Capítulo 5
El sol les daba de lleno en la cabeza cuando Eskkar y sus hombres llegaron a la cima de una baja colina y vieron la villa de Bisitun a lo lejos, a una hora de marcha, aproximadamente. Al igual que Akkad, se agrupaba junto a la ribera este del Tigris. En Akkad, sin embargo, el gran río daba media vuelta alrededor de la ciudad. Allí el río discurría en línea recta. Una milla más al noreste el Tigris empezaría a curvarse abruptamente hacia el norte, continuando su larga jornada desde las montañas de su nacimiento.
También como Akkad, Bisitun ofrecía acceso fácil al gran río. El Tigris se ensanchaba de orilla a orilla y las aguas fluían más despacio y era algo menos profundo que en Akkad. Una angosta y arenosa isla dividía la corriente de agua en dos y permitía a los viajeros descansar en medio del río. Durante el final de la estación de verano, cuando las aguas corrían aún menos profundas, un hombre fuerte podía caminar y nadar hasta la otra orilla, aunque la distancia llegara casi al cuarto de milla. Habitualmente, hombres, vituallas e incluso caballos pasaban de uno a otro lado en pequeños botes de juncos. Con la llegada de la estación otoñal, el río era más profundo y caudaloso, y su fuerza continuaría incrementándose hasta mediados del verano.
Eskkar dio la señal de detenerse y los soldados acadios se tomaron un descanso, agradecidos de haber llegado al final de su jornada. Les había llevado cinco días de marcha desde Dilgarth, largos días de penoso viaje interrumpido con frecuencia por ejercicios de entrenamiento especiales. Esto había sorprendido a los hombres, pero Eskkar, desoyendo sus preguntas, los enardecía todavía más. A las puertas de un conflicto casi seguro, quería la férrea disciplina que había salvado Akkad, y Eskkar exigía que cada orden fuera obedecida de inmediato, sin preguntas ni discusiones.
Los soldados no tenían respiro del entrenamiento ni siquiera con la caída de la noche, pues a menudo el descanso y la comida se veían interrumpidos por los lugartenientes, que vociferaban órdenes para preparar una línea de batalla o los formaban para el ataque. Todas las noches, al menos una vez, los altos mandos despertaban por sorpresa a sus hombres al grito de «¡Ataque enemigo!» y les ordenaban que se dirigieran con las armas a sus puestos de combate.
Hacia la mitad del segundo día, una orden los transformaba rápidamente en un tosco escuadrón, con los animales de carga y las vituallas en el centro, rodeados de arqueros dispuestos. Entrenados como estaban, no se verían sorprendidos por ningún ataque enemigo. Más aún, confiaban en sí mismos y en sus camaradas, sabedores de que cada hombre conocía su lugar y su tarea.
Incluso los escuderos, los escribientes y los mercaderes recibieron tareas extras, y, aunque no eran combatientes, se les adiestró con el mismo rigor que a los soldados y se les encargó del bagaje de los hombres o de que hubiera suficientes flechas de repuesto y agua. Aquella noche, algunos hombres estaban tan agotados que se quejaron, pero eso sólo sucedió una vez. Hamati golpeó a uno de ellos con tanta fuerza que el hombre estuvo inconsciente durante casi una hora.
Para cuando llegaron a Bisitun, los hombres de Eskkar habían adquirido la disposición que éste deseaba. Cansados hasta la extenuación y con los pies doloridos, habían transferido su furia a los hombres de Bisitun, a los bandidos que les habían reventado las piernas e interrumpido el sueño.
Los acadios echaron una mirada a su alrededor con sombrío interés, sabiendo que, a partir de ese día, se acabaría la instrucción. Si los hombres estaban preocupados por lo que sucedería ahora que habían llegado a Bisitun, estaban demasiado cansados para demostrarlo. La escena que tenían ante ellos era de lo más pacífica. Las típicas granjas aparecían desperdigadas por el paisaje, entrecruzadas por los siempre presentes canales de riego y alguna que otra vivienda de adobe. Un solo sendero de tierra, muy transitado, continuaba hasta la villa. Todo parecía en calma, y se veía casi del mismo modo que durante la última visita de Eskkar, casi dos años atrás.
—Bien, capitán —dijo Sisuthros, mientras se adelantaba hasta la cabeza de la columna, donde Eskkar y Grond habían detenido sus caballos—, ¿acampamos aquí o seguimos avanzando?
—Quedémonos aquí al menos una hora —respondió Eskkar—. No tenemos prisa.
—No vendrán a desafiarnos —dijo Grond—. Eso sería demasiado sencillo. Ni siquiera los bandidos son tan estúpidos.
—No, supongo que no —respondió Eskkar—. Pero de todas maneras los hombres necesitan un descanso, y a partir de ahora tenemos que convencer a Ninazu de nuestro plan.
Eskkar vio el cruce de miradas entre Sisuthros y Grond, pero ninguno de los hombres dijo nada. El tiempo de las discusiones había terminado y los próximos días resolverían las dudas de todos.
Así pues, los hombres descansaron mientras vigilaban la villa durante una hora, antes de reanudar la marcha. Se movían despacio, los soldados caminaban muy cerca unos de otros, rodeados a buena distancia por los veinte jinetes a caballo. Durante los últimos cuatro días, Eskkar había adiestrado a los hombres contra un eventual ataque de un grupo numeroso de hombres a caballo. Los soldados habían aprendido a formar rápidamente, tensar sus arcos y preparar sus armas y a disponerse para un ataque por cualquiera de sus flancos.
No obstante, los soldados se movían con precaución, todos ellos en alerta, y les llevó otra hora llegar a destino. Eskkar dio la orden de detenerse a unos cincuenta pasos del alcance de un tiro de arco desde la empalizada de la villa.
