Capítulo 19
Eskkar casi no se había dado cuenta del paso del tiempo, de cómo los días se convertían en semanas. Al principio la villa ocupaba casi todo su tiempo, a pesar de las muchas responsabilidades que delegaba en Sisuthros. El pueblo de Bisitun, una vez recobrado del terror de Ninazu, muy pronto se declaró contrario a que Akkad rigiera su destino, por muy razonable o pacífica que fuera la intención. Le llevó a Eskkar más de una semana comprender el motivo.
Cuando Alur Meriki amenazó Akkad, los nobles de la ciudad eligieron a Eskkar para que los salvara. Durante la crisis, los habitantes llegaron a conocerlos a él y a Trella como individuos a quienes podían confiarles la vida. Más aún, entendieron que ni él ni Trella valoraban el oro, los esclavos o los otros lujos de la vida de los nobles. En suma, los pobladores los aceptaron como personas antes de aceptar su mando.
En Bisitun tal confianza no surgió fácilmente. Aunque Eskkar y sus hombres habían rescatado la villa de los bandidos, nadie en Bisitun les había pedido que lo hicieran y no eran pocos los que sentían nostalgia de los días en los que se gobernaban a sí mismos. En cambio, se encontraban bajo el mando de la distante Akkad, sus vidas cotidianas determinadas por Sisuthros y sus soldados con más eficacia aún que bajo Ninazu y sus bandidos.
Los habitantes también sabían que tendrían que pagar un diezmo de sus ganancias para mantener Akkad, y que Akkad, como la más importante de las dos villas, siempre tendría prioridad. Eso generaba mucha tensión entre los pobladores y los soldados. Pronto surgieron incidentes a ambos lados de la delgada línea por la que Eskkar debía caminar a diario.
Él tenía que gobernarlos con honestidad y justicia. No podía haber acusaciones de que Ninazu y sus bandidos habían sido reemplazados por otro tirano. Por eso los soldados tenían que estar bajo control. Eskkar y Sisuthros les advirtieron, una y otra vez, que no se aprovecharan de los habitantes, en especial de las mujeres. Eskkar les recordó que contaban con abundante plata en sus bolsas. Podían comprar lo que desearan, pero tomar sólo lo que los pobladores ofrecieran voluntariamente.
Pero los soldados, él lo sabía, actuaban como niños. Asentían ante las palabras de Eskkar y juraban comportarse, para luego hartarse de vino, buscar peleas y perseguir a las mujeres.
Eskkar mantuvo su palabra. Castigó a los soldados culpables en la plaza de la villa, con los ancianos presentes. Suavizó los castigos todo lo que pudo. No quería perder la simpatía de sus hombres, pero no podía permitirse el lujo de ofender a los habitantes de la villa. Así que hizo que en lo posible el castigo se adecuara al delito, y Eskkar pronto descubrió que la risa era tan efectiva como el trabajo manual o el látigo.
Un soldado que manoseó a una muchacha en la plaza tuvo que cargar agua para las mujeres de la villa durante todo un día. A otro que empujó a un granjero le tocó pasar un día trabajando en las acequias. Sólo un soldado tuvo que ser flagelado, y eso por una pelea que llevó a la muerte de uno de los vecinos, aunque éste fue el que había provocado el conflicto y el que había atacado primero al soldado.
La mayor fuente de fricción para Eskkar provenía de los taberneros y otros vendedores de vino. Tenían la costumbre de cobrar de más a sus soldados, en especial a aquellos que habían bebido demasiado. Tanto los taberneros como los comerciantes solían dar productos de menor calidad a los soldados confiados. A los mercaderes que fueron hallados culpables se les multó, y Eskkar entregó el oro y la plata al concejo de ancianos, para ayudar a pagar la reconstrucción.
Los ancianos expulsaron a un mercader culpable de hacer demasiadas trampas en sus negocios. Ver al infeliz recoger sus cosas y marcharse por el camino con su familia fue un claro mensaje para los demás mercaderes que les invitaba a ser más honrados en su trato comercial con soldados y pobladores.
Hacia finales de la segunda semana, la reticencia a aceptar el papel de unos y otros se hizo más evidente entre las dos facciones. Durante ese tiempo, Eskkar y Sisuthros hablaron largamente con cada mercader de la villa, escucharon sus quejas e hicieron lo posible por resolverlas. El progreso era lento, pero firme. Cuando los pobladores comenzaron a asumir el hecho de que Sisuthros y sus hombres permanecerían en la villa, se calmaron y volvieron a sus ocupaciones de cultivar, negociar y vender.
Todos los días al anochecer, Eskkar cesaba en su papel de gobernante y rechazaba todas las peticiones de audiencia. Pasaba la noche con Lani. Durante el día ella se ocupaba de la casa, facilitando las cosas a Eskkar y Sisuthros. Ella se encargaba de que hubiera comida para los hombres, supervisaba a las mujeres contratadas para cocinar y limpiar, y trabajaba con los dos escribientes para llevar la cuenta de todos los gastos.
Después de la cena, descansaba, bañándose y preparándose para sus noches junto a Eskkar. Les gustaba sentarse en la plaza a charlar sobre todo lo sucedido durante el día. En otras ocasiones iban al tejado de la casa de Eskkar, en donde podían conversar en privado. Se sentaban abrazados, o con Lani recostada sobre él, de modo que sus manos pudieran acariciarle el cabello, los pechos u otras partes más íntimas.
Cuando se retiraban a dormir, seguros detrás de la puerta trancada, pocas cosas tenían ya que decirse; en esos momentos eran sus cuerpos los que hablaban antes de caer en un sueño profundo y reparador. Para Lani, hubieron de pasar semanas antes de que terminaran sus pesadillas. Hasta entonces, ella se despertaba con pánico, casi sin aliento, demasiado asustada para gritar y, con frecuencia, sin saber dónde se encontraba. Con el tiempo esos terrores se desvanecieron, si no por completo, al menos de sus sueños, por periodos cada vez más extensos.
Al principio esas pesadillas perturbaban a Eskkar. Él nunca había ayudado a una mujer con sus terrores íntimos. También Trella había estado aterrorizada, pero nunca había conocido los horrores de un hombre como Ninazu, y los miedos de Trella respecto al futuro se concentraban en lo desconocido. Para Lani lo desconocido había resultado ser demasiado terrible en la realidad, una realidad que había persistido durante demasiado tiempo. Cuanto más la conocía, más la ayudaba él a calmar esos temores.
Le llevó tiempo a Eskkar comprender todo esto, pero a medida que transcurrían las semanas se dio cuenta de que entendía mejor no sólo a Lani, sino también a Trella. A menudo se descubría comparando a ambas mujeres, sus emociones, sus maneras en el amor, incluso sus esperanzas. Y cuando Lani caía dormida en sus brazos, Eskkar permanecía, con frecuencia, despierto, interrogándose sobre sí mismo.
Una y otra vez maldijo su debilidad. No amaba menos a Trella, y sabía que era por ella por lo que podía entender a Lani. Pero con el pasar de las noches vio que sus sentimientos por Lani se acrecentaban, en lugar de disminuir.
