Epílogo
Nueve días después, Yavtar, una vez más, guiaba su bote hacia el puerto de Akkad, aunque en esta ocasión llegaba pasado el mediodía en vez de en mitad de la noche. Capitaneaba una embarcación diferente, un fino velero recién adquirido, uno de los más grandes que surcaban el río. Contaba con una brillante vela blanca de dos veces la altura de un hombre, con un largo remo para timonear que se extendía desde la proa y una tripulación de dos hombres y un muchacho. La carga de Yavtar también era otra: en vez de cejijuntos guerreros con sus armas, llevaba pasajeros y mercaderías.
Sólo un lugar quedaba libre en el puerto de Akkad, y otro bote, proveniente de río arriba, también quería amarrar. Las maldiciones de Yavtar se oyeron en la distancia cada vez menor que separaba ambas embarcaciones, ambos capitanes deseosos de amarrar. Los dos veleros estuvieron a punto de chocar antes de que el capitán del otro velero se diera por vencido, tanto por los gritos de Yavtar como por el estandarte del clan del Halcón que ondeaba en el mástil.
Los remos brillaron mojados en la burbujeante corriente al reflejar la luz del sol, enfrentándose a la fuerza del río a medida que la embarcación se acercaba a la orilla. Con un último y frenético esfuerzo de los remos, el bote de Yavtar llegó a puerto, cumplida su jornada.
Yavtar resopló satisfecho cuando su nueva nave golpeó contra el muelle, segura por fin frente a los movimientos del río. Uno de los tripulantes saltó hábilmente a la plataforma y ajustó las amarras de proa y popa a los pilotes. Los otros tripulantes arriaron la vela y la ataron al mástil, despejando el área para desembarcar pasajeros y mercancías.
Habiendo cumplido con éxito su último viaje, Yavtar tenía intención de emborracharse como era debido durante unos días, mientras disfrutaba de su botín de guerra. La gran batalla para liberar Akkad había resultado lucrativa para el viejo marino. Sólo él entre las fuerzas de Eskkar que entraron en Akkad lo había hecho con un saco lleno de oro: era el pago, por adelantado, por el uso de sus barcos y el transporte de los soldados. El día siguiente a la batalla, mientras la mayoría de los soldados llenaban las tabernas y se regocijaban por la victoria, Yavtar había visitado los alrededores y utilizado su riqueza para comprarse una granja de buen tamaño a unas pocas millas de la ciudad. Después había cambiado uno de sus dos barcos —más una pila de monedas de oro y plata que había conseguido robar sin que lo notaran a un egipcio muerto en la torre— por la soberbia embarcación que ahora capitaneaba. Al menos, la guerra había hecho de Yavtar un hombre rico.
—Seguro y a salvo, un viaje tranquilo, tal como prometí —dijo Yavtar, su voz vibrante de orgullo.
—Es verdad, maestro barquero —dijo Alexar, de pie en la proa de la nave e intentando no molestar a la tripulación—, pero en lo que a mí respecta, prefiero viajar a caballo, o incluso caminar.
—Entonces eres un tonto —dijo Yavtar, con una sonrisa que atenuaba sus palabras—. Te veré esta noche en el local de Zenobia. También podrás pagar el vino. —Saltó con agilidad al muelle y buscó al encargado para declarar la carga y completar su negocio. El muelle, repleto de gente comerciando a aquellas horas de la tarde, estaba más concurrido que nunca desde la toma de la ciudad por parte de Korthac. Yavtar había comprado dos docenas de sacos de grano mientras estaba en Bisitun y esperaba venderlos a buen precio, un magnífico complemento a la generosa paga que el señor Eskkar le había ofrecido por el alquiler del bote.
Alexar, sacudiendo la cabeza, vio cómo Yavtar desaparecía en un torbellino de actividad. Por un momento ignoró a la multitud de curiosos que disfrutaban del espectáculo del río y a los hombres que trabajaban, y se encaminó hacia la muralla y la entrada de la ciudad. Desde allí no se veía rastro alguno del conflicto. La batalla parecía algo ya olvidado.
Alexar había vivido en Akkad durante los últimos dos años; realizaba cualquier tarea que pudiera encontrar, y con más frecuencia de la deseable había tenido muchas veces que irse a dormir hambriento. Cuando Alur Meriki atacó la ciudad, se sumó a los soldados de Eskkar, tanto para asegurarse la comida como para pelear contra los bárbaros. Para su sorpresa, Alexar descubrió que ser soldado le agradaba; entrenó diligentemente y escuchó lo que le decían sus instructores. En poco más de seis meses había pasado de recluta a soldado y después a capitán de decena y ahora estaba en la cómoda posición de lugarteniente, uno más de los que recibían órdenes directamente del señor Eskkar, y era miembro del clan del Halcón.
Como muchos de sus hermanos del clan del Halcón, Alexar había recorrido muchas tierras antes de recalar en Akkad. Ahora consideraba la ciudad su hogar y nunca dejaría sus calles tumultuosas y ruidosas, siempre rebosantes de actividad. A diferencia de las otras villas que había visto, lugares agobiantes en donde la mayoría de la gente luchaba aunque no fuera más que para sobrevivir, aquí en Akkad un hombre podía mejorar su vida, hacer planes para el futuro y tal vez dejar algo para la posteridad. Fuera lo que fuese lo que los años trajeran, seguiría el camino de Eskkar, le llevara adonde le llevase.
En aquel momento, sin embargo, Alexar siguió el ejemplo de Yavtar. Él también saltó a tierra, agradecido de contar con algo sólido bajo sus pies, y luego miró hacia el bote en busca de quienes estaban a su cuidado.
—Arriba, entonces —dijo un tripulante mientras guiaba a Lani por la angosta tabla que había colocado el muchacho del navío y que conectaba el bote con la orilla.
Alexar extendió la mano y tomó la de Lani mientras ésta avanzaba con cuidado sobre la plancha.
—Gracias —dijo Lani al poner pie en el muelle.
Alexar repitió el proceso con Tippu, quien miró nerviosa a los ruidosos pobladores. Después de que ambas mujeres desembarcaran, se relajó por primera vez desde que partieran de Bisitun, agradecido de que el viaje hubiera terminado.