Eskkar hizo un gesto a Sisuthros. Su lugarteniente dio media vuelta y comenzó a gritar órdenes a sus soldados. Primero cruzaron el camino que conducía a la villa y dejaron caer sus petates y equipamiento. Sin estorbos, se pusieron a trabajar de inmediato, aunque los hombres mantuvieron sus armas cerca de sí. Mientras veinte hombres hacían guardia con los arcos tensados, el resto comenzó a cavar una trinchera cortando el camino. Tenían gran cantidad de palas y herramientas, la mayoría adquiridas en los últimos cuatro días mientras los jinetes registraban las granjas por las que pasaban en busca de utensilios para excavar, y por las que pagaban con monedas de cobre a los granjeros más que ávidos de vendérselas. El resto de los hombres hacía uso de sus manos, de palos o de cualquier cosa que pudieran encontrar. Afortunadamente, el suelo arenoso hacía que el trabajo procediera veloz.
Eskkar se apartó un poco, con Grond a su lado, y estudió la villa que tenían delante. A su paso, Alur Meriki debió de destruir buena parte de la empalizada, y Eskkar podía ver dónde había sido reconstruida. Sin duda, los bárbaros habían derribado muchas casas durante el asalto, pero las casas de barro se reemplazaban fácilmente y la choza de un campesino podía reconstruirse con unos pocos días de trabajo. Probablemente Bisitun no hubiera cambiado mucho en los últimos años. Allí solían vivir más de quinientas personas; ahora ese número podía ser aún mayor, con todos los granjeros de los alrededores expulsados de su tierra, sus cosechas y casas destruidas. Algunos puede que hubieran partido desde la llegada de Ninazu, pero otros se acercarían, buscando algún lugar comunal seguro, aunque fuera un pueblo controlado por bandidos.
Los arreglos recientes de la entrada principal eran evidentes; sin duda Alur Meriki había destrozado la anterior y la había utilizado para leña. Todas las casas de barro a tiro de flecha de la empalizada habían sido derribadas, y los escombros desparramados por el área, para impedir el avance de cualquier atacante. La empalizada era más alta de lo que Eskkar recordaba y parecía haber sido reforzada con troncos o tablas. La nueva puerta parecía maciza, aunque no se podía comparar con la solidez de la entrada principal de Akkad.
Eskkar podía ver a los defensores de pie detrás de la empalizada, algunos aún corriendo en busca de sus puestos. La mayoría llevaba arcos, sin duda con hachas y espadas al alcance de la mano. Desde el punto más alto de la muralla, justo a un lado de la entrada, un pequeño grupo de hombres se mantenía apartado y miraba a los soldados de Akkad y su excavación.
—Apuesto a que ése es Ninazu —comentó Grond—. Se parece un poco a su hermano. El alto con brazaletes de plata en el brazo.
Eskkar vio al hombre, pero sus ojos no detectaron ningún parecido a aquella distancia, sólo la plata pulida brillando al sol. Por un momento eso lo irritó. Diez estaciones atrás, habrían sido sus ojos los primeros en detectar semejantes detalles. Aunque tampoco podía quejarse; su suerte lo había mantenido con vida. Pocos guerreros pasaban la trigésima estación, y Eskkar había sobrevivido más batallas de las que era capaz de recordar. Así y todo, sabía que era mejor dejar el trabajo de luchar y ser soldado a hombres con la vigésima estación recién cumplida.
—Pronto sabremos si es él —gruñó Eskkar—. Pero síguele los pasos. Necesitamos identificar a los jefes para más adelante.
—¿Crees que saldrán a luchar? Se diría que están preparados.
—No, no si su jefe es inteligente. Todavía no, al menos. Este Ninazu seguramente espera un ataque inmediato contra la villa, si no hoy, entonces mañana. Dejemos que mire cómo cavan nuestros hombres…, eso le dará tiempo suficiente para preguntarse qué estamos tramando.
—¿Damos una vuelta para examinar el perímetro?
—Cuando hayamos cavado. Habrá tiempo suficiente mañana. Intentemos contar con cuántos guerreros nos estamos enfrentando.
Eskkar permaneció en la misma posición un rato largo, mirando hacia la empalizada, tratando de colocarse en el lugar del jefe de los bandidos. El asedio de Akkad le había dado mucha experiencia en la defensa de una villa. Los soldados y los pobladores habían pasado casi cinco meses preparándose contra el asedio de Akkad, aprendiendo e incluso inventando nuevas defensas y soportando luego más de un mes de dura lucha contra todo el clan de Alur Meriki. Al final, Eskkar y sus soldados habían obligado a los bárbaros a marcharse, derrotándolos tanto por haberles cortado el suministro de alimentos como por su resistencia en la muralla.
Con dicha experiencia, Eskkar observó Bisitun y su empalizada de madera. Ahora sería él el atacante, el que estaría fuera de la muralla. «Ponte en la cabeza de tu enemigo», le recordaba Trella. Este Ninazu tenía la villa y la empalizada para protegerlo, y Ninazu tenía más hombres que sus sitiadores.
Pero sólo porque un hombre llevara espada no se volvía un guerrero experimentado. Los hombres de Akkad estaban entrenados y habían practicado durante más de cinco meses. Y lo que era más importante, muchos de ellos se habían enfrentado a guerreros decididos y con mucha experiencia y los habían derrotado. Ningún grupo de bandoleros zarrapastrosos, unido apenas por el amor al oro y el miedo a su jefe, aguantaría mucho tiempo a los hombres de Eskkar en combate abierto. Ninazu debía de saberlo. Así que no habría ningún ataque repentino desde la villa, para sorprender y sobreponerse a los atacantes.
Ninazu tendría otras cosas de qué preocuparse. Eskkar no había tenido que hablar con los granjeros de la zona para saber cómo habían sido tratados. Y por mucho que los reacios habitantes de Bisitun se colocaran con decisión detrás de la muralla, no lucharían hasta la muerte por Ninazu, quien había dispuesto de sus mujeres e hijas, así como de sus cosechas y bienes, a su antojo y por la fuerza. No, Ninazu no podría confiar durante mucho tiempo en los pobladores.
Y si el bandido se aventuraba a salir y sufría una derrota, muchos de sus hombres comenzarían a pensar en tomar lo ganado y deslizarse a una zona segura al otro lado del río. Ninazu necesitaba una victoria rápida. Si Eskkar atacaba y era rechazado, la posición y la fuerza de Ninazu aumentarían. Cuanto más durara el asedio, más confianza tendrían los hombres de Ninazu. Pero el tiempo, que parecía estar del lado de Ninazu, pronto trabajaría a favor de Eskkar.