Dos semanas después de su liberación, Bisitun volvió a la rutina habitual. Eso le permitía a Eskkar cabalgar por los alrededores para inspeccionar la campiña. Él, Grond y un puñado de hombres comenzaron por las granjas aledañas, ampliando el círculo en torno a la villa. De las primeras excursiones volvieron por la noche. Pero a medida que el círculo se agrandaba, acampaban bajo las estrellas y continuaban su marcha al día siguiente. Después de esas acampadas, Eskkar se dio cuenta de cuánto echaba de menos hacer el amor con Lani y, después de eso, se aseguró de que todas las excursiones terminaran en Bisitun.
A la mañana siguiente, cambiaban de caballos y partían nuevamente. Una por una, Eskkar visitó todas las granjas y pastores que se encontraban a un día de distancia de Bisitun. Habló con los granjeros y sus esposas, les preguntó por la tierra y las cosechas y explicó el papel de Akkad a los humildes granjeros que jamás se habían alejado más de un día de caminata del lugar en donde habían nacido. Para su sorpresa, Eskkar descubrió que esto le resultaba más satisfactorio que capturar una docena de poblados.
En todas partes Eskkar comprobó que granjeros y pastores eran muy parecidos. Al principio se mostraban asustados; luego, curiosos, y después, ansiosos por conversar con el guerrero que había derrotado a los bárbaros y acabado con Ninazu. Eskkar habló con todos ellos y aprendió más acerca de los problemas de los pequeños granjeros y pastores de lo que nunca había pensado que podría comprender. De ese modo adquirió ideas de muchas fuentes, ideas que harían la vida más segura y sencilla tanto en las granjas como en la villa. Repasaba esas ideas con Sisuthros cada noche, durante la cena.
Un granjero, admirado, preguntó a Eskkar cómo era que un soldado sabía tanto de granjas y cultivos. Eskkar sonrió, recordando los días en que lo ignoraba todo sobre los misterios de la tierra, el agua y las semillas. Trella y el noble Rebba habían pasado todo un día mostrándole y explicándole los secretos necesarios para extraer riqueza de la tierra.
En dos ocasiones Eskkar y sus hombres se encontraron con pequeños grupos de jinetes que al verlos se dieron a la fuga. Alcanzaron a uno de estos grupos, formado por tres hombres cuya única ocupación parecía ser robar y asaltar. Grond y los soldados acabaron con ellos rápidamente, y nuevamente los habitantes de la zona le dieron las gracias por liberarlos.
Seis semanas después de la ejecución de Ninazu, reinaba la paz en las tierras que rodeaban Bisitun. Para entonces Eskkar se había reunido con casi todos los granjeros; no sólo los había conocido, sino que había hablado con ellos, discutido sus necesidades, sus miedos, sus esperanzas. Nadie había tenido semejantes encuentros antes. La gente estaba sorprendida de que alguien de tan lejos no sólo quisiera protegerlos, sino que en verdad escuchara y mostrara preocupación por sus vidas y problemas.
Por supuesto muchos se quejaban del nuevo impuesto que deberían pagar cuando llevaran a vender sus bienes a Bisitun, pero también muchos se declararon dispuestos a pagarlo si Eskkar podía mantener a los bandidos y forajidos lejos de sus granjas y familias.
Trella había establecido el monto del impuesto, y lo fijó lo suficientemente bajo para no generar penurias. Ella había explicado a Eskkar antes de partir para el norte que los verdaderos impuestos serían pagados por los mercaderes y comerciantes de Bisitun y Akkad. Éstos se enriquecerían de todos modos, y tenían que contribuir a los gastos de la muralla y de los soldados que los protegían a ellos y a sus negocios.
En Akkad, Trella había comenzado a cambiar las costumbres. Todas las semanas un mensajero informaba a Eskkar de sus planes para el establecimiento de nuevas leyes, de la creación de una nueva casa para los escribientes y de nuevos símbolos que ayudarían a granjeros y artesanos. Tiempo atrás todo aquello habría abrumado a Eskkar, pero en aquel momento no sólo veía la necesidad de tales cambios, sino que entendía el impacto que tendrían en los habitantes de Akkad.
En los clanes de su juventud, la vida rara vez cambiaba. Todos conocían su papel, su lugar en la vida y las responsabilidades que tenían para con el clan y la familia. Los hombres cazaban y seguían a los jefes del clan en la batalla. Las mujeres criaban a los hijos, recolectaban y preparaban la comida y se encargaban de los rebaños y las carretas. Cada día se parecía al anterior, y el actual, al día siguiente.
Las villas, Eskkar lo comprendía ahora, no podían dirigirse como un clan estepario. Las villas cambiaban constantemente con la llegada y la marcha de nuevas gentes. Más gente requería más alimentos y más artesanos para abastecer a los granjeros y pastores de la zona. Incluso las cosechas cambiaban de año en año, y con frecuencia la abundancia se veía sustituida por periodos de escasez. Akkad, con tanta gente viviendo dentro de sus murallas, se había vuelto ingobernable con las costumbres antiguas.
No, Eskkar sabía que las viejas prácticas debían dejar paso a nuevos modos de pensar. Y qué mejor lugar para comenzar que Bisitun. Entonces, las leyes reemplazaron las viejas y vagas costumbres del pasado, y el concejo regente de Bisitun resolvió las disputas de forma ecuánime, sin favorecer al mercader principal o a los nobles.
A aquellas alturas, Sisuthros gobernaba la villa con eficiencia, y las quejas se habían reducido en número y gravedad. Los habitantes crearon un nuevo y más estable concejo de ancianos, que trabajaban con Sisuthros y sus escribientes todos los días para asegurarse de que los granjeros vendieran sus productos en paz, los obreros trabajaran seguros en sus negocios y los mercaderes renovaran su comercio no sólo entre sí, sino a lo largo del curso del gran río.
Eskkar había conseguido lo que se había propuesto alcanzar. Por primera vez en casi un año, no había bárbaros que expulsar ni bandidos o merodeadores que perseguir y derrotar, y la gente de Bisitun había comenzado a poner sus vidas en orden. Sin nada importante por hacer, se dedicó a descansar, algo que nunca antes había hecho, permitiéndose relajarse y disfrutar de los días de tranquilidad.
Eskkar era consciente de que debía regresar a Akkad para ayudar a Trella a administrar el incesante crecimiento de la ciudad. En cambio, permanecía en Bisitun, viendo pasar los días. Por supuesto, se dijo a sí mismo que Sisuthros todavía lo necesitaba, que se quedaba en Bisitun para ayudar a organizar la villa. En verdad, la idea de volver a Akkad, con todas sus intrigas y problemas, lo agobiaba, y quería posponer su retorno cuanto le fuera posible.
En cambio, los días en los que no recorría los alrededores, pasaba más y más tiempo con Lani. Comenzaban el día desayunando juntos, cuando Sisuthros partía a resolver los problemas diarios. Lani y Eskkar solían encontrar tiempo para volver al dormitorio a pasar unas horas más de placer. Después de la comida del mediodía, Eskkar paseaba por la villa, hablando con los vendedores y obreros; con frecuencia, Lani lo acompañaba, aunque lo dejaba temprano para irse a preparar la cena del día. Antes de la comida nocturna, Eskkar y Grond se aseaban en el pozo de la plaza, junto con sus guardaespaldas, y se limpiaban todo el polvo acumulado.
Después de cenar, Eskkar pasaba un tiempo con sus soldados hablando y bromeando, mientras ellos también descansaban de sus tareas. Pero al cabo de una o dos horas Eskkar dejaba a sus hombres con sus cervezas y sus mujeres, y él y Grond volvían a la casa y a sus mujeres.
