verja.
—Agente Flanagan.
Patrick se acerca a la verja.
—¿Cuándo nos dejarán ver a la gente que han traído en los camiones?
—Ahora mismo, agente —asegura el teniente—. Voy a dejarles salir. Les pido, por favor, que no intenten abandonar el campamento de momento. Pero pueden dirigirse a aquella carpa —señala hacia la derecha—. Hemos colocado unas mesas para que puedan comer algo. Allí encontrarán a los supervivientes.
Patrick asiente, agradecido. El teniente le ordena al soldado de guardia que les libere, y el soldado abre la puerta. Patrick, Duck, Gabriel y los otros hombres que estaban con ellos, se dirigen hacia el comedor que les ha indicado el teniente Harrelson. Y nosotros les seguimos.
En el comedor reina el buen humor. Los supervivientes llevan todos las mismas ropas azules que parecen monos de trabajo. Al ver a Patrick, Zoe corre hacia él y le abraza. Hay mucha alegría, palmadas en la espalda, apretones de manos, saludos y preguntas. Podemos ver a Duck abrazar a Verónica y preguntarle cómo se encuentra. Y más allá, a Aidan y Stan contándoles a Patrick y a Gabriel lo que ha ocurrido. Hasta Stan Marshall parece feliz, y eso debería ser suficiente indicativo del ambiente que se respira en la carpa y lo que sobrevivir a una cosa como esa le hace a la gente.
Mark y Paula también están allí, sentados el uno al lado del otro y disfrutando de una buena sopa caliente. A Paula el mono azul le queda un poco grande y Mark le ha remangado la parte de arriba para que pueda comer. Paula es la única niña presente. Nadie tan joven ha sobrevivido. Pero mírales, porque son la imagen perfecta de la felicidad entre un padre y su hija. Y que no te quepa duda, Mark ya ha pensado en eso y sabe que, a menos que los padres de Paula hayan sobrevivido, pedirá la custodia de la niña.
Dentro de la carpa que hace las veces de comedor sólo hay una persona que no parece feliz. Puedes imaginarte quien es, pero puedes verle por ti mismo si miras hacia aquella esquina. Brad Blueman está sentado sólo en una mesa. Tiene un plato de sopa delante, pero aún no lo ha tocado. Tiene la mirada perdida y la expresión de quien ha visto derrumbarse todos sus sueños. Aún puede escribir el libro, eso lo sabe, y tiene una buena cantidad de fotos que harán que el libro sea un superventas. No tiene la menor duda de que acabará en el Top Cinco.
Incluso es posible que llegue a ser el libro más vendido al menos durante una semana.
Pero también sabe que no será Brad Blueman, el escritor famoso que sobrevivió a la tragedia de Castle Hill. Que va. Le perseguirá el estigma de ser Brad Blueman, el hombre que empujó a una joven para poder salvarse.
Y no está seguro de lo que prefiere, si mantenerse en el anonimato o ser señalado por la calle como un asesino. No importa que se diga a si mismo que está vivo gracias a lo que hizo, y que estaría muerto de no haberlo hecho. Da igual que trate de explicárselo al resto del mundo.
¿Alguien le apoyaría? ¿Alguien diría «¡eh, tiene toda la razón, lo hizo para sobrevivir!»?
Podemos apostar a que no.
Vamos, dejemos al grupo de supervivientes disfrutar de su momento y comer tranquilamente. Estoy seguro de que todos aprecian la sopa caliente después de las horas de lluvia que han soportado. Les hará entrar en calor y les sentará bien.
Junto al comedor, sentado en un tronco, podemos encontrar a Richard Jewel. Está fumando, mirando hacia el cielo. Neville habría disfrutado, si miras hacia arriba verás que hay una nube con forma de avión. Pero ya nunca más fotografiará nubes. Hay mucha gente que no volverá a hacer las cosas que les gustaba hacer, demasiadas vidas truncadas.