—Este Ninazu tiene muchos hombres —dijo Eskkar—, dispuestos y menos dispuestos. Hasta donde alcanzo a ver, cuento por lo menos noventa o cien. Sin duda hay más esperando detrás de la empalizada. Más que suficientes para atacarnos. Pero él esperará unos días, para ver qué es lo que hacemos.
—Entonces tendremos que demostrarle de lo que somos capaces, capitán —respondió Grond—. Le espera una sorpresa.
—Tú asegúrate de que no seamos nosotros los sorprendidos.
Las ideas preliminares que Eskkar había desarrollado cuando estuvieron en Dilgarth y que habían sido reelaboradas durante la marcha hacia el norte seguían teniendo validez, y el terreno que rodeaba la villa parecía favorable. Ahora que podía estudiar las defensas de la villa, necesitaba pensar en algunos detalles, pero seguía teniendo un plan. Esa noche y la siguiente le brindarían más información a la vez que ponía en marcha la primera parte de su plan.
Aunque no era por naturaleza un hombre paciente, Eskkar podía darse el lujo de tomarse su tiempo. Quería conquistar la villa sin perder demasiados hombres. Los soldados que él y Gatus habían entrenado eran demasiado valiosos para desperdiciarlos en un ataque frontal, aunque confiaba en poder franquear la empalizada, utilizando a sus arqueros para rechazar a los hombres de Ninazu de la muralla. Pero muchos morirían, y Eskkar necesitaba a todos los hombres con los que contaba, no sólo aquí, sino también en Akkad. No, seguiría con su plan original. Su decisión estaba tomada, por lo que Eskkar y Grond hicieron regresar a sus caballos dirigiéndose al nuevo campamento.
Para cuando cayó la noche, la defensa básica del campamento estaba casi concluida. Una angosta trinchera rodeaba a los hombres en tres direcciones, dejando sólo la retaguardia expuesta. Para el día siguiente, incluso esa abertura sería cerrada. La tierra de la trinchera había sido apilada hacia adentro del campamento para formar un parapeto, y los hombres, incluso en aquel momento, trabajaban en su construcción. Esa pared de tierra detendría una flecha tanto como una de madera, mientras que la trinchera sería un obstáculo tanto para hombres como para caballos, si es que los hombres de Bisitun intentaban atacar a los acadios.
La idea de un campamento fortificado había sido de Gatus. Él y Eskkar habían argüido durante muchas noches y cervezas sobre su utilidad. El viejo soldado tenía un modo particular de adiestrar a los hombres y parecía obsesionado con la idea de las fortificaciones. Hasta ese momento, Eskkar se había mostrado escéptico, pero ahora, observando cómo progresaba el trabajo, se dio cuenta de que el viejo guerrero tenía razón.
Sisuthros apostó a los centinelas y recorrió el campamento para asegurarse de que permanecían alerta. Pero Eskkar dependería más de los tres hombres que se habían ido del campamento en cuanto los últimos rayos del sol desaparecieron del cielo. Se acercarían todo lo posible a la empalizada para mantener la vigilancia. Si los defensores decidieran salir a atacar, los tres centinelas darían la alarma.
Dentro del campamento, Sisuthros mantuvo a los setenta acadios ocupados durante unas dos horas, antes de permitirles descansar, aunque un tercio de los hombres permanecería despierto y alerta durante la noche. Los soldados, agotados, cayeron dormidos enseguida, roncando en agradecido reposo, haciendo suficiente ruido como para despertar a los demonios o a los muertos. Sólo cuando todo pareció seguro, Grond, Hamati y Sisuthros se sentaron con Eskkar en torno a una pequeña fogata a discutir los próximos pasos.
—Por lo que hemos podido ver en la empalizada —comenzó Eskkar—, parece que Ninazu tiene por lo menos un centenar de guerreros, y probablemente treinta o cuarenta más que mantiene ocultos. El resto son pobladores y granjeros de la zona, sin duda con espadas a sus espaldas además de las que tienen en las manos.
—¿Qué pasaría si intentaran atacar esta noche? —preguntó Hamati. Él estaba a cargo del primer grupo de veinticinco hombres que permanecerían despiertos y listos durante la noche.
—No creo que lo hagan —respondió Eskkar—. Él sabe que tiene más hombres que nosotros. ¿Por qué dejaría su posición de fuerza para atacar la nuestra? No, esperará, creyendo que nosotros atacaremos mañana.
—Podríamos intentar algo nosotros esta noche —sugirió Sisuthros.
—No tenemos suficientes hombres. Seguiremos con el plan, por lo menos durante los próximos días. —Eskkar se puso de pie—. Despiértame cuando cambies la guardia, Hamati. Quiero hablar con los hombres. Ahora, descansemos.
Eskkar se despertó antes del alba. Había dormido bien durante la noche, a pesar de despertar dos veces cuando los veinticinco centinelas fueron reemplazados. En cada ocasión, recorrió el campamento con los nuevos hombres, revisándolos, hablando con ellos y recordándoles que se mantuvieran alertas.
A su alrededor los hombres se quejaban y se estiraban, con los músculos agarrotados por el trabajo del día anterior. Eskkar sonrió. Esos músculos pronto se aflojarían. Hoy volverían a cavar. Mucho más. Los hombres deberían estar agradecidos. Por lo menos no tenían que marchar a ninguna parte.
Antes de que el sol se elevara del horizonte, Eskkar se puso de pie sobre el parapeto mirando en dirección a la villa. La empalizada estaba repleta de hombres, una señal de disciplina por parte de su enemigo. Sin duda, Ninazu esperaba un ataque temprano por la mañana, o incluso algo durante la noche. Con el sol a su espalda, Eskkar avistó al hombre de brazaletes plateados en ambos brazos. Si ese hombre resultaba ser Ninazu, sería un blanco fácil, especialmente para Mitrac y su arco.
Eskkar examinó la empalizada sólo el tiempo suficiente como para asegurarse de que los defensores no pensaban realizar un ataque durante la mañana. Cuando se volvió, media docena de flechas cruzaron el cielo, intentando alcanzarlo. Todas cayeron en tierra, la más cercana por lo menos a sesenta pasos de su blanco. Sonriendo, Eskkar saludó al jefe de los bandidos, y luego entró en su campamento.