Lani y Tippu los esperaban, y los cuatro se sentaban bajo las estrellas mirando hacia la plaza, hablando, riendo o permaneciendo en silencio, tomando de vez en cuando un trago de vino bien aguado para refrescarse. Las noches se habían vuelto más frías, pero seguía siendo agradable sentarse bajo el cielo estrellado y disfrutar del aire nocturno. Eskkar mantenía a Lani muy cerca de sí, con un brazo alrededor de sus hombros o dentro de su vestido para disfrutar del roce de su piel, del mismo modo que la mano de ella descansaba entre las piernas de Eskkar, acariciándolo suavemente hasta excitarlo, y le hacía promesas al oído que se cumplirían un poco más tarde.
A veces Sisuthros o algún otro de los oficiales superiores se les unían, pero en general Eskkar y Grond tenían las noches para sí, mientras los otros buscaban a sus propios compañeros al finalizar el día. A medida que crecía la oscuridad, si nadie estaba cerca o mirando atentamente, Lani lo besaba. Una vez incluso se agachó y se introdujo su miembro en la boca durante unos momentos, como anticipación de lo que vendría más tarde.
Casi todas las noches se les unía otro visitante. El gato gris oscuro que había aparecido en el cuarto de Eskkar la primera noche se acercaba con cautela a su mesa. Dónde pasaba sus días nadie lo sabía. Lani se había hecho amiga del animal semanas antes de la llegada de Eskkar, y desde entonces el gato permanecía cerca de ella o iba al dormitorio a buscarla. Siempre alerta y mirando constantemente a su alrededor, el desaliñado gato le buscaba la mano a Lani para una breve caricia, y luego le daba golpecitos con la pata hasta que ella le ponía algo de comer.
Con el tiempo el gato se dejó acariciar por Eskkar, aunque hacía un amago de gruñido si Eskkar lo acariciaba demasiado fuerte o durante demasiado tiempo. Después de comerse las sobras que le daban, el gato con frecuencia se sentaba en la mesa a dormitar, las patas dobladas bajo su cuerpo, pero listo a saltar en cualquier momento. Si la comida no había sido buena y abundante, ronroneaba para pedir más; el grave sonido duraba unos momentos antes de que el animal recordara que se suponía que era un fiero cazador.
Eskkar nunca había pasado mucho tiempo con gatos. De muchacho, en el campamento, los perros habían brindado su compañía a su familia, pero los gatos eran casi desconocidos entre los bárbaros. Los gatos no podían seguir a una carreta una docena de millas al día, y Eskkar rara vez los había visto, salvo cuando estaba en una villa.
Sin embargo, todos sabían que los gatos llegaban con bendiciones de los dioses y traían buena suerte. Los gatos abundaban en las granjas cercanas y en las villas, apreciados por su habilidad para cazar a los roedores, que comían y defecaban sobre los granos almacenados. El gato de Lani, como lo denominaba Eskkar, parecía seguro de su lugar y, en las últimas semanas, Eskkar había aprendido a disfrutar de su compañía.
Esa noche las estrellas brillaban en todo su esplendor. Eskkar y Lani estaban sentados el uno al lado del otro, mirando la plaza, con la espalda apoyada contra el muro de la casa, frente a una pequeña mesa. Grond y Tippu tenían su propia mesa, a una distancia discreta, y ellos también se encontraban murmurando entre sí. Un solo guardia vigilaba en la entrada de la casa, a unos veinte pasos. El resto de la plaza estaba vacío a esa hora de la noche, y el incesante ruido que emitía la polea en el pozo cuando la gente sacaba agua había finalmente cesado.
El gato de Lani estaba recostado en la mesa entre ambos. Había comido restos de pollo, luego se había limpiado la cara y las patas y se había echado a dormir. Eskkar miró hacia los cielos y supo que pronto sería hora de entrar a la cálida casa y al más cálido lecho, para pasar otra hora haciendo el amor antes de caer dormido en los brazos de su amada.
—Cuéntame más sobre Akkad —le urgió Lani, con un brazo alrededor del cuello de Eskkar y una mano acariciándole la hombría.
—Ya te he dicho todo lo que puedo contarte, Lani —respondió. Ella le hacía la misma pregunta todas las noches.
—Cuéntame algo nuevo, entonces —insistió ella, apretando su mano.
Eskkar suspiró, hasta encontrar algún nuevo detalle del que hablar. Ella escuchó cuidadosamente mientras él hablaba de la ciudad, de su gente, sus granjas, sus comerciantes e incluso de la muralla que la rodeaba. Todo lo que él decía más tarde o más temprano tenía que ver con Trella, y esto daba lugar a más preguntas.
—¿Extrañas mucho a tu mujer, Eskkar? ¿No eres feliz aquí?
—Tengo que regresar a Akkad, Lani, y lo sabes. Mi hijo nacerá pronto y yo debo estar allí. Ya me he quedado más de lo que planeaba. En dos o tres días, marcharemos a Akkad.
—¿Nos llevarás contigo?
Ella ya le había hecho esa pregunta.
—Sí, Lani, tú vendrás conmigo. Aunque no estoy seguro de qué vas a hacer allí. A Trella no le hará muy feliz verte allí.
—Mientras tú no me olvides, Eskkar… Eso no podría soportarlo.
La recepción de Lani por parte de Trella lo preocupaba más de lo que estaba dispuesto a reconocer. Él necesitaba seguir viendo a Lani, pero también quería a Trella. A medida que se acercaba el momento de regresar a Akkad, el problema se había vuelto más confuso. Ahora, incluso hablar de Trella lo incomodaba.
—Yo me ocuparé de ti y de tu hermana. —La besó en la mejilla y en la oreja—. Y te visitaré con tanta frecuencia como sea posible.
—¿Me lo prometes, Eskkar? No quiero estar separada de ti.
Él volvió a tranquilizarla y, finalmente, ella pareció satisfecha. Las preguntas cesaron y ella se relajó, acurrucándose contra él, apoyando la cabeza en su hombro. Eskkar la rodeó con el brazo derecho e introdujo la mano por dentro del vestido de ella para acariciarle un pecho. Jugueteó con su pezón entre los dedos y notó cómo temblaba. Ella tenía unos pechos muy sensibles, y él había descubierto que a veces podía excitarla con sólo juguetear con ellos. Era una experiencia erótica nueva que nunca dejaba de excitarlo.
Luego se recostó, disfrutando de su presencia y su contacto, apoyada la cabeza en la áspera superficie de ladrillo de la casa. Estiró lentamente la mano izquierda y acarició con suavidad la cabeza del gato, justo detrás de la oreja. Eskkar había aprendido a no hacer movimientos repentinos cerca del animal. Más salvaje que doméstico, aun después de todo el tiempo que llevaba allí, siempre estaba nervioso y dispuesto a mostrar las uñas.
Esa noche le permitió acariciarle el áspero pelo, aunque el gato alzó la cabeza hacia él, como para asegurarse, antes de volver a bajarla, con las garras plegadas bajo el pecho.
De repente, el gato levantó la cabeza, apartando hacia la izquierda la mano de Eskkar. Antes de que Eskkar pudiera seguir el movimiento, el gato se bajó de la mesa de un salto demasiado rápido para ser visto. Eskkar se volvió hacia lo que fuera que hubiera alarmado al gato. Aunque habituado a la oscuridad, al principio no vio nada, y luego percibió el leve reflejo de algo brillante moviéndose hacia él.
