Capítulo 25
Mientras Grond subía las escaleras, oyó un ruido de espadas y de pelea en la habitación superior. Había matado a dos hombres en el piso inferior, perdiendo un tiempo precioso mientras su capitán desaparecía escaleras arriba. Por suerte, no encontró a más guardias. Al llegar a la parte superior de la escalera, Grond se fijó en que la puerta estaba entreabierta.
Justo cuando fue a empujarla, ésta se abrió violentamente desde dentro. Antes de que Grond pudiera reaccionar, un cuerpo se estrelló contra el suyo, derribándolo, de espaldas, en el rellano. Para evitar caerse, Grond se aferró al hombre, quien forcejeó con sorprendente fuerza, deslizándose de los brazos de Grond e intentando tirarlo del rellano y liberarse al mismo tiempo.
Jadeando, Grond tiró la espada, incapaz de usarla con efectividad, y rodeó con ambos brazos al hombre. Rodaron, peligrosamente cerca del borde, intentando librarse el uno del otro, ambos incapaces de usar un arma. Detrás de él, Grond escuchó pasos en las escaleras y hombres gritando en egipcio. Los soldados enemigos debían de haber sobrepasado a Mitrac y entrado en la casa. Grond redobló sus esfuerzos por liberarse. Pero tropezó con algo y cayó de rodillas. Su atacante se soltó y se lanzó hacia las escaleras. Grond se abalanzó contra el hombre, lo agarró del brazo y lo atrajo hacia sí, rodeándolo con un brazo. El hombre perdió el equilibrio y tropezó, pero consiguió dar a Grond un golpe en la cara. Con un grito de furia, Grond intentó agarrar a su atacante, que se retorció violentamente. El esfuerzo llevó a Grond más allá del borde del rellano y perdió el equilibro. Cayó asiendo a su contrincante y arrastrándolo en su caída.
Agarrados el uno al otro, cayeron casi dos metros. Ambos se estrellaron contra la gran mesa, cuya sólida madera no contribuyó a amortiguar el golpe. El impulso los arrastró fuera de la mesa y rodaron por un banco y a continuación cayeron al suelo. La mayor parte del impacto se la llevó Grond. Sintió cómo se quedaba sin respiración. Para cuando Grond consiguió moverse, su atacante había pasado por encima de su pecho y llegado a la puerta de entrada. La abrió, gritó pidiendo ayuda y salió al patio.
Maldiciendo la mala suerte que lo hizo caer del rellano, se desembarazó del banco. Se esforzó en levantarse y sacar el cuchillo de su cinto, cuando vio a tres egipcios que entraban a la carrera por la puerta ahora abierta. Pero una flecha derribó al primero. Vio a Mitrac preparando otra flecha, al pie de las escaleras.
Ignorando esta nueva oleada de enemigos, Grond se lanzó hacia la escalera.
—¡Cúbreme! —A duras penas distinguió a dos hombres de Korthac en el rellano superior; uno de ellos golpeaba la puerta con el pomo de la espada y gritaba en egipcio. Debían de haber subido a la carrera mientras él y el desconocido caían. Por primera vez, Grond se dio cuenta de que alguien había vuelto a cerrar la puerta. El otro hombre oyó los pasos de Grond y se volvió hacia él, lanzando un golpe circular con su espada, sin duda esperando herir a Grond antes de que pudiera acercarse lo suficiente para usar el cuchillo.
Pero Mitrac le disparó una de sus emplumadas flechas, que fue a clavársele en el hombro, haciéndole perder el equilibrio y soltar la espada. Grond tomó el bronce con la izquierda y pasó por encima del moribundo. Grond golpeó bajo con la espada, con el rostro a la altura del escalón superior, mientras el otro egipcio esquivaba el golpe. Todavía avanzando, Grond clavó el cuchillo en la pierna del hombre, quien gruñó de dolor. El mandoble de respuesta del egipcio sólo se encontró con el aire, pues Grond se echó a un lado. El egipcio retrocedió un paso, pero se le dobló una pierna y cayó justo frente al cuchillo de Grond. Una rápida puñalada acabó con él.