Después de una rápida comida de pan correoso y queso duro, Eskkar observó cómo Sisuthros daba las órdenes de la mañana. Su lugarteniente envió a diez exploradores a caballo, para asegurarse de que nadie sorprendiera a los acadios por la retaguardia o los flancos. Habiendo partido los exploradores, Sisuthros envió a los escuderos y a los escribientes a buscar agua fresca del río y puso al resto de los hombres a trabajar. Primero terminarían la trinchera en torno al campamento. Luego profundizarían la trinchera y elevarían aún más el parapeto, más alto de lo que en verdad necesitaban. Eskkar quería que el campamento estuviera asegurado para cuando terminara el día —y sus hombres, ocultos de los defensores—, de modo de poder preparar sus sorpresas.
Los hombres se afanaban sin pausa: cuando una mitad trabajaba, la otra montaba guardia o descansaba. Para el mediodía, un escarpado parapeto de tierra bien apisonada rodeaba el campamento. Sólo quedaba una apertura de unos seis pasos de ancho en la retaguardia. Los exploradores de Sisuthros regresaron, con dos carretas que podían usar para bloquear la entrada, de ser necesario. Con la fortificación básica concluida, los hombres se dedicaron a profundizar la trinchera y alzar aún más el parapeto. Eskkar recorrió el perímetro del campamento una vez más, como lo había hecho ya una docena de veces, conversando con sus hombres, alentándolos, asegurándoles que podrían descansar cuando la trinchera estuviera terminada.
Un grito le hizo levantar la vista. Uno de los exploradores de Sisuthros regresaba, cabalgando hacia el campamento, desde el sur. Su trote tranquilo le hizo saber que no traía noticias urgentes, por lo que Eskkar caminó con calma hacia la retaguardia del campamento. Grond, Hamati y Sisuthros se le unieron al mismo tiempo que desmontaba el jinete.
—¿Qué pasa, Tuvar? —preguntó Sisuthros poniéndole al hombre la mano en el hombro—. ¿Qué es lo que has visto?
—Justo lo que usted esperaba. —Tuvar entregó su caballo a uno de los otros hombres. Después se enfrentó a Eskkar—. Capitán, nos encontramos con cinco granjeros en los alrededores. Estaban atemorizados, pero de todos modos se acercaron a nosotros.
—Bien. ¿Dónde los encontrasteis? —Eskkar necesitaba a los granjeros locales. Constituirían una parte importante de su plan.
—A unas pocas millas detrás de nosotros, capitán. Estábamos fuera de la vista de la villa. Les dije que habíamos venido para liberar a la villa de Ninazu y sus ladrones y que les compraríamos tanta madera, comida y vino como pudieran vendernos.
—Y tú les dijiste… —Eskkar no pudo evitar la sonrisa que le cruzó el rostro.
—Les dije que lo trajeran aquí. No les gustó. Tienen miedo de que les cojamos la comida y nos quedemos con el dinero. —Tuvar sonrió recordando el incidente—. Les dije que, si tenían miedo, lo fueran trayendo poco a poco y que les pagaríamos cada entrega. Tal como usted dijo que sucedería, capitán. Vendrán, estoy seguro.
—Puesto que te conocen, vuelve a donde los encontraste y espéralos allí. Puedes acompañarlos hasta aquí. Recuerda, somos sus amigos, deseosos de ayudarlos a deshacerse de Ninazu. Esto es importante, Tuvar. Cuida de ellos y trátalos cortésmente.
—Entiendo, capitán. No se preocupe. Los traeré. —Hizo un gesto de asentimiento a Sisuthros antes de volver a montar su caballo y partir al trote.
Eskkar se volvió a Sisuthros.
—Que estén listos algunos hombres para recibirlos. Tú también, Grond. Asegúrate de detenerte a hablar con ellos. Diles que quieres comprar los mejores vinos y comidas para mí.
—Sí, capitán. —Los dos hombres continuaron conversando. Habían discutido todo eso la noche anterior y nuevamente esa mañana. Pero Sisuthros conocía bien a su capitán. Eskkar repasaría las órdenes una y otra vez, tanto para asegurarse de no haber olvidado nada como para ver si Sisuthros u otro de los lugartenientes las recordaban.
Otro grito hizo que todos alzaran la vista. Un par de jinetes se asomaban sobre una de las colinas bajas hacia el sur, cada uno, además, con un animal de carga. Tanto hombres como bestias parecían haber viajado sin pausa. Eskkar miró a ambos jinetes, uno de los cuales le resultaba familiar.
—Es Drakis —dijo Grond, identificando él primero al hombre—. Debería haber llegado ayer por la noche.
—¿Quién viene con él? —preguntó Sisuthros.
Esa pregunta la respondió enseguida el mismo Drakis, en cuanto desmontó y bebió media bota de agua. Los cuatro jefes lo llevaron a un lado, todos ansiosos por saber las nuevas que traía.
—Capitán Eskkar —comenzó Drakis, secándose el agua del mentón con el dorso de la mano—, la señora Trella envía saludos y le desea éxito en Bisitun.
—¿Trella está bien? —Casi diez días habían pasado desde la última vez que Eskkar la viera.
—Muy bien, capitán. Me pidió que le recordara a Grond que lo mantuviera a salvo y lejos de los problemas.
—Intentaré cuidarme por mí mismo, Drakis —respondió secamente Eskkar. De alguna manera, su preocupación lo enorgullecía, no lo avergonzaba—. ¿Qué más dijo?
—Sólo que deseaba que regresara pronto. Y sugirió que Gatus enviara a otro hombre conmigo, con un segundo caballo de carga. Así trajimos doce botas de aceite, tres bolsas de algodón y tanta soga como pudimos. La carga extra nos demoró, si no habríamos llegado ayer.
Eskkar no esperaba tanto. Era típico de Trella asegurarse de que él recibiera el doble de lo pedido. Y él debería haber pensado en enviar a dos hombres. Si uno de los caballos se lastimaba, eso hubiera significado una demora en obtener lo que necesitaba.
—¿Y todo está bien en Akkad?