Para ser un hombre grande, Eskkar era capaz de moverse con rapidez cuando hacía falta. Empujó a Lani hacia un lado con su mano derecha, y usó la izquierda para levantar la mesa e interponerla entre él y su atacante.
—¡Grond! —gritó a viva voz, y luego se acuclilló en el mismo momento en que la espada cortaba el aire por donde su cabeza había estado hacía unos instantes. Varios pedazos de barro seco volaron desde la pared donde la espada había dado. La mesa había evitado el golpe, aunque por muy poco, pero lo suficiente para darle un precioso instante más.
Eskkar se lanzó hacia la izquierda, lejos de Lani, y se encontró con los pies de otro atacante. La espada de éste también erró, un golpe descendente que partió el espacio en donde había estado Eskkar, puesto que el atacante esperaba que Eskkar se apartara, no que se acercara a él. Antes de que el hombre pudiera dejar su arma, Eskkar lo agarró de los pies y con su hombro le golpeó el estómago, y esta vez ambos cayeron.
El agresor intentó usar su espada, pero Eskkar se apartó rodando por el suelo, luego poniéndose de pie y asegurándose de que la pared le protegiera la espalda. A su izquierda, escuchó a Grond llamando a los guardias. Pero Eskkar no tenía tiempo de preocuparse de Grond. Eskkar vio que dos sombras avanzaban hacia él, pero al menos tuvo tiempo para desenvainar la espada. Usó el movimiento para retroceder hacia su izquierda, acercándose al más próximo de los atacantes, y con el arma atacó al hombre más cercano al muro. Chocaron los bronces, y Eskkar sintió que algo le ardía en el brazo izquierdo. Volvió a usar su cuerpo, adelantándose, bajando el hombro y lanzándose contra el hombre, antes de que pudiera recuperarse y golpear nuevamente.
Al rebotar Eskkar contra su atacante, se lanzó contra el primer agresor, esquivando de nuevo un mandoble y sujetando por un momento al hombre contra la pared.
El segundo hombre resultó ser veloz en sus reacciones. Una mano le dio a Eskkar en el rostro, golpeando con el pulgar cerca del ojo, y Eskkar fue empujado antes de poder responder con su propia espada. Cayó de rodillas mientras blandía su espada. El atacante gruñó cuando el filo de la espada dio en su pierna, pero la punta del arma golpeó la pared, aminorando el golpe. Así y todo, hizo el suficiente daño para permitirle a Eskkar escapar en dirección a Grond.
Los gritos y ruidos de espadas en la plaza habían dado la alarma e incluso en medio de la confusión Eskkar oyó a sus hombres tropezar dentro de la casa al entrar en su busca. Esperaba que sus atacantes huyeran, pero estos dos hombres estaban decididos, y otra vez se dispusieron al ataque. En la oscuridad, Lani se lanzó contra uno de ellos, haciéndolo tropezar. Éste maldijo al caer, mezclándose el grito de Lani con los juramentos del atacante.
El otro hombre siguió avanzando, y Eskkar lanzó un golpe contra la cabeza del asaltante. El hombre paró el golpe, pero Eskkar estaba ahora alerta, los pies firmes en el suelo, y anuló la espada enemiga, haciendo girar la suya en torno a la otra con un movimiento adquirido durante cientos de horas de entrenamiento, echando a un lado la hoja y hundiendo la suya en el pecho del hombre.
No se atrevió a darse un momento para retirarla, sino que se agachó de inmediato y hacia la derecha, medio esperando otro golpe del otro hombre, pero Grond había llegado. No llevaba armas, pero cogió al segundo hombre por detrás, rodeándole el cuello con un brazo. Grond lo hizo girar contra su cadera y dar la vuelta. El ruido del cuello del hombre al quebrarse se superpuso a todos los demás ruidos de la plaza.
Eskkar recuperó su espada y alzó la vista; la plaza se iluminó un poco más con la luz que llegaba desde la casa al abrirse la puerta. Otro asaltante estaba allí de pie, retrocediendo al ver llegar a los soldados con espadas en la mano. El hombre miró a sus compañeros caídos y, dando media vuelta, salió corriendo, pero Sisuthros y otros dos hombres salieron de la casa en su persecución.
El atacante echó a correr, tirando su espada. A gran velocidad, se lanzó por una de las callejas. Pero una puerta se abrió frente a él, y una mujer salió a ver qué causaba toda esa conmoción. Chocaron y ambos cayeron al suelo. El hombre se puso de pie en un momento, pero Sisuthros había acortado la distancia y lanzó su espada contra la espalda del atacante que huía. Alcanzó al hombre con ella, y el golpe, aunque no fue mortal, hizo que el atacante gritara y tropezara. Drakis y otro hombre se adelantaron a Sisuthros e, incluso desde el otro extremo de la plaza, Eskkar escuchó el ruido de la espada al hundirse en el hombro de aquel hombre. Se oyó un grito en el aire, interrumpido por otro golpe, y todo terminó.
Eskkar estaba de pie, respirando con agitación, la espalda contra la pared, su gran espada en la mano. Escuchó a Lani llorar en el suelo y recordó que ella se las había ingeniado para hacer tropezar a uno de sus atacantes. Grond recogió a Lani y se acercó a Eskkar, dejando a la mujer detrás de ellos. Él había cogido la espada del hombre caído, y ambos se mantuvieron delante de Lani, con las espadas brillantes bajo la luz de las estrellas mientras las agitaban a un lado y a otro en el espacio vacío.
Otro soldado llegó desde la casa, con una antorcha recién encendida en la mano; la alzó y todo se iluminó con su llama. A la luz temblorosa, Eskkar pudo ver los cuerpos de tres hombres. Vio a Tippu acurrucada en la casa siguiente, con las manos en la cabeza. Entraron en la plaza más soldados de Eskkar, aquellos que no habían ido a las tabernas y cervecerías locales; habían salido a la carrera de las casas donde estaban acuartelados, espadas o cuchillos en mano.
En un momento una hilera de hombres se colocó delante de Eskkar, y eso le permitió relajarse un poco. Se volvió y encontró a Lani caída en el suelo, la espalda contra la pared. Se agachó y la levantó con una mano; luego la ayudó a caminar junto a la pared hasta llegar a la entrada de la casa. Ella tropezó y se habría caído si él no la hubiera agarrado por la cintura. En el interior, vio que le brotaba sangre de la frente y la mejilla. Alguien encendió una lámpara dentro de la casa, y ésta iluminaba lo suficiente como para permitirle ver. Apartó sus cabellos para examinar la herida. Eskkar halló un cardenal y un arañazo con sangre, pero ninguna herida, por lo que la condujo al dormitorio. Alguien llevó también a Tippu, quien se apresuró a ir junto a su hermana.
—Cuida de ella, Tippu. ¡Cierra la puerta!
Cuando Eskkar volvió a salir, Sisuthros corrió a su lado. Su lugarteniente había recuperado su espada y Eskkar vio que todavía había sangre en ella. Drakis, unos pasos detrás, arrastraba el cuerpo del asesino que casi había escapado. Eskkar recordó que Drakis había sido el primero en salir de la casa al escuchar el ruido del ataque; no se había molestado en vestirse.