Si nos acercamos a Richard seguro que percibimos el aroma a alcohol de su aliento. Después de que le inspeccionaran, Richard le explicó su problema al soldado encargado de revisar su estado. Le rogó y suplicó por un único trago de Whisky. Le dijo que lo necesitaba porque si no se pondría peor. No mentía. Llegó incluso a ponerse de rodillas. El soldado se negó al principio, pero acabó cediendo. Le dio un único vaso, pero sirvió para calmar el ansia de Richard.
Se encuentra mucho mejor, es algo que puedes comprobar tú mismo.
Sigamos. Ahora nos dirigimos a la tienda de comunicaciones. Kurt Dysinger acaba de ser escoltado hacia esa tienda. Le han cosido la herida y le han puesto un vendaje de verdad, y aunque se encuentra ligeramente adormecido por la medicación, el Presidente ha insistido en hablar con él cuanto antes. Al entrar en la tienda, vemos que Kurt está sentado delante de una pantalla plana, esperando que se establezca la conexión. Junto a él, de pie en posición de descanso, está el coronel Bernard Trask.
Levanta los ojos cuando la pantalla se ilumina. Al principio, sólo se ve una pared blanca. El Presidente entra en la imagen un momento después. Kurt se pone recto en la silla.
—Doctor Dysinger, me alegro de que siga usted vivo.
—Gracias, señor Presidente.
—He leído su expediente, doctor. Parece usted un hombre extremadamente inteligente. Entre otras cosas, usted es el creador del Cuarto Jinete.
—Sí, señor.
—¿Cuántas muestras del virus hay?
Kurt respira hondo y piensa un momento.
—Señor Presidente —dice—. Guardábamos diez viales con muestras del virus en el laboratorio. Me han informado sobre los hechos, y ya sé que fue el sargento Deep quien provocó esto, pero desconozco cuántas muestras se vieron comprometidas.
—Junto a usted se encuentra el coronel Bernard Trask. Doctor Dysinger, le acompañará usted a la base militar y destruirá para siempre todas las muestras de este virus. El coronel Trask supervisará la operación. No quiero que esto vuelva a ocurrir nunca. ¿He sido claro, señores?
—Sí, señor presidente —responde Bernard.
Kurt asiente con la cabeza.
—Esto jamás debería haber ocurrido, señores —añade el Presidente—. El día de hoy ha sido trágico. Han muerto más de tres mil personas, y el más pequeño error podría haber condenado a todo el planeta. No sé qué demonios pretendía hacer el sargento Deep con esto, pero si el cuarto jinete llegara a caer en malas manos… Por dios, podría significar el fin.
—Estoy de acuerdo, señor.
—Bien. Quiero que me informen en cuanto se hayan deshecho de todas las muestras del virus. Inmediatamente, ¿de acuerdo?
—Sí, señor presidente.
—Buena suerte, señores.
El Presidente corta la transmisión. Kurt se gira para mirar al coronel Trask. La expresión de Kurt es la de un hombre que se siente responsable. A fin de cuentas, es su firma la que está estampada detrás del proyecto Cuarto Jinete, y por tanto, es su firma la que está estampada detrás de los más de tres mil muertos que ha habido hoy. Y tres mil muertos son mucha culpa que cargar. Una culpa que pesa como una losa.
—¿Está usted listo, doctor?
Kurt suspira y hace un gesto de dolor al levantarse.
—Sí —responde—. Cuanto antes acabemos con esto, mejor.
Bernard Trask abandona la tienda, seguido de Kurt. No hace falta que vayamos con ellos. Kurt cumplirá con su cometido y destruirá todas las muestras del Cuarto Jinete, y lo hará sin dudar un segundo. No es una creación de la que esté orgulloso. Cuando Bernard Trask informe al Presidente, esta le dará las gracias y el pésame por la pérdida de uno de sus hombres. Trask agradecerá ese gesto del Presidente. Para Kurt, lo más complicado será volver a caminar por los pasillos por los que anduvo con Sarah antes de que todo ocurriera. Jamás logrará borrar de su mente la imagen de los sesos de Sarah estampándose contra la ventanilla de su coche.