—Sí, y también en Dilgarth —dijo Drakis, anticipando la siguiente pregunta de Eskkar—. No hay señales de ningún bandido en el área circundante y la villa parece estar recuperándose. Corio y Nicar van a enviar más hombres, y Gatus ha enviado a unos pocos soldados para protegerla. Sin duda ya deben de haber llegado. Con los hombres extra, Dilgarth debe estar reconstruyendo la empalizada y los canales de riego y ayudando a los tejedores a recomenzar. Nicar dice que hay una gran escasez de lino en Akkad.
—Bien. Muy bien —dijo Eskkar, complacido de saber que Dilgarth permanecía segura y a salvo. Se dirigió a Sisuthros—: Podemos comenzar con la siguiente etapa de nuestro plan.
Grond se volvió a Drakis.
—¿Y qué me dices de ese hombre? ¿Quién es?
—¿Rukor? Es uno de los nuevos hombres que Gatus está entrenando. —Drakis pareció sorprendido frente al repentino interés—. Es bueno con los caballos. Nos habríamos demorado aún más si no hubiera sido por él.
Eskkar miró hacia los animales de carga, donde Rukor y alguno de los escuderos del campamento ya habían desembarazado a los cansados animales de sus cargas y comenzado a asearlos. Eskkar no conocía al hombre y no quería correr riesgo alguno. —Tendremos que deshacernos de él. ¡Rukor! ¡Ven aquí! —El grito hizo que Rukor se volviera a ellos y se acercara al trote hacia donde estaban sus jefes.
—Sí, señor Eskkar —dijo haciendo una reverencia. Hombre mayor, Rukor parecía tener más de treinta estaciones. Nunca había hablado antes con Eskkar y sabía muy poco del líder de Akkad.
—Rukor, Drakis me ha dicho que has cumplido tu tarea —dijo Eskkar—, pero ahora quiero que vuelvas a montar a caballo y regreses a Akkad. Tengo un mensaje urgente para mi esposa. Le dirás que…, le dirás que estamos acampados fuera de Bisitun y esperando.
Rukor parecía confuso y decepcionado. Sin duda esperaba contar con algunos días de descanso antes de volver a montar. Y ese mensaje no parecía ni particularmente urgente ni importante.
Eskkar se volvió a Grond.
—Dale a Rukor dos monedas de plata como recompensa. —El pago de una semana haría que el hombre no se sintiera tan mal. Mientras Grond buscaba en su cinto las monedas, Eskkar continuó—: Rukor, Drakis dice que puedo confiar en ti, por lo que te pido que partas al instante. Hazte con una montura fresca y coge lo que necesites. Y no le repitas a nadie el mensaje que llevas. ¿Has entendido?
Grond puso las monedas en la mano de Rukor antes de que éste pudiera responder nada.
—Ven conmigo, Rukor. —Le pasó el brazo por el hombro al confuso soldado y comenzó a apartarlo—. Me aseguraré de que te den un buen caballo y comida en abundancia.
Cuando los dos hombres partieron, Eskkar se volvió a Drakis.
—Ahora necesito que hagas algo importante, Drakis. Escucha con cuidado. Tú vas a darme el resto del mensaje que Gatus me envió. El mensaje es que Gatus junto con ciento veinte hombres llegará en cuatro o cinco días. ¿Entiendes?
Drakis se quedó boquiabierto. No había habido ningún otro mensaje.
—Pero capitán, Gatus no…
—Escúchame, Drakis —repitió Eskkar paciente, manteniendo la voz baja—. Esto es muy importante. Gatus te dijo que estaría aquí junto a ciento veinte hombres en cuatro o cinco días. Eso es lo que él te pidió que me transmitieras. —Eskkar aguardó un momento, para que le quedara claro a Drakis—. Ahora, Drakis, dime, ¿qué mensaje te dio Gatus para mí?
Drakis miró a Eskkar y a Sisuthros, quien sonreía frente a la confusión del soldado.
—Dile a Eskkar lo que Gatus te dijo, Drakis —lo alentó Sisuthros—. Vamos, dale el mensaje de Gatus.
Ahora tanto Eskkar como Sisuthros estaban a la espera, con el rostro sonriente. Drakis se volvió a Eskkar.
—Eh, capitán…, Gatus me dijo… que él, junto con ciento veinte hombres, llegaría en cuatro o cinco días.
—Muy bien, Drakis —dijo Eskkar—. Ahora recuerda lo que Gatus te dijo. Debes creer esas palabras y repetirlas como si fueran ciertas. Cuando te juntes con los hombres, alguno te preguntará por el mensaje que traías. Tú le dirás entonces lo que Gatus te dijo, tal como me lo dijiste a mí. Quiero que nuestros hombres crean que hay más soldados por llegar. Tú también debes creerlo, para que ellos te crean a ti. ¿Puedes hacerlo, Drakis? Si no puedes, entonces tendrás que partir a caballo con Rukor. Los hombres tienen que estar convencidos de que llegarán refuerzos.
—Puedo hacerlo, capitán —respondió decidido Drakis—. No estoy seguro de lo que significan esas palabras, pero puedo hacerlo.
—La comprensión no es necesaria, Drakis —dijo Eskkar, disminuyendo la severidad del comentario con una sonrisa—. Simplemente obedece las órdenes. Si crees en el mensaje, no tendrás problemas en convencer a ninguno de los hombres. Ahora, repasémoslo.
Eskkar hizo que Drakis repitiera el mensaje media docena de veces, hasta que las palabras fluyeron sin problemas. Finalmente Eskkar despidió a Drakis, dejando que se reuniera con los hombres para que pudiera comer algo. Los otros hombres le pedirían noticias de Akkad, y más tarde o más temprano Drakis «confirmaría» el mensaje de Gatus. Rukor ya se había marchado de regreso a Akkad, llevando consigo un mensaje inútil que haría que Trella enarcara las cejas y que Gatus pensara que su capitán había perdido la cabeza.
—Bien, capitán —dijo Sisuthros—, sucederá tal como dijo. Los hombres creerán a Drakis. Y espero que los granjeros de la zona vengan pronto. Ellos saben que hemos llegado y que necesitaremos comida.