Prendieron más antorchas, y Hamati llegó a la carrera desde la taberna cercana, con otra docena de hombres. Sisuthros gritó una orden, y sonó la trompeta: sus notas convocaban a todos los soldados en la casa. Las lámparas y las velas comenzaron a arder en todas las casas alrededor de la plaza, agregando su luz a la de las temblorosas antorchas.
Los soldados arrastraron los cuatro cuerpos desde donde habían caído y los alinearon junto a la mesa que Eskkar había puesto patas arriba. Otro cuerpo yacía junto a la entrada, el del guardia apostado en la puerta de la casa; había intentado ayudar a Eskkar, pero el cuarto asesino lo había matado.
Eskkar agarró a un soldado por el brazo con el que llevaba una antorcha y le ordenó que la sostuviera sobre los cuerpos. Eskkar observó cada rostro con detenimiento, así como Grond y Sisuthros, pero no reconocieron a ninguno. La luz de la antorcha mostró que todos los muertos parecían fuertes y en forma. Desde luego no habían flaqueado en su intento de asesinarlo, incluso después de que el intento inicial fracasara.
—Sisuthros, envía algunos jinetes a investigar. Tienen que tener caballos escondidos en alguna parte. Encuéntralos. Usa antorchas para buscar huellas frescas en los alrededores de la villa. Y asegura todos los caballos en Bisitun. No quiero que nadie se vaya. Si alguien abandona la villa, aprésalo en cuanto salga el sol, aunque tengas que reventar todos los caballos.
—Yo lo haré —dijo Hamati. Impartió órdenes a sus hombres y todos corrieron hacia el establo.
Eskkar asintió y se volvió hacia Sisuthros.
—Que el resto de los hombres eche un vistazo a los cadáveres, a ver si alguien los reconoce. A primera hora de la mañana, que vengan todos los posaderos…, vendedores…, no, que vengan todos los de la villa a ver los cuerpos. Alguien tiene que saber quiénes son o dónde se albergaron.
—Sí, capitán. —Se marchó a toda prisa, ordenando que despertaran a todos los integrantes del concejo de la villa. Se oyó el ruido de los cascos de un caballo, y un jinete solitario entró en la plaza pidiendo a gritos antorchas. Tomó dos en su mano, mientras intentaba mantener el control del nervioso caballo, asustado por el ruido y la luz de las antorchas. Pero el hombre se mantuvo en su montura, y enseguida el caballo se tranquilizó y salieron al galope por una de las calles.
—Grond, que uno de los guardias se aposte detrás de la casa. Y busca dentro, para asegurarnos de que nadie se está ocultando con las mujeres.
Drakis salió de la casa, ahora vestido, con su espada al cinto.
—Capitán, ¿por qué no entra y deja que las mujeres le examinen el brazo? Ya no hay nada más que pueda hacer aquí fuera. Le enviaré a un sanador.
Eskkar se miró el brazo izquierdo y vio que le chorreaba sangre. Se había echado a un lado, pero no lo suficientemente rápido, y la espada le había alcanzado en el brazo. Mirando su herida, Eskkar se dio cuenta de que le ardía dolorosamente.
—Ya entro. —Miró a los otros guardias, sus ojos atónitos y excitados—. Vosotros registrad la plaza y las casas de los alrededores. Aseguraos de que no haya otros escondidos.
Grond lo siguió a la casa y, una vez allí, Eskkar vio que la palma de la mano izquierda de Grond también sangraba. Debía de haber agarrado la hoja de una espada durante la pelea. Lani salió del cuarto, todavía temblando pero insistiendo en que se encontraba bien, y se sentó a la mesa. Tippu la siguió, intentando limpiar el corte que tenía su hermana en la cabeza. Otra mujer salió y ordenó a todos que se sentaran. En un momento trajo vino y copas para los cuatro.
Eskkar tomó dos tragos de vino y luego dejó la copa. Necesitaba pensar con claridad y ya había bebido una copa de vino durante la cena.
El sanador llegó frotándose los ojos de sueño, con una caja de madera, en la que llevaba su instrumental, colgada del hombro. Era un anciano; sin duda se habría ido temprano a la cama y no habría oído nada de la escaramuza. Atendió primero a Eskkar.
—Necesito más luz, señor Eskkar —le dijo. Otra mujer trajo una lámpara del cuarto de Sisuthros y la colocó en la mesa—. Y una copa de vino, si es posible. Y un cubo de agua fresca del pozo. Ahora, señor Eskkar, ponga el brazo en la mesa. —Mientras el sanador hablaba, tomó las dos lámparas y las acercó al lado izquierdo de Eskkar.
Eskkar se inclinó hacia delante, apoyando su brazo en la mesa. Arremangándole la túnica, el sanador examinó con cuidado la herida, moviendo la piel cortada y haciendo que Eskkar frunciera el ceño, aunque no dijo nada.
—No es nada serio, señor Eskkar. Permítame examinar a los demás. —Pasó más tiempo con Grond, y unos momentos con Lani. Cuando terminó con ellos, un soldado llegó con un cubo de agua. El sanador tomó de la mesa una copa de vino vacía, la llenó con agua y luego vertió su contenido sobre el brazo de Eskkar, echando el agua en la herida, su rostro a escasos centímetros del corte, mientras lo examinaba. La espada había penetrado a lo largo del lado externo del antebrazo, haciendo un tajo de casi media palma de largo.
—No hay nada dentro de la herida, señor. Eso es bueno. No creo que haga falta coserla siquiera. Una venda bastará. Una herida limpia, cerrada por su propia sangre, cicatriza con rapidez.
Eskkar se sintió aliviado, aunque el corte le ardía más después de que lo examinara el sanador. El viejo echó otra copa de agua del cubo y volvió a limpiar la sangre. Otra mujer llegó con varias tiras de lienzo limpias, y el sanador las examinó con cuidado antes de elegir una. A continuación tomó la copa con vino que le había servido y con su otra mano aferró la muñeca de Eskkar.
—Ahora no se mueva. Esto le quemará.
Eskkar sintió una tremenda punzada de dolor cuando el vino le mojó la herida, y tuvo que morderse los labios para mantener el brazo inmóvil. El dolor disminuyó enseguida, pero el sanador continuó echando vino hasta vaciar la copa. Limpió el exceso de vino del brazo de Eskkar, y luego, con considerable habilidad para un anciano, vendó el antebrazo con el largo lienzo apretando con fuerza.
—Será necesario cambiarla por la mañana, señor Eskkar —le dijo—. Trate de mover el brazo lo menos posible hasta que la herida esté cicatrizada.
Eskkar gruñó al oír el consejo del hombre. Lani se acercó y se sentó junto a Eskkar, quien la agarraba de la mano mientras el sanador le examinaba la cabeza. Cuando terminó, simplemente se la lavó con agua del balde.
—Nada grave —dijo—. No es más que una aparatosa magulladura.
La mano de Grond no requirió mucho tiempo. El sanador la lavó con una copa de agua, la inspeccionó con cuidado y luego pidió a Grond que abriera y cerrara los dedos varias veces. El sanador trató la herida con agua y vino; luego la vendó, usando suficiente lienzo para asegurarse de que Grond no la moviera durante varias horas.
—Mantengan la herida vendada hasta que sane —ordenó el sanador—. Y hay que cambiar la venda a diario.