—¡Grond, haznos sitio! —Mitrac había trepado hasta el rellano y ahora estaba de pie junto a Grond, pero estaba mirando hacia abajo, hacia la entrada. Grond vio que Mitrac tenía que inclinar su arco hacia un costado mientras intentaba poner otra flecha. Un segundo arquero se encontraba unos escalones más abajo, y otros dos hombres de Eskkar comenzaron a retroceder lentamente escaleras arriba, mientras figuras oscuras se deslizaban por la puerta exterior hacia ellos, preparándose para el ataque.
Grond se apartó para hacerle sitio a Mitrac y luego se agachó y, con dos rápidos empujones, tiró los cadáveres del rellano, antes de volver a mirar hacia la puerta.
—¡Abrid la puerta! —Oyó un ruido de bronces en el interior—. ¡Soy Grond!
Golpeó en la puerta con el pomo de su espada y luego se lanzó contra ella, pero ésta se mantuvo firme. Había visto los gruesos paneles y sabía que no podía forzarse, y menos sin herramientas o más hombres. Una flecha se incrustó en la madera a un lado de la cabeza de Grond, arrancándole un mechón de pelo, y oyó vibrar el arco de Mitrac en respuesta.
Grond sabía que no tenía tiempo para forzar la puerta, y menos con todos esos egipcios corriendo hacia él. Eskkar había podido entrar y tal vez estuviera allí atrapado, pero Grond no podía hacer nada al respecto. Miró hacia la oscura cámara inferior. Unas siluetas grises se movían en la entrada de la casa, gritando en el idioma de Egipto. Sabía que pronto se sumarían a los de dentro. Grond y Mitrac tendrían que resistir en la escalera hasta que llegara ayuda.
—Ve a la parte superior, Mitrac —ordenó, bajando unos escalones, más allá de sus hombres, la espada en una mano y el puñal en la otra—. Deja que vengan a encontrarse con la muerte. —Repitió las palabras, esta vez en egipcio, mientras apretaba su espada.
Un nuevo grupo de hombres entró en la casa desde el patio en el momento en que Grond llegaba al pie de las escaleras. Algunos llevaban lanzas, armas mortales en espacios reducidos, especialmente contra hombres con espada. Una de las flechas de Mitrac derribó al primer lancero. El arma cayó de manos de su moribundo dueño y rodó hasta los pies de Grond. Dejando caer su espada, tomó la lanza justo a tiempo de enfrentarse a ellos.
—Eskkar ha regresado —gritó, lanzándose hacia delante con su arma, y los arqueros de Mitrac repitieron el grito, lanzando flechas tan rápido como les era posible, mientras daba comienzo la batalla por la casa de Eskkar.
***
Dentro de la habitación de trabajo, Eskkar lanzó un golpe con su espada, pero Korthac apartó el arma y, en el mismo movimiento, intentó herir a Eskkar en el rostro. Sorprendido por la velocidad y fuerza del brazo de Korthac, Eskkar apenas pudo apartar la cabeza y la punta del arma pasó rozándole la oreja. Retrocedió un paso, poniéndose en guardia y manteniendo la espada frente a él. El ruido de espadas a sus espaldas le recordó a Eskkar que contaba con poco tiempo.
—Mis hombres están detrás de ti, bárbaro. Pronto estarás muerto, como tu…
Sin hacer caso de las palabras de Korthac, Eskkar se lanzó contra él, esta vez intentando herir por debajo de la guardia de Korthac. Pero Korthac respondió con facilidad al golpe y, por segunda vez, Eskkar se libró por poco de ser ensartado por el contragolpe, y de nuevo retrocedió medio paso. Se dio cuenta de que se enfrentaba a un maestro de la espada.
—Peleas como un buey torpe, bárbaro. —Su silueta se recortaba contra la titilante lámpara; el rostro de Korthac era una sombra oscura y su voz se oía como la de un demonio de las profundidades.
Eskkar sabía que no tenía que escuchar a su oponente, no debía distraerse con las palabras de aquel hombre; lanzó un nuevo y repentino ataque. Hombre o demonio, la espada acabaría con él. Moviéndose hacia un lado, Eskkar sacudió su gran espada, esforzándose con cada músculo por mantener el brazo rígido y el filo derecho.
Korthac paró el golpe, pero se tuvo que echar a un lado para hacerlo. Eskkar no se detuvo. Golpeó una y otra vez, golpes cortos, hacia la cabeza, el estómago, incluso las piernas, cualquier parte del cuerpo de su enemigo, usando la espada como una lanza, golpeando tan rápida y duramente como podía ante cualquier oportunidad, sin detenerse ni un momento, sin darle a su adversario la oportunidad de contraatacar.
Ésa era la manera de derrotar a un espadachín superior, y aquí, dentro de la casa y sin espacio para blandir su gran espada de jinete, sabía que Korthac tenía ventaja. Por ello, en vez de intentar matarlo de un mandoble, Eskkar usó la punta de su espada, lanzándose contra Korthac con tanta velocidad que éste no tuvo tiempo para responder. Hiere y debilita a tu enemigo: una docena de cortes derriba a cualquier hombre igual que uno fatal. Su clan peleaba de ese modo, al estilo bárbaro.
—Tu puta rogó a mis pies que le diera la oportunidad de complacerme.
Esta vez las palabras sonaron apuradas, el acento extranjero más pronunciado. Eskkar se sacudió el sudor de los ojos, buscando en su oponente cualquier debilidad. Korthac retrocedió un paso, moviéndose levemente hacia los lados, intentando abrirse paso frente a la espada que continuaba intentando cortarle el rostro y el cuello, esperando que Eskkar se cansara y quedara vulnerable para un sólido contraataque.
Eskkar continuó avanzando, dando pequeños pasos y manteniendo el equilibrio, arrastrando los pies por el piso para evitar tropezar, golpeando con la punta y el filo, esquivando las respuestas de Korthac, y forzando gradualmente a su enemigo a moverse hacia el centro de la habitación. De pronto, Korthac golpeó bajo, blandiendo su espada hacia las piernas de Eskkar. La maniobra inesperada detuvo por un momento el avance de Eskkar, y en ese instante Korthac se echó hacia atrás, abandonó el ataque y corrió hacia la puerta que llevaba al dormitorio.
El egipcio se deslizó por la abertura y trató de cerrar la puerta, pero Eskkar, reaccionando casi tan rápidamente como su enemigo, interpuso su espada, manteniéndola abierta antes de que Korthac pudiera usar el peso de su cuerpo para cerrarla. Después Eskkar golpeó la puerta con el hombro y toda la fuerza de su cuerpo en el mismo instante en que Korthac volvía a intentar cerrarla. El peso de Eskkar y el empuje hicieron que la puerta le diera a Korthac en el rostro. El egipcio se tambaleó hacia atrás con una maldición, tirando una pequeña mesa y haciendo que cayera una jarra con agua, mientras Eskkar entraba en el dormitorio.
Desequilibrado, Korthac alzó la espada, y, sin tiempo para blandirla, trató de darle a Eskkar en la cara con el pomo. Eskkar le agarró por la muñeca con la mano izquierda, lo suficiente para atenuar el golpe, pero el áspero pomo le dio en la cabeza y un chorro de sangre salpicó el marco de la puerta.
Eskkar dejó caer su ahora inútil espada e intentó coger a Korthac por la garganta con la mano derecha. Antes de que Eskkar pudiera aferrar el cuello de Korthac, el egipcio le sujetó la mano con el bronce. Luchando y retorciéndose volvieron al cuarto de trabajo, resoplando y respirando agitadamente mientras peleaban. Se dieron contra el muro, resbalando por su pulida superficie; el egipcio moviéndose tan rápido que Eskkar no podía sacar ventaja alguna.
Korthac todavía tenía la espada en la mano derecha y seguía intentando soltarse de Eskkar. Korthac era unos treinta centímetros más bajo de estatura, pero para sorpresa de Eskkar los músculos del egipcio no sólo resistían a los suyos, sino que casi lograban volver a poner la espada en juego. Golpearon contra la mesa, haciéndola resbalar por el suelo con un fuerte chirrido. La pierna de Eskkar recibió casi todo el impacto, pero gritó furioso y obligó al hombre más bajo a retroceder. De pronto, Korthac golpeó con la frente a Eskkar en la mejilla con tanta fuerza que éste casi suelta el brazo armado de su oponente.
Eskkar sabía que estaría muerto en el momento en que su enemigo pudiera usar su espada. Volviendo su rostro a un lado para evitar otro cabezazo, siguieron peleando, retorciéndose y resoplando. Eskkar giró sobre sus talones, usando toda su fuerza para hacer que Korthac perdiera el equilibrio. Sin embargo, Korthac se mantuvo en pie, y los dos se estrellaron contra el muro, rebotaron y volvieron a golpear contra la puerta entreabierta hacia el dormitorio. Esta vez los dos cayeron al suelo dentro del dormitorio.
Allí ardía otra lámpara que ofrecía una débil luz que apenas iluminaba el cuarto más pequeño. Eskkar pudo ver a Trella arrastrándose por el suelo.
—¡Eskkar, el bebé! —gritó, el dolor palpable en su voz.
Trella dijo algo más, pero Eskkar no pudo entender sus palabras. El llanto del bebé se sumaba a la confusión.
Eskkar estrelló la mano de Korthac contra el marco de la puerta y gruñó satisfecho cuando escuchó que la espada caía al suelo. Eskkar debió de aflojar el agarre, porque al instante el egipcio se había soltado y escapado. Eskkar intentó levantarse, pero resbaló en el suelo mojado. Korthac se puso de pie primero, con un cuchillo en la mano mientras avanzaba, moviéndose de un lado a otro, como una serpiente lista para atacar.
Eskkar buscó su cuchillo pero encontró sólo la funda vacía, el puñal se había perdido durante la contienda. Sin arma, Eskkar retrocedió, con los brazos extendidos, y se vio obligado a dirigirse hacia un rincón.
—Ahora morirás, bárbaro —dijo Korthac, su voz agotada por el esfuerzo.
Pero cuando Korthac avanzó por delante del cuerpo de Trella, ella alzó una mano y Eskkar vio cómo le clavaba a Korthac un pequeño puñal en el gemelo.
Éste hizo un gesto de dolor, bajó la vista y luego lanzó una cuchillada a Trella. Pero Eskkar no necesitaba mejor oportunidad. En el instante en que Trella atacó, se lanzó contra el hombre, cubriendo la escasa distancia que lo separaba con tal rapidez que Korthac no pudo reaccionar a tiempo. Una vez más, Eskkar agarró a Korthac por la muñeca mientras sus cuerpos se golpeaban y caían pesadamente al suelo, y esta vez fue Korthac quien cayó de espaldas.
Eskkar se halló presionando con su rostro el estómago de Korthac mientras éste se retorcía por el suelo, intentando escaparse y, al mismo tiempo, clavar el cuchillo en el costado de Eskkar. Lucharon rodando por el suelo. Eskkar se lanzó hacia delante y con su mano derecha agarró y apretó a Korthac por el cuello, tratando de ahogarlo lo suficiente para que soltara el cuchillo. Volvieron a dar contra la pared, cerca del vestidor de Trella. Por encima de sus cabezas se oía al bebé, que seguía llorando, sus pequeños gritos compitiendo con los gruñidos de ira de los hombres.
Korthac buscó con la mano libre el rostro de Eskkar, intentando encontrar sus ojos, pero Eskkar hundió aún más su cara en el estómago de su oponente mientras reptaba por el serpenteante cuerpo y se acercaba al rostro de Korthac. El egipcio usaba los pies y las rodillas, subiéndolas y bajándolas con toda la fuerza que podía, en busca de la entrepierna de Eskkar, mientras simultáneamente intentaba desprender su mano con el puñal de la garra de Eskkar.
Con un salvaje esfuerzo, Korthac logró librar su mano lo suficiente para poder hacer uso de su daga. El egipcio cortó a Eskkar en el brazo. Pero el dolor sólo consiguió enfurecer a éste, quien redobló sus esfuerzos contra el hombre que se había apoderado de su esposa y amenazado a su hijo. Eskkar apretó con más fuerza la muñeca derecha de Korthac, haciendo lo posible por quebrarle los huesos, más y más fuerte, mientras sentía que la sangre le palpitaba en los oídos. Korthac se retorció y sacudió el brazo, pero no pudo liberarse de la presa de Eskkar y, con un quejido grave, sus dedos finalmente dejaron caer el cuchillo.
En apenas un instante, Eskkar soltó el cuello del hombre y se puso sobre el pecho de Korthac, usando su peso para mantener al hombre contra el suelo. Los dedos de éste buscaron el cuchillo, y alcanzaron a cogerlo, pero Eskkar, con un movimiento brutal, aplastó con la rodilla el antebrazo de Korthac, aprisionando el brazo derecho de su enemigo contra el suelo. Eskkar desplazó su peso, agarró la otra muñeca de Korthac y golpeó al egipcio en el rostro con su mano izquierda, una, dos, tres veces.
El tercer golpe atontó a su oponente y dio a Eskkar la oportunidad que necesitaba. Con su otra pierna trabó el brazo libre de Korthac. El hombre más menudo tenía ahora sobre su cuerpo todo el peso de Eskkar y a éste le llevó apenas un instante alzar el puño y golpear a Korthac con su mano derecha.
Ese golpe, con toda la fuerza que la furia acumulada de Eskkar tenía, aturdió aún más a su oponente. Antes de que pudiera recuperarse, agarró a Korthac de los cabellos, inmovilizando su cabeza contra el piso, mientras que con la otra mano lo golpeaba una y otra vez, dirigiendo sus golpes a su ojo izquierdo, poniendo toda su fuerza y odio en cada golpe. Al quinto porrazo, el hombre quedó inmóvil. Sin correr el riesgo de que su oponente fingiera estar inconsciente, Eskkar alzó su puño como un martillo y con la palma de su mano golpeó la frente de Korthac.
La sangre lo salpicó, pero el hombre yació inmóvil. Eskkar tomó aire, la sangre latiéndole en la cabeza, cada músculo temblando de agotamiento. Nunca había luchado así con un enemigo. Buscó el cuchillo de Korthac, tanteando por el suelo con dedos torpes hasta encontrarlo, y luego lo cogió por el filo ensangrentado. El arma temblaba en sus manos. Eskkar la tomó entonces por el puño y puso el filo contra la garganta de Korthac. Sólo entonces se sentó y respiró profundo para llenar de aire sus pulmones. Sentado a horcajadas sobre el pecho de Korthac, echó una rápida mirada por encima del hombro.
El dormitorio, todavía iluminado por la lámpara de aceite, que milagrosamente había permanecido intacta durante la lucha, mostró a Trella en el suelo, a unos pocos pasos, temblando. Ella se acercó a Eskkar, con una pequeña y ensangrentada daga en la mano, pero apenas podía moverse y sus sollozos se sumaban a los del bebé.
Al verla, Eskkar quiso cortarle el cuello a Korthac, pero la idea de que tal vez pudiera necesitar al egipcio con vida hizo que se contuviera. Éste parecía inconsciente, pero Eskkar quería asegurarse; empujó la punta del cuchillo contra la garganta de Korthac, lo suficiente para hacerlo sangrar. El hombre no reaccionó. Eskkar entonces alzó el arma y golpeó con el pomo la frente del caído. El cuerpo del egipcio permaneció inmóvil.
Satisfecho de que su enemigo no se pudiera mover al menos durante unos momentos, Eskkar se puso de pie. Le temblaban las piernas y aún le caía sangre de la cabeza sobre el pecho, sumándose a la sangre que brotaba del corte que tenía en el brazo y todos los rasguños en el rostro causados por los esfuerzos de Korthac de vaciarle los ojos.
Eskkar alzó el hombro izquierdo para limpiarse con la túnica la sangre del rostro, y sintió que los músculos de sus brazos le temblaban por el esfuerzo de la pelea. Tardó un momento hasta poder ver con claridad. Respirando profundamente, se agachó y levantó a Trella con un brazo.
Manteniendo los ojos en Korthac, la guió de regreso al lecho, ayudándola a recostarse. Ella se esforzaba en hablar, pero su cuerpo se sacudía tanto por el llanto como por la herida. La sangre brotaba de un feo corte en su cadera, y él tomó su mano e hizo que se apretara la herida.
—Mantén la mano firme, Trella —dijo—. Voy a buscar ayuda.
Mirando a su alrededor en el cuarto, vio el taburete en el que Trella se sentaba frente al vestidor. Caído de lado, yacía contra la pared. Lo alzó y, manteniéndolo de costado, levantó el pie izquierdo de Korthac y deslizó el taburete por debajo. Después Eskkar levantó su pie y lo dejó caer sobre la espinilla del caído.
Eskkar gruño con satisfacción al escuchar el ruido de los huesos al quebrarse.
—Eso es por Trella y por mi hijo, egipcio —dijo. Por primera vez, Eskkar estuvo seguro que Korthac no volvería a pelear esa noche, aunque recuperara pronto la consciencia.
—Eskkar…, Eskkar…, ¿el niño está bien?
Tenía que esforzarse para oír lo que le decía, pero entendió el gesto de su brazo alzado hacia el niño, que aún lloraba. Se dio cuenta de que todavía sostenía el pequeño cuchillo, cubierto con la sangre de Korthac, en la mano. Su respiración se calmó, y comenzó a moverse con más confianza. Eskkar se acercó a la cuna. Cogió a su hijo, que lloraba, con las manos aún torpes por la fatiga. Manteniendo el cuchillo de Korthac en la mano, Eskkar llevó con cuidado a su hijo junto a Trella.
—Quédate aquí. No trates de moverte. —Mirándole el estómago y las piernas, vio más sangre, y le invadió el miedo—. ¿Estás herida? ¿Dónde…?
—No, no estoy herida… El niño…, tu hijo…, nació hace apenas unas horas…, yo estaba…
Ella no se había dado cuenta de que Korthac le había causado una herida en un costado. La sangre le brotaba de la herida, entre sus dedos; pero ella mantenía su mano apretada donde él se la había puesto. Se la oía débil, y había que vendar la herida.
—No te levantes —repitió—. Volveré.
Con el cuchillo de Korthac todavía en la mano, pasó al cuarto de trabajo. La llama de la lámpara ardía tenue y no suministraba mucha luz, pero Eskkar la levantó. Sus ojos sólo vieron dos cuerpos. El guardaespaldas egipcio muerto yacía donde había caído, pero Annok-sur se había movido. Yacía inmóvil frente a la puerta, ahora cerrada y trancada. Ariamus había desaparecido. Annok-sur debía de haber cerrado y trabado la puerta con lo que le quedó de fuerzas antes de desmayarse. Eskkar dejó la lámpara, cogió su espada del suelo y la puso sobre la mesa.
Se escuchaban ruidos de pelea al otro lado de la puerta y esto le recordó que había dejado a Grond y a los demás detrás y que tal vez no tuviera mucho tiempo. Levantó a Annok-sur y ella se quejó cuando lo hizo. Mientras la llevaba de regreso al dormitorio, ella comenzó a forcejear.
—Descansa, Annok-sur. Soy Eskkar. ¿Puedes mantenerte en pie?
—Sí, creo…, sí.
Sintió que ella se relajaba y dejaba caer la cabeza.
—No te desmayes todavía —le ordenó, prácticamente gritándole las palabras en el rostro mientras apoyaba sus pies en tierra; la necesitaba consciente. Annok-sur asintió y Eskkar la dejó en el dormitorio, apoyada contra la pared—. Traba la puerta y no la abras. Venda la herida de Trella, antes de que se desangre.
Eskkar le puso el cuchillo de Korthac en la mano, y vio cómo ella entrecerraba los ojos al ver al egipcio caído.
—No, no hasta que hayamos terminado de matar a estas alimañas. ¿Puedes hacerlo? Tú sólo vigila a Korthac. Después de que hayas atendido a Trella, mantén el cuchillo en su garganta. Si se mueve o alguien trata de forzar la puerta, entonces mátalo.
Cerró la puerta a su paso y tomó la espada antes de cruzar el cuarto de trabajo. A sus espaldas, oyó cómo Annok-sur trababa la puerta. Las mujeres estarían ahora a salvo. La espada de Ariamus estaba cerca de la entrada. El cuerpo de Annok-sur la había ocultado. La tomó con su mano izquierda y fue hasta la puerta. Tomando aliento, alzó la pesada barra y abrió la puerta de golpe.
Gritos y el vibrar de la cuerda de un arco se escucharon en el umbral, y las espaldas de Mitrac y de otro arquero cubrían la entrada. Ambas cabezas se dieron la vuelta apenas lo suficiente para ver quién estaba detrás de ellos. Tuvo que pasar por detrás de Mitrac para salir al rellano. El alba había llegado y la luz se filtraba a través de la puerta abierta y las ventanas, iluminando la escena en el piso inferior.
En el rellano apenas había espacio suficiente para los tres. Mitrac estaba junto a Eskkar, el arco tenso, la sangre brotando de su brazo izquierdo. Eskkar vio que sólo le quedaban dos flechas en el carcaj. Sobre los escalones superiores estaban otros dos arqueros agachados, con espadas, a ambos lados de Grond, a modo de protección. Los carcajes vacíos a su lado explicaban las espadas. Su guardaespaldas blandía una lanza y una espada y mantenía a raya a tres o cuatro enemigos en los escalones inferiores. Cinco o seis enemigos más esperaban debajo, pesados a la entrada, preparándose para otro ataque. Yacían cuerpos en el suelo y en las escaleras, la mayoría de ellos llenos de flechas.
Eskkar echó otra rápida mirada hacia los que estaban abajo. Uno de ellos dijo algo en egipcio, pero lo único que Eskkar entendió fue el nombre de Korthac.
—Korthac está muerto —gruñó Eskkar, poniendo toda la furia en sus palabras. Todos se quedaron inmóviles al oír esas palabras. Eskkar alzó la voz aún más alto y aulló esas palabras, para que incluso los que estaban fuera de la casa pudieran oírlas—: ¡Korthac está muerto! —Eskkar mostró su larga espada con la mano derecha, señalando a los que estaban debajo el filo ensangrentado como si fuera una prueba. La furia lo poseía, la misma emoción que lo había llenado cuando peleaba contra el egipcio—. Korthac está muerto y vosotros también vais a morir.
Sin dudarlo, pasó por debajo del brazo de Mitrac y saltó del rellano, sus pies buscando un espacio libre directamente bajo las escaleras. Eskkar puso una rodilla en tierra al caer, pero se puso de pie blandiendo su gran espada contra el primero de los hombres de Korthac que corrió a enfrentarse a él. Grond profirió un grito de guerra y se lanzó escaleras abajo, seguido de los demás. Con un arma en cada mano y el ardor de la batalla sobre ellos, Eskkar atacó a los ahora descorazonados seguidores de Korthac.
La gran espada hirió a un hombre en el rostro y Eskkar detuvo un contragolpe de otro atacante con la espada corta que tenía en la mano izquierda y luego respondió con la derecha, blandiendo el pesado bronce con renovadas energías. El inesperado contraataque sorprendió a los egipcios, pese a ser más en número; dos de ellos salieron a la carrera por la puerta, el resto dudó. El grito de guerra de Grond retumbó en el cuarto y Eskkar oyó el zumbido de la última flecha de Mitrac al dar en el blanco.
En el lapso de un docena de latidos, cuatro egipcios habían muerto y el resto de los hombres de Korthac habían escapado hacia el patio, rechazados por la mitad de hombres. Allí se congregaban más egipcios, preparándose para volver al asalto. Sin embargo, muchos habían escuchado las palabras de Eskkar y más de uno de los hombres de Korthac comenzaron a repetir que Korthac estaba muerto.
Uno de los acadios aprovechó la confusión del enemigo para cerrar la puerta y trabarla con la barra.
—La entrada de los sirvientes…, asegurad la puerta. —Grond dio la orden, aunque su voz sonaba débil.
Eskkar miró a Grond y vio que su guardaespaldas tenía sangre en el cuello y en el pecho y que se tambaleaba.
—Mitrac —dijo Eskkar—, la otra puerta… Asegúrate de que esté cerrada y trabada.
Mitrac corrió por el corredor para trabar la segunda puerta, mientras los otros dos arqueros iban de cuerpo en cuerpo arrancando flechas de los muertos para volver a llenar sus carcajes. Eskkar rodeó a Grond por la cintura y lo guió hasta las escaleras.
—Descansa aquí un momento —le ordenó.
Tomando aire, Eskkar se obligó a controlar sus brazos temblorosos. Sólo tenía a tres hombres que pudieran pelear. Si los egipcios forzaban la otra puerta, Eskkar podía refugiarse en las habitaciones superiores.
Analizó la situación. Había llegado hasta Trella, y tanto ella como el bebé estaban a salvo. Y había capturado a Korthac. Por el momento podían defender la casa. Ahora todo dependía de Bantor y sus hombres. Si ellos fracasaban, si no podían llegar a tiempo a rescatar a Eskkar, éste planeaba usar a Korthac para escapar. Si eso no funcionaba, si los egipcios forzaban la entrada, Eskkar mataría a Trella y al niño con sus propias manos, antes de dejarse caer sobre su espada. No importaba lo que sucediera, él no podía dejar que ninguno de los suyos cayera vivo en manos de esos extranjeros.
Trató de sacudirse tan sombrío pensamiento. Todavía no estaba muerto. Sólo tenían que resistir hasta que llegara ayuda.
—Empujad la mesa contra la puerta —ordenó Eskkar, agachándose a coger una lanza. Era hora de prepararse para la próxima batalla.