5
Cualquier cosa le habría servido. Mark se siente estúpido por tener miedo a plena luz del día en un simple hotel de pueblo y está a punto de salir a la calle a acompañar a Neville, cuando oye algo a su izquierda, apenas un susurro que le pone toda la piel de gallina. Mark se gira hacia allí, y está a punto de gritar al ver a la niña pequeña que le observa con los grandes ojos azules abiertos de par en par. Está de pie, a unos metros de él, mirándole. Lleva un vestido de nido de abeja de color malva y el pelo, rubio, en dos trenzas a ambos lados de la cabeza.
—Ey, pequeña —dice, con su corazón aún sobresaltado por el susto.
La niña no contesta. Le mira, y por un momento, Mark tiene tiempo de pensar en todos los niños fantasmales y malignos que han poblado series y películas de televisión. Traga saliva sin darse cuenta de que lo hace. Entonces se da cuenta de que la niña tiene la cara sucia y los ojos enrojecidos por haber llorado. Y su expresión es de tristeza. O de dolor. Los niños a veces mezclan expresiones y las cruzan. Mark se agacha junto a ella.
—¿Qué te ha pasado? —pregunta, tratando de parecer amistoso.
—Mamá siempre me dice que no hable con extraños.
Mark asiente.
—Es un buen consejo. Nunca debes hablar con extraños ni aceptar nada de ellos. Me llamo Mark Gondry, y soy periodista. Encantado.
Le tiende la mano. La niña se la mira, con esa suspicacia de la que sólo son capaces los ojos de un niño. Extiende su pequeña mano con delicadeza hacia la de Mark.
—¿Ves? Ya no soy un extraño. ¿Cómo te llamas, pequeña?
—Paula —responde ella— ¿Qué es un peritista?
—Periodista —corrige él—. Son los que escriben las noticias para los periódicos o para la televisión.
—Aaaaah —Paula asiente con la cabeza, comprendiendo. Mark se fija en que tiene la cara llena de pecas, lo que le confiere cierto aura de dulzura, y una de sus rodillas está manchada de barro.
—¿Lloras porque te has caído? —le pregunta, señalando la rodilla.
Paula duda un momento. Después asiente enérgica con la cabeza.
—Kieran Probst me ha empujado. Es un niño muy malo —asegura, frunciendo el ceño— siempre le regaña el profe. Su papá es el dueño del peridico de aquí.
—¿Ah, sí? —Mark sonríe— ¿Y no deberías estar en clase, Paula?
—Hoy no tenemos clase. El profe se puso malo, de penditicis.
—La penditicis es muy dolorosa —asegura Mark, aguantando la risa— Sólo que se dice apendicitis, pero no pasa nada.
En ese momento, la puerta de la calle se abre. Neville entra de nuevo y sonríe al ver a Mark agachado frente a la niña.
—No veas el calor que hace ahí fuera —dice—. El tiempo se ha vuelto loco con toda esa cosa del cambio climático. Estamos en primavera, por dios.
—Paula —dice Mark, levantándose y señalando a Neville— Este es mi compañero Neville.
—¿Eso es un nombre? —pregunta ella.
—Mi apellido. No suelo decirle mi nombre a nadie.
—¿Por qué?
—No me gusta.
—¿Por qué?
Neville se encoge de hombros.
—Vamos a hacer una cosa. Te diré mi nombre si me ayudas con una cosa.
Paula abre los ojos, intrigada, y mira a Mark, como buscando aprobación. Este asiente, y la niña le imita, mirando a Neville.
—Verás, hemos venido aquí a buscar a un hombre, el señor Richard Sawyer. ¿Le conoces?
—El señor Sawyer. Sí.
—¿Sabes dónde está? ¿Le has visto?
Paula niega con la cabeza. Sus coletas se mueven hacia ambos lados con fuerza. Mark le pasa la mano por la cabeza, en un gesto de cariño.
—¿Y sabes si hay alguien que atienda en este hotel, o eres tú la jefa?