El sanador terminó y se echó la caja de instrumentos al hombro. Mientras lo hacía, Lani fue al cuarto de Eskkar. Regresó al momento, con dos monedas de plata en la mano. El sanador cogió la copa de vino y la volvió a llenar. Esta vez no la desperdició, ya que se la tomó de cuatro sonoros tragos.
—Un buen vino, señor Eskkar. Tal vez debería haber derramado menos en el suelo. —Tomó las monedas de plata que le daba Lani e hizo una agradecida reverencia—. Volveré a primera hora de la mañana, para examinar la herida y cambiar las vendas. Debería ser más cuidadoso en el futuro, señor. Sería una pena que lo mataran tan pronto después de habernos rescatado.
Eskkar le dio las gracias al hombre, pero no dijo nada más hasta que éste se retiró. Cuando se cerró la puerta, Eskkar se volvió hacia Grond:
—Bueno, ¿qué opinas?
—Esos hombres… eran buenos. Muy rápidos. Si no hubieras gritado… me habría matado y probablemente también a Tippu.
—No me lo agradezcas, Grond. No oí nada. Esos hombres sabían moverse en silencio. El maldito gato fue quien los oyó subir. —Eskkar sacudió la cabeza disgustado. Ahora enojado, se maldijo por ser tan tonto, por tomarse las cosas con tanta calma, ocupadas las manos con una mujer, mientras dos hombres con sus espadas desenvainadas se acercaban hasta quedarse a seis pasos de distancia sin que él se diera cuenta. Se volvió hacia Lani, puso su brazo sano en torno a ella y la atrajo hacia sí por un instante—. Quiero que mañana le des de comer a ese gato una gallina entera, Lani.
—Mejor que sacrifiques algo a Ishtar entonces, por enviar a esa criatura para que cuidara de ti —respondió Grond. Todos sabían que él no se interesaba mucho por los animales—. Ahora tendré que hacerle una reverencia la próxima vez que me gruña.
—No, le daré las gracias a Lani. Ella fue quien se tiró delante de uno e hizo que tropezara. —Le besó la coronilla.
—Fuimos afortunados, capitán. Hemos sido perezosos y descuidados. Deberíamos haber estado más alerta.
Los gritos desde la plaza hicieron que ambos hombres alzaran la vista y, en un momento, Sisuthros entró en la habitación dando grandes zancadas.
—Hamati encontró los caballos. Había cuatro, atados a doscientos pasos de la empalizada, cerca del río, hacia la ruta del sur. Y uno de los guardias encontró una soga atada a la empalizada, al otro lado de donde estaban los caballos.
—¿Podría haber habido más hombres? Tal vez uno con los caballos.
—Hamati no lo cree así. Los caballos estaban bien atados. Todavía está indagando. Lo sabremos con más certeza por la mañana. Está demasiado oscuro para ver huellas a estas horas. —Se fijó por primera vez en las vendas—. ¿Estás bien?
—Lo suficiente —respondió Eskkar—. Ahora tenemos que averiguar a quién hemos de matar por esto.
Eso le recordó a Sisuthros algo.
—Los hombres tenían oro, capitán. Todos ellos. Un hombre tenía diez monedas; los otros tres, cinco cada uno. Pareciera que alguien rico quiere verte muerto.
«Más que suficiente oro para comprar la muerte de cualquiera», calculó Eskkar. Y eso significaba…, ¿qué significaba? No lo sabía.
—Eso es mucho oro para cualquiera en Bisitun que quiera pagar por un asesinato.
Sisuthros tomó la copa vacía de vino, se sirvió un poco y se sentó de cara a su capitán.
—Veinticinco monedas de oro… Nadie en Bisitun tiene semejante cantidad de oro, capitán, y menos después de Alur Meriki y Ninazu. Créeme, he trabajado con cada mercader y comerciante de la villa. Si alguno te quisiera muerto… Además, los has tratado a todos con ecuanimidad; más que eso. —Se encogió de hombros—. Sería más lógico que intentaran matarme a mí.
—Y Ninazu no tenía parientes —apuntó Grond—, y aunque los tuviera, no serían de los que gastan oro para vengarse. Lo harían ellos mismos.
—Akkad. Tanto oro tiene que venir de Akkad —dijo Eskkar apretando los labios—. ¿Qué marcas tiene el oro?
Sisuthros sacudió la cabeza.
—Por lo menos de diez mercaderes distintos, y sólo reconocí alrededor de la mitad. No hay modo de saberlo.
—Algo debe de estar sucediendo allá —dijo Eskkar.
—Nada sucede en Akkad, capitán —dijo Sisuthros—. El mensajero de ayer dijo que la ciudad estaba en calma. Y Bantor estará a punto de regresar cualquier día de éstos. Tal vez ya esté allí.
Eskkar había hablado en persona con el mensajero. Era uno de los correos habituales, de los que llevaban mensajes rutinarios, incluso un mensaje personal de Trella.
—Sisuthros, haz un recuento. Fíjate si falta alguien. Comprueba también a escribientes y mercaderes.
Los hijos de los mercaderes de Akkad que los habían acompañado para llevar las cuentas podrían estar involucrados en algún plan. Malditos los dioses por no haber podido atrapar a uno de los asesinos con vida. Con uno habría sido suficiente.
Sisuthros se puso de pie.
—Los contaré. ¿Hay alguna otra cosa que podamos hacer hasta la salida del sol?
Grond miró a Eskkar y negó con la cabeza.
—No, no puedo pensar en otra cosa —dijo Eskkar—. Sabremos más por la mañana. —Se puso de pie—. Necesito pensar en esto. Despertadme una hora antes del alba.
Cuando estuvo solo con Lani en su dormitorio, la puerta trancada y Lani sentada en la cama, temblando, vio el brillo de las lágrimas en sus ojos.
—No tengas miedo, Lani —dijo—. Estamos seguros. Hay dos hombres montando guardia al otro lado de la puerta.
—No tengo miedo, Eskkar. Pero ahora la lucha volverá a comenzar. Te irás a matar a tus enemigos.
—Eso es lo que tengo que hacer. —Se sentó a su lado y le pasó un brazo por los hombros—. Me encargaré de lo que haya sucedido en Akkad y luego enviaré a alguien a buscarte. Me has salvado la vida esta noche, Lani. No lo olvidaré. Ahora, apaga la lámpara y acuéstate a mi lado. Necesito pensar, y eso lo hago mejor en la oscuridad.
***
Eskkar ya había terminado de vestirse cuando el guardia llamó a la puerta. Lani había llorado hasta dormirse mientras Eskkar yacía a su lado, con la cabeza llena de preguntas. No había dormido mucho, dormitando y despertándose toda la noche. Al final, le fue imposible esperar a que lo llamaran para levantarse.
En el cuarto principal ardía una lámpara. Sisuthros estaba sentado a la mesa, conversando con Grond y Hamati. A Sisuthros lo veía cansado, y Eskkar supo que había pasado despierto toda la noche. Una de las mujeres de Lani había encendido el fuego y calentado agua, para que los hombres tomaran algo caliente con el pan viejo. Mirando a través de la puerta abierta, Eskkar vio a media docena de soldados reunidos debajo de una antorcha parpadeante, todos alertas y dispuestos.
Tomando asiento, Eskkar miró a Sisuthros sentado frente a él.
—¿Algo nuevo?
—No mucho —respondió Sisuthros con un bostezo—. No encontramos más caballos y no había huellas en dirección sur. Tengo a varios hombres patrullando la villa. Daremos otra vuelta al amanecer y reuniremos a los pobladores.