—Tú ocúpate de ellos personalmente cuando lleguen, Sisuthros. Son parte importante del plan. Recuerda pagarles lo justo por lo que traigan, pero no de más. Si comenzamos a pagarles demasiado… —Eskkar miró en torno al campamento—. Ya es hora de que Grond y yo demos una vueltecilla por la villa, mientras tú te ocupas de tu parte.
Momentos después, una vez que Eskkar hubo montado en su caballo, se elevaron unos vítores entre sus hombres. Sisuthros acababa de informar a los soldados de que Gatus y más hombres estaban en camino, para incrementar su número. Y si alguien preguntaba a Drakis, éste confirmaría que en verdad ése era el mensaje que había traído. En Bisitun, los hombres comenzarían a preguntarse por la gritería. Eskkar asintió satisfecho.
Con diez soldados detrás de él, Eskkar comenzó a circundar la villa. Primero avanzó lentamente hacia el oeste, deteniéndose con frecuencia a examinar la tierra, siempre manteniéndose por lo menos a un cuarto de milla de la villa. Cuando llegaron al río, hicieron una pausa de por lo menos media hora mientras Eskkar examinaba el terreno, el río y el acercamiento desde el suroeste a la villa antes de comenzar a volver sobre sus pasos. Después aceleraron la marcha mientras pasaban por detrás de su propio campamento para volver a reducirla después y examinar a sus anchas los alrededores al noreste de Bisitun hasta que volvieron a llegar al río. Al igual que antes, Eskkar se tomó su tiempo, estudiando el terreno antes de volver lentamente hacia el campamento.
Habían estado ausentes alrededor de dos horas y durante ese tiempo los muros de Bisitun estuvieron repletos de hombres, no sólo soldados sino también pobladores, todos nerviosos y curiosos sobre lo que planeaban los hombres de Akkad. Levantando la mano para protegerse los ojos, Grond pudo observar cómo el hombre de los brazaletes de plata en los brazos los seguía a lo largo de la empalizada de uno a otro lado de la villa.
—Bueno, hemos llamado su atención, capitán —dijo Grond, mientras desmontaban y entregaban sus caballos—. Y Sisuthros está avanzando en la construcción de la trinchera. Ya parece estar terminada.
—Demos una vuelta por el campamento, para ver qué aspecto tiene.
Caminaron lentamente en torno al campamento, pero no encontraron defectos ni en la trinchera ni en el parapeto. Aunque un buen jinete con un caballo fuerte podía saltar los seis pies de ancho de la trinchera, el animal caería directamente sobre el montículo de tierra y con seguridad se enterraría hasta los hombros en la tierra blanda. La trinchera y el parapeto de tierra demorarían el avance de los hombres a pie aún más. Tendrían que saltar a la trinchera, después trepar el parapeto y enfrentarse con el filo de los arcos y espadas de los defensores. Satisfecho porque su posición no podía ser conquistada, Eskkar regresó al interior del campamento, pensando que si Gatus estuviera allí también estaría satisfecho.
Eskkar repitió la inspección desde detrás del parapeto, tomándose su tiempo en el recorrido por el campamento. Los soldados se encontraban satisfechos, sabiendo demorada la posibilidad de una batalla. Tendrían unos días de descanso antes de que Gatus llegara con sus hombres. Con un centenar de hombres más, sabían que podían tomar la villa con facilidad.
Eskkar habló con muchos de ellos, siempre preguntándoles si entendían sus órdenes y sabían cuáles eran sus puestos en caso de emergencia, siempre intentando recordar sus nombres tanto como le era posible. Quería que supieran que él dependía de ellos. Y que aquel no era momento de que ellos se relajaran o descuidaran la vigilancia.
Había terminado de pasar lista a la tropa cuando Sisuthros se aproximó.
—Capitán, aquí llegan los primeros granjeros.
Acercándose lentamente por el camino, Eskkar vio tres pequeñas carretas, cada una empujada o tirada por dos granjeros. O estos granjeros no tenían animales de carga o temían que los soldados se los confiscaran, lo que era posible con los hombres de Ninazu.
—Bueno, al menos tendremos comida fresca esta noche.
—¿Quieres hablar con ellos?
—No. Dejemos que se habitúen a tratar contigo, tanto ahora como en el futuro. Diles que estoy demasiado ocupado para lidiar con granjeros. No olvides decirles que necesitaremos mucha más comida en unos pocos días.
—¿Crees que habrá espías en este grupo, capitán?
—No, no en este grupo —dijo Eskkar, tomándose un momento para considerar la pregunta—. Tal vez tampoco en el siguiente. Pero cuando llegue el tercer grupo…, entonces creo que tendremos espías o granjeros que reciben dinero de Ninazu.
Eskkar se alejó de la entrada de retaguardia y observó a distancia cómo los nerviosos granjeros se acercaban al campamento. Sisuthros los hizo detenerse detrás del parapeto, y después pasó media hora negociando con ellos. Los vecinos parecían atemorizados, temerosos de que les confiscaran las mercaderías o de que los capturaran para hacerlos esclavos o sirvientes. Pero como los hombres de Ninazu se llevaban lo que querían sin pagarlo, estos granjeros necesitaban las monedas de cobre, y la necesidad los había empujado a correr el riesgo. Hasta aquel momento, ninguno de los extranjeros de Akkad había atacado a nadie ni robado en las granjas, así que tal vez, después de todo, pudieran negociar honradamente.
Esa noche Eskkar disfrutó de buen vino con la comida, a la par que nueces y pan fresco. Los granjeros se habían marchado, incapaces casi de disimular su dicha. Habían recibido una suma decente por sus mercaderías y prometieron hacer correr la voz y que llevarían más alimentos para la mañana siguiente.
Una vez más, Eskkar dio las gracias a los dioses por los consejos de Trella. Ella le había dado una buena provisión de la preciosa plata para ganarse la buena voluntad de los granjeros locales. En el pasado simplemente les habría quitado lo que necesitaba, sin duda, del mismo modo en que lo había hecho Ninazu. Ahora Eskkar comprendía de qué modo alienaría eso a los granjeros y cómo se le volvería en su contra a largo plazo. En los días siguientes, él necesitaba su asistencia, aunque la suministraran sin saberlo.