Salgamos. Ya no hay nada más que hacer aquí. Nuestro último destino, antes de despedirnos del todo, es la carpa con el logotipo de la cruz roja, concretamente el cubículo donde ahora se encuentra Jason Fletcher, en ropa interior. Delante de él, un soldado le apunta con una manguera. Puede que te suene, se trata del joven que no pudo evitar silbar al ver el cuerpo de Verónica Buscemi y se ganó una reprimenda por ello.
—Necesito que se quite el calzoncillo —dice el joven— y lo tire en esa bolsa.
Jason obedece, como un autómata. El soldado abre la manguera y ducha a Jason con la mezcla de agua y solución desinfectante. Jason se deja hacer. Es la viva imagen de la desolación.
Después de cerrar el agua, el soldado le da la toalla. Jason se seca despacio, sin prestar demasiado interés. Levanta los brazos cuando se lo dice el soldado, y mira al frente mientras el chico inspecciona su piel en busca de la mínima herida. Obviamente, no la encuentra, porque Jason no ha sufrido ninguna herida. El soldado le entrega ropa y le indica que ya puede vestirse. Después, abandona el cubículo dejando a Jason solo con su tristeza.
Si recuerdas, el Presidente ha comentado antes que incluso el más pequeño error podría haber ocasionado una catástrofe mucho mayor. Aquí tienes ese error, lo estás observando con tus propios ojos.
Han estado tan ciegos siguiendo la premisa de que el virus se propaga a través de mordiscos o arañazos, que no han tenido en cuenta otras posibilidades. No lo han hecho, porque en teoría no existen otras posibilidades. Aunque, si haces memoria, el propio Kurt Dysinger le advirtió a Verónica que no besara a Terence. Dijo «por si acaso» porque ni siquiera él estaba seguro de que pudiera ocurrir. Y si él hubiera estado al mando del campamento del teniente Harrelson, seguramente se habría ocupado de hacer que revisaran también la sangre de los supervivientes, que incluso les mantuvieran encerrados en cuarentena, para ver cómo progresaban. No le hubiera importado que en sus propios informes la saliva no figurara como potencial medio de infección. Y si Kurt hubiera estado más lúcido cuando fue guiado por el proceso de desinfección, tal vez lo habría mencionado, pero el dolor del hombro le nublaba la mente y sólo podía pensar en tomarse algo más fuerte que una aspirina. Hubiera aceptado morfina si se la hubieran dado.
Así es como se escribe la historia. Un pequeño error, una pequeña cosa que no se tiene en cuenta, y todo se va al traste.
Y ahora, Jason se viste y sale de la tienda siguiendo al joven soldado, sin que nadie sospeche que es una bomba andante. Vestido con su ropa azul, entra en el comedor. Al verle, Verónica le abraza con fuerza y le da un beso en la mejilla. Le dice que se alegra mucho de verle.
Jason le responde con un gracias que no tiene entonación ninguna. Verónica vuelve a abrazarle, pero después se aparta a un lado, para que Zoe también pueda abrazar al joven. Mientras lo hace, Aidan Lambert y Mark Gondry se acercan y le estrechan la mano. Aidan incluso le da una palmada en la espalda. Todos parecen felices de verle, pero la que más lo celebra, lanzando un grito de felicidad, es su tía Eliza. Le abraza y le besuquea la cara, y Jason se deja hacer.
—Jason —es Zoe quien le habla—. Cálmate antes de girarte, ¿de acuerdo?
Jason se da la vuelta. Al fondo, ve a Brad Blueman sentado en una mesa, solo, ante un plato de sopa que ya no está caliente, mirándole con pánico en los ojos. Jason da un paso hacia él. Zoe le agarra de un brazo. Aidan se pone delante de él para detenerle.
—Chico, no vale la pena —dice.
Jason mira a Aidan.
Aidan siempre se ha considerado un tipo duro, aunque luego no lo sea tanto, pero desde luego, nunca se ha dejado avasallar por nadie. Sin embargo, la mirada de Jason contiene un poco de locura y Aidan no puede evitar retroceder un paso. Jason aprovecha para seguir su camino, librándose de Zoe y Eliza también. Se detiene ante la mesa de Brad, que se ha encogido en el asiento, esperando la paliza que está por llegarle.
—¡Jason, no lo hagas! —le pide Eliza, que ha empezado a llorar.