—Eso nos dará alguna información —dijo Eskkar—. Puede que quien haya querido verme muerto esté aún en Bisitun.
—Y si hay otros fuera de la villa, tal vez no sepan que el ataque fracasó.
Estas noticias ayudaron a que Eskkar respirara con algo más de calma, a la vez que se obligó a comer algo de pan. Para cuando hubo terminado, el sol había salido. Eskkar cogió un pedazo de pan y se encaminó hacia la plaza. Grond y dos soldados estaban a su lado cuando los primeros pobladores comenzaron a llegar para ver los cuerpos. Eskkar insistió en que esperaran hasta que el sol se elevara en el horizonte y se apagaran las antorchas.
A la luz del día, Eskkar volvió a examinar los cadáveres, pero ni él ni ninguno de sus soldados los reconocieron. Los ancianos de la villa fueron los siguientes, y Eskkar y Sisuthros observaron sus rostros con detenimiento, en busca de cualquier indicio de nerviosismo o reconocimiento, pero nadie dijo conocer a los hombres. La primera pista la dio uno de los hospederos, quien identificó a los hombres como a los que se habían albergado en su establecimiento las dos últimas noches. El dueño de la taberna les había dado habitación y comida, pero insistió en que no sabía nada de ellos ni de sus negocios.
—Eso es todo lo que sé —repitió el hospedero con voz aguda—, además del nombre de aquél. —Pateó uno de los cuerpos, el del hombre que había ido directo contra Eskkar—. Se llamaba Ziusudra. Los cuatro estuvieron en mi posada ayer a la tarde, y él era quien hablaba y se quejaba de tener que dormir en el suelo. Tenían plata en abundancia para vino y comida, pero no mencionaron nada de sí mismos ni de sus negocios. —Sacudió la cabeza—. Ni siquiera estaban interesados en mis muchachas.
Sisuthros interrogó al hombre mientras Eskkar observaba, en busca de cualquier señal de que el posadero estuviera mintiendo. Pero éste no tenía más información que darles. La fila de pobladores que pasó frente a los cadáveres continuó avanzando, hasta que llegó a un hombre viejo, con su nieto al lado para sostenerlo, quien se detuvo y anunció que esos hombres habían guardado sus caballos en su corral. Pero él tampoco pudo agregar nada, excepto que contaban con cuatro buenas monturas. Después de algunas preguntas más, Sisuthros lo dejó marchar.
Para cuando el último de los pobladores dejó la plaza, Eskkar sabía sólo que los hombres habían llegado hacía tres días, pasado dos noches en la posada y luego partido de Bisitun justo antes de la caída del sol. De algún modo habían vuelto a entrar en la villa, pero nadie admitió haberlos visto ni ayudado.
Las palabras del dueño del establo le dieron una idea a Eskkar, pero éste se mantuvo silencioso hasta que el último de los pobladores se marchó.
—Que traigan los caballos, Sisuthros, y veamos si alguno de los soldados los reconocen.
Un buen caballo requería muchos cuidados, y semejantes animales se recordarían. Dos de los hombres de Eskkar creyeron que uno de los caballos, con una mancha blanca en el lomo, provenía de Akkad, pero no conocían al dueño. Eskkar gruñó ante las noticias, y regresó a la casa. Sisuthros, Grond, Hamati y Drakis entraron con él y se sentaron en torno a la mesa del cuarto principal.
—Debe de haber problemas en Akkad —comenzó calmadamente Eskkar—. Me llevaré la mitad de los hombres y los caballos y emprenderé el regreso. Tendría que haber vuelto hace diez días.
—Si esos hombres vinieron de Akkad —señaló Sisuthros— y han estado aquí tres días, entonces debieron de partir hace ocho o nueve días. Si hubieras estado en la ciudad, podrían haber tenido mejor suerte.
—Esos hombres estaban decididos —añadió Grond—. No escaparon después del primer intento fracasado, ni siquiera cuando se dio la alarma.
—Bueno, tuvieron mala suerte —dijo Eskkar—. Pero no importa. Me llevaré a los hombres y emprenderé hoy el regreso a Akkad. Si me doy prisa, puedo estar allí en cuatro o cinco días. —Se volvió hacia Hamati—: ¿Podemos tener a los hombres preparados para el mediodía?
—¿La mitad de los hombres? —Sisuthros pareció sorprendido—. ¿Por qué sólo la mitad? Si hay lucha en Akkad, nos necesitarás a todos.
—Acabamos de pelear una gran batalla para conquistar este lugar y pacificar los alrededores —respondió Eskkar, con un dejo de enojo en la voz—. No me voy a alejar de aquí y dejar que otro bandido lo ocupe. —Sacudió la cabeza—. Además, la gente de aquí necesita sentirse segura y aceptar la autoridad de Akkad. Si los abandonamos a la primera señal de alarma, nunca volverán a confiar en nosotros.
Sisuthros abrió la boca para decir algo, pero volvió a cerrarla. Miró en torno a la mesa, pero nadie dijo nada.
—Bien, ¿por qué no dejamos aquí hombres suficientes para mantener el orden, digamos una docena, y llevamos al resto con nosotros?
—Tú no vienes, Sisuthros —dijo Eskkar con firmeza—. Te necesitan aquí. Has trabajado mucho y muy duro para ganarte la confianza de los pobladores y no vamos a deshacer eso. Además, si hay un enemigo armado en Akkad, puede que necesitemos aquí una base segura.
—Capitán —comenzó a decir Sisuthros alzando la voz—, déjeme volver con usted. Hamati puede…
Un grito desde la plaza los interrumpió. Se pusieron de pie inmediatamente y se apresuraron a salir justo cuando uno de los soldados de la puerta principal llegó hasta ellos, haciendo girar a su caballo para detener sus movimientos.
—Capitán —llamó tan pronto como recuperó el aliento—, viene un jinete desde el sur cabalgando a toda prisa.
—Tráelo aquí en cuanto llegue —ordenó Eskkar. No tenía sentido ir hasta la puerta. Se verían rodeados por una multitud de pobladores excitados y no podrían hablar en privado. Además, el hombre probablemente necesitaría comida y agua. El guardia asintió y a continuación partió a recibir al jinete.
Nadie se movió ni se marchó de la plaza, y el tiempo pareció alargarse hasta que llegaron tres hombres. Dos soldados de la entrada, medio cargando con un hombre sucio y andrajoso entre ambos, llegaron hasta la puerta antes de que Eskkar reconociera al hombre del medio. No había visto a Alexar desde hacía casi dos meses.
Lo llevaron a la casa y Lani le puso una copa de vino aguado en la mano. Alexar la vació de un trago y luego se dejó caer en un banco, apoyando la cabeza y los hombros contra la pared. Tenía los ojos hinchados y le resultaba difícil enfocar la mirada. Lani tomó la copa y la volvió a llenar. Alexar miró a los cinco hombres que había a su alrededor de pie, pero no dijo nada hasta haber vaciado la segunda copa.
Eskkar se sentó junto a él y le puso al soldado la mano en el hombro.
—¿Puedes hablar, Alexar?
—Sí, capitán —respondió con voz ronca—. No me he detenido ni un momento desde ayer al mediodía. He reventado cinco caballos en tres días para llegar.