Los hombres de Sisuthros mantuvieron una estrecha vigilancia toda la noche, los soldados en alerta ante cualquier ataque desde la villa. Pero, como había esperado Eskkar, no sucedió nada. El sol matinal encontró el terreno desierto a su alrededor, pero no se había elevado mucho por encima del horizonte cuando una sinuosa columna de carretillas, carros e individuos, cargando con todo lo que podían, apareció en el camino, desde el sur. Las ventas del día comenzarían temprano. Eskkar resistió el impulso de unirse a Sisuthros. Su lugarteniente sabía lo que había que hacer.
Después del desayuno, Eskkar fue con Grond, Mitrac, Hamati y media docena de soldados experimentados a un rincón del campamento para planear el siguiente paso. La reunión no duró mucho. En cuanto concluyó, Hamati puso a trabajar a una veintena de hombres, diez a cada lado del campamento. Comenzaron a cavar dos nuevas trincheras. Éstas se extenderían a ambos lados del campamento, a lo largo de las líneas que Eskkar había trazado el día anterior.
A los hombres les dijeron que Eskkar quería extender la trinchera para hacer sitio a los refuerzos que traería Gatus, y para guardar la comida extra y los caballos. Les dijo poco más, excepto que podían tomarse su tiempo y que serían relevados cada dos horas. Con el campamento principal establecido, Eskkar consideraba que las nuevas trincheras generarían innumerables preguntas dentro de Bisitun.
Sisuthros pasó la mañana con los granjeros a medida que llegaban. Al principio, como había sucedido el día anterior, los mantuvo fuera del campamento. Pero pronto el número de granjeros ansiosos se multiplicó, todos discutían y regateaban con él y con los escribientes, y Sisuthros se hizo cada vez más descuidado. Algunos granjeros entraron con sus mercaderías en el campamento, en busca de compradores. Otros, habiendo terminado sus negocios, entraron a ver, para satisfacer su curiosidad sobre Eskkar y los acadios.
Sólo el vino y la cerveza permanecieron fuera del campamento, lejos de los soldados, salvo para los afortunados escribientes, que debían probar las mercaderías a fin de determinar la calidad y el precio. Eskkar había dado instrucciones precisas al respecto. Sisuthros había asignado a sus hombres de más confianza el cuidado del vino. Si los hombres tenían acceso al alcohol, la mitad de ellos estarían borrachos en menos de una hora e inútiles para el resto del día.
El sol había trepado a lo alto del cielo matinal antes de que Sisuthros pudiera deshacerse del último de los granjeros y fuera a reunirse con su capitán.
—¡Por todos los dioses, capitán, detesto tratar con mercaderes y granjeros! Cada uno de ellos quería discutir el precio, cada uno aseguraba que su hogaza de pan o su gallina valían el doble de lo que ofrecíamos.
—Te dije que sería más difícil de lo que pensabas. Así y todo, más te vale que te vayas acostumbrando. ¿Van a volver?
—Sí, regresarán esta tarde. Pero todo salió bien, creo.
—Bien. Ahora, dime qué es lo que has averiguado sobre Ninazu.
—Grond tenía razón, Eskkar. Es el de los brazaletes de plata. Le tienen miedo, eso es obvio. Ha matado a todos los que se le han opuesto. Estarían felices si lo expulsáramos.
Eskkar asintió serio.
—Sí, eso placería a todos. Ahora, dime qué más has averiguado.
Parte de comprar y vender era conversar. Los granjeros tenían curiosidad sobre los soldados y la nueva ciudad de Akkad y parecían dispuestos a brindar información sobre Ninazu. A su vez, Sisuthros les había contado lo maravillosa que se había vuelto la vida en Akkad, ahora que los bárbaros habían sido expulsados, para no volver, y la prosperidad había regresado bajo el reinado inteligente y justo de Eskkar. Sisuthros contó la historia de la derrota de los bárbaros tres veces, cada versión más detallada que la anterior. Algunos granjeros parecían escépticos, pero los soldados, una vez que comenzaron a tratar con los granjeros, ayudaron a terminar de convencerlos.
En cuanto a Ninazu, ninguno de ellos sabía a ciencia cierta, pero después de mucho preguntar, por parte de Sisuthros y los escribientes, parecía que Ninazu contaba por lo menos con ciento veinte guerreros. Según decía el relato, el jefe bandido había esperado hasta que la villa empezó a restablecerse después del paso de los bárbaros. Cuando los pobladores comenzaron a regresar a sus casas y granjas, Ninazu envió a algunos de sus hombres a Bisitun para que espiaran a sus habitantes.
Entonces, sólo un mes atrás, él, junto a cincuenta hombres, entró de improviso a la villa. Mató a los dos ancianos que habían retornado a sus hogares, y luego ejecutó a unas pocas almas valientes que habían resistido o hablado en su contra. Al principio, los hombres de Ninazu cogieron lo que querían, pero en las últimas dos semanas había comenzado a controlar a sus seguidores intentando acercarse a los pobladores y ganar su apoyo. A pesar del duro tratamiento a los pobladores, Ninazu contaba ahora con muchos hombres, muchos de los cuales habían sido reclutados en los alrededores, mientras que otros habían llegado desde el oeste, deseosos de unirse a ellos y seducidos por los relatos de conquistas fáciles.
Eskkar conocía la vieja historia; él la había experimentado no hacía mucho tiempo, aunque cuanto menos se supiera sobre su pasado, mejor. No estaba arrepentido de lo que había hecho. Se sentía, en cambio, avergonzado por el hecho de que sus hombres, medio borrachos y todavía sufriendo la resaca del exceso de cerveza, hubieran sido sorprendidos. Una banda de guerreros bárbaros los había espiado en secreto mientras capturaban la villa y la saqueaban durante dos días, antes de caer sobre ellos, reduciéndolos en instantes.
Su suerte lo había salvado una vez más. Había escapado, aferrado a su caballo y huyendo para salvar la vida, mientras que la mayoría de sus hombres murieron o fueron atrapados y el resto, desperdigado a los cuatro vientos. Apartó ese desagradable recuerdo de su memoria.
—Buen trabajo, Sisuthros. Tú asegúrate de no facilitarles demasiado la tarea. Deja que obtengan migajas de información de los hombres.
—Hemos sido muy cuidadosos, capitán. Los escribientes están hablando libremente, aunque siguen tomando nota de cada venta, del precio que pagamos.