Patrick Flanagan se acerca a Jason y se coloca a su lado. Mira hacia Brad.
—Jason, sé cómo te sientes —le dice, pero no lo hagas…
Jason le ignora. Se inclina hacia Brad, que se encoge aún más. Da la impresión de que incluso se hace pequeño.
—¿Tienes algo que decir? —pregunta.
Brad boquea, sorprendido. No comprende. Jason no se mueve. El resto de supervivientes, que se encuentran detrás de Jason, observan la escena en silencio. Mark siente la mano de Paula cogiendo la suya y mira a la niña. Ella le devuelve la mirada y añade una sonrisa. Mark le guiña el ojo.
—Lo… —Brad se traba. Respira hondo—. Lo siento.
—No creo que sea a mí a quien tengas que decirle lo siento.
La voz de Jason es suficiente para intimidar a cualquiera. Pero Brad, además, es el blanco de su mirada. Y la mirada de Jason es asesina.
—Lo siento, Zoe —dice—. Siento haberte empujado.
—Muy bien. ¿No crees que te falta alguien?
—¿Qué?
Jason estira la mano y agarra a Brad por el cuello de la camiseta. Brad suelta un grito agudo. Nadie le ve porque está sentado, pero en sus pantalones azules empieza a formarse una mancha de orina.
—Que te falta alguien, imbécil.
—No… no sé a qué te refieres…
—Carrie Spencer. ¿La recuerdas?
Los ojos de Jason destilan tanto odio que Brad empieza a temblar y a llorar, de forma incontrolable. Eso no hace que Jason le suelte, sino que se enfade aún más y le zarandee.
—¡Lo siento! —grita Brad—. ¡Lo siento mucho!
—Mírame, hijo de puta.
Brad levanta la vista. Está sollozando como un niño pequeño.
—No vales absolutamente nada —le espeta Jason, con los dientes tan apretados que las palabras parecen salir forzadas entre sus dientes—. Eres la mayor escoria que nadie pueda echarse a la cara. Y retorcería ese cuello tuyo con ganas, pero no lo haré. No pienso empañar la memoria de Carrie con tu muerte. Y prefiero que pese sobre tu conciencia.
Jason escupe a Brad en la frente y le suelta. Brad se queda temblando, incapaz siquiera de limpiarse. El resto de supervivientes acogen a Jason como si fuera un héroe, y Brad en realidad no entiende nada. Esas son las mismas personas que hubieran ahorcado al joven si la policía no le hubiera arrestado antes por lo de la granja de los Meyer. Pero tiene demasiado miedo, y se siente demasiado humillado como para decir nada.
Patrick Flanagan le observa durante un momento, y en sus ojos, Brad ve desprecio. No compasión, ni siquiera entendimiento, sino desprecio absoluto.
—¡Se ha meado encima! —exclama Paula.
Mark le dice que se calle y la coge en brazos. Pero Brad alcanza a ver la sonrisa que asoma a los labios del hombre. Se levanta, temblando, y sale de la tienda. No quiere que le vean llorar más.
Jason se sienta, y los supervivientes hacen piña a su alrededor y le llevan un plato de sopa. Eliza le pregunta si quiere algo de beber y le da un beso en la frente, maternal. La alegría y la dicha regresan al comedor. Mientras Jason come y se deja llevar por la pena que le aflige y de la que piensa que jamás podría librarse ni aunque viviera mil años, los demás van recuperando las conversaciones que habían dejado a medias.
A las 23:15, un convoy formado por seis camiones militares llevará a los supervivientes a la capital, para alojarles en un hotel mientras el proceso de limpieza de Castle Hill continúa. A la mañana siguiente, el Cuarto Jinete volverá a ponerse en juego y mostrará su verdadero potencial, atacando una ciudad grande. Nadie sabrá cómo empezó hasta que sea demasiado tarde. Tal vez ni siquiera entonces. Pero esa noche, todos caerán dormidos en cuanto toquen una cama. No todos dormirán plácidamente. Algunos se verán asediados por pesadillas donde los muertos regresan a la vida y les persiguen.
La verdadera pesadilla les espera al despertar.