La idea de que ella pudiera ser la jefa le hace gracia a la niña, que se echa a reír. Neville mira a Mark con una sonrisa.
—El señor McMamara. No, —se corrige a sí misma y lo repite de forma lenta, cuidando de pronunciar cada sílaba— McNamara. Eso es.
—¿Y sabes dónde está el señor McNamara?
Paula vuelve a negar con la cabeza. Las coletas vuelven a zarandearse hacia los lados.
—Pero le he visto salir. Iba con otro hombre… ¡el señor Sawyer! ¡Era el señor Sawyer! Sí, iban a ver un cidente.
—¿Un cliente? —Mark la mira extrañado.
—No, no. Un accidente —repite la niña, pronunciando con claridad— así que yo he entrado para usar el servicio porque tenía ganas de hacer… —le da vergüenza lo que ha estado a punto de decir y se lleva la mano a la boca.
Mark mira a Neville.
—Si han ido al túnel a ver el accidente, tardarán un buen rato. Es lo que tienen los pueblos, ¿no? Todo es noticia —añade con tono burlón.
Ni Mark ni Neville, y mucho menos la pequeña Paula, tienen forma de saberlo, pero McNamara y Sawyer no han ido al túnel. Ambos estaban hablando en la puerta del hotel y han escuchado claramente el accidente que ha tenido lugar en la plaza del Rey. Allí es dónde se han dirigido. En realidad, ni Mark ni Neville, y mucho menos Paula, tienen manera alguna de saber que, en algunas zonas de Castle Hill, las cosas ya han empezado a desmadrarse. Si se hubieran encontrado en la calle, tal vez habrían escuchado los disparos lanzados en la plaza del Rey, aunque también es cierto que podrían haberlos confundido con petardos, como hizo demasiada gente en el pueblo. Por desgracia, muchos jóvenes utilizaban el Callejón de La Rosa para jugar con petardos y ese tipo de sonidos, en esa zona del pueblo, eran de sobra conocidos. Y allá en el túnel, a estas horas, Zack Thurston ya está muerto. Pero no pueden saberlo.
Mark le revuelve otra vez el pelo a la pequeña Paula, que de repente alarga la mano y le coge la suya. Mark la mira con asombro. Y el pensamiento que le cruza la cabeza es sencillo: Paula es un nombre bonito. Tal vez, incluso más que Sharon.
—¿Dónde están tus padres? —pregunta Mark.
Paula le mira, levantando la cara hacia él.
—Papá en el trabajo. Mamá en la plaza del rey. Pero me da miedo ir.
—¿Por qué?
La niña frunce el ceño.
—Kieran Probst está por ahí, y si me ve seguro que vuelve a empujarme. ¡Es un niño muy malo!
—Si veo al tal Kieran Probst le voy a dar una patada en el culo —asegura Mark, y ella se echa a reír.
Pero nunca tendrá la oportunidad de hacerlo. Kieran Probst ha sido de los primeros en morir. En ese momento, las tripas de Kieran es un chico muy malo Probst se encuentran esparcidas por la acera, cerca del quiosco de Stan Marshall, a donde se dirigía para comprar chucherías. Su bicicleta está tirada de cualquier manera junto a él, salpicada de sangre.
Mark se da cuenta de que es la segunda vez en el día que piensa en la posibilidad de tener hijos. Y, mirando a Paula, una niña que le resulta preciosa, dulce y hermosa, se pregunta si sería capaz. Nunca ha sentido la llamada de la paternidad, y se pregunta si podría tener algo más serio que un lío de oficina con Karen. Ella es hermosa, joven y agradable. Puede que él fuera algo mayor para ser padre, pero Karen se encontraba en una edad perfecta. Nunca habían hablado del tema, por supuesto. Pero Karen le gusta. Bastante, además. Se pregunta, por primera vez, si podría gustarle lo suficiente como para pasar con ella el resto de su vida, y se responde al instante que sí. Y se sorprende. Es la primera vez en su vida que siente eso sin que le abrume el peso de la responsabilidad o la edad. Lo único que siente es una sensación de vacío en el estómago, como de angustia, sólo que no está angustiado. Una sonrisa le asoma a la comisura de los labios. Quién lo iba a decir. Mark Gondry, el eterno soltero que huía de las relaciones como huiría de la peste, enamorado y dispuesto a pasar su vida con una mujer. Se sorprende, sí, pero también le asusta.
Le gustaría saber qué pensaría de todo eso Karen. A fin de cuentas, ella era la otra parte implicada en esa historia.
—Girando la esquina hay un bar. Podríamos esperar ahí —propone Neville.
Mark se encoge de hombros.
—¿Y tú qué vas a hacer? —le pregunta a Paula.
—Voy a llamar a mi mamá y que venga a buscarme. No quiero cruzarme con Kieran Probst.
Mark saca el móvil del bolsillo y se lo enseña a Paula. La niña sonríe, una sonrisa maravillosa y llena de dicha, y recita de memoria el número de teléfono de su madre. Mark marca y se lleva el teléfono al oído. Escucha el primer tono. Se dice que invitará a Karen a cenar en cuanto regrese a la ciudad al día siguiente. Escucha el segundo tono. Tal vez le compre un ramo de rosas y pida un buen vino. Escucha el tercer tono. Abrirá su corazón después del segundo plato, tal vez espere al postre y, si de algo está seguro, es de que pasará toda la cena temblando de nervios. Después del cuarto tono la llamada se corta. Mark mira el teléfono y niega con la cabeza.
—No responde.
Paula se encoge de hombros.
—Papá siempre dice que mamá lleva el teléfono de adorno y se enfada con ella porque nunca se entera de las llamadas.
Neville suelta una carcajada.
—Conozco a más de una mujer así —asegura.
—¿Y ahora qué hacemos? —le pregunta Mark a Paula.
Ella vuelve a encoger los hombros. Mark mira a Neville, interrogante, y el chico repite el gesto de la niña.
—Tendré que ir yo sola —dice, solemne— y espero no encontrarme con Kieran Probst. Es un niño muy malo.
—Bueno —dice Mark, y siente una punzada de tristeza por separarse de la niña—. Pues ha sido un verdadero placer conocerte, Paula.
Paula encoge los hombros de nuevo. Los tres se dirigen a la calle. Al abrir la puerta de cristal, Mark siente la bofetada de calor del exterior. No se había dado cuenta de lo agradable que era el vestíbulo.
—Qué calor —dice Paula, que ahora se encuentra entre ambos—. Apetece un refresco.
Mark y Neville sueltan una carcajada con la ocurrencia de la niña, que les mira sin comprender. Mark le revuelve el pelo una vez más, con cariño.
—Yo te invito a uno. Y, de paso, podemos llamar otra vez a tu madre. Tampoco me hace mucha gracia que una niña tan pequeña como tú ande sola por la calle.
—No soy pequeña —refunfuña Paula, cogiendo a Mark de la mano y a Neville de la otra.
Mark suelta una risa. Neville sonríe, pero parece preocupado. Mark le mira, tratando de averiguar qué le ocurre. Los tres echan a andar y giran en la esquina. A unos cien metros se puede ver el cartel de un bar en letras de neón que ahora están apagadas. Chester. Caminan hacia allí.
—¿Qué piensas, Neville?
Neville le mira, y cuando habla lo hace sin ser claro, pero señalando con la cabeza a la niña que camina entre ambos.
—A mí también me cae muy bien y sé que somos buenas personas, pero la gente de este pueblo podría interpretar esto de otra manera.
Mark no lo había pensado, pero lo cierto es que son dos extraños cogiendo de las manos a una niña pequeña. Se pregunta qué ocurriría si aparecía algún adulto y reconocía a la niña. Se pregunta qué pensaría él si aquella fuera su hija y se la encontrara caminando de la mano de dos desconocidos. Se dice que, para empezar, él no dejaría a una niña tan pequeña deambular a sus anchas, por muy pequeño que fuera el pueblo. Los Kieran Probst de este mundo no eran los que le daban miedo, de todas formas.
—Y además —añade Neville— creo que esta tarde lloverá.
Mark mira al cielo. Es cierto que han empezado a aparecer nubes, pero a él no le da la impresión de que vaya llover.
—Me tienes que decir tu nombre —dice Paula, mirando a Neville con esos grandes ojos.
—Sólo si prometes no reírte.
La niña le suelta la mano a Neville y hace una cruz sobre su pecho con los dedos.
—Lo prometo.
—Me llamo Donald, como el pato.
Paula se llevó la mano a la boca, para intentar no reírse. Neville sonríe y pone los ojos en blanco al tiempo que se encoge de hombros. Paula mira a Mark.
—¡Se llama Donald, como el pato Donald! —exclama, risueña.
Mark se ríe, y así, riendo y mirando a la niña, empuja la puerta del Chester y entra. Neville lo hace apenas unos segundos después, pero él no está mirando a Paula y comprende en qué tipo de bar se han metido en cuanto la puerta se cierra detrás de él. Se queda quieto, junto a la puerta, paralizado por el asombro.
—Eh… Mark…
Mark no le escucha. Está diciéndole algo a Paula, y ella ríe, alegre. Neville se fija en que hay un par de mujeres sentadas en una zona de sillones, y les miran, entre divertidas y asombradas. En la barra hay dos hombres, uno delante y otro detrás de la barra. Ambos les miran, también. Neville corre hacia Mark y la niña.
—¿Qué quieres tomar tú? —le pregunta Mark, antes de que él tenga la ocasión de abrir la boca.
—Eh, Mark, creo que este no es el sitio apropiado para ella.
Mark tuerce el gesto, no entiende a qué se refiere.
—¿Está usted loco o qué? Este no es lugar para una niña pequeña.
Mark gira la cabeza hacia la barra. Bulldog se ha plantado delante de él y tiene los brazos cruzados sobre el pecho. Mark sigue sin comprender, y gira la cabeza para mirar el resto del bar. La comprensión llega a él en el mismo momento en que todos los presentes escuchan con claridad la voz de Paula.
—¡Hala! ¿Por qué esa mujer va en bragas?
Mark abre los ojos por la sorpresa. En seguida, coge a Paula en brazos y le tapa la cara. Sus mejillas se han sonrojado por la vergüenza. Mira a Bulldog.
—Lo siento. Yo… no sabía.
Bulldog menea la cabeza. Más allá, la risa cascada de Richard Jewel hace que las mejillas de Mark se enciendan aún más. A Neville le entran ganas de reír también, pero no lo hace porque siente el peso de la vergüenza sobre él. Se gira hacia la salida, con Mark a su lado y Paula en brazos de Mark, cuando la puerta se abre de golpe y una figura de mujer asoma al otro lado.
Mark está demasiado azorado para darse cuenta, Paula tiene la cara tapada por la mano de Mark, nunca nadie ha conocido a Richard Jewel por ser el más avispado del lugar, Bulldog está meneando la cabeza y no aparta la mirada de Mark, las dos mujeres que están en la zona de los sillones están cuchicheando entre sí… así que es Neville el único que se da cuenta en un primer momento de que la mujer que se encuentra en la puerta tiene una herida en el cuello y toda su ropa está manchada de sangre. También tiene la cabeza ladeada y uno de sus brazos, el izquierdo, cuelga inerte junto a su cuerpo. Por esa razón, es el primero en hablar.
—¡Dios santo! —exclama—. ¿Está usted bien?
En apenas unos segundos, todos los presentes en el Chester fijan su mirada en la mujer de la puerta. Pero ha sido Neville el primero en hablar, y es a él a quien mira ella. Apenas unos segundos. Y después, se lanza a la carrera a por él.