—¡Tres días! —exclamó Sisuthros—. ¿Desde Akkad?
—Desde el sur de Akkad. Estaba con Bantor. Nos tendieron una emboscada a unas horas de la ciudad.
—¿Alur Meriki atacó tan cerca de Akkad? —Eskkar sintió temor ante la idea del regreso de los bárbaros—. Por los dioses…
—No fue Alur Meriki, capitán —interrumpió Alexar—. Bantor dijo que era alguien llamado Ariamus. Me dijo que usted conoce a ese hombre. Nos sorprendieron unos sesenta o setenta jinetes y mataron a la mitad de los nuestros antes de que los rechazáramos.
Nadie dijo nada por un momento, pensando en los amigos que podían estar muertos. Grond rompió el silencio:
—¿Quién es Ariamus?
Eskkar hizo caso omiso de la pregunta.
—¿Y Bantor?
—Bantor sobrevivió. Me envió junto a otro jinete con caballos extra para encontrarte. Dejé al otro hombre en medio del camino cuando necesité su caballo. Tenía que comunicarte que Bantor está en la granja de Rebba esperándote.
—¿Cuántos hombres hay con Bantor?
—Dieciséis. Enviamos a unos pocos heridos al sur a ocultarse, pero ésos somos todos lo que sobrevivimos a la emboscada. Perdimos la mayoría de los caballos y dimos el resto a los heridos, así que Bantor, Klexor…, todos están sin montura.
—¿Qué está pasando en Akkad? —preguntó Eskkar.
Alexar sacudió la cabeza.
—No lo sé, capitán. Pensábamos que todo estaba en orden hasta la emboscada. Bantor cree que Ariamus debe de haber tomado el control de la ciudad. Se dirigían en esa dirección después de que los rechazáramos. Debe de haber más hombres en Akkad ayudándolos.
¡Akkad! Trella esperaba allí, con un bebé a punto de nacer en cualquier momento. Eskkar apretó el puño y se golpeó lentamente la pierna con él. Había perdido allí el tiempo y dejado a Trella en peligro. No sólo a Trella, sino también a otros; sus hombres tenían parientes y amigos en la ciudad. Nadie dijo nada, pero esa idea flotaba en el aire.
Lani regresó con un plato de pan y queso y se lo entregó a Alexar. El hombre lo sostuvo en la mano, pero no comió nada.
—¿Bantor estaba seguro de que era Ariamus? —preguntó Eskkar con voz amarga. Cuando Alexar asintió, continuó—: ¿Y creyó que podía llegar hasta la propiedad de Rebba sin peligro?
—Sí. Bantor dijo que marcharía hacia el norte, luego cruzaría el río y regresaría a la granja de Rebba. Esperaba encontrar botes a lo largo del Tigris para llevarlo hasta allá.
—Bantor ha hecho bien —dijo Sisuthros—. Mantuvo a sus hombres juntos y los llevó a un lugar seguro, al menos por un tiempo.
—Sí, lo ha hecho, a menos que le hayan seguido la pista —agregó Eskkar—. Alguien ha tratado de tomar el poder en Akkad en nuestra ausencia. Eso significa que ha habido peleas también en la ciudad. Trella debe de estar… Si alguien ha lastimado a Trella, pagará por ello. —Apretó los labios—. Bien, tendremos que movernos más rápido cuando marchemos. Comencemos a elegir a los hombres. Partimos a mediodía. Todavía podemos avanzar mucho camino antes de que oscurezca.
Sisuthros miró hacia el sol.
—Capitán, usted no sabe qué es lo que nos espera allí. Puede que necesite a todos sus hombres. Déjeme ir con usted.
—Te necesito aquí, Sisuthros. Además, tendré a Bantor y a sus hombres. Eso debería ser suficiente para encargarnos de Ariamus. Si no, lo que he dicho antes es aún más importante. Puede que necesitemos un lugar seguro, y Bisitun podría servirnos de refugio.
—Nadie querrá quedarse —dijo Grond—. La mayoría de los hombres tienen esposa y familia en Akkad.
Esto comenzó otra discusión. Nadie quería quedarse en Bisitun, pero Eskkar no cambió de idea.
—Ahora, preparemos caballos y hombres.
Se pusieron de pie, pero se detuvieron cuando Lani habló con voz firme.
—Señor Eskkar, ¿puedo decir algo?
—Sí, Lani, ¿qué pasa?
Ella había permanecido sentada en silencio, lejos de la mesa, y Eskkar se había olvidado de su presencia, pues tenía todos sus pensamientos puestos en Trella.
—¿Ha pensado en el río?
—¿El río? —respondió Eskkar, con un dejo de irritación en la voz—. ¿Qué pasa con el río?
Sisuthros comprendió la idea al instante.
—¡Por supuesto! Ella tiene razón. Podría llegar allí en menos de tres días si se lleva los botes. Tenemos muchos veleros aquí, más que suficientes para cuarenta hombres.
Jinete por encima de todo, la idea de usar el Tigris para transportar soldados nunca se le había ocurrido a Eskkar.
—La granja de Rebba tiene su propio muelle —musitó mientras pensaba en la idea—. ¿Podemos llevar hombres y armas en los botes?
—Sí, pero no podrá llevar caballos. Así y todo, si llega a Akkad, no los necesitarán. Lo que hará falta es un modo de entrar a la ciudad. Tal vez Rebba y Bantor ya hayan pensado en algo.
—No sabemos manejar los botes —dijo Eskkar, todavía inseguro frente a este nuevo método de transporte. Había viajado en bote durante un día una vez, y no le había gustado la experiencia. Sabía que los botes pequeños, construidos habitualmente de juncos, se volcaban con facilidad. Se perdían mercaderías y con frecuencia se ahogaban hombres.
—Por oro, los capitanes de los botes te llevarán a cualquier parte —dijo Sisuthros, alzando su voz, excitado—. Si van suficientes barqueros para relevarse, los botes pueden navegar día y noche. Viajarían mucho más rápido que a caballo.
La idea de viajar por el río de noche ponía nervioso a Eskkar. Pero si él y sus hombres podían hacer el viaje en dos o tres días en vez de cinco… Se decidió.
—Tú conoces a los hombres del río, Sisuthros. Tráelos y dispón los botes. —Pensó en algo más—. Y asegúrate de que no haya partido ningún bote desde ayer por la noche. No quiero que lleguen rumores de nuestro ataque, de nuestro viaje por el río, antes que nosotros.
—Tendrá que embalar las armas, los arcos, las flechas y comida —continuó Sisuthros, extendiéndose en la idea—. Probablemente querrá hombres que sepan nadar, por si acaso. Y será un modo de mantener las cuerdas de los arcos secas. Mitrac sabrá de ello.
Eskkar miró en torno a la mesa. Grond asintió, pero Hamati dijo:
—No sé nadar.
—Yo sí —dijo Alexar—, pero aunque no supiera, volvería para ayudar a Bantor aunque tuviera que andar todo el camino.
Eskkar puso ambas manos sobre la mesa.
—Entonces partiremos lo antes posible. Sisuthros, comienza con los botes y lleva algunos hombres a que los custodien. Hamati, reúne a los hombres y averigua quién sabe nadar. Grond, mira a ver qué es lo que tenemos que llevar. Pregúntale a Mitrac qué otras cosas necesitarán los arqueros. Asegúrate de que tengamos todo. No nos detendremos en el camino.