Eskkar frunció el ceño ante la noticia. No podía quitarse de en medio a los sempiternos escribientes, quienes se pasaban la vida contando y tomando nota, no sólo hombres y animales, sino también bolsas de grano, hogazas de pan, el número de espadas y el de arcos. Uno de los animales de carga se quejaba bajo el peso de las pequeñas tabletas de arcilla.
—Tendrás que tratar con los escribientes. Recuerda, Trella y Nicar van a controlar cada artículo. Así que ten cuidado o descontarán cualquier pérdida de nuestra paga.
Este comentario hizo sonreír a ambos hombres. Eskkar no tenía hoy más monedas en su bolsillo que las que tenía cuando entró por primera vez en Akkad. Y la única paga que Sisuthros recibiría permanecía dentro de Bisitun, esperando ser conseguida. La villa primero debería ser tomada, para luego hacerla prosperar, antes de que Sisuthros viera algo de oro para sí. Pero sería su regidor, en nombre de Eskkar, y ambos hombres comprendían que, con el tiempo, el oro habría de llegar.
Sisuthros se quedó con Eskkar hasta mediada la tarde, cuando el siguiente grupo de granjeros zaparrastrosos apareció por el camino. Este grupo, unos veinticinco hombres y diez mujeres, era más numeroso que el de la mañana. Muchos de los mismos granjeros habían vuelto, con los carros otra vez repletos de panes, frutas, vegetales, una o dos gallinas escuálidas e incluso un par de botas de vino fuerte. Algunas de las mujeres llevaban muy poco consigo, y Eskkar supuso que lo que iban a vender no era necesariamente lo que llevaban en sus canastas. Bueno, un poco de esa clase de negocios no lastimaría a sus hombres, salvo en sus monederos.
Sisuthros repitió el procedimiento de la mañana. Al principio retuvo a los granjeros fuera del campamento, hasta que la urgencia de los negocios y el tiempo aflojaron la disciplina y les permitió entregar las mercaderías dentro del campamento. Allí se mezclaron con los soldados, todos todavía curiosos unos de otros. Esta vez Eskkar notó que uno o dos de los extranjeros lo miraban con algo más que mera curiosidad.
La compraventa de la tarde duró casi dos horas, antes de que Sisuthros sacara por fin al último de ellos del campamento. Algunas de las mujeres querían volver, y Sisuthros tuvo que hacer formar a sus hombres para asegurarse de que todas hubieran partido. Después tuvo que tratar con los escribientes durante unos momentos antes de sumarse a Grond y a Eskkar.
—¡Por todos los dioses, si tengo que hacer esto a diario, prefiero dejarme caer sobre mi espada! —exclamó Sisuthros—. Estoy comenzando a odiar a comerciantes y mercaderes. ¡Y a las putas! Gracias a dios que no regresarán mañana.
Les habían dicho a los granjeros que no retornaran sino hasta dentro de dos días. Los hombres de Akkad contaban con suficientes provisiones para unas cuantas jornadas.
—No te va a ir muy bien si gobiernas Bisitun con semejante actitud —comentó Eskkar—. ¿Alguna cosa fuera de lo normal?
—Sí, capitán. Había dos o tres que tenían un aspecto diferente. Uno tenía las manos suaves y parecía como si no hubiera trabajado en una granja desde hacía tiempo. Anduvo mirándolo todo y haciendo numerosas preguntas a los escribientes.
—Me di cuenta de que estaba paseando por el campamento y hablando con los hombres. —Eskkar sabía que les llevaría a los espías varias horas regresar a Bisitun, ahora que los hombres de Eskkar bloqueaban el camino principal. Los informantes tenían que ir un trecho río arriba y después acercarse a la ribera hasta llegar a la villa. O si tenían un bote listo, podían dejarse llevar hasta Bisitun. En todo caso, para la noche Ninazu tendría su informe. Sabría que el campamento de su oponente era fuerte y seguro, que los hombres estaban confiados y relajados y que un gran grupo de refuerzos llegaría pronto a unírseles. Ahora Eskkar se preguntaba qué es lo que haría Ninazu con dicha información.
Las opciones de Ninazu eran limitadas. Podía intentar hacer tiempo en la villa, confiando en que la empalizada detendría a los acadios. El problema con ese plan era que si Eskkar verdaderamente contaba con casi doscientos hombres y la habilidad para hacer uso de ellos de forma efectiva, Ninazu no iba a ser capaz de detenerlos. Y una vez que sus seguidores se enteraran de que los refuerzos se acercaban, el espíritu de lucha abandonaría a muchos de ellos. No se habían unido a Ninazu para enfrentarse con espadas en una batalla desesperada por Bisitun. No, ellos buscaban un botín fácil, no una pelea a muerte.
La otra opción para Ninazu sería escapar por el río. Eso siempre sería una posibilidad. Pero Ninazu no iba a dejar una villa grande y vigilada, que de inmediato sería fortificada en su contra. Se vería en la posición de intentar mantener a un revoltoso grupo de bandoleros en tierras ya arrasadas, sin una base segura de operaciones. Los acadios comenzarían a perseguirlos a los pocos días, mientras que sus hombres codiciarían el botín personal de Ninazu. Esa opción tampoco le parecería muy atractiva a Ninazu.
Tal y como Eskkar veía las cosas, eso le dejaba a Ninazu un sola posibilidad: atacar a los acadios antes de que llegaran los refuerzos, aplastarlos y tomar sus armas. Enfrentados con semejante derrota, los supuestos refuerzos se darían media vuelta. Por lo menos, Ninazu no estaría peor que en ese momento. Una victoria podía incluso aportar a sus hombres el coraje y la resolución para resistir a otro grupo de sitiadores.
El jinete había llegado de Akkad el día anterior, y sería de noche antes de que las noticias de los «refuerzos» llegara a Bisitun. No era probable que Ninazu pudiera tener a sus hombres listos en tan poco tiempo para intentar nada esa noche. Eskkar quería mantener la presión sobre Ninazu, continuar obligándolo a reaccionar como Eskkar quería. El próximo paso del plan daría comienzo esa noche, el que ajustaría la soga alrededor del cuello de Ninazu aún más.