El primer recado de Alexar después de su ascenso a lugarteniente lo había llevado a Bisitun. Eskkar le había pedido que escoltara a Lani y a su hermana hasta Akkad en cuanto encontrara una embarcación adecuada. El sencillo encargo le había dado a Alexar la posibilidad de descansar unos días. Sabía que sus nuevas responsabilidades en Akkad pronto le ocuparían todo el tiempo. Eskkar tenía un ejército que reconstruir y una ciudad que defender, y Alexar sabía que esperaban mucho de él.
Los dos soldados que lo acompañaron río arriba siguieron a las dos mujeres, cada uno cargando con un gran saco de lienzo que contenía las pertenencias de las mujeres además de con sus armas. Los tripulantes, siempre solícitos, alcanzaron desde el lateral del bote el último equipaje de Alexar: una caja de buen tamaño con un gato de aspecto miserable que siseaba indignado por su ignominiosa situación. Tras una plegaria de gracias a los dioses del río por su llegada sin contratiempos, Alexar condujo a la pequeña comitiva lejos del muelle.
El viaje río abajo desde Bisitun había transcurrido sin incidentes, pero así y todo había llevado tres días, y Alexar estaba ansioso por entregar su encargo en casa de Eskkar y comenzar su nueva tarea.
Después de haber concluido su trabajo, Alexar también pensaba en pasar el resto del día y la noche bebiendo en la casa de placer de Zenobia. Por primera vez en su vida, tenía suficiente oro en la bolsa para pagar por los exóticos servicios que suministraban las muchachas de Zenobia. Ésta apenas había abierto su establecimiento cuando Korthac se apoderó de la ciudad, y sus egipcios se hicieron con el establecimiento para su gratificación. Takany, uno de los lugartenientes de Korthac, había obligado a Zenobia a servirlo, antes de acostarse con la mayoría de las otras muchachas. Alexar había encontrado al segundo al mando muerto en el patio de Eskkar con una flecha de Mitrac clavada en el vientre.
A pesar de todo el caos, Zenobia había, de algún modo, reabierto su casa de placer al día siguiente de la llegada de Eskkar, después de reunir a sus muchachas y pasar un día limpiando el establecimiento del «hedor egipcio». Ése fue el mismo día que el concejo ordenó la tortura para Korthac y los traidores, y Alexar había estado al mando de los soldados que custodiaban al egipcio. Zenobia, acompañada de tres de sus muchachas, se había sumado al coro de los que denunciaron a Korthac, aunque ella y sus jóvenes hubieran preferido torturar a Takany. Una de las muchachas, una belleza de cabellos castaños llamada Malika, guiñó un ojo al recién ascendido Alexar, por lo que esa noche visitó a Zenobia por primera vez. Malika lo tuvo despierto casi toda la noche, y por la mañana llegó al muelle justo antes de que Yavtar partiera, con su bolsa considerablemente más liviana tras disfrutar de la buena comida, el buen vino y la energética y placentera compañía de Malika.
Pensar en Malika le llevaba a acelerar el paso. Cuanto antes entregara a sus pasajeras, más pronto podría valerse de sus servicios.
En la ribera del río, una vieja mujer estaba sentada a la sombra de la muralla y observó cómo desembarcaban los pasajeros. Durante dos días, Uvela había esperado allí, observando a los botes ir y venir, una tarea lo suficientemente agradable que le encargara la señora Trella. La hija de Uvela, Shubure, pasaba por allí de vez en cuando, para hacerle compañía. Uvela estaba orgullosa de Shubure, la primera persona en Akkad en reconocer a Trella como cabeza de la casa de Eskkar. Shubure, ahora embarazada y casada con un próspero comerciante, seguía trabajando en secreto para señora Trella, reuniendo información.
Uvela nunca había visto a las dos mujeres que caminaban juntas, cogidas de la mano y mirando a su alrededor, fascinadas por toda la actividad. Sin embargo, reconoció el emblema del clan del Halcón en el hombro de Alexar y supo que ésas debían de ser las pasajeras que la señora Trella aguardaba. Antes de que Alexar y los suyos llegaran a la puerta, Uvela se cruzó en su camino.
—Buenos días, capitán Alexar —dijo con una reverencia, con la voz un poco temblorosa. Un pañuelo intentaba cubrir los largos cabellos grises flotando en torno a su rostro, pero sus ojos vivaces compensaban con creces su débil voz—. Mi nombre es Uvela. ¿Son estas las mujeres de Bisitun que ha llamado el señor Eskkar?
—Sí, anciana —respondió cortésmente Alexar, sorprendido de que alguien en el muelle estuviera al tanto de sus asuntos—. ¿Por qué me lo preguntas?
—La señora Trella ha preparado un sitio para ellas. He de llevarlas allí.
Alexar examinó con más atención a la mujer. Nunca antes la había visto, pero supuso que debía de ser una de las muchas mujeres al servicio de la señora Trella.
—Entonces te seguiremos, anciana —dijo Alexar, haciendo un gesto con la cabeza. Siguió a Uvela a través de la puerta del río hacia la ciudad de Akkad, con las mujeres y los soldados detrás de él.
Caminaron por las serpenteantes y angostas callejuelas, pasando por la zona de los barracones antes de llegar a la parte más elegante de la ciudad, al lado de la casa de Eskkar. A medida que se acercaban, Alexar pensó que Uvela iba a llevarlos directamente a casa de Eskkar. Pero a unas pocas puertas de distancia la anciana dobló hacia la izquierda en vez de a la derecha y entró en un patio cerrado. Un joven y aburrido soldado montaba guardia junto a la angosta puerta. Sonrió a Uvela, luego se puso firme y saludó respetuosamente a Alexar cuando lo reconoció. Entraron entonces en un jardín privado, perfumado con jazmines y apenas lo suficientemente grande para albergar a los seis presentes. A pesar del diminuto jardín, Alexar sabía que ésta debía de ser una de las mejores casas en Akkad. No vio que contara con un aljibe privado, pero ese inconveniente menor no disminuía la calidad de la casa. En esa zona de Akkad, donde las viviendas escaseaban y eran caras, las mujeres a su cargo disfrutarían de la comodidad del barrio.
Alexar dejó la jaula y despidió a sus hombres; escoltó a Lani y a Tippu hasta la casa, cargando sus posesiones y depositando los fardos en los cuartos que Uvela indicó. La residencia, de regular tamaño y una sola planta, poseía cuatro pequeños dormitorios que daban a un cuarto común de buen tamaño.
—Adiós, Lani y Tippu —les dijo—; ahora debo ir a informar al señor Eskkar.
—Mi hermana y yo te agradecemos la ayuda, Alexar —dijo Lani—. Has sido más que amable. Que los dioses te protejan.
—El señor Eskkar no está en la ciudad —aclaró Uvela—, pero a estas horas el capitán Gatus debe de estar todavía en la casa del concejo.
—Entonces allí he de hallarlo. —Alexar hizo una reverencia a todos y desapareció en dirección al jardín.
—Éstas serán vuestras habitaciones —comenzó a decir Uvela tan pronto como Alexar partió mientras señalaba dos cuartos adyacentes, los más alejados del área de la cocina—. Sugiero que escojas el más grande, Lani.
Entonces Uvela sabía a quién había elegido Eskkar. Lani se preguntó qué más sabría la gente sobre ella y Tippu.
—Esta casa pertenece a la señora Trella —continuó Uvela—, y está reservada para las visitas importantes y los invitados. Uno de los cuartos está vacío y el otro lo ocupa un comerciante del sur. Éste partirá en unos pocos días, por lo que tendréis la casa para vosotras solas. La señora Trella me pidió que recibiera vuestro navío, os trajera aquí y os ayudara con lo que necesitéis.
—Eres muy amable, Uvela —agradeció Lani cortésmente—, pero lo que ambas necesitamos más que nada es un baño, si es que tal cosa es posible. Hemos viajado en compañía de hombres durante más de tres días.
Uvela asintió comprensiva. Viajar, para las mujeres, seguía siendo un asunto difícil y peligroso, incluso si viajaban en barco.
—Lo mejor es bañarse en el Tigris. —Cogió dos mantas de una pequeña mesa junto a la cama—. Dejad vuestras cosas aquí, estarán seguras. Siempre hay un guardia y ningún ladrón se atrevería a tocar una propiedad del señor Eskkar. Seguidme.
—El gato —dijo Lani—: El señor Eskkar pidió que lo trajéramos. ¿Sería posible dar algo de comida y agua a la pobre criatura? Ha estado enjaulado durante todo el viaje.
Uvela asintió.
—Se lo diré al guardia. Pero sería mejor mantenerlo en la jaula unos días más, hasta que se habitúe a su nuevo entorno y conozca su nueva casa. —Le comunicó al guardia lo que necesitaban y luego salieron del jardín.
Mientras las tres mujeres caminaban hacia el río, Lani observó las calles abarrotadas, repletas de gentes y animales, todos atareados en sus asuntos. Nunca había visto una ciudad tan grande.
—¿Cuánta gente vive aquí, anciana?
—Dicen que ahora son casi cinco mil —respondió Uvela, moviéndose con seguridad entre la multitud.
Lani quería saber más sobre Akkad, pero eso podía esperar hasta más tarde.
—¿Cuánto tiempo llevas sirviendo a la señora Trella?
—Desde que ella vino a vivir aquí, Lani. Entonces la ciudad se llamaba Orak. Mi esposo falleció, mi única nieta enfermó y no teníamos con qué pagar al sanador. Ni siquiera podíamos comprar alimentos. La señora Trella envió a un sanador y pagó la cuenta. Gracias a ella, mi nieta se recuperó.
—La señora Trella debe de ser una gran señora. ¿Ayuda a muchos en la ciudad?
Uvela aminoró el paso y se volvió para mirar a Lani a los ojos.
—Ella cuida de quienes son sus amigos. Quienes no lo son prefieren marcharse.
«Está muy claro», pensó Lani; pero aún tenía otra pregunta.
—¿Y dónde se encuentra hoy el señor Eskkar?
—El señor Eskkar ha salido a cabalgar con algunos soldados esta mañana. —Uvela se percató de la decepción en el rostro de Lani y suavizó sus siguientes palabras—: No sé dónde está, pero creo que esperan que vuelva esta noche o mañana.
Lani sintió que su hermana le agaraba la mano. Sólo necesitó una ojeada a Tippu para darse cuenta de lo que quería.
—Uvela, ¿sabes algo de Grond, el guardaespaldas del señor Eskkar? Mi hermana… Nos enteramos de que lo hirieron en la contienda.
Alexar sabía que Grond había sido herido, pero sólo pudo comunicarle a Tippu que Grond seguía vivo cuando él salió hacia Bisitun.
Uvela pudo ver la preocupación en el rostro de Tippu.
—Grond perdió mucha sangre, pero se está recuperando de sus heridas. El sanador ha dicho que Grond se curará más pronto lejos de la ciudad, por lo que el señor Eskkar lo ha llevado a la granja del noble Rebba para que se recupere. Está a poca distancia de la ciudad —añadió Uvela—, y estoy segura de que podríais ir de visita mañana, si así lo queréis.
—Gracias —dijo Tippu, claramente aliviada, pero todavía aferrando la mano de Lani.
Para entonces ya habían alcanzado la puerta del río. Una vez atravesada, Uvela se dirigió hacia la izquierda, lejos de los muelles tumultuosos, y guió a las mujeres a unos doscientos pasos río abajo. Allí el Tigris trazaba una curva, fuera de la vista de los muelles, y una suerte de piscina, rodeada de arbustos que marcaban los límites del área reservada a las mujeres, suministraba un lugar relativamente privado para bañarse. Media docena de mujeres estaban de pie en el agua aseándose con sus niños, y algunas lavaban ropa. Nadie prestó particular atención a Uvela ni a sus acompañantes.
Dejando a Uvela en la orilla, Lani y Tippu se quitaron las ropas y entraron en el agua. Ambas muchachas sabían nadar, pero, obedeciendo la advertencia de Uvela, permanecieron cerca de la orilla y dentro de la piscina. Cuando terminaron su aseo, Uvela las ayudó a secarse con las mantas.
Después de que las hermanas se vistieran, Uvela las condujo de regreso a la casa. Lani se dio cuenta de que nunca podría haber encontrado el sitio por sí misma. Su mente no alcanzaba a darse cuenta del tamaño de Akkad en tan corto tiempo.
—Ambas debéis permanecer dentro hasta que os convoquen —dijo Uvela—. Yo regresaré pronto. —La anciana partió, pero aún se detuvo en la entrada para hablar con el guardia.
Entonces serían convocadas. Lani lo esperaba. Dondequiera que estuviera Eskkar, Lani se dio cuenta de que ella y su hermana estaban bajo el poder de la señora Trella. Durante semanas había preguntado por Akkad, Eskkar y, por supuesto, Trella a aquellos con los que se encontraba. Todos los informes sobre Trella la describían como mujer justa y decente, y más que unos pocos la definían como la verdadera autoridad de la ciudad.
Pronto Lani, la nueva concubina de Eskkar, sería presentada a la segunda persona más poderosa de la ciudad. Lani no creía que la esposa de su amante fuera a recibirla con los brazos abiertos.
Sin embargo, ella y Tippu necesitaban aprovechar el tiempo. Utilizando vigorosamente otras mantas que Lani encontró en la casa, se secaron los cabellos, y Tippu hizo uso del gran peine de madera para acicalar las castañas trenzas de su hermana. Lani se vistió con sus mejores ropas, las que había lucido la primera noche para Eskkar.
De su bolsa, Lani extrajo un tarro de ocre, y Tippu y ella se aplicaron esa sustancia en los párpados. Otro frasco les suministró perfume a ambas y un pequeño saco las proveyó de unas hojas de menta que ambas masticaron para endulzar el aliento. Lani se puso un sencillo anillo en cada mano y un broche de oro en el cabello.
Tippu examinó a su hermana y decidió que estaba preparada. En cuanto a Tippu, muy poca ayuda necesitaba para aumentar su belleza.
Terminaban sus preparativos justo cuando oyeron la voz de Uvela, que hablaba con el guardia. Lani vio el temor en los ojos de Tippu.
—No te preocupes, Tippu —dijo Lani—. Suceda lo que suceda, Eskkar se asegurará de que estés a salvo con Grond.
—¿Y tú? ¿Qué pasará contigo?
—Sucederá lo que tenga que suceder —respondió Lani, tratando de parecer más convincente de lo que se sentía—. Recuerda que Eskkar nos ha llamado.
En ese momento Uvela entró en el cuarto.
—La señora Trella desea veros —anunció Uvela—. Os llevaré hasta ella.
Lani no supo qué decir, por lo que se obligó a sonreír.
Mientras caminaban por la calle, los hombres, posaban los ojos en ellas, admirando su belleza y preguntándose quiénes serían esas mujeres desconocidas. Bastaron unos pocos pasos para llegar a los patios de la casa de Trella. Lani no pudo dejar de admirarse del tamaño de la casa, casi oculta detrás de un muro más alto que ella misma. Dos soldados custodiaban la gran puerta de madera. Recientemente pintada y decorada, se abrió para ellas, y entraron a un gran jardín que parecía poder albergar a unas cincuenta de personas.
Uvela hizo un gesto señalando la casa principal. Entraron en una gran sala comunal que estaba vacía, salvo por dos sirvientes que las miraron con curiosidad. Lani contempló maravillada las escaleras que conducían al piso superior. Nunca había entrado en una casa con dos plantas.
En fila india, Lani y Tippu siguieron a Uvela por las escaleras hasta una habitación espaciosa y ventilada donde había dos hermosas mesas talladas y media docena de sillas. Tres de las paredes habían sido recientemente revocadas con un suave color blanco que descansaba la vista, mientras que la cuarta pared, con una puerta que conducía a otra habitación, estaba pintada de un pálido color azul. Dos mujeres estaban sentadas a la mesa mayor, de espaldas a la segunda puerta, esperando.
Por un momento, Lani no pudo creer lo que veía. La joven de cabellos oscuros parecía tan joven que a Lani le resultó difícil creer que fuera la señora Trella. Ni siquiera parecía tener la edad de Tippu.
La señora Trella llevaba sólo una cinta de plata en sus cabellos, pero su vestido era de un tejido tan suave como el que vestía Lani, de un color púrpura oscuro que resaltaba los cabellos y la piel. No llevaba maquillaje alguno, ni anillos, ni brazaletes, pero sus trenzas habían sido peinadas y cepilladas hasta brillar como ondas que le caían en cascada por los hombros y los rotundos pechos. Trella se puso de pie cuando las tres mujeres se acercaron a la mesa.
—Gracias, Uvela, bien hecho. Espera abajo, por favor.
Trella volvió a sentarse, pero no ofreció asiento a sus invitadas. Lani comprendió que el gesto de respeto había sido dirigido a Uvela, y no como saludo a sus visitantes. La voz de Trella sorprendió a Lani. No era la voz de una niña, sino la de una mujer adulta, con la fuerza y el hábito de dar órdenes.
Uvela salió del cuarto y cerró la puerta.
Lani sintió la mirada de Trella fija sobre ella. La líder de Akkad se tomó su tiempo, examinándola detenidamente antes de hacer lo propio con Tippu, inspección esta que llevó apenas unos momentos. Trella volvió sus ojos hacia Lani.
—¿Tú eres Lani, de Bisitun?
Lani hizo una reverencia respetuosa.
—Sí, señora Trella, y ésta es mi hermana, Tippu. Quisiéramos darle las gracias por las habitaciones que nos ha preparado.
Por primera vez Lani miró directamente a Trella a los ojos y se dio cuenta de que no era una niña la que estaba frente a ella. El rostro de Trella no reflejaba emoción alguna. En cambio, Lani vio allí fuerza y poder, pero ningún rastro de lo que podía estar pensando. Y tuviera la edad que tuviese, los ojos de Trella anunciaban que ella lo veía todo y todo lo sabía.
Trella hizo caso omiso de la cortesía.
—Ésta es mi amiga y consejera Annok-sur. Es la esposa de Bantor, capitán de la puerta. —Annok-sur no se puso de pie, sino que hizo una mínima inclinación de cabeza—. Todavía se está recuperando de una herida que recibió durante la contienda.
Haciendo una reverencia a Annok-sur, Lani no vio allí bondad alguna, sólo determinación y dureza. Recordaba la historia que había oído contar a Alexar sobre la lucha que había tenido lugar en la casa, en esa habitación. También Annok-sur se había enfrentado a los usurpadores. Lani miró a su alrededor en busca de señales de la lucha, pero no quedaba rastro alguno. Korthac había sido herido y capturado en ese mismo lugar.
—He sabido que hubo una gran lucha en la casa de Eskkar. Alexar dijo que la señora Trella también había sido herida.
Trella sonrió brevemente.
—Sí. Ya me han apuñalado dos veces desde que llegué a Akkad. Pronto tendré tantas cicatrices en el cuerpo como Eskkar.
Lani no vio rastros de herida alguna, pero el holgado vestido de Trella poco revelaba, aunque parecía algo pálida. Alexar había comentado que la señora Trella había perdido mucha sangre durante el parto, además de por la herida. Así y todo, la batalla había concluido hacía diez días y ambas mujeres habían tenido tiempo de sanar. Lani comenzó a hablar, pero el tenue llanto de un bebé, en otra habitación, la interrumpió.
Annok-sur se puso de pie, haciendo un gesto de dolor al levantarse.
—Yo me ocuparé del niño, señora Trella. —Pasó por detrás de la silla de Trella y fue a la otra habitación.
—Permítame felicitarla por el nacimiento de su hijo, señora Trella.
Trella aceptó el cumplido con otra breve sonrisa.
—Sargón crece cada día más fuerte. Traerá honor a su padre, estoy segura.
Por un momento, se volvió hacia el otro cuarto, pero el llanto se detuvo, así que volvió a mirar a las hermanas.
—Eskkar me ha relatado tus infortunios, Lani, y los tuyos, Tippu —dijo reconociendo por primera vez la presencia de la hermana menor—. Ambas habéis sufrido mucho a manos de villanos, y me alegra que Eskkar haya podido libraros de vuestro cautiverio.
Lani bajó la mirada ante la mención de su pasado, pero pronto volvió a alzarlos.
—El señor Eskkar nos liberó de… nuestros captores y nos protegió de la ira de los vecinos. Le debemos la vida.
—Parece que has pagado bien su favor, Lani. Me he enterado de tus… actividades hace algunas semanas.
Lani alzó la cabeza algo más.
—No lamento lo que he hecho, señora Trella. El señor Eskkar se enfrentó a una dura batalla. Necesitaba de alguien que se ocupara de él y de la casa. No es tan extraño que quisiera una mujer para confortarlo.
Trella suspiró y apretó los labios por un momento.
—Una mujer que lo reconfortara es algo que puedo entender, Lani, pero de algún modo te las has ingeniado para hacer algo más que eso. Sin mencionar que le has salvado la vida.
Así pues Trella sabía de la pelea en Bisitun. Lani sacudió la cabeza.
—Fue muy poco lo que hice, señora Trella. Caí al suelo cuando uno de sus atacantes tropezó conmigo.
—Eskkar lo cuenta de modo diferente. También me ha dicho que le importas.
A Lani le recorrió un escalofrío al oír esas palabras.
—Como me importa él a mí, señora Trella. Salvó más que nuestras vidas. —Lani se mordió el labio, y luego decidió que más le valía decir lo que pensaba—. Él la ama a usted, señora Trella. En cuanto se enteró de podía estar en peligro, no tuvo pensamientos para nada ni nadie más. —Hizo una pausa—. A mí nunca me ha dicho que me ama.
—¿Y qué es lo que tú sientes por mi esposo, Lani? ¿Buscas tan sólo su protección? ¿Tal vez quieras a alguien que te dé consuelo durante la noche? ¿O lo amas?
—Cuando estaba con Ninazu me juré que, si llegaba a escapar, nunca dejaría que un hombre volviera a tocarme. Cuando los soldados llegaron y pedí clemencia, el señor Eskkar me miró, como un hombre mira a una mujer. Pero en vez de violarnos, a mí o a Tippu, o entregarnos a sus hombres, nos protegió. Eso me sorprendió, señora Trella: que un gran guerrero pudiera desear a alguien, pero sin aprovecharse de su debilidad. Así que fui a él, para servirlo y… él estaba cansado y sucio…, y de algún modo supe que él era distinto… a los demás.
Su voz se perdió y Lani se dio cuenta de que estaba evitando responder la pregunta de Trella. Alzó el mentón y respondió firme:
—Sí, señora Trella, amo a su esposo.
Vio que Trella sacudía la cabeza, como incrédula, pero después sonrió, y por primera vez su rostro mostró la calidez de una mujer joven.
—Un hombre debería ser algo más que un animal, ¿no es así, Lani?
Lani se sintió confundida, tanto por la sonrisa de Trella como por sus extrañas palabras.
—No comprendo, señora Trella, yo…
—No, claro que no. Pero yo comprendo, Lani. Yo también tuve esos mismos sentimientos por Eskkar. Creo que es el bárbaro que hay en él lo que lo hace atractivo a las mujeres. El salvaje guerrero a caballo respeta, tal parece, a las mujeres más que los habitantes de la ciudad, quienes nos parecen más crueles y duros que cualquier bárbaro.
Annok-sur regresó, y dejó la puerta parcialmente cerrada para que la conversación no despertara al niño.
—Sargón está dormido, Trella, pero creo que pronto necesitará que le des de comer. —Miró fijamente a Lani, pero no dijo nada.
Los ojos de Trella brillaron ante la idea de alimentar al niño.
—Pronto terminaremos, Annok-sur. —Después se volvió hacia Lani—: ¿Tienes hijos, Lani?
La pregunta cogió a Lani por sorpresa.
—No, señora Trella. Ishtar nunca me ha bendecido con un hijo, aunque le hice frecuentes sacrificios cuando…, cuando estuve casada.
—Tal vez el problema fuera de tu esposo —sugirió Trella.
Los ojos de Lani se abrieron desmesurados. Esas palabras escandalosas nunca podían ser dichas delante de un hombre. Todo esposo sabía que si su mujer no concebía era culpa de ella.
—No, yo fui su segunda esposa. La primera murió al dar a luz, y también el niño. —Entonces Lani comprendió. Trella quería saber si podía estar embarazada de Eskkar—. No estoy embarazada, señora Trella. La luna ya ha pasado para mí desde que el señor Eskkar dejó Bisitun.
Trella no dijo nada y permaneció inmóvil un largo instante, mirando la mesa. Cuando habló, su voz adoptó un tono más amable.
—Lamento haberte hecho permanecer de pie, Lani, y también a ti, Tippu. Ambas debéis de estar cansadas después de vuestro largo viaje. Por favor, sentaos. —Se dirigió a Annok-sur—: Ofréceles a nuestras visitas un poco de vino, Annok-sur, y una pequeña copa para mí.
En la otra mesa se hallaban dos jarras y media docena de copas de vidrio oscuro.
Lani y Tippu se miraron; luego se sentaron a la mesa, frente a Trella. Lani pensó que algo debía de haber contentado a Trella. Los sirvientes y subordinados permanecen de pie ante sus superiores. Annok-sur les sirvió vino en un par de copas, lo diluyó con agua y se las alcanzó a Lani y a su hermana antes de servir una tercera copa a Trella.
—Bienvenidas a Akkad, Lani…, Tippu —dijo Trella en voz baja.
Lani miró el oscuro vino que brillaba en la verde copa y se preguntó si estaría envenenado. Vio que la mano de Tippu temblaba por la misma idea. Trella no había alzado su copa. Así y todo, Lani no tenía elección. Si la señora Trella las quería muertas a las dos, morirían de uno u otro modo.
Lani alzó la copa hacia su anfitriona.
—Por Akkad. —Y bebió, vaciando más de la mitad de la copa antes de dejarla en la mesa. Tippu la observó por un momento y luego bebió un sorbo de su copa—. Bebe, Tippu —dijo Lani—. El vino está muy bueno.
—¿Acaso no temes al veneno? —preguntó secamente Trella.
—No, señora Trella. Si desea matarme, estoy en su poder y a su merced. Pero le recordaría que mi hermana no ha hecho nada para ofenderla.
—Ambas estáis a salvo, Lani, aunque tengo que admitir que hubo noches en las que estuve celosa de saber que mi esposo estaba en tus brazos. ¿Te gustaría saber qué hice entonces?
—¿Qué hizo? No comprendo.
—No, claro que no. Tan pronto como supe que eras más que una circunstancial compañera de lecho y que Eskkar se estaba encariñando contigo, envié un jinete a tu pueblo natal. Quise saber todo sobre ti. El jinete regreso hace sólo tres días. ¿Sabes qué me dijo?
—Yo…, mi pueblo está muy lejos. ¿Cómo pudo enviar…? No sé qué decir, señora Trella.
—Me dijo que tu esposo era un hombre honorable de una familia respetada y que se te conocía por mujer buena y decente esposa, que rezabas cada noche a los pies de Ishtar pidiéndole un hijo. Toda tu villa se lamentó cuando supieron de la muerte de Namtar y de tu captura. Pensaban que también estabas muerta.
La mención del nombre de su esposo hizo que Lani se estremeciera. Después comprendió todo el peso de las palabras de Trella. La muchacha había enviado a un jinete en un largo y peligroso viaje de casi quinientos kilómetros tan sólo para recabar información. Todo esto por la mera sospecha de una rival en el afecto de su esposo.
Por primera vez Lani se dio cuenta de que todo lo que había oído sobre Trella debía de ser cierto, que la líder de Akkad era inteligente y que sería peligroso ofenderla. Y lo que era más importante, tenía el poder para hacer lo que quisiera, incluso enviar a un hombre en tan peligrosa misión. Lani recordó con qué facilidad Alexar las había entregado a ella y a su hermana a la mujer de Trella. Lo había hecho sin dudarlo, seguro de la autoridad de Trella.
—Y he hablado con muchos de Bisitun sobre ti, Lani —continuó Trella al no obtener respuesta de Lani—. Eres importante para mi esposo, por eso necesito saber de ti tanto como pueda. —Trella hizo una pausa, dándole tiempo a Lani para entender—. Ahora tengo algunas preguntas que hacerte. Y déjame decirte que Eskkar y yo hemos hablado mucho sobre ti y que me pidió que hiciera los arreglos que considerara convenientes para tu persona.
Lani asintió. Tan pronto como Alexar la entregó a la mujer de Trella supo que su destino estaba en manos de Trella, no en las de Eskkar. Él había arriesgado su vida para rescatar a su mujer y a su hijo. No iba a ofenderla ahora, no por una cautiva de la que Ninazu había abusado.
—Entonces, ¿qué es lo que deseas hacer ahora que estás en Akkad? ¿Quieres que te busque un marido? Hay muchos hombres buenos en Akkad que sabrían apreciarte y podrías elegir entre varios. ¿O quieres vivir sola por un tiempo? Eso también puede arreglarse. Eskkar ha destinado suficiente oro para que puedas hacer lo que te plazca.
El oro significaba libertad y protección, incluso para dos mujeres solas. Lani podía adquirir una casa, sirvientes…, podía elegir su vida. Parecía demasiado bueno para ser cierto, y así y todo…
Trella esperó un momento, pero Lani no dijo nada.
—¿O deseas seguir siendo la concubina de Eskkar?
Lani no dudó:
—Señora Trella, si se me permitiera seguir siendo la concubina del señor Eskkar, pagaría lo que fuera, haría cualquier cosa…
—No hay nada que pagar, Lani, y el oro ya es tuyo. Sin embargo, hay reglas que deberás obedecer si has de ser su concubina. Debes pensarlo bien. —Trella se inclinó hacia delante y su voz asumió un tono más afilado—: Nada debe salir de tu vientre, Lani. Si te quedaras encinta, tendrías que tomar las hierbas para obligar a tu vientre a expulsar al niño. Si no resultara y el niño fuera un varón, deberás entregarlo. Sargón ha de ser el único heredero de su padre. —Esperó a que Lani respondiera.
—Eso es muy duro, señora Trella. —Lani sintió que se le acumulaban las lágrimas y se mordió el labio para detenerlas. No podía llorar delante de esa niña—. Pero no creo que vaya a concebir…
—No, Lani, eso no es lo que debes decir —la interrumpió Trella con voz firme—. No serás esposa y no habrá hijos. Debes estar de acuerdo. Si esperas tener un hijo tuyo, entonces deberás dejar a Eskkar y buscarte otro hombre para que sea el padre.
Las lágrimas comenzaron a correr por su rostro, y esta vez Lani no pudo contenerlas. No tener un hijo era una maldición terrible para una mujer. Lo único peor que eso era entregar al hijo.
Miró a Trella y le sorprendió ver tristeza y comprensión en sus ojos. Trella acababa de tener su hijo y sabía lo que estaba pidiendo. Pero Lani dudó sólo un momento.
—Tomaré las hierbas, señora Trella, y si el hijo es varón, lo entregaré.
—Lamento hacerte esto, Lani, pero no tengo más remedio. Sargón necesita protección, así como Eskkar y yo misma. Y también tú, si has de convertirte en su compañera. Todavía tenemos muchos enemigos. Debes jurar que harás todo lo posible para protegernos y servirnos a nosotros tres.
—¿Qué puedo hacer para protegerlos a usted y a Eskkar? —La confusión de Lani era palpable en su voz. ¿Qué podía hacer ella para proteger a nadie?
—Más de lo que imaginas, Lani. Hay mucho en juego, demasiado para decírtelo ahora. Pero tú sabes que a duras penas hemos sobrevivido a un asedio de los bárbaros y luego al intento de Korthac de matarnos a todos y controlar Akkad. Habrá muchas más luchas en el futuro y yo…, necesitaremos toda la ayuda posible.
—Haré lo que me pida, lo que pueda para proteger a todos. ¿Qué más debo hacer?
—Como concubina de Eskkar, no verás a ningún otro hombre. Sólo a él. Y sólo lo verás una o dos veces a la semana, o cuando la luna no me permita estar con él. Tu papel será compartir placeres con él, sanar y confortar su cuerpo y tranquilizar su mente. Lo amo demasiado para entregar más de su espíritu.
Así que Lani sería una consorte, una mujer para el placer, poco mejor que una prostituta o una esclava, cuyo único papel sería el de satisfacer y complacer a su amante. Sería un papel agridulce. Trella sería su esposa, su amante, su compañera, la madre de sus hijos. Lani sería casi nada, no tendría nada.
Trella vio la duda en los ojos de Lani y se inclinó hacia delante.
—No tienes por qué aceptar esto, Lani. Sé que es muy difícil. Todo lo que puedo decirte es que, si lo aceptas, estarás ayudándonos a Eskkar y a mí. Si este papel se te hace muy difícil, podrás dejar de ser su concubina, y te encontraremos otro papel, otra tarea, o un esposo.
Lani escuchó lo que le decía. Más importante aún, se dio cuenta de que, por alguna oculta razón, Trella quería que Lani estuviera de acuerdo, quería que continuara siendo la concubina de Eskkar. Eso debía de significar mucho para Trella, aunque Lani no entendiera por qué. Ella podía rechazar esa función, pero tal idea era demasiado intolerable. Lani recordaba el dolor que sintió en el pecho cuando Eskkar se alejó navegando de Bisitun hacia lo que podía ser su muerte. Ella había estado dispuesta a matarse, antes que soportar una vida sin él. Al menos este destino sería mejor que aquél. Y si ayudaba a Eskkar…
***
—Haré lo que me pida. Seré su concubina, si así lo quiere él.
—Las palabras surgieron casi sin ella quererlo. El amor de Lani por Eskkar no le dejaba elección. Observó a Trella reclinarse en su asiento, con cierta fatiga en el rostro. Lani recordó que en los últimos días la muchacha había dado a luz prácticamente en medio de una batalla, había sido herida y había tenido que pelear para salvar su vida y la de su hijo.
—Entonces me alegra que estés aquí, Lani. Bienvenida a la casa de Eskkar. Harás y aprenderás muchas cosas. Hablaremos de ello en los próximos días. Ahora vete y descansa. Esta noche, cuando Eskkar regrese de la campiña, lo enviaré a buscarte. Ahora, sécate los ojos.
Lani siguió llorando sin poder detenerse. Sintió el brazo de Tippu en los hombros, pero a pesar de todo a Lani le resultó difícil ponerse de pie.
Trella se dirigió a Annok-sur:
—¿Puedes ayudarla mientras atiendo a Sargón?
Annok-sur sacó un trozo cuadrado de tela de dentro de su vestido.
—Tienes unos ojos muy hermosos, Lani —le dijo con una voz sorprendentemente amable y sin dureza en la expresión de su rostro—. Tus lágrimas estropearán el color de tus párpados. —Secó con delicadeza las mejillas de Lani—. Te acompañaré a donde Uvela.
De alguna manera Lani consiguió ponerse de pie y permitió que la escoltaran hasta la puerta. Borrosos por las lágrimas, sus ojos no podían ver con claridad. Tenía que agarrar a Annok-sur del brazo para asegurarse de no caer por las escaleras, con Tippu siguiéndolas ansiosa. Lani se esforzó por no llorar hasta salir de la casa; en su mente albergaba una sola idea: Eskkar iría a su cama esa noche y una vez más estaría a salvo en sus brazos.
***
Trella suspiró cuando se cerró la puerta. Detestaba herir a alguien de ese modo, una buena mujer que no había hecho nada malo, pero era necesario. Según sus fuentes, por lo que había contado Eskkar y por lo que acababa de ver, sabía que Lani contaba con una mente inteligente, capaz de ver lo que traería el futuro.
A Trella no le gustaba compartir el afecto de Eskkar, pero cualquiera podía ver que Lani amaba a Eskkar, y Trella sabía con la misma claridad que Eskkar quería a Lani, aun cuando, como ésta había asegurado, él nunca lo hubiera dicho.
En los días venideros, mientras Lani aprendía los peligros siempre presentes que los rodeaban a todos, Trella sabía que Lani haría todo lo que pudiera para proteger a Eskkar, y eso pronto incluiría a Trella y a su hijo. En unos pocos meses Lani se convertiría en un fuerte apoyo para la casa de Eskkar, y sería útil de muchos modos. Eskkar le había hablado de la capacidad de Lani para administrar una casa y de su sugerencia de utilizar el río para regresar a Akkad. Y por ese solo motivo, Trella podía deberle su vida a Lani, y la vida de su hijo. Si hubieran tardado unos pocos días más en llegar a Akkad, Korthac tal vez no hubiera sido derrocado.
Después de un tiempo, Lani podía llegar a cansarse de ser la concubina de Eskkar. Aún era joven, tal vez quisiera tener hijos propios. Cuando ese día llegara, Trella se aseguraría de que el hombre adecuado estuviera a su lado, alguien que pudiera darle a Lani la felicidad que ella merecía. Pero hasta ese día Lani se sumaría a Annok-sur, Gatus, Bantor e incluso Corio, Nicar y los otros, todos los que dependían de que Eskkar continuara reinando en Akkad.
Lani encajaría bien en los planes de Trella. Había pocos en quienes Trella pudiera confiar y debía aprovecharlos al máximo. Siempre estaba buscando mujeres inteligentes como Lani que pudieran pensar por sí mismas. En-hedu prometía ser otra, y Trella ya había pensado en un nuevo papel para ella y para Tammuz.
Y sería bueno que Eskkar contara con otra mujer de vez en cuando. Un hombre fuerte y poderoso, solía decir su padre, necesita más de una mujer. Pero en el futuro Trella se aseguraría de que Eskkar fuera con mujeres que ella aprobara, maleables y dóciles para someterse a su voluntad. Hablaría con Zenobia para que le suministrara ese tipo de mujer cada varios meses. Recipientes huecos, las llamaba su padre: mujeres bellas pero poco inteligentes, dóciles y fáciles de olvidar. Los hombres poderosos o de fortuna eran siempre requeridos por toda mujer ansiosa de expandir su propio prestigio o influencia. Con Lani esto nunca sucedería, porque su único objetivo era la felicidad de Eskkar, y éste sólo podía ser verdaderamente feliz con su mujer y su hijo.
Por eso Lani ayudaría a Trella a realizar sus planes para el futuro, el futuro que Trella y Eskkar construirían para su hijo, Sargón. Cinco años, decidió. En cinco años su posición estaría asegurada. Akkad sería grande y poderosa y todos en esas tierras atribuirían su riqueza y seguridad a Eskkar. La expansión y consolidación de todas las granjas y villas entre Akkad y Bisitun reforzaría ese proceso, y todos se beneficiarían con la nueva prosperidad y seguridad. Con un código de leyes establecido y honestamente supervisado, la gente pronto olvidaría los días de antaño, cuando los mercaderes poderosos gobernaban sin control. Más de la mitad de los habitantes de la ciudad habían llegado durante el último año, y poco vínculo tenían con el pasado.
Cinco años a partir de esa fecha, y todos habrían olvidado el origen bárbaro de Eskkar y sus días como esclava. La gente de la ciudad miraría a Sargón como al futuro líder, uno de los suyos, nacido en Akkad. Cuando llegara ese día, ella y Sargón estarían a salvo, rodeados de las nuevas y aún por edificar murallas y cientos, no, miles de soldados para protegerlos.
Desde el otro cuarto, oyó el llanto del niño. Se puso de pie, enderezando la espalda, y fue hacia la recámara. Cogió a la llorosa criatura de la cuna, ignorando el dolor de su costado al agacharse para alzarlo, y se sentó en la cama. Trella sacó un brazo de su vestido, limpió las lágrimas de los ojos de Sargón y dejó que se alimentara, disfrutando de sentirlo contra su pecho mientras comenzaba a brotar la leche. Lo acunó delicadamente mientras pensaba en su futuro.
Esa noche estaría a solas con Sargón y pasaría la noche descansando y hablando con su hijo. Esa noche Eskkar estaría con otra mujer, pero volvería a ella por la mañana. Con una certidumbre que no podía comprender, sabía que siempre volvería a ella. Habían pasado mucho juntos, habían peleado y sangrado juntos. Los dioses habían entrelazado sus vidas, creado una alianza entre ambos más fuerte que cualquier lazo de familia, amistad o incluso de tálamo nupcial. El camino frente a ellos podía ser peligroso e incierto, pero sus espíritus y su sangre habían reforzado las paredes de Akkad, y nada podría separarlos, ya fuera de ellos mismos o de su destino. Ella y Eskkar reinarían juntos, o no les sería posible.
Sonrió al bebé que mamaba y se inclinó para besarle la cabeza. El indefenso infante que tenía en los brazos habría de reinar un día, tal vez sobre un territorio aún mayor que el que Trella podía imaginar. Y lo que era más importante, Sargón llevaría su sangre a los tiempos venideros. Había visto la expresión en el rostro de su esposo cuando sostuvo al niño. El nacimiento de su hijo había cambiado a Eskkar una vez más, haciéndolo más fuerte a la vez que lo acercaba a ella. Y así es como debía ser. Eskkar había arriesgado su vida por ella y por su hijo, y ella sabía que el amor mutuo seguía siendo fuerte. Ofrecería una o dos noches de cada semana para asegurarse el amor de su esposo y evitar que sus afectos se extendieran más allá.
Así fue razonando para sí, aunque sospechaba que, en la oscuridad, se despertaría sola y desearía tener a Eskkar en sus brazos. Pero llegaría la mañana, Eskkar regresaría y el nuevo día y los días siguientes habrían de hallarlos